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Entrevista

Franck Gaudichaud: “Los Cordones Industriales son el actor olvidado de la UP”

El investigador francés publicó recientemente el libro “Chile 1970-1973. Mil días que estremecieron al mundo”. En él, reivindica la importancia de la participación organizada de los trabajadores en lugares como Maipú y Cerrillos, pero no como una mera mirada hacia atrás, sino como una memoria que tiene futuro.

Patricio López

  Miércoles 22 de febrero 2017 20:30 hrs. 
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Hoy, cuando sectores que se reivindican de izquierda intentan articularse en Chile, luego de lustros de penosa dispersión, es pertinente volver a las lecciones de la historia, a esos momentos donde las fuerzas transformadoras lograron acumular poder. No hay momento más referido al respecto que el de la Unidad Popular, periodo que es acervo común por encima de las grietas entre viejos y jóvenes que algunos creen advertir hoy.

En el libro “Chile 1970-1973. Mil días que estremecieron al mundo” (Lom Ediciones) del investigador francés y profesor de la Universidad de Grenoble-Alpes, Franck Gaudichaud, se plantea también otro problema central de la construcción de hoy: la relación entre el arriba y el abajo. Un vínculo que puede fortalecer un proceso de cambios o volverse disfuncional o con contradicciones internas que hay que saber resolver, si se quiere avanzar. Una Historia concebida como memoria con futuro, en palabras del propio autor.

¿Por qué piensas tú que habiéndose escrito tanto sobre la época de la Unidad Popular, se ha escrito tan poco sobre las organizaciones populares y los cordones industriales?

Ésa es una de mis preocupaciones. La base del libro es que estaba haciendo una investigación y me encontré, en realidad, con un océano. Y al mismo tiempo, de manera muy paradojal, encontré muy pocas cosas sobre un actor central de los mil días, que fueron los obreros y en general el movimiento popular ¿Por qué pasó esto? No sé, hay muchos textos sobre partidos, sobre el Gobierno, sobre la figura de Allende, cada vez más textos sobre el idealismo de la época o el contexto de Guerra Fría, pero todavía queda mucho por hacer sobre qué pasó en las fábricas, en las poblaciones o en el campo, tema este último que yo no trato en este libro. Es un vacío historiográfico que queda por rellenar, no sé si puede tener que ver con la transición en Chile que vació al actor popular del centro de la política y al final salió también de la historiografía dominante. Por supuesto están los estudios de Gabriel Salazar, pero se centran en el siglo XIX y principios del XX. Afortunadamente hay una generación de nuevos historiadores que ya está trabajando en esto.

¿No será que hay una élite intelectual, la vamos a llamar así, a la que le resultó más natural escribir sobre el Gobierno y sobre el sistema de partidos y que tiene dificultades para investigar sobre los sujetos populares?

Sí, yo creo que dominó durante mucho tiempo las tesis -vamos a decir de Valenzuela- sobre el quiebre democrático. Por ejemplo, Moulian está muy inspirado por ese análisis, Garretón también. Es decir, la destrucción del sistema de partidos y la destrucción del centro político como razones esenciales de la ruptura constitucional en el Golpe. Pero esta lectura, como dices bien, es desde el sistema de partidos, que es importante, aunque parte del supuesto que los actores populares son como siempre subalternos al proceso. En cambio, yo pienso que una de las características de los mil días es que estos escenarios populares se levantan e invaden el escenario político, son la carne del proceso que desborda, justamente, al sistema de partidos.

¿Determinaron la velocidad de las transformaciones de la Unidad Popular?

En varios momentos claves, sí.

O sea ¿Allende lideraba el proceso o Allende reaccionaba a la velocidad con la que las organizaciones populares trataban de avanzar?

Lo que yo veo son tres etapas en los mil días. La primera es la Edad de Oro, la conducción carismática popular de Allende en formas democráticas, la fiesta popular como dice Moulian, la fiesta revolucionaria. Mucho apoyo hacia las medidas gubernamentales que incentivan la participación, la acción en las fábricas, las JAP y otros ámbitos.

Un segundo momento, entre junio y octubre de 1972, donde ya comienza el desborde podríamos decir, desde abajo como autodefensa y como defensa del Gobierno también, pero desde sus propias herramientas. Justamente vienen a tensionar la idea de una vía institucional pacífica negociada en el Parlamento, entonces Allende actúa bajo la presión de su propia base, que va más allá de lo previsto. Por ejemplo, las 90 empresas nacionalizadas se vuelven 150, 200 y al final de la UP 380. La tercera etapa es la que desemboca en el 11 de septiembre de 1973.

¿Cómo lo vincularías con algo que una vez me dijo Jacques Chonchol, que haciendo una autocrítica dijo que no se podía hacer todo lo que nosotros quisimos, no se podía hacer simultáneamente la nacionalización del cobre, la estatización de empresas, la reforma agraria, la reforma educacional y otras políticas en seis años?

También podría poner la pregunta al revés, porque la idea clave de Allende y de la UP era un proceso constitucional al socialismo. Es decir, gradual, controlado incluso desde la propia institucionalidad, de grandes reformas estructurales donde se podían canalizar todas estas demandas desde arriba. Forzosamente un proceso revolucionario iba a tener quiebres y la gran pregunta del momento era cómo se podía seguir avanzando. Por eso, por ejemplo, se produce el surgimiento de los cordones industriales, que estaban en su mayoría dominados por militancias socialistas que se reivindicaban de la UP, del Allendismo, pero que decían que la única manera de avanzar era tener más empresas bajo control obrero, más capacidad de movilización sindical. Entonces la pregunta es la que se hace Peter Winn ¿la revolución desde arriba y la revolución desde abajo? Ahí hubo una tensión y una contradicción, porque ¿la revolución desde arriba es posible? Ésa es la pregunta de la época.

Cuando se evoca el periodo se piensa en partidos de clase obrera con fuerte presencia en las bases, que atravesaban toda la estructura social ¿Cómo era en realidad la relación entre estas organizaciones populares y los partidos más grandes de la Unidad Popular, específicamente el Partido Socialista y el Partido Comunista?

Eso es impresionante, antes parecía otro país incluso. Estamos frente a partidos que tienen una inserción popular muy, muy fuerte, una raíz sindical, clasista. Imagínate que el PC en esa época llegó a 250.000 militantes. Impresionante, en un país con mucha menos población que la actual. El PS casi llegó a 200 mil.

Activos…

¡Muy activos! Entonces hay una fuerte relación entre las clases populares y sus partidos, pero a la vez lo que me interesó trabajar es que en un momento dado la identidad de clases, vamos a decir, comienza también a tensionar eso. Incluso se ve que muchos obreros DC comenzaron también a tomarse las fábricas y a adherir a la idea de los cordones industriales, lo que estaba a años luz de la orientación de su partido, sumándose a los militantes socialistas. Eran sindicalistas que incluso, en un momento, son tratados como infiltrados por Allende, porque se toman fábricas, incluso pequeñas, que están fuera del programa de las 40 medidas. Y la respuesta de ellos es ¡No! Nosotros como clase defendemos nuestros intereses, compañero Presidente. O sea, hay una tensión en un momento dado entre la identidad social y la filiación política. Esto lo digo para significar que el desborde fue generalizado, también la izquierda fue totalmente desbordada.

Y ése fue un desborde de clase.

Sí, en los partidos y en la CUT también. Por ejemplo, la CUT tenía poca presencia territorial en esa época, no tenía comunales y los cordones vienen a llenar ese vacío, pero cuando lo llenan van mucho más allá de la organización sindical. Entonces eso genera tensiones entre la dirección y la CUT, porque esas formas de organización no se entienden, incluso los partidos no lo entienden siempre. De hecho el MIR, que defiende el Poder Popular, entendió mal los cordones industriales.

¿En qué sentido?

Porque el MIR estaba con esa idea de comandos comunales, o sea, algo mucho más amplio. Y tenía poca inserción obrera, entonces cuando vio surgir los cordones no tenía mucho peso adentro de ellos. En las pocas fábricas donde sí tenía presencia, dijo con el PC que podían conformarse en organizaciones territoriales de la CUT. Pero, en ese momento, los cordones iban mucho más avanzados en su organización y los que lo entendieron, de cierta manera, fueron los militantes que eran socialistas y sindicalistas. Ellos apreciaron el potencial de poder popular de los cordones industriales.

Esto no ocurría de la misma manera en todas partes, había disparidades. Un ejemplo clásico es el Cordón Industrial Cerrillos, que siempre se refiere ¿Qué era lo que caracterizaba a aquellos lugares donde los cordones industriales tuvieron un mayor desarrollo? ¿Cuáles eran las condiciones previas que los hicieron posibles?

El caso de Cerrillos/Maipú es interesante porque anticipa formas latentes de coordinación, incluso previas a la UP, dentro del mundo obrero. Después surge como cordón en junio del 72, antes de la huelga de octubre, donde ya aparecen otras coordinadoras, con la característica de que es la principal comuna industrial obrera de Santiago de esa época, con 250 empresas.

Lo que digo yo es que en ese momento existe el cordón en sí, físicamente. Si se mira un mapa ahí está el cordón claramente, en los caminos a Melipilla y Pajaritos se ve.

La suma de fábricas…

Eso, como una linealidad espacial de fábricas y se vuelve cordón como organización territorial que reivindica, lo vamos a llamar así, el socialismo, al calor de esas luchas. Es decir: comienzan los sindicalistas a decir que no importa el tamaño de la fábrica, no importa si tú produces chicle y yo metal mecánica, tenemos intereses comunes en ese territorio. El territorio se vuelve un elemento muy activo de la movilización. Pero reitero, ese momento concreto cuaja sobre algo previo: hay trabajos de historiadores, actualmente, que están mirando en Maipu experiencias previas, de los 40 y 50, que demuestran que al final hay una acumulación de experiencia que explica también el surgimiento del cordón.

¿Cómo se da ahí la relación entre lo nacional y lo local? Ya nos encontramos en el periodo con tensiones entre el Gobierno y los trabajadores, entre las cúpulas de los partidos y los trabajadores, con esta experiencia donde hacer revolución es una práctica eminentemente local. Hacer revolución es transformar la fábrica, transformar el barrio. Porque yo entiendo que todos racionalmente estaban hablando de la construcción de una nueva sociedad, pero la experiencia cotidiana era muy en el entorno inmediato.

Es interesante para hoy destacar la fuerza de esas experiencias, que no solamente son los cordones, aunque sean los más famosos de cierta manera, pero también hay experiencias poblacionales muy creativas, como en la Nueva Habana, con formas de abastecimiento comunal directas. En regiones, era la relación con un territorio determinado y donde había una identidad marcada de clases, podríamos decir, pero que va más allá, que era transversal; pobladores, obreros, estudiantes pobres. A todos ellos, son el territorio y la fábrica los que le dan esa identidad, entonces justamente una limitación fue cómo coordinarse más allá de lo local. De hecho, eso no se logró finalmente, hubo una experiencia coordinadora provincial a nivel de Santiago que existió los últimos meses antes del Golpe y que se organiza más bien con directivas militantes, que no tienen bases reales. Y menos aún la relación entre Santiago y el resto de las experiencias del Poder Popular en regiones, ahí también hay una gran distancia. De hecho aún queda mucho por investigar: el cordón en Antofagasta, en torno a la electrónica en Arica, lo que pasó en Punta Arenas.

Cordones Industriales ¿experiencia vigente o mero recuerdo?

 ¿Ves algunos vínculos entre esa experiencia, ese momento histórico y un debate que se ha vuelto más frecuente después, con el surgimiento de grupos que piensan que no tiene mucho sentido tratar de transformar el Estado, la sociedad completa, sino que la revolución debe ser local, en el barrio por ejemplo?

¿Y transformar el mundo sin tomar el poder? Es muy interesante porque en ese contexto, de los 70, estábamos en otro paradigma. El marxismo domina, incluso, a veces, un marxismo muy poco latinoamericano. Se habla de la Revolución Rusa, de los soviets, pero mucho menos de experiencias latinoamericanas. Todos piensan en términos del asalto al poder.

Y los cordones están vistos como una forma de poder dual en términos clásicos por muchos militantes miristas. De hecho, la discusión con el PC es si encarnar el poder dual o no. Es decir, piensan en el asalto al Estado, su destrucción o transformación desde adentro. Entonces, ellos plantean una estrategia que está a años luz de la discusión posterior mucho más autonomista y localista, que creo ha sido producto también de las grandes derrotas, incluyendo la chilena.

Es decir, la derrota de la transformación con el Estado de la sociedad, después de la caída del Muro y todo lo demás, pesó mucho en la redefinición de la posibilidad de la transformación de la sociedad sin el Estado o al lado del Estado, como dice Zibechi, huyendo del Estado. Pero en esta época no. El paradigma claro es el asalto al poder, la destrucción del Estado, la transformación del Estado desde experiencias de poder popular local. De hecho, la idea del MIR, por ejemplo, era ésa a nivel comunal: que sean pobladores, obreros y estudiantes los que poco a poco avancen al nivel de comando comunal, para formar una asamblea del pueblo.

Y eso que alguna vez fue latente ¿puede seguir siéndolo? ¿Qué pasa ahí, donde la nueva alcaldesa es Catherine Barriga? ¿Los cordones industriales son solo fotografías del pasado? Quizás esto ya excede al libro.

¡No! Yo creo que es lo principal. La aspiración de este tipo de trabajo es, justamente, no hacer una fotografía del pasado, sino inscribirse en el presente y en una memoria que tiene futuro, aunque no habrá una reconstrucción de la forma del poder popular, como hubo en los 70. La sociedad cambió totalmente, pero yo creo que hay una memoria latente, por lo menos de esa experiencia. Están los trabajos actuales de Enzo Henríquez, un joven historiador que trabaja en Maipú, que vive en Maipú y ahí se ve que existe esa memoria, aunque ha sido maltratada, fragmentada, destruida. Hay otros lugares donde en principio se destruyó también. Por ejemplo, el Cordón Vicuña Mackenna, que hoy día son universidades privadas y galpones de comercio.

¿Y qué queda?

Ciertamente es difícil, localmente, reconstruir esta memoria cuando ya no existe el actor, pero como memoria colectiva la del Poder Popular, de manera muy mitificada, todavía circula en el espacio los movimientos sociales. Prueba de ello es la idea de cordones estudiantiles que existen hoy. Es quizás más simbólico que territorialmente organizado, pero la referencia está.

Poder popular como poder constituyente

Una cosa que llama la atención del libro es que se plantea el Poder Popular en un sentido constituyente. Pero en el libro de Gabriel Salazar En nombre del Poder Popular Constituyente se mencionan tres momentos donde esa posibilidad se produjo en la historia de Chile, sin incluir el periodo de la Unidad Popular. Hay una diferencia de apreciación.

Exactamente. La idea del Poder Popular Constituyente yo la elaboré por mi lado y después leí a Salazar. Pero lo elaboré de manera bastante distinta. Es decir, para mí el momento clímax del Poder Popular Constituyente es la UP y para Salazar no. Porque yo lo veo como un surgimiento desde abajo, como un contrapoder.

Hay formas de poder local que tienden a cuestionar el poder nacional desde la fábrica, pero a nivel estatal, en forma directamente política y en relación con los partidos, con la institucionalidad. Salazar, en cambio, ve esa ligazón partidos-creación constituyente desde abajo como una contradicción, como un vaciamiento, y a mí me parece que, justamente, la UP es una demostración de que puede haber fuerzas políticas que contribuyan activamente al surgimiento de un poder popular constituyente, porque quienes animaron los cordones industriales, quienes ayudaron a la politización fueron todos miles de militantes.

Entonces, no siempre hay que ver estos surgimientos como que los van a cooptar, que los van a dominar. También hubo eso, por cierto, es una relación dialéctica, pero ver el poder popular constituyente como algo esencialista, “puro”, es vaciarlo de su sentido político. Ése es el debate que tendría con Salazar.

Para terminar, es natural que un investigador chileno se ocupe de Chile. En tu caso ¿por qué a un investigador francés le llama la atención un periodo específico de la historia de un país lejano, llamado Chile?

Muy adecuada la pregunta, porque yo descubrí Chile a causa de esta experiencia histórica. No fue que descubrí Chile de otro modo, ésta fue mi puerta de entrada. Estaba estudiando Historia, después con uno de mis hermanos nos fuimos a Bolivia durante más de un año y caminé -hice mi año sabático en varios países de América Latina- trabajando con niños de la calle, interesándome en la realidad latinoamericana.

Cuando volví a Francia, quise retomar, estudiar América Latina y dije ¿qué proceso me interesaría? Ahí me encontré con la experiencia de la Unidad Popular. No me encontré con Chile en general, me encontré antes con el periodo de la Unidad Popular, que en Francia tuvo mucho impacto en la Izquierda, y en base a eso, revisando historiografía, me di cuenta que de esa experiencia de los cordones había muy pocas cosas. Así, luego, vine a vivir acá hasta hace un tiempo. Ahora me siento franco-chileno, pero ésa es una consecuencia de mi interés por investigar la Unidad Popular.

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