Rodrigo González, nacido en el Valparaíso de fines de los ‘60, bajista de los punks alemanes Die Ärzte, se acuerda que cuando niño jugaba a las escondidas, mientras sus padres participaban de mítines políticos y actividades de solidaridad con los exiliados de la dictadura chilena. Eran jornadas de grandes y largas alocuciones, así que los más pequeños, aquellos que habían salido del país casi sin ningún recuerdo almacenado en su memoria, se aburrían. “Jugábamos afuera de los auditorios, corriendo alrededor de los campus de las universidades, mientras nuestros padres escuchaban esos discursos interminables”, dice.
Recuerda también que uno de los más pequeños en esos grupos de niños se llamaba Nahuel López y era hijo de un chileno que había llegado a Hamburgo antes del golpe de Estado, pero que igual estaba ahí. “Él era de los más chicos, así que los más grandes lo cuidábamos”.
En esas jornadas, por cierto, no había solo interminables discursos. Además, había música. Era el norte de Alemania y la dictadura había acabado con el gobierno de la Unidad Popular, pero en esas peñas y manifestaciones se seguían escuchando las canciones que habían escapado también al exilio. Rodrigo González dice también que en las marchas y en los conciertos, con sus padres y su hermana, escuchaba a los grupos de la Nueva Canción Chilena. A veces, los escuchaba muy de cerca: “El Quila y el Inti visitaban Hamburgo con frecuencia y para muchos eventos políticos incluso estuve a cargo del sistema de sonido. En ese entonces, todo era muy DIY (do it yourself, hazlo tú mismo)”.
Esa música era parte de la banda sonora de su infancia, era un lazo con el lejano Chile. Al niño Rodrigo González, no obstante, también lo habían fascinado otras cosas más cercanas. Por ejemplo, cuatro ingleses que tan solo unos años antes habían vivido entre los callejones de Hamburgo: “Básicamente, fueron los Beatles los que me hicieron tomar una guitarra, cuando tenía ocho años”.
Han pasado las décadas desde entonces, pero por estos días Rodrigo González sigue dándole vueltas a toda esa historia. Esta semana estará en Santiago para presentar El viaje, una película en la que él es el protagonista: un músico chileno, conocido en Alemania, que vuelve al hemisferio sur para encontrar cuánto de aquella Nueva Canción Chile persiste en las canciones de los músicos chilenos actuales. ¿Quién dirige la película? El otro niño de esos juegos, Nahuel López, quien estuvo a fines del año pasado en Chile para estrenarla en Festival In-Edit.
En El viaje, Rodrigo González se encuentra con Aldo “Macha” Asenjo (La Floripondio, Chico Trujillo), a quien había conocido en Alemania, y a partir de ese primer encuentro se reúne luego con otros colegas, de generaciones, estilos y regiones diversas: Chinoy, Camila Moreno, Eduardo Carrasco (Quilapayún), Eduardo Yáñez, el charanguista Gastón Ávila y el cantautor Alonso Núñez, con quienes conversa en Santiago, Valparaíso, San Antonio, el lago Lleu Lleu y Puerto Aysén.
“Yo diría que algunas de las cosas que pasan en la película son pura coincidencia. Filmamos sin un guión predeterminado, así que la mezcla musical es producto de la investigación que había hecho Nahuel y de mi gusto personal (en el caso del ‘Macha’, por ejemplo). De todas maneras, desde el principio estuvo claro que yo quería tener música enraizada en la tradición de la Nueva Canción, entonces eso excluyó el hip hop, el metal, el rock, etc.”.
¿Cuánto sabías sobre la música chilena actual antes de viajar para hacer el documental?
No mucho. Por supuesto que conocía a Los Prisioneros, que fueron el primer cassette que tuve en Hamburgo en los ‘80. También sabía de Los Tres, pero perdí contacto con eso al estar muy ocupado en mi carrera musical en Alemania. Yo volví a Chile por primera vez entre el 99 y 2000, pero principalmente fui a visitar parientes y vi algunos shows de Los Jaivas, nada muy contemporáneo. No tuve mucho tiempo de conocer la escena musical, porque tampoco tenía a nadie que me guiara. Luego, en el 2004, tocamos en Chile con Die Ärzte, hicimos tres shows con La Floripondio, pero fue una estadía solo de cuatro días.
Cuando conocí al “Macha”, el 2002 en Berlín, él me dio un montón de cintas y escuchamos algunas cosas nuevas de Chile, que encontré muy interesantes, como Sonora de Llegar, a quienes les mezclé su primer disco en mi estudio, en Berlín. Me involucré mucho en proyectos del Macha y mezclé el primer disco en vivo de Chico Trujillo y también Paria, de La Floripondio, que resultó muy bien.
Ese era mi punto de vista sobre la música chilena actual, pero Nahuel, que es escritor y viaja frecuentemente a Chile, estaba mucho más enterado de lo que estaba pasando, así que cuando hablamos de hacer el documental, ya tenía una lista de músicos sobre los que yo no sabía y que debía conocer durante la filmación.
El único estilo musical del que yo sabía bien antes de ir a hacer el documental era la música sicodélica de Blow Your Mind Records, ¡pero eso ya es otra historia!
En el documental buscas cómo la Nueva Canción Chilena se ha proyectado en la música actual. Con la distancia del tiempo y la película terminada y estrenada, ¿cómo ves esa influencia ahora?
Creo que todavía está ahí, puedes verlo en las entrevistas y conversaciones que tuve con los músicos participantes. Violeta Parra está en su ADN. En una escena, Eduardo Carrasco dice cuál es la esencia de la Nueva Canción Chilena y está en lo correcto: un cruce de estilos musicales latinoamericanos diferentes, hecho desde una cosa muy chilena pero internacionalista, sin fronteras. Es el mundo, visto desde un punto de vista socialmente muy consciente.
La Nueva Canción Chilena era un movimiento marcado por la política. De acuerdo a lo que viste al hacer el documental y lo que hayas visto más tarde, ¿cómo crees que se da hoy esa relación entre la música chilena actual y la política?
La música política es muy fuerte todavía y su relevancia es innegable. Las letras de bandas como Legua York o incluso los clásicos de Los Prisioneros todavía están vigentes. Ellos expresan las cosas que están completamente mal en el país y, a pesar de que Pinochet ya no está, económicamente nada ha cambiado, todavía hay una gran parte de la población que no tiene el dinero ni las posibilidades de participar del bienestar que tienen muy pocos oligarcas.
¿Qué te llamó la atención o te pareció especial de cada uno de las personas con las que hablas en el documental?
Quedé muy impresionado con Chinoy, no tenía idea de él antes de ir para allá pero conocerlo, y especialmente conocer a su gente en San Antonio, cambió toda mi perspectiva sobre él. Eso me permitió ver la profundidad de lo que hace y entender por qué hace música en la forma que la hace.
Otro personaje de la película es “Pajarito”, el músico que aparece con el “Macha” todo el tiempo, sin decir una sola palabra. Él es un músico muy completo, quedé asombrado por su musicalidad. Y por supuesto, los mapuches de Lleu Lleu. Probablemente ese fue el momento más sentido del viaje, su sincera hospitalidad y punto de vista.
A primera vista, El viaje parece un documental musical, pero al verlo uno se da cuenta de que también aborda otros temas: la política, la historia del país, tu propia historia personal, la forma de vivir en regiones, por ejemplo. ¿Estás de acuerdo con esa visión, cómo lo ves tú?
Exactamente, era algo muy fuerte antes que decidiéramos realmente ir a Chile. Todo lo demás hubiera sido como el típico documental con imágenes de postal y música de fondo. O sea, aburrido.
Queríamos tener una cierta profundidad en la película y un punto de vista político era esencial para que la gente de fuera de Chile la entendiera, dando ciertas palabras clave para que el espectador luego investigue por su cuenta. Hay muchos asuntos políticos que están bien documentados en internet y pueden ser hallados por cualquiera que quiera dar una mirada más profunda a Chile, lo que es interesante no solo para los europeos, creo.
¿Dónde verla?
El viaje se exhibirá a las 20:30 horas de este martes en la Cineteca Nacional (Centro Cultural La Moneda, nivel -2), en el marco del Festival de Cine Europeo. Luego de la exhibición, habrá un conversatorio con Rodrigo González y Eduardo Carrasco (Quilapayún). Las entradas tienen un valor de $2.000 (general) y $1.000 (estudiantes, tercera edad y convenios).