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Vicente Bianchi: “Llegar a los cien años a medio morir saltando, ¿para qué?”

El destacado pianista falleció este lunes a los 98 años. Ante ello, rescatamos este artículo publicado originalmente en abril de 2017. En la entrevista el músico repasa su carrera y su relación con figuras como Violeta Parra y Claudio Arrau. 

Rodrigo Alarcón

  Viernes 14 de abril 2017 15:11 hrs. 
VB

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Vicente Bianchi vive en La Tonada. No es una exageración ni una metáfora, sino un hecho: así se llama la casa que ocupa hace décadas al oriente de Santiago, en La Reina, una construcción de estilo chileno donde los primeros que reciben al visitante son dos pequeños perros que revolotean por todos los rincones. Adentro, al fondo de un largo pasillo, Vicente Bianchi sigue trabajando como lo ha hecho durante la mayor parte de sus 97 años de vida, cumplidos en enero pasado. “Lo que estoy haciendo es ordenar todas mis cosas, porque tengo mucha música. Es una vida entera escribiendo notas”, dice de entrada.

“Estoy escribiendo todas mis partituras de piano, de coro, sinfónico, cuanta cosa hay, además de las cosas nuevas que estoy preparando. Estoy trabajando casi más que antes, porque me doy cuenta de que el tiempo corre demasiado. Estoy trabajando en todo lo que puedo, pero me canso tanto. Me canso, me canso, estoy muy complicado con mis años”.

Sus años en la música son muchísimos. Nacido en una casa ñuñoína con piano, Vicente Bianchi comenzó a estudiar a los seis años y a los once ya había entrado al antiguo Conservatorio de la Universidad de Chile, donde además de ese instrumento, aprendió composición y dirección orquestal.

Tocando piano a los seis años.

Tocando piano a los seis años.

Esta última función fue la que lo apasionó definitivamente: se hizo conocido sobre todo como director de orquestas que actuaban en la era dorada de la radiofonía. Así viajó a países como Argentina, Perú y Uruguay, y grabó con Lucho Gatica, Pedro Vargas, Malú Gatica, Los Huasos Quincheros y Sonia y Myriam, entre muchos otros. Como compositor, su nombre está amarrado a obras emblemáticas: las Tonadas de Manuel Rodríguez, la Misa a la chilena, la Misa de la Cruz del Sur y el Te Deum que él mismo hizo por años en la Catedral Metropolitana. También se ha dedicado al cine (Ayúdeme usted compadre, por ejemplo) y hasta a los himnos de clubes deportivos: arregló el de la Universidad Católica y con su orquesta también grabó el de la Universidad de Chile.

El trabajo, dice Vicente Bianchi, lo anima. Cuenta que está preparando una obra que homenajea a las mujeres del siglo XX: a la primera aviadora, a las primeras mujeres que estudiaron medicina, a muchas artistas. “Sobre todo de comienzos del siglo, que son las más interesantes”, afirma. Luego entra en detalles: “Tengo 20 estrofas hablando de las mujeres del 900, de todo lo que han hecho y lo que han aportado a este país, imagínese. Es una curiosidad, pero vale la pena, porque por Dios que ha habido mujeres buenas en este país. La gente ni sueña los nombres que van a encontrar ahí. Y le cuento que todavía no son todas, porque si sigo escribiendo, va a ser una letanía tremenda. Quiero que salga luego, terminarla ahora y tirarla dentro de un mes”.

“Una cosa que llega no más”

De diversas formas, la vida de Vicente Bianchi se transformó el año pasado. Luego de 17 postulaciones fallidas, recibió el Premio Nacional de Artes Musicales. Ya se había transformado en una curiosa tradición: postulaba todos los años, pero siempre el reconocido era otro y la prensa recogía sus quejas.

Ahora Vicente Bianchi está contento, “aunque tengo más pega que antes”, dice entre risas: “Lo que pasa es que me llaman, me llegan invitaciones, me piden entrevistas, hay una cantidad de cosas que han pasado. Pero estoy contento, de todas maneras. Acá en mi casa estuvo la señora Presidenta, la ministra, incluso vino (Leonardo) Farkas, que estuvo tocando acá”, sonríe, indicando el piano que ocupa el living de su casa, pero que ha dejado de usar en el último tiempo.

Con Lucho Gatica en Buenos Aires.

Con Lucho Gatica en Buenos Aires.

Con Lola Flores en Lima.

Con Lola Flores en Lima.

– ¿Qué sensación tiene ahora sobre el premio? ¿Lo ha ayudado?

– Me ha servido como homenaje, pero hasta ahí llega. El chileno es muy olvidadizo. En todo caso, tengo muchos otros premios. Tengo premios de la Iglesia, del Perú. Todo esto -dice indicando los premios que adornan su casa- más lo que está guardado, montones de cuadros, de afiches. Ya no hay dónde ponerlos. Por eso yo digo: cuando me muera, ¿qué van a hacer con todo esto? No sé adónde los van a guardar.

– ¿Es un premio más entonces?

– ¿Sabe qué pasa? Que fueron 17 veces, entonces al final uno lo toma como una cosa que llega no más. Cuando no me lo daban, toda la gente venía aquí poco menos que a condolerme, porque encontraban que no era justo. Yo me quedaba tranquilo y seguía trabajando, hasta que pasaban dos años y otra vez la misma cosa. Esta vez ya casi no me sorprendió. Vino mucha gente y todos me decían que me lo iban a dar, así que cuando llegó la noticia, se armó la gran fiesta. Fue bonito.

– ¿Usted siente que su música ha sido valorada en Chile?

– Ha sido valorada, pero hasta por ahí no más. La gente conoce toda mi obra con Neruda, algunos cantan los versos y todo. También la música religiosa. Yo hice el Te Deum a pedido del mismo cardenal (Raúl) Silva Henríquez. A él le gustaba mucho la cueca al final y una vez no la puse, porque me dio no sé qué, porque la gente se resistía. Después él me llamó la atención, me dijo: oiga, Vicente, usted me tiene hincado, rezando, esperando escuchar la cueca ¡y no me la toca! Bueno, le dije, me dio miedo, porque lo voy a poner a usted en un plano poco formal. No, me dijo, de todas maneras hay que ponerla. Pero bueno, sí, me siento valorado, yo veo que la gente no me ha olvidado.

Firmando contrato en Radio El Sol de Lima.

Firmando contrato en Radio El Sol de Lima.

El año pasado a Vicente Bianchi también le pasaron otras cosas. Una la recuerda con amargura: se cayó y se quebró la cadera, así que ahora le cuesta caminar y se cansa rápidamente. “Estoy recuperándome, pero esta recuperación me lleva muchos problemas, porque son muy pocas las invitaciones que puedo hacer. Tengo que andar con este burro o con silla de ruedas. A veces, cuando es un lugar demasiado plano, voy con bastón, pero de todas maneras es difícil, complico a mucha gente con mi enfermedad. Antes, agarraba mi auto y partía”.

Con ese ánimo, sin ni siquiera preguntárselo, Vicente Bianchi dice que no ambiciona cumplir los cien años que celebraría en 2020. ¿Por qué? “Lo pienso y digo, ¿iré a llegar a cien? Si sigo en este estado, prefiero no llegar. La cabeza todavía la tengo buena para seguir escribiendo, para conversar. Tengo amigos que han quedado en el camino de mala forma, con Alzheimer, que es terrible. Yo estoy salvándome del Alzheimer, estoy salvándome de tantas cosas, pero llegar a los cien a medio morir saltando, ¿para qué? Bueno, no son buenos los presagios, pero… no sé, no sé, no sé”.

“Más vale ni hablar de política”

A pesar de su avanzada edad, Vicente Bianchi continúa atento a lo que sucede a su alrededor. No solo trabaja en su música, no solo ordena parte de sus archivos. Incluso sigue atento a la política, de la que habla con cierta reticencia: “Yo habría votado por Lagos -dice, apenas un día después que el ex Presidente bajara su candidatura. Él me ha favorecido mucho. Hace años me dieron una pensión de gracia que me ha servido mucho y después he tenido varios encuentros con él, favorables desde luego. Nos hicimos casi amigos ya, conversando, entonces yo iba a votar por él. Ahora no sé”.

“Con Piñera, cuando estuvo en la Presidencia, nunca pudimos hacer nada. Yo quería hacer algo, pero no fue muy favorable el momento. Yo conocí al padre de Piñera y enseguida a él como Presidente. Incluso antes de ser presidente, cuando era senador, le pedimos una ayuda, cuando estábamos trabajando por la cuestión de los derechos de autor, pero no fue muy efectivo. Había mucha pelea en ese tiempo”.

– ¿Va a ir a votar igual?

– Sí, pero todavía no sé… el único que me iría quedando sería Piñera. La niña Goic no me gusta. La Democracia (Cristiana) va a quedar muy sola y no tiene fuerza. Yo siempre he sido demócrata cristiano, porque conocí a (Eduardo) Frei padre, con él hicimos la marcha (“Sol de septiembre”) y todas las canciones políticas de ese tiempo. Y a este hombre, este otro que es candidato…

– Guillier.

– Yo conocí al padre, cuando éste todavía no nacía, y ahora me sale candidato a la Presidencia -se larga a reír. Él no es político, siempre ha sido periodista. Muy bien informado siempre, sí, pero no es para un cargo de Presidente.

– ¿Ha militado en la DC?

– No soy del partido, pero sí simpatizante. Me pidieron, pero les dije que no me quería meter en política, porque me iba a quemar y en la música me podía resultar todo al revés. Siempre fui DC, por Frei, tengo ahí todas sus cosas, los discos de lo que se cantaban en ese tiempo. Ahora no hay ni canciones siquiera.

Grabando para Odeon.

Grabando para Odeon.

– Y luego conoció a Pinochet, ¿no?

– A Pinochet lo conocí. No era del gobierno, pero me llamaban porque el coro era el único que tenía cosas chilenas, entonces nos contrataban para cada presentación por ahí. Con Pinochet siempre nos veíamos así… “hola” (hace el gesto, como saludando a la distancia). La familia de su mujer es del norte y mi mujer la conocía a ella. Yo nunca tuve ni amistad ni nada, sino que de lejos, “hola”. Con doña Lucía estuve después, pero nunca más la vi.

– ¿Usted fue partidario de él?

– De algunas cosas, sí. Es que con Allende la cosa estaba muy mal, se veía venir. Justamente, nos habíamos venido a esta casa, que estaba sin terminar, y pongo la radio a las ocho de la mañana y dicen que está la revolución. Escuchamos el himno nacional, empezó el asunto y desperté a mi mujer para decirle que estábamos en revolución. Ahí se armó la grande. Bueno, el resto todos lo saben. Mire, hemos hablado hasta de política.

– ¿No le gusta hablar de política?

– Es que como está la cosa ahora, más vale ni hablar de política, que se quemen los otros. Yo lo único que cuido es mi profesión, mi música, que la he hecho por Chile, con muy poca ayuda del gobierno, nada más con esa ayuda de Frei al comienzo. Cuando salió Frei padre yo estuve trabajando con él, incluso tuve una oficina en La Moneda, hacíamos trabajos de música, de poesía, había un grupo grande que trabajaba, me acuerdo cómo era La Moneda por dentro antes. Había vitrales con los escudos de todas las ciudades de Chile, todo eso se acabó, no quedó nada.

Violeta, Neruda y Arrau

En casi un siglo de vida y carrera musical, Vicente Bianchi ha conocido a innumerables personajes. Acá, sus recuerdos de solo tres figuras de la cultura criolla del siglo XX.

“Con Violeta íbamos a grabar”

No fuimos amigos íntimos, pero la conocí y estuve con ella en la carpa de La Reina, que era puro barro en invierno. Una vez nos encontramos en la costa y la traje en mi auto con sus hijos, la Isabel y el Ángel, que era un cabro chico y ahora se fue antes que yo. Los iba retando, les echaba garabatos, era buena pa la… También estuve en una casa que tenía acá en La Reina, de Vespucio para adentro. Era tan divertido, porque el jardín no era de pasto, sino que eran matas de choclo. Otra vez me la encontré en una fiesta, donde estaba con su hermano Nicanor y la mujer de él. Y en otra ocasión nos invitó a almorzar, con mi mujer, a un departamento donde vivió, en la calle Dieciocho. Ahí se portó muy bien y me regaló una foto autografiada.

Después de su viaje a Europa llegó muy bien cacharpeada, con un abrigo de astracán, tremendamente grandota, e íbamos a grabar juntos. Nos pusimos de acuerdo con Rubén Nouzeilles, que era director de Odeón. Yo iba a ponerle orquesta a cosas de Navidad y algunas historias populares que ella tenía. No habíamos elegido el repertorio todavía, sabíamos que íbamos a grabar, pero hasta ahí llegó. No pasó mucho tiempo y se pegó su balazo, así que se acabó el encuentro. Nunca se supo por qué se fue, nunca ha quedado claro.

Con Violeta Parra y Sonia y Myriam.

Con Violeta Parra y Sonia y Myriam.

“Neruda era bueno para la talla”

Con Neruda fuimos tan amigos. Todo nació por las Tonadas de Manuel Rodríguez. Yo no lo conocía, pero hubo una persona que hizo un contacto para conocerlo en una comida. Ahí llegó la Silvia Infantas con su grupo, cantaron un esquinazo y entramos adonde había un piano. Yo empecé a tocar las Tonadas de Manuel Rodríguez y Neruda ni se inquietaba, porque no sabía de qué se trataba, hasta cuando cantamos la tonada. Ahí empezó a tomar interés y al final me abrazó y me dijo: “esto es lo que yo soñé toda la vida, que mis versos lleguen al pueblo, porque hoy me lee pura elite y yo quiero llegar al pueblo”. Ese día conversamos y nos quedamos hasta como las dos o tres de la mañana. Salimos abrazados, nos pusimos de acuerdo en hacer otros versos y al otro día ya me había mandado más: me mandó Carrera, O’Higgins, a la bandera de Chile, una cantidad de cosas.

Neruda era un tipo muy grato, bueno para la talla. Yo fui tantas veces a Isla Negra. Él se ponía un delantal de cocinero, con gorro y todo, y atendía a los invitados. Se celebraba todos los años, no dejaba pasar los cumpleaños, y una vez puso un bus que salía de Plaza Italia a Isla Negra, para todos los que no tenían auto. Otro año, cuando estaba aquí en La Chascona, en la mañana llegaba toda la gente, políticos, obreros, y al mediodía había empanadas y unos chuicos de vino tinto. Terminaba esto, a almorzar, después él dormía su larga siesta y en la tarde terminábamos tomando whisky jajaja. Era genial, tenía cada cosa.

Con Pablo Neruda.

Con Pablo Neruda.

“Todos queríamos ser Arrau”

A Arrau lo había ido a escuchar de niño al Teatro Municipal. En ese tiempo, toda la gente que estudiaba piano queríamos ser Arrau. Mi mamá me decía: tú tienes que ser un segundo Arrau. Después, cuando estaba en Buenos Aires, trabajando en Radio El Mundo, una señora muy rica de allá me invitó a un almuerzo y estaba Arrau. Había una niña que cantaba, una soprano, que quería que él la recomendara para estudiar en Europa, pero no había quién la acompañara. Le pidieron a Arrau, pero él dijo que no tocaba a primera vista, entonces todos me quedaron mirando a mí y me echaron a los leones. Nunca he sufrido más, nunca he sudado tanto como ese día. Al final, la acompañé con un trozo lírico que ella llevaba, hubo aplausos y Arrau vino a saludarme. Me preguntó si era chileno, dónde y con quién había estudiado, qué estaba haciendo allá. Me felicitó, porque encontró que el piano lo pulsaba muy bien. Me dio un abrazo, me deseó mucho éxito y nos dejamos de ver. Después, vino a Chile y Frei lo invitó a un té en La Moneda. Ahí estuve, lo saludé, pero fue la única otra vez en que lo vi.

Foto principal: Rodrigo Alarcón.
Fotos interiores: vicentebianchi.cl.
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