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La memoria de los vencidos

Columna de opinión por Mariana Zegers
Jueves 16 de marzo 2017 7:31 hrs.


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¿Cómo se gestan las memorias colectivas?

En Chile tenemos memorias colectivas diversas y fecundas, en sus formas y contenidos. Evidenciamos sus expresiones en las artes visuales, la arquitectura, la música, el cine, la danza y la literatura; en las ciencias sociales y jurídicas, en las comunicaciones, en las ciencias duras. Evidenciamos su presencia en el ámbito familiar, en las organizaciones sociales de base, en los oficios y profesiones, en las distintas instancias educacionales.

La memoria se construye y reconstruye, en su disonancia, en su divergencia; sin aplacar su inherente carácter controvertido.

La historia de nuestros revolucionarios vencidos se cuenta, se conoce, se reivindica. Y al introducir el dominio conceptual de la revolución solo quiero atenerme a una definición amplia, sencilla e inspirada en la definición lexicográfica: un cambio profundo, probable pero no necesariamente violento, en las estructuras políticas, económicas y sociales de una comunidad. Y sin olvidar que ello entraña un cambio en las estructuras profundas de pensamiento y conciencia de cada sujeto; revolución interior como causa y consecuencia, origen y resulta, de la exterior.

¿Cómo sería nuestro futuro si los vencidos hubiesen elegido callar? ¿Qué nos depararía el futuro, si sólo contásemos como legado con la historia de los que vencen en las guerras, de aquellos proyectos triunfantes en sus ámbitos disciplinares, sociales y territoriales?  ¿Qué tipo de sociedad seríamos si solo contásemos con la memoria de los vencedores del 73 y de quienes consideraron que la represión era un mal necesario, el único modo de aplacar el “caos” social?

El trabajo de memoria en el que tanta gente se ha comprometido es lo que nos lleva hoy a ciertos consensos sobre el pasado que, si bien son insuficientes, representan un avance respecto de hace 20 años atrás. No hay que olvidar que en el marco de un retorno a la democracia a medias, negociado y con pistola sobre la mesa, a Pinochet lo tuvimos de Comandante en Jefe del Ejército y luego de senador vitalicio hasta que, en octubre de 1998, la justicia extranjera dio a los poderes del Estado chileno unas cuantas lecciones, deteniendo a Pinochet en Londres. Sin embargo, y a pesar de que murió impune, su reputación quedó merecidamente enlodada por el reconocimiento general de sus crímenes de lesa humanidad y de sus delitos económicos. Porque Pinochet, o Daniel López, no sólo menoscabó la dignidad de Chile; también robó su dinero.

Toda la verdad, justicia y reparación que se ha alcanzado ha sido a punta de lucha, riesgo y tesón. Este universo de activistas de la memoria y los derechos humanos es nutrido y heterogéneo: medios periodísticos como revista Análisis y tantas otras, los sobrevivientes y resistentes,  los ex presos, los familiares de ejecutados políticos y detenidos desaparecidos,  los organismos de derechos humanos y movimientos sociales. Todos contribuyeron en la denuncia, investigación y develación de los crímenes de la Dictadura; todos lucharon por el fin de la misma.

Hoy queremos creer que Chile de a poco se despereza y se moviliza;  que cada vez con más fuerza se manifiesta y organiza contra el legado de la Dictadura, visible y palpable en este sistema desigual, en la imposición del neoliberalismo extremo, en la privatización de servicios básicos que el Sistema Internacional de Derechos Humanos proclama como derechos irrenunciables, imprescindibles, imprescriptibles, inalienables.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.