Las pirámides de los mayas, el pucara de Quitor y los moais de Rapa Nui, son monumentales obras de piedra que a través de los siglos han representado una incógnita, por la forma y detalle de su construcción. Se ha dicho que incluso podrían haber sido los extraterrestres quienes construyeron estas obras, sin embargo, si los pueblos de maestros canteros aún existieran en sus alrededores, esto ya no sería un misterio.
“En Chile la historia de los trabajadores de la piedra se inicia junto a los procesos de colonización, ya que cuando Pedro de Valdivia fue asesinado a manos de los toquis mapuche e incendiadas las ciudades, los españoles necesitaron fortificar sus construcciones y García Hurtado de Mendoza, el gobernador que sucedió a Valdivia reforzó sus ejércitos con maestros canteros que levantaron el fuerte Tucapel”, de esta forma relata el inicio de esta tradición Rolando Abarca, historiador autodidacta y cantero de Colina.
Las calles de Santiago son la evidencia de esta historia, ya que los diferentes palacios que aún siguen emplazados en la plaza de armas de Santiago, piletas y las centrales de calles adoquinadas son el reflejo palpable de siglos de trabajo esculpiendo piedra.
Canteras de Colina
Desde el pueblo de la Canteras de Colina a la cima del cerro Pan de Azúcar, ubicado a 16 kilómetros de Santiago, Javier Pacheco de 67 años, sube cada día a las 8 de la mañana para cortar adoquines. Desde su ramada se pueden observar los valles y cerros que luego se convierten en la cordillera de los Andes.
El silencio del lugar sólo es interrumpido por el martilleo de Javier, quien golpe a golpe, va desentrañando de la roca una delicada pieza que mide 14 centímetros de ancho y largo libre. Una tras otra se van convirtiendo en parte del puzzle que deben armar sus compañeros instaladores en las calles de Santiago.
El padre de Javier murió cuando tenía 16 años y fue en ese momento que este joven comenzó a aprender el trabajo del cerro. “Fue mi cuñado el que me enseñó a trabajar, como todos, me inicié como ayudante, luego fui aprendiendo cómo partir la roca, luego a trabajar las herramientas y también aprendí a instalar. Yo me dedico a hacer adoquines, en un día puedo hacer 100, porque ya estoy viejo, pero un joven puede llegar a sacar 300 en un día, todo depende del ritmo de la persona”, relata el maestro cantero.
Sacar un adoquín de la piedra requiere de un proceso minucioso y delicado, “cada tres meses le pagamos a una retroexcavadora que saca la piedras del lugar del cerro que le indicamos. Nos cobran cerca de 50 mil pesos por hora. Con la roca afuera, tenemos que buscar la hebra, que es como la veta en la madera, y en ese lugar se clavan las cuñas de fierro para luego, con el combo, golpear hasta que se separa. Una vez que la roca está partida, tenemos que desbastar y desmontar la parte de la piedra que no es azul, que por lo general es todo el borde. De esa manera recuperamos el interior de la roca, esa piedra dura y azul que sirve para el adoquín”.
Cualquier persona puede partir una piedra con fuerza e incluso con cuñas, pero lo complejo es partirla para que de ella se puedan obtener adoquines, ya que si no se sigue la hebra de la roca, cualquier corte que se haga no será parejo y se perderá el material. Además, el cortar la roca en la beta exacta permite que el cantero pueda trabajar, ya que de otras forma la roca se vuelve muy dura, imposible de cantear y llevarla a un adoquín.
Un cantero debería tener cuatro especialidades, relata Orlando Abarca, quien de forma autodidacta desarrolló una recopilación de la historia de la cantera de Colina y publicó un libro en el que se explica la vida de este patrimonio cultural. “Un cantero debe ser herrero, ya que debe ser capaz de trabajar en la fragua para templar los fierros que le servirán de herramienta; debe conocer de explosivos para buscar las rocas dentro del cerro sin destruirla; debe saber cómo dar forma a la piedra para hacer adoquines o esculturas e instalar la piedra sin se despegue, parte importante de la ética del cantero”.
Mientras Javier trabaja en su cantera lo visita un chincol, un pequeño pájaro que viene todos los días a alimentarse del pan que él lleva para sus amigos del cerro. Un compañerismo similar al que comparte con sus vecinos canteros. “Aquí somos todos familia, cuando yo llegué a vivir aquí no habían casas, sino que con madera de los árboles de la zona nos construíamos nuestras chozas y ahí vivíamos, sin piso. La cantera comenzó con poquitas familias, alrededor de siete. Hoy somos todos de alguna forma familiares y la cooperativa en la que nos agrupamos como mineros, cuenta con cerca de 350 socios y a todos les ha enseñado alguien de su familia”.
En el poblado de las canteras, muchos de las fachadas y jardines están construidas con adoquines y adornadas con lajones, esculturas, piletas de todas dimensiones, colores y formas. En las veredas, y aparentemente abandonadas, se apilan pequeños cerros de piedras listas para ser cargadas, sin embargo, las miradas de los pobladores, están constantemente advirtiendo del desconocido que entra en su poblado.
Todos cuidan, porque en estas calles está el trabajo diario de cientos de canteros. “Constantemente llega algún dueño de taller de los que están en el pueblo y le va diciendo a los canteros ‘necesito dos mil adoquines’, pone un plazo y vamos haciendo tratos. Los dueños de taller recolectan los adoquines y luego se los entrega a los instaladores, quienes en diferentes lugares de Chile, van poniendo estas piedras, que por su dureza, son ideales para la construcción de calles”, explica el maestro Pacheco.
Sentado en una esponja sobre el despunte de las piedras, y bajo su ramada hecha con mallas de kiwi, Javier toma una pequeña piedra y dice “estas son las vinchucas, uno se da cuenta que te pican cuando van bajando de tu pierna cargaditas de sangre. Dicen que a la gente le hacen daño, hay personas que les afecta mucho. A mí se me han inflamado un poco las venas, pero no me hace daño”.
Son las 5 de la tarde y este cantero ya baja del cerro camino a su casa, ubicada en las improvisadas calles que han ido creciendo al ritmo de las familias.
El adoquín, una piedra patrimonial
Barrio Santa Lucia, conocido popularmente como Barrio Lastarria o Bellas Artes, es uno de los sectores que representa el estilo de vida de la burguesía del siglo XIX.
Como era típico de los barrios que se construían en esa época, una iglesia católica propiciaba el punto de partida para los nuevos asentamientos.
La iglesia de la Vera Cruz, terminada en el año 1857 junto a la creación del Parque Forestal y la construcción del palacio de Bellas Artes entre 1872 y 1910, dieron forma a este sector en el que vivieron personas como Victoria Subercaseaux, prima y esposa del intendente de Santiago Benjamín Vicuña Mackenna; Pedro Aguirre Cerda, presidente de Chile entre los años 1938 y 1941; el escritor y pensador liberal José Victorino Lastarria; el arquitecto y pintor Nemesio Antúnez, el pintor Camilo Mori; el novelista Luis Orrego Luco, entre otros.
Durante la primera mitad del siglo XX se construyeron edificios y casas de interesantes características morfológicas, proyectadas por renombrados arquitectos de la época como Duhart, Bolton, Larraín Bravo, Prieto Casanova, Ernesto Ried, Luciano Kulczewski, por nombrar algunos. De éste último, se encuentra la que fuera su casa y taller en calle Estados Unidos, construida en piedra y hoy declarada Inmueble de Conservación Histórica.
Este sector fue declarado zona típica en 1997 por las diferentes características arquitectónicas del sector, los monumentos históricos en su entorno, como el Palacio de Bellas Artes, la Posada del Corregidor y la mencionada iglesia de la Vera Cruz.
Las calles Villavicencio y Estados Unidos se encuentran en reparación. Fueron excavadas para salvar los adoquines que habían sido instalados hace cerca de un siglo. Hoy hay montones de piedras azules y una calle de tierra que espera ser trasformada en una nueva obra de los canteros.
Sebastían Tapia, lleva 25 años trabajando en las canteras de Colina, aprendió el oficio junto a su padre, sus primos y sus tíos, quienes han traspasado este saber de generación en generación.
Este cantero es quien adoquinará la calle Villavicencio: “Nosotros pondremos adoquín antiguo y nuevo. Para instalarlo, hay que sentarlo en mezcla de arena y cemento para darle más firmeza. Las piedras se van poniendo en hileras, cada una debe tener la misma medida, en este caso son de 14 de ancho y largo libre. Siempre se debe mantener una separación entre una y otra piedra para que pueda resistir sin quebrajarse la calle, ante cualquier tipo de movimiento y peso”, comenta con naturalidad para relatar su trabajo.
Mientras Sebastián sienta los adoquines, Alex, su ayudante haitiano, revuelve la mezcla en un rodillo. Su esposa lo visita en la obra junto a su hijo, quienes compran unas sopaipillas para compartir. Viviana Delgado, conoció a Sebastían hace 12 años: “Mi hermana vivía con un primo de mi esposo que también es cantero, somos tres hermanas y ahora todas somos vecinas, porque las tres vivimos con canteros”.
“Esto es toda una red, en las canteras todos nos cuidamos y estamos preocupados de los vecinos. Cualquier cosa que pase todos se enteran, por lo mismo en el pueblo no hay problemas de droga o delincuencia, porque todos nos ayudamos en esos casos”, comenta Viviana.
Ya con la mezcla lista, Sebastián vierte el fragüe sobre los adoquines “ el fragüe es una una mezcla más aguachenta que sirve para darle más firmeza al adoquín, ya que escurre entre las piedras instaladas minuciosamente respetando la cantería realizada por los maestros que extraen la piedra. Una vez que está seca, esta pasta se limpia de piedra y el trabajo está terminado”
“El patrimonio hoy se ve como un sistema donde no podemos distinguir lo que es monumento, edificación y valores intangibles. Hay que entender que todo esto está relacionado. Esto tiene significado, porque estas personas le han otorgado un significado y una valoración, por lo mismo, es necesario entender que el patrimonio se tiene que mirar desde esta nueva perspectiva universal, donde se conjuga lo material e inmaterial”, explica Ana Paz Cárdenas, consejera del Consejo de Monumentos Nacionales luego de conocer la cantera y a los canteros de Colina en el proceso de declaración de zona típica y monumento histórico en el que participó en el cargo de Secretaria Ejecutiva del Consejo de Monumentos Nacionales.
Según la consejera, “esto está relacionado al valor que se le ha otorgado por mantener el oficio por tanto tiempo, que aún sean explotadas estas canteras y que aún sean utilizados sus recursos y que el pueblo en sus distintas generaciones se haya dedicado a este oficio. Nos parece relevante el poder mantener esto vivo y en las mismas condiciones. Esta fue una de las canteras más importantes en Chile a fines del XIX y principios del XX, de las cuales podemos apreciar su trabajo en las calles adoquinadas y construcciones como la catedral de Santiago”.
Rolando Abarca, historiador popular de la zona de las canteras, dijo que este nombramiento se haría en buena hora, ya que el crecimiento inmobiliario que se ha generado en esta zona amenaza con terminar con las canteras.
Mientras los papeles para ser monumento siguen esperando, Sebastián en pocas semanas tendrá terminado su trabajo en Calle Villavicencio, será una más de sus cartas de presentación, tal como lo son la Calle Londres, Pedro de Valdivia y algunas de las remodelaciones contiguas al Parque O’higgins, un patrimonio vivo que peligra si no es protegido.
19 años de tramitación
Las cientos de calles, inmuebles históricos, piletas y esculturas que han hecho los canteros con sus manos, tradición traspasada de generación en generación mediante la oralidad del oficio, no han sido suficiente para que los diferentes ministros de Educación, como Mónica Jiménez de la Jara, Joaquín Lavín, Felipe Bulnes, Harald Bayer, Carolina Schmidt, Nicolás Eyzaguirre, decretaran a este sector dentro de las categorías monumento histórico y zona típica.
Adriana Delpiano, actual titular de la cartera y presidenta del Consejo de Monumentos Nacionales, tiene en sus manos el decreto que podría proteger al poblado del despojo que ha propiciado la inmobiliaria La Reserva Ltda.
Esta última consiguió que los canteros firmaran un convenio que decretó la zona de explotación reducida a una especie de concesión de uso. Todo esto mediante el engaño orquestado por un abogado que consiguió la firma de una directiva analfabeta, que confiando en su trabajo, reglamentó el uso del suelo a través de un convenio marco que hoy tiene a los canteros en un litigio que siempre ha sido favorable a los privados.
En 2010 el Consejo de Monumentos Nacionales estaba en este mismo punto, sin embargo, la ministra Mónica Jiménez nunca firmó el decreto, lo mismo ocurrió con todos sus sucesores. Incluso, Carolina Schmidt, en el gobierno de Sebastian Piñera, solicitó que comenzara de cero el estudio, esto en sintonía con la inmobiliaria La Reserva, la que ha construido barrios privados que son una ampliación del sector acomodado de la capital.
En la década del ochenta, el Grupo Harseim –ex dueños del Hotel Ritz Carlton– compró las 815,9 hectáreas que conforman el ex Fundo Las Canteras, en Chicureo, en ese momento una zona rural. En ese territorio, a través de la inmobiliaria La Reserva, urbanizaron tres sectores, hasta que se encontraron con los canteros, quienes también tenían derecho sobre el mismo terreno, solo que el de ellos era de explotación de la mesura, es decir del subsuelo.
En dicho lugar, la inmobiliaria había pensado desarrollar un megaproyecto que fue aprobado por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo en el año 2000, sin embargo, los canteros alegaban su derecho a seguir explotando sus yacimientos. El conflicto llegó a tribunales y en 2007 se decidió firmar un convenio marco entre la inmobiliaria y la cooperativa de canteros.
Al suscribirlo, los procesos judiciales previos quedaban sin efecto y los obreros podrían seguir explotando una zona acotada gracias a servidumbres que la inmobiliaria le entregaba de forma gratuita por 12 y 20 años. Además, los canteros se comprometían a entregar el dominio de 210 hectáreas de sus pertenencias mineras a la inmobiliaria a cambio de 40.000 UF (poco más de $800 millones)
Lamentablemente, a las cerca de 350 familias que viven de la cantera, los estafó su abogado Álvaro Baeza Guiñez, quien se quedó con los 800 millones de pesos que habría entregado la inmobiliaria para desplazar a la comunidad del sector, esto mientras la comunidad confiaba en su directiva la que fue manipulada para aceptar la propuesta de los privados.
En medio del litigio, en septiembre de 2011, Inmobiliaria La Reserva cambió su controlador y pasó a manos de Inversiones y Construcciones Belfi Ltda. quienes endurecieron el trato con los canteros y comenzaron a generar presiones judiciales para que se respetara el fraudulento convenio.
En octubre de 2013, los miembros del CMN se reunieron para tomar una decisión. Para entonces, se había aprobado un nuevo plano regulador en Colina, que entregaba permisos de edificación vigentes y un mapa geológico.
La nueva delimitación redujo en un 40% el terreno que originalmente iba a ser protegido. Esto porque una de las pertenencias mineras de los canteros ya había sido traspasada a la Inmobiliaria. Esto fue una consecuencia del dictamen del juez árbitro, Ricardo Peralta Valenzuela, quien sentenció cinco días antes de la aprobación del plano regulador validando el “acuerdo marco”. En su fallo, Peralta acogió íntegramente la demanda de la inmobiliaria contra los canteros por incumplimiento de contrato, obligando a estos últimos a “dar cumplimiento”.
La primera vez que el CMN votó y aprobó la declaratoria a favor de los trabajadores de la piedra fue en enero de 2010 y hasta hoy no existe un decreto que proteja esta zona, el oficio y la comunidad. Por el contrario, la institucionalidad vigente ha permitido el avance y el despojo a estos habitantes.
En la sesión del Consejo de Monumentos Nacionales de enero de 2014, la Ministra Schmidt pidió a los miembros que volvieran a revisar los límites de la superficie protegida a la luz de los nuevos antecedentes entregados por la inmobiliaria.
De ese momento hasta ahora han pasado tres años y existe la posibilidad de que el poblado de las canteras, con sus costumbres, familias, saberes e identidad, sea declarado zona típica y las rocas de sus canteras, monumento histórico.
La ministra de Educación, Adriana Delpiano, tiene en sus manos sellar esta protección en que el Estado se responsabiliza por la conservación y protección de todos quienes habitan ese territorio, junto con valorar como algo imposible de perder para la existencia de nuestra sociedad.
A menos de seis meses de dejar el Gobierno, nada se ha hecho.