“Hace casi treinta años que indagamos el tema de la contaminación atmosférica y que alarmamos las autoridades, sin que hagan caso a nuestras advertencias” asesta el profesor Raúl Morales, director del Centro de ciencias ambientales en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile. Los datos, disponibles desde hace varios años, son inapelables: Santiago forma parte de las ciudades que cuentan con los mayores índices de contaminación atmosférica en el mundo. Según la OMS en 2014, lideró el ranking de la ciudades de ingreso medio-alto más contaminadas con Material Particulado de América. El principal problemas son las llamadas partículas finas (MP10 y 2,5), provenientes principalmente del sector del transporte (48%), de las emisiones residenciales (38%) y de la industria (21%)[1].
“Santiago es una ciudad condenada a la contaminación de su atmosfera” señala Raúl Morales. No solo la imposibilidad de ventilarse atentan contra la pureza del entorno: su latitud (en el grado 30) la hace poseedora de niveles altos de presión, los cuales generan un efecto bloqueador que impide la dispersión de las emisiones contaminantes. En invierno, este fenómeno está fortalecido por la “inversión térmica”, formación de una capa de aire fría a 300 metros sobre el suelo y que inhibe los movimientos verticales de aire. Así, la nube tóxica se mueve por la cuenta santiaguina, siguiendo un recorrido estable: Las Condes, Santiago, y a medida que las partículas tóxicas se aproximan al suelo, recorre el Noroeste de la ciudad, entre las poblaciones de Pudahuel y Quilicura, dónde acampa durante la noche dejando con ella los más altos índices de toxicidad, según detalló el experto.
La prevención evitaría un 25% de muertes por contaminación
El doctor Andrei Tchernitchin, renombrado por ser unos de los más distinguidos especialistas chilenos de los efectos de la degradación del Medio Ambiente sobre la salud humana, hace hincapié en las anormales altas tasas de enfermedades broncopulmonares que caracterizan a la población capitalina.
El investigador recalca que las consecuencias no solo proceden de una exposición crónica al aire contaminado por las partículas finas, también existe el riesgo ligado a una exposición “aguda” – que puede ser de solo unas horas – a la nube tóxica, la cual perjudica de inmediato la integridad física del paciente, hasta provocar su muerte en un plazo de uno a tres días por infarto.
El riesgo sube para las poblaciones vulnerables: niños, ancianos y embarazadas padecen las peores consecuencias de la toxicidad del aire capitalino. En el caso específico de las gestantes, el riesgo mayor lo corre el feto, cuyas células en formación pueden verse modificadas genéticamente producto de la contaminación, alterándose – de por vida – el funcionamiento de células responsables de la producción de ciertas hórmonas (fenómeno llamado “imprinting”, “modificación epigenética” o “reprogramación celular”, que intuye una modificación de la actividad del ADN pero sin alterar su secuencia). Dicho cambio de su metabolismo es susceptible de ocasionar de forma diferida el desarrollo de enfermedades como cánceres, disturbios sexuales y hormonales, entre otras.
Con los riesgos sobre la mesa, Tchernitchin recomienda limitar la inhalación de aire excesivamente contaminado. Una opción, dice, es impedir toda actividad física intensa para prevenir el incremento del volumen de aire respirado durante los momentos de máxima toxicidad.
Por décadas, el médico le ha exigido al gobierno que proporcione a la ciudadanía información por hora sobre el nivel de contaminación en cada una de las comunas de la región. Además de generar alertas, con fines de información y transparencia. Estima que al seguir estas advertencias, se evitarían hasta un 25 por ciento de las muertes por contaminación atmosférica, lo que equivale a entre dos y cuatro personas al día.
Si bien el ministerio de Medio Ambiente de la administración de Michelle Bachelet diseñó una página con datos de calidad de aire, los informes están atrasados, son poco valorizados, y sobre todo poco ocupados, acusa el profesional.
La indiferencia estatal
Asimismo, la actitud de las autoridades correspondientes, los Ministerios del Medio Ambiente y de la Salud Pública, suscita una sensación de incomprensible indiferencia, tanto en tratar de solucionar el problema de raíz, como en cumplir con su misión democrática de permitir que cada ciudadano goce de un entorno no contaminado.
El último jueves 16 de marzo, a menos de 45 días de su programada entrada en vigencia, se informó que el Plan de Descontaminación de Santiago había sido retirado de tramitación para ser revisado por la Contraloría. A juicio de los especialistas, este accionar da cuenta del nivel de deficiencia y despreocupación sobre la situación de emergencia que se va a repetir y agudizar en menos de tres meses. En invierno, nuevamente, la ciudad estará “protegida” por el antiguo plan antiesmog, el mismo que impera desde hace siete años.
Las críticas al modelo no se hacen esperar. Morales y Tchernitchin subrayan la superficialidad de la normativa. Una ligereza que suele ser, por desgracia, crónica en los abundantes últimos planes llevados a cabo.
Entrevistado cuando era subsecretario, el ahora ministro de Medio Ambiente, Marcelo Mena, alardea sobre sus propuestas descontaminantes: entre otros, la prohibición del uso de los calefactores a leña (que representan el 13% de las emisiones de MP10[1]) en el Gran Santiago, y la implementación de normas “mucho más exigentes para el sector industrial”, sin dar más detalles de su contenido.
Pobreza y contaminación: el nuevo eje de la desigualdad
En Santiago, los sectores populares “están doblemente castigados” según explica Raúl Morales. En primer lugar por su ubicación geográfica, la más impactada por la nube tóxica. En segundo lugar porque, por sus escasos recursos económicos, sus habitantes deben ocupar los calefactores más contaminantes.
Con esa ecuación, el aire está corrompido adentro y fuera de los hogares. “El Estado tiene una obligación política y moral de darles acceso efectivo a energías limpias porque se trata de poblaciones que piensan antes en cómo van a alcanzar a comer” que en la forma de calefaccionarse, argumenta el profesor.
El experto recomienda que, por ejemplo, en Pudahuel y Quilicura se garantice el acceso a las energías limpias. Para ello, es necesaria la reducción en el precio de la electricidad para avanzar en la recuperación de la calidad del aire en esta zona.
Además, solicita la finalización inmediata del sistema de monitoreo vigente. El académico de la Universidad de Chile acusa que las estaciones solo funcionan en tres cuartas partes de la ciudad, pero deja afuera a Maipú por falta de voluntad política. Curiosamente en esa comuna se emplaza la planta de tratamiento de aguar servidas, también uno de los más grandes vertederos de la ciudad.
Por último, vuelve a llamar las autoridades a repensar de forma cualitativa la organización urbana de la ciudad, empezando por congelar completa y definitivamente la expansión urbana, que aumenta los tiempos de transportes – unas de las principales fuentes de emisión de contaminantes -, con el fin de orientar el ordenamiento territorial hacia la densificación de las viviendas.
El doctor une su voz a los grupos emergentes de estudiantes y profesionales (tal como el CEPUET, formación en estudios urbanísticos de la Universidad Católica) que instan al gobierno promover la planificación urbana en Chile de forma global y local, potenciando las comunas y comunidades que están limitadas por falta de recursos, con el objetivo de lograr un ordenamiento que compagine desarrollo sustentable e integración social.
Morir por respirar
Es entonces innegable la debilidad de las respuestas por parte del gobierno ante la gravedad del tema de la contaminación atmosférica en nuestra capital. Da cuenta de un profundo problema, que más allá de la mala fe de los funcionarios competentes, es institucional, y desgradaciadamente se arraiga en una larga tradición política. ¿Es una casualidad que en Santiago, ciudad-laboratorio del neoliberalismo excluyente, cuesta aprehender los problemas de gestión de la contaminación y de la planificación desde una perspectiva pública y no desde una filosofía de mercado? Solucionar el tema de la contaminación atmosférica requiere identificar que la calidad del aire no puede ser un bien que se compre, porque no todos participamos en generarla de la misma manera, y todos no somos afectados proporcionalmente a esta participación. En este sentido, es imprescindible que los más pobres y afectados reciban un apoyo gubernamental adecuado, y que se repiense la ciudad para generar menos efectos adversos que impactan a todos por el enriquecimiento de algunos, reflexionan los expertos.
[1] Según el Ministerio del Medio Ambiente