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Año XVI, 29 de marzo de 2024


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El nacionalismo económico de Trump

En efecto, menos de la mitad de los ciudadanos estadounidenses llevaron a Trump a la Casa Blanca merced al régimen indirecto vía delegados que rige en la nación del Norte, pero son aquellos quienes están redefiniendo la historia en materias de organización económica, política y hasta geopolítica.

Roberto Meza

  Lunes 24 de abril 2017 16:01 hrs. 
U.S. President Donald Trump delivers his first address to a joint session of Congress from the floor of the House of Representatives iin Washington, U.S., February 28, 2017.  REUTERS/Jim Lo Scalzo/Pool

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Que los vectores tradicionales que conjugaban el verbo de las diversas escuelas político filosóficas y partidos del siglo XX en el mundo están en punto de inflexión -sino de profunda transformación global- lo demuestran recientes hechos como la donación de US$ 500 mil que hiciera el Gobierno bolivariano de Venezuela al financiamiento de la ceremonia de asunción de Trump, o el papel, como líder del libre comercio internacional, que ha asumido la comunista China Popular, tras el arribo del nuevo presidente norteamericano, entre otros sucesos.

En efecto, menos de la mitad de los ciudadanos estadounidenses llevaron a Trump a la Casa Blanca merced al régimen indirecto vía delegados que rige en la nación del Norte, pero son aquellos quienes están redefiniendo la historia en materias de organización económica, política y hasta geopolítica. Así, mientras los afectos de Rusia y de su líder máximo, Vladimir Putin, por el empresario, pasan del amor al odio en horas en el conflicto de Siria, la sensatez parece encarnarse ahora en Beijing quien solicitó a EE.UU. contenerse en sus arrebatos en contra Corea del Norte, fenómenos difícilmente previsibles hace poco más de 100 días.

¿Cómo ocurrió esta deriva desde la crisis sub-prime de 2008 hasta la instalación de un gobierno nacional proteccionista en la Meca de las libertades? Más allá de las razones estructurales del proceso, analistas han puesto su atención en Steve Bannon, quien, desde la dirección de una web de ultra derecha -Breibart New Network- y la de un documental sobre Sarah Palin, (“La Invicta”) llegó a ocupar un cargo en el Consejo de Seguridad Nacional -del cual fue relevado la semana pasada-, y la jefatura de Estrategia de la Casa Blanca, puesto en el que continúa y desde el cual mantiene gran influencia sobre las decisiones de Trump.

Y aunque se ha dicho que es un supremacista blanco y admirador del fascismo, Bannon prefiere ser calificado como un “nacionalista económico”, un paquete de ideas que se aparta de la línea tradicional de los conservadores americanos libremercadistas, y se parece más a la de populistas europeos, proteccionistas y contrarios al ‘globalismo’, postura que supone alzas de aranceles a las importaciones, subsidios a la producción interna, fuerte inversión estatal en infraestructura, reducciones de impuestos y lucha antinmigración. Un mensaje que llega bien a segmentos de izquierdas y derechas y que en las últimas elecciones arrastró hasta bastiones tradicionales demócratas en el apoyo a Trump.

Como se sabe, el proteccionismo inspirado por Bannon tuvo efecto casi inmediato tras la asunción del empresario al sillón de Lincoln, con la retirada de EE.UU. del Acuerdo Trans-Pacífico (TPP), uno de cuyos mayores críticos, curiosamente, era el Nobel, Joseph Stiglitz, un economista de referencia de las izquierdas. En la portada de esta semana, en tanto, Breibart New Network destaca como frase del Presidente: “Si no nos tratan justamente, termino con el Nafta”, tratado de comercio entre EEUU, Canadá y México que, según Bannon, destruye puestos de trabajo estadounidenses al eliminar barreras a la internación de productos más baratos desde México.

En la visión de Bannon, el ‘globalismo’ ha llenado Estados Unidos de productos chinos e inmigrantes mexicanos que han “destripado” a las clases populares nativas del país, una mirada calcada de la que propició el Brexit, cual es recuperar el control del país frente a fuerzas externas incontrolables. La noción de que la globalización generó enormes beneficios que no se han transmitido hacia abajo ha sido el caldo de cultivo para un mensaje que Bannon y sus afines se encargaron de transmitir a través de Breitbart mucho antes de llegar al equipo de Trump, prácticamente, desde el final de la Guerra Fría.

Bannon tampoco oculta que, en su opinión, los inmigrantes son parte del problema y los responsabiliza del empeoramiento económico de los trabajadores norteamericanos. Se le considera, pues, uno de los cerebros detrás de la propuesta de construir un muro con México, así como de las medidas para que éste sea quien asuma el costo indirectamente, si se niega a hacerlo directamente, a través de una tasa adicional del 20% a las exportaciones mexicanas a EEUU y limitando el envío de remesas de EEUU a México. Rechaza, asimismo, los eventuales beneficios de una inmigración legal y cualificada y está detrás de la propuesta para limitar los visados H1-B con las que ingenieros y científicos de diversas nacionalidades han llegado a Norteamérica, hecho que ha provocado duras protestas de los gigantes tecnológicos de Silicon Valley. Bannon estima que ‘inmigración cualificada’ ha inundado los campus americanos de estudiantes asiáticos que luego acaparan los mejores puestos del país, empujando a los locales a la precariedad laboral.

Y aunque niega ser racista, parece difícil que medidas como la prohibición indiscriminada de ingreso a inmigrantes de países musulmanes responda a criterios puramente económicos, pues Bannon ha identificado el momento actual con la situación narrada en la novela francesa “El Desembarco”, en la que cientos de miles de refugiados indios entran en Europa y terminan por destruir la civilización occidental.

El mal estado de las infraestructuras en EE.UU. es tema recurrente en el país y el plan de inversión federal en redes de transporte terrestre, aéreo y marítimo fue de las pocas coincidencias en las campañas de Trump y Clinton, con la sola diferencia del monto: Clinton propuso una inversión federal de 275 mil millones de dólares, mientras Trump-Bannon la llevaron a 1 millón de millones de dólares.

Este enorme plan de estímulo económico es, en todo caso, contradictorio con la reducción de impuestos, pues, disminuir la recaudación y a la vez aumentar el gasto, implica más deuda -que ya supera el PIB anual-, más inversión extranjera y fortalecer el dólar, lo que a su turno reduce exportaciones, aumenta el déficit comercial, al tiempo que la baja del comercio internacional asociado a las políticas proteccionistas haría bajar la demanda de ferrocarriles o astilleros que Trump-Bannon, quieren reactivar.

Como corolario, los analistas recuerdan que última vez que EEUU intentó proteger a los trabajadores norteamericanos entorpeciendo las importaciones (Ley Smoot-Hawley, de 1933) lo único que consiguió fue profundizar la Gran Depresión. A mayor abundamiento, la reacción en cadena de un alza de aranceles norteamericana repercutiría en todo el mundo, y la ganancia de empleos industriales -ya fuertemente automatizados- sería insignificante respecto de las pérdidas asociadas a una paralización adicional del ya alicaído comercio mundial.

Así, Bannon, si bien no ha conseguido “Make America Great Again”, ha logrado redefinir los tradicionales frentes de batalla de la política norteamericana, incidiendo también en otras áreas del orbe: ya no se trata de conservadores republicanos frente a liberales demócratas, sino nacionalistas frente a globalistas, mientras en Europa el debate muta desde el eje izquierda-derecha hacia el choque entre partidos tradicionales y populistas de izquierda y derecha. Una interesante lección para Chile.

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