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Presidenciales 2017: la decadencia del Partido Socialista y de Ricardo Lagos

La reciente reunión del Comité Central del PS sinceró dos cosas. La primera es que la estrategia original de Lagos para retornar a La Moneda naufragó. La segunda es que los socialistas criollos parecen más empeñados por retener sus cargos de cortesanos, que por nombrar al próximo rey.

Víctor Herrero

  Lunes 23 de enero 2017 7:17 hrs. 
ps

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Resistiendo a meses de presiones del laguismo, el comité central del Partido Socialista decidió el sábado pasado no proclamar al ex Presidente Ricardo Lagos como su candidato presidencial, apostando por realizar una “consulta amplia” el 23 de abril.

Ello sepultó definitivamente la estrategia original del ex mandatario, quien buscaba ser aclamado y ungido por el eje PS-PPD, para después –ojalá- forzar el apoyo de la Democracia Cristiana ante la inevitabilidad de su triunfante regreso a la política. Se trataba de una diseño electoral que los poderes fácticos de la nación, como el gran empresariado y el diario El Mercurio, no sólo aplaudieron, sino que fomentaron de manera activa durante meses.

Antiguamente se solía decir que un año en política es una eternidad. Pero en la actual época de redes sociales, en una era de una profunda desconfianza hacia los poderes establecidos y de victorias electorales que desafían a la clase dirigente (el triunfo del No en el plebiscito de Colombia, el Brexit de Gran Bretaña, la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, y suma y sigue), unos pocos meses constituyen una eternidad.

Basta con recordar que en septiembre, hace sólo cuatro meses, el candidato Lagos irrumpió con una fuerza arrolladora en el escenario presidencial, desestabilizando a La Moneda y al Partido Socialista. Al nombrar a Máximo Pacheco como su jefe de campaña, uno de los pocos ministros exitosos de Bachelet y militante socialista, forzó al gobierno a anticipar un cambio de gabinete. Después sacó de la carrera presidencial a Isabel Allende, nada menos que la presidenta del PS. Aunque nunca se supieron los pormenores de esa operación tras bambalinas, no hay que ser adivino para darse cuenta que el “bullying” fue un factor clave. Toda la “Operación Retorno de Lagos” se iba a coronar con la reelección de Carolina Tohá en la alcaldía de Santiago.

Pero fue este último ingrediente el que falló, frenando en seco el impulso inicial de Lagos. Tohá, una protegida de Lagos, logró en cuatro años perder casi la mitad de sus votantes, cediendo el municipio más emblemático de Chile a su contendor derechista Felipe Alessandri, quien ganó la alcaldía sacando menos votos que su derrotado antecesor Pablo Zalaquett. Así, la guinda de la torta –Lagos abrazando a Tohá en el balcón del municipio con panorama sobre la Plaza de Armas- quedó en nada.

Todo indica que desde esos días de fines de octubre Lagos no ha podido recuperar el impulso inicial.

La actitud matonesca y envalentonada que desplegó Lagos hace unos meses produjo un efecto boomerang. En el PS no le perdonan la manera en que se deshizo de Isabel Allende y la forma en que sus secuaces, como Camilo Escalona, han presionado al partido a través de la favorable cobertura de prensa que suelen tener en los medios tradicionales.

Además, pese a la baja popularidad de la Presidenta Bachelet, no pocos recuerdan que en agosto de 2015 Lagos acudió a La Moneda invitado por el entonces ministro del Interior, Jorge Burgos, dando después una conferencia de prensa como si fuera el inquilino principal del palacio presidencial. Todo esto mientras Bachelet se encontraba en el extranjero.

Pero si el escenario actual es sombrío para el ex Presidente, peor aún se ve para el Partido Socialista.

Nadie sabe muy bien en qué consiste la llamada consulta ciudadana que ese partido pretende realizar a fines de abril. Lo único cierto es que actualmente ese conglomerado cuenta con dos candidatos internos –el ex ministro José Miguel Insulza, y el abogado constitucionalista Fernando Atria– que no marcan casi nada en las encuestas. El primero, pese a ser conocido y estar en carrera hace más de un año, no supera el 3% en la intención de voto. El segundo, en tanto, fue una suerte de “rock star” en círculos académicos hace un par de años cuando co-escribió el libro “El otro modelo”. Sin embargo, es un perfecto desconocido para casi todos los chilenos.

Desde la salida de Augusto Pinochet del poder en 1990, militantes de la Democracia Cristiana gobernaron el país durante 10 años (Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz Tagle entre 1990 y 2000), de la derecha durante cuatro años (Sebastián Piñera entre 2010 y 2014), y del socialismo criollo 14 años (Ricardo Lagos entre 2000 y 2006, y Michelle Bachelet entre 2006 y 2010, y entre 2014 y 2018).  En otros palabras, los socialistas locales han gobernado durante 50% del tiempo en las casi últimas tres décadas. Pero hoy no tienen ningún candidato propio con chances reales de volver al poder. Tampoco la Democracia Cristiana, a pesar de los aspavientos de “príncipes”. “cardenales” y otras tendencias internas como “Progreso con Progresismo”, que encabeza Mariana Aylwin, una figura DC que, a estas alturas, sólo es tomada en serio e inflada por El Mercurio.

Es más, en toda la Nueva Mayoría no existe ningún candidato capaz de conquistar el poder. El único con posibilidades reales, según las encuestas, es el ex rostro periodístico de la TV y senador independiente por Antofagasta, Alejandro Guillier. El hecho de que el conglomerado que ha gobernado a Chile durante casi todos los años desde 1990 no sea capaz de levantar una figura salida de sus propias filas, es una clara demostración de su decadencia.

Pero en el caso del PS, ese declive es aún más evidente. Hace muchos años ya que ese partido se ha convertido en una maquinaria aceitada para captar para sus militantes puestos de trabajo bien remunerados en el Estado. Su ideología es el clientelismo. Para convertirse en militante socialista hoy en día basta con firmar un papel y suscribirse a alguna de las decenas de corrientes internas. Nada más. Nada de inducción política, nada de chequeo de antecedentes, nada de compromiso político o social. El PS actual es como el Partido Radical de los años 50 o 60: su principal lucha es por la repartición de cargos. Es algo que, por cierto, ha sucedido en todo el mundo occidental. Una socialdemocracia, más o menos pujante, que ha optado por convertirse en el “administrador benévolo” del turbo-capitalismo actual, olvidándose de sus bases electorales históricas. Y estas se han fugado, con creciente rapidez, hacia partidos o líderes ultra-derechistas que rescatan un discurso popular.

Por ello, en el actual escenario presidencial el PS chileno sólo tiene una opción: apoyar a Guillier. Es el único que les puede asegurar una continuación en la repartija del botín estatal. Cooptar al abanderado independiente, que después de todo es un hombre sin afiliación partidista y que es consciente que con el Partido Radical no le alcanza para conquistar La Moneda, se ha vuelto la obsesión principal del PS. Y eso explica, en gran parte, la decisión que tomó el comité central el sábado pasado.

Antiguamente, en la época del feudalismo y las monarquías, existía una máxima para lidiar con el traspaso del poder: “Ha muerte el rey, ¡que viva el rey!”. Parece ser un axioma que el PS piensa aplicar a este ciclo electoral. En otras palabras, lo importante no es el rey, sino que lo cortesanos mantengan sus status en la corte.

 

 

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