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La difícil correlación entre PIB, bienestar y felicidad

Naciones pobres, como Myanmar, cuentan con el concepto de Felicidad Nacional Bruta (FNB) o Felicidad Interna Bruta (FIB), un indicador que mide la calidad de vida en términos más holísticos y psicológicos que el PIB. Los cuatro pilares de la FNB son: la promoción del desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de valores culturales, conservación del medio ambiente y establecimiento de un buen gobierno.

Roberto Meza

  Lunes 16 de enero 2017 14:17 hrs. 
PIB

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El Producto Interno Bruto (PIB) es el indicador más utilizado para medir la riqueza de las naciones, su crecimiento económico y, eventualmente, su bienestar. En los años 30, tras la crisis, el economista estadounidense Simon Kuznets creó una serie de indicadores, entre ellos el PIB, para que los decisores políticos supieran cuánto producía, consumía o ganaba un país.

El PIB, en consecuencia, fue diseñado como una herramienta para cuantificar la producción de las distintas economías y ha sido relativamente efectivo en ello, en la medida que representa la suma del valor de todos los servicios y bienes producidos por un espacio económico durante un período de tiempo, habitualmente un año.

Se podría suponer, entonces, que mientras más grande es el PIB, mayor es la riqueza del país y que aquello derivaría en más bienestar social. Pero la reciente cifra entregada por Oxfam, según la cual ocho megamillonarios poseen el equivalente en dinero al del 50 por ciento de la población más pobre del mundo, muestra una concentración de riqueza que invalida cualquier cálculo promedio, y que evidencia que la correlación PIB alto -dividido per cápita para evitar distorsiones por cantidad de habitantes- y bienestar, no es necesariamente directa.

A mayor abundamiento, las sociedades cuentan con una serie de actividades que, al no ser remuneradas, no son incluidas en el PIB, no obstante su enorme aporte a la riqueza y bienestar, tal como el trabajo hogareño, que no tiene valoración en el mercado, aunque si alguna dueña de casa paga por él, contratando a un asistente, sí aparece reflejado. Una situación similar ocurre con el trabajo voluntario o actividades de trueque, que no se contabilizan, pero ayudan a crear riqueza.

La llamada “economía sumergida”, en tanto, escapa también de la contabilidad del PIB pues se realiza sin ser declarada al Estado con el objetivo de evitar pago de impuestos y, por tanto, su existencia no consta. De acuerdo a varios estudios recientes, si aquella se “oficializara” y se considerara en el PIB, este aumentaría en varios puntos porcentuales. Un análisis en profundidad de este fenómeno fue realizado hace unas décadas por el economista peruano en su polémica obra “El otro sendero”, en el que analiza el papel de la informalidad en esa economía.

El PIB tampoco mide directamente el nivel de “desarrollo” de un país, la calidad de su sistema educativo o de salud, aunque se observe cierta correlación entre mejores servicios de sanidad o educación, infraestructura y servicios en general con la riqueza nacional medida a través del PIB. Asimismo, éste no mide externalidades negativas -o positivas- respecto de costos o beneficios sociales, ambientales o de salud derivados de actividades económicas, especialmente, las vinculadas a la explotación de recursos naturales.

Finalmente, como las cifras del PIB son números que no consideran qué se está produciendo o cuál es la cualidad de lo producido, tampoco mide la calidad de los bienes y servicios generados. Por lo tanto, el PIB no refleja factores que contribuyen al nivel de riqueza y bienestar de la población, tales como una mayor libertad o más tiempo para el ocio, elementos que dispuestos en cierta abundancia, ayudan a la creatividad e innovación, así como a más felicidad de los habitantes, hecho que podría explicar la paradoja chilena que manifiesta alta felicidad familiar, pero grave descontento y desconfianza a nivel social.

El coeficiente de Gini, por su parte, permite mejorar la percepción de mayor o menor igualdad en la distribución de ingresos en la medida que se trata de una ecuación en la que su resultado es un número entre 0 y 1, donde 0 se corresponde con la perfecta igualdad (todos tienen los mismos ingresos) y donde el valor 1 se vincula con la perfecta desigualdad (una persona tiene todos los ingresos y los demás ninguno). Sin embargo, tampoco es un indicador exento de polémica, pues su valor dependerá no solo de la desigualdad de ingresos dentro de un país, sino de factores tales como la estructura demográfica: una población que envejece, o una explosión demográfica, afectan el cálculo, incluso si la distribución del ingreso real de los trabajadores adultos se mantiene constante. En los hechos, los investigadores han elaborado sobre una docena de métodos para calcular la desigualdad de ingresos y cada una arroja un valor diferente

De allí que, no por casualidad, el propio creador del concepto PIB, Kuznets, lo criticara en su momento, preocupado por que no fuera una buena medición del bienestar ciudadano y, por cierto, la propia experiencia chilena muestra que un país puede crecer aceleradamente, pero no distribuir de buena forma dicha riqueza y atraer más bienestar y felicidad a su gente.

Naciones pobres, como Myanmar, cuentan con el concepto de Felicidad Nacional Bruta (FNB) o Felicidad Interna Bruta (FIB), un indicador que mide la calidad de vida en términos más holísticos y psicológicos que el PIB. Los cuatro pilares de la FNB son: la promoción del desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de valores culturales, conservación del medio ambiente y establecimiento de un buen gobierno. La medición, en tanto, se realiza a través de un cuestionario de 180 preguntas que considera nueve dimensiones: Bienestar psicológico, Uso del tiempo, Vitalidad de la comunidad, Cultura, Salud, Educación, Diversidad medioambiental, Nivel de vida y Gobierno.

Si en Chile aplicáramos dicha encuesta, es probable que los resultados nos ubiquen en mal puesto a pesar de nuestros 25 mil dólares per cápita y casi 270 mil millones de dólares de PIB. Incluso, según el último Informe Mundial de la Felicidad 2016, elaborado por un panel de expertos a instancias de ONU, Chile está en el lugar 24, habiendo cuatro latinoamericanos que lo superan: Costa Rica, con un PIB menor per cápita de 11 mil 300 dólares; Brasil, también con 11 mil 380 dólares; México en el 21º lugar, con 10 mil 700 dólares y Puerto Rico, con 32 mil dólares, el único que lo rebasa en PIB per cápita, mientras México y Brasil prevalecen en PIB.

Así y todo, los países más felices del mundo, según la ONU, son Dinamarca, que tiene un PIB per cápita de 56 mil 200 dólares; seguido por Suiza, con 51 mil 600 dólares; Islandia, con 38 mil dólares; Noruega, aún más rica que los tres anteriores, con 99 mil 600 dólares y Finlandia, con 47 mil dólares. Al final de la lista están Siria, tras cinco años en guerra, Togo, Afganistán, Benin, Ruanda, Guinea, Liberia, Tanzania y Madagascar.

Por su parte, de las potencias mundiales, si bien EE.UU. supera a Chile en felicidad y per cápita (p/c) ubicándose en el puesto 13 en felicidad y con 50 mil dólares p/c; Chile supera a China, en el 83º lugar en felicidad y con 7 mil 600 dólares p/c; y a Rusia, en el puesto 56º en felicidad y con 15 mil dólares en PIB p/c. Pero los dos primeros cuentan con un PIB de 17 millones de millones de dólares y de 10,3 millones de millones de dólares, respectivamente, los más altos del mundo. Moscú, en tanto, presenta un PIB de 2,2 millones de millones de dólares, inferior al del tercero más rico, Japón (PIB de 5,9 millones de millones de dólares y per cápita de 36 mil 300 dólares) y el cuarto, Alemania (PIB de 3,8 millones de millones de dólares y per cápita de 47 mil 200 dólares). Nada mal, después de todo, para un país de solo 17 millones de habitantes, que a nivel de PIB no cuenta (0,3 por ciento del PIB mundial), que supera a China y Rusia y a 131 países en felicidad, y a otros tantos en per cápita, pero cuya felicidad social se le escapa progresivamente de las manos.

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