Las fotografías de archivo muestran un rostro todavía adolescente. En julio de 2011, el pianista Gustavo Miranda tenía 20 años, estudiaba en la exclusiva Julliard de Nueva York y hace una década que había ganado el Premio Claudio Arrau, pero su aspecto seguía siendo casi infantil. Una promesa del piano, repetían los artículos de la época, para hablar de su debut junto a la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile, con la que tocó el Concierto N° 2 de Brahms.
Seis años más tarde, Gustavo Miranda volverá este fin de semana al Teatro Universidad de Chile para tocar junto a la Sinfónica. Esta vez interpretará la Rapsodia para un tema de Paganini, de Rachmaninoff, y aunque sigue siendo el pianista delgadísimo de aquellas fotografías, tiene un aspecto más adulto. Luego de un ensayo, luce una chaqueta levemente brillante, una barba tupida y una buena cantidad de timbres en el pasaporte: en las últimos temporadas no solo ha tocado en Nueva York, donde se quedó a vivir, sino también en Cartagena de Indias, en Gijón o en una ciudad tan lejana como Taipei.
A él, sin embargo, le parece que esta no es una etapa muy diferente: “Lo que pasa es que uno siempre cambia mucho, de concierto a concierto o de un día a otro, incluso. Eso es lo genial de la música: al tocar, estás constantemente recreando, a ti mismo incluso. Siempre estás en etapas distintas y eso hace que uno se sienta activo todo el tiempo. No tiene que ver con la edad: conozco músicos de 90 años que tienen más juventud que yo”, dice sentado en una de las butacas del teatro, al que volverá la próxima semana, para abrir un ciclo de piano con obras de Haydn, Albéniz, Fauré y Soro, entre otros compositores.
Lo primero son los conciertos de este fin de semana, en que la orquesta será dirigida por el catalán Josep Caballé Domenech para un programa que también contempla obras de dos autores checos: El Moldava, de Bedrich Smetana, y la Sinfonía N°8 de Antonín Dvorák. Entre ambas, Gustavo Miranda tocará la Rapsodia de Rachmaninoff, uno de sus pianistas predilectos: “Las grabaciones que hay de él son del sonido más sofisticado que hay del piano, a mi parecer”, afirma.
“La Rapsodia es una de las obras favoritas para el público y para los músicos entre el repertorio para piano y orquesta. Es la última que escribió Rachmaninoff en este género y tiene todas las características de un concierto romántico para piano, pero con una forma inusual. Es un movimiento con 24 variaciones. Rachmaninoff toma el tema del Capricho 24 de Paganini y lo desarrolla, lo lleva a distintos estados de ánimo y estilos, pasa por todo el genio de la composición. Es una obra con influencias del jazz y con el romanticismo propio de Rachmaninoff, especialmente en la Variación 18, con esa famosa melodía que escribió invirtiendo el tema del Capricho de Paganini y poniéndolo en tonalidad mayor. Es una obra con carácter rapsódico, como dice el título, con mucha improvisación y de un virtuosismo inmenso no solo para el piano, sino también para la orquesta”, explica.
¿Qué te han entregado estos diez años en Nueva York?
Es difícil decirlo. Me fui a los 15 años y ahora podría decir que en Chile tuve una formación que es mi parte intuitiva. En Nueva York ya desarrollé lo que hago más conscientemente. No podría decir que los músicos de allá son mejores que los de acá. Donde uno vaya es distinto el approach para la música, algo que valoro. Quizás eso me ha enseñado este tiempo, que si estoy en España, en China, en Colombia, en Chile, cada experiencia tiene una particularidad.
Se podría pensar que al vivir y trabajar allá, estás en un nivel más alto. ¿No es tan así?
No me gusta pensarlo así. El mundo de la música clásica sí es más amplio en Nueva York que en otros lugares. Es una ciudad donde van de Europa, de Asia, se junta todo. Es una metrópoli en todo aspecto y también en la música clásica, que tiene un espacio con el MET, el Carnegie Hall, el Lincoln Center, todo eso es fuerte.
Vivimos en una época hiperconectada, donde es difícil concentrarse por largo tiempo en un asunto. Captar la atención del público, ¿es también es un desafío para un músico?
Es nuestra misión como músicos. Se ha vuelto muy difícil concentrarse por más de cinco minutos, hay mucho teléfono, mucha conectividad. Si uno sale a la calle, no hay mucho espacio para descansar y pensar un poco. La música clásica da esa posibilidad ni siquiera con palabras, sino que a través del sonido. Es un incentivo a sentir emociones. Transmitir eso me parece esencial en lo que hacemos los músicos, comunicar lo que está en las obras. Estas obras fueron escritas en otras épocas, son otras formas de expresión, pero trascienden el tiempo en que fueron escritas y están vivas hoy. Nosotros estamos a cargo de eso.
También se habla mucho del envejecimiento del público de la música clásica y la necesidad de captar audiencias más jóvenes. ¿Cómo ves ese tema?
Quizás es así, pero cuando toco en Chile, veo mucha gente joven, lo que me parece bien. Yo partí tan joven en la música, que es difícil imaginarme sin eso. Yo creo que si los jóvenes tuvieran más acceso, se entusiasmarían.
¿Qué se puede hacer para lograrlo?
La gente de la música clásica está tratando de insertarla de distintas formas. Se trata de quitar esta cosa tan seria, o más bien, esta cosa polite de la música clásica, la formalidad. Se hacen conciertos donde el intérprete le habla al público, explica las obras. Eso me parece bien, pero también me gusta un concierto en que sale el músico y es nada más que música, también disfruto de eso. Creo que puede haber espacio para las dos cosas. La música clásica debe ser accesible, pero es sofisticada y tiene que serlo, no creo que deba perder ese elemento. Es algo que hace pensar, que hace sentir emociones que son muy específicas y así debe ser, es el rol que cumple.
Quizás no sea tan difícil encontrar un equilibrio. En la música, en definitiva, el elemento principal es muy humano, por más sofisticado o intelectual que parezca. Al final, el punto de las composiciones puede llegar a cualquiera. Por ejemplo, el Beethoven tardío puede parecer muy complejo, pero el mensaje que hay en esa música está ligado a sentimientos humanos que todo el mundo va a experimentar. Por otro lado, hay música como esta Rapsodia de Rachmaninoff, que es muy accesible e incluso está hecha para eso. En general, los conciertos de Rachmaninoff están pensados para que haya un público. En los finales es inevitable el aplauso, está pensado así. En esas grabaciones de estudio donde no hay aplausos se siente extraño, incluso, entonces el público es parte de.
Para ti como intérprete, ¿qué es lo más importante al aproximarte a una obra?
Hablando de estilos, Rachmaninoff es parte de una generación de pianistas, con Moriz Rosenthal, Ignaz Friedman o Benno Moiseiwitsch, pianistas de principios del siglo XX que tuvieron acceso a la generación de Liszt o de Chopin, que eran muy espontáneos al tocar. Se improvisaba, nada era exacto con la partitura y eso me parece algo fascinante. Para mí, lo principal tiene que ver con comunicar, con contar la historia al público. Primero, hay que entender el mensaje de la obra. Eso toma tiempo, porque hay que pasar tiempo con la obra, tocarla, escucharla internamente. Yo creo que al final uno se transforma en la obra y la toca. Lo importante es tocarla como si la estuviera escribiendo en el momento. Lo principal es comunicar. No quedarse en la partitura, sino que sacar la música de la partitura.
Programación
La Orquesta Sinfónica tocará a las 19:40 horas de este viernes 26 y sábado 27 en el Teatro U. de Chile (Metro Baquedano).
Las entradas tienen valores de $6.000 a $15.000 para público general, con 40% de descuento para estudiantes, tercera edad y funcionarios U. Chile; 30% para socios Coopeuch y pago con tarjeta Club de Lectores El Mercurio American Express (20% dscto. presentándola). Las entradas están disponibles en boleterías del teatro y en el sistema Daleticket.