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Chile-Perú: los libros de la vergüenza

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Lunes 31 de julio 2017 7:33 hrs.


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Imagine a una biblioteca convertida en un cuartel. No una biblioteca cualquiera, sino que una fundada en 1821 por el libertador José de San Martín y que fuera la depositaria de su colección personal, como también heredera de otras instituciones coloniales, religiosas y republicanas hasta convertirla en una Biblioteca Nacional. Imagine que de pronto aparece un general de Ejército foráneo que ordena a su soldadesca tomar al lugar como propio: de campamento y rancho. La tropa se ufana de la reciente victoria y necesita espacio para acomodarse el largo tiempo que se quedará en la derrotada capital. El general, entonces, ordena vaciar la Biblioteca de sus millares de libros, documentos y objetos, que ahora considera le pertenecen. Parte del botín de guerra será vendido a precio vil en el mercado local, como una manera de hacer dinero para enfrentar ciertos gastos de la milicia, pero la mayor parte iniciará un largo viaje hacia tierras extranjeras que recibirán la dote en un silencio triunfante.

Esta es solo una parte de la historia real de la Biblioteca Nacional del Perú, la que relata lo que sucedió luego de la ocupación por parte del Ejército chileno después del triunfo en la Guerra del Pacífico, bajo el mando del general Pedro Lagos. Sin duda, uno de los actos más violentos y vergonzantes, como es el saqueo de bienes culturales en el marco de una guerra. El Tratado de Ancón de 1883 trajo de regreso a los soldados chilenos pero los libros no fueron devueltos a sus legítimos dueños. El director de la despojada Biblioteca, Ricardo Palma, quien asumiera el rol del “bibliotecario mendigo”, solo recibió de parte del entonces presidente chileno Domingo Santa María 624 tomos, en su calidad de amigo personal. Habrían de pasar 126 años y la férrea decisión de la presidenta Michelle Bachelet para que 238 cajas lacradas con 3.788 libros en su interior y una Acta de entrega fueran recibidas en Lima, en la nueva sede de San Borja de la Biblioteca Nacional del Perú. Un envío que no implica la totalidad del robo que sufrió la Biblioteca y otras instituciones culturales peruanas, como los archivos de la Universidad de San Marcos y de Torre Tagle o la Facultad de Medicina de San Fernando, por parte del Ejército chileno pero que tiene una enorme significación en las relaciones entre ambos países. Porque si bien aun nos quema de vergüenza el largo tiempo que debió pasar para que nuestras autoridades entendieran que los bienes culturales no pueden ser considerados como un botín de guerra, la restitución realizada en 2007 fue un paso determinante pero parcial.

Chile es un país que también ha sufrido de mano extranjera el robo de su patrimonio cultural, incluso, humano. Imposible olvidar cómo familias completas pertenecientes a nuestros pueblos kawésqar, mapuche, tehuelche y selk’nam fueron exhibidas en París, Londres, Berlín y Zúrich en los llamados Zoológicos humanos. Hombres, mujeres y niños de cuyo genocidio ningún país se ha hecho responsable, y menos de la devolución de sus restos mortales.

Por eso entendemos que el verdadero abrazo de los pueblos es la solidaridad y el más grande saludo de amistad que le podemos brindar al Perú en el marco de sus Fiestas Patrias, es la toma de conciencia de estos hechos. Actos que no han sido contados en la relación histórica que hemos recibido los chilenos en nuestra formación de vencedores de una Guerra tan innecesaria como manipulada por intereses extranjeros. Gestos que hay quienes consideran innecesarios debido al paso del tiempo, que en este caso, no sana las heridas, y que al contrario, supuran de manera permanente en el recuerdo del ultrajado. Mientras nuestras cancillerías debaten en tribunales internacionales cuestiones que deberían haber solucionado con las herramientas de la diplomacia, y se hace ostensible la indecencia de algunos políticos chilenos y peruanos que buscan sacar dividendos a partir de la épica patriotera, nuestras Bibliotecas nacionales dieron cuenta de que las cosas se pueden hacer de otro modo: que el diálogo debe ser tan respetuoso como informado, para que no confundir ni manipular a nuestros respectivos pueblos.

Acaba de asumir con nuevo director de la Biblioteca Nacional del Perú el escritor y diplomático Alejandro Neyra, quien fuera,  hasta hace pocos meses, el agregado cultural de Perú en nuestro país. Tiene una enorme tarea por delante pero sabe que cuenta con el apoyo de sus similares chilenos que están deseosos de poder compartirle el trabajo desarrollado en nuestras bibliotecas públicas. Asimismo, existe el ánimo en las autoridades competentes de examinar nuestras dependencias y revisar las ediciones antiguas en la búsqueda del timbre del Escudo del Perú y la leyenda “Biblioteca Pública de Lima”, que las identifica como suyas.

Sin duda, que los representantes culturales de Chile y Perú volverán a estar a la altura y les darán una lección magistral de diplomacia a las clases políticas respectivas, como buenos discípulos de José San Martín, el gran libertador de ambas naciones.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.