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El zapatero del barrio Lastarria

Columna de opinión por Antonia García C.
Domingo 24 de septiembre 2017 10:18 hrs.


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Cosas como éstas deben pasar todos los días pero uno no siempre se entera. Salvo que viva donde pasan los hechos. Es inhabitual que este tipo de información llegue a los diarios. Desde la página “El barrio que queremos” puede leerse:

“Con consternación nos informamos que el zapatero del barrio, don Alberto Arrochas, quien atiende la “Reparadora de Calzado Merced”, ubicada en dicha calle, entre Lastarria y el cerro Santa Lucía, debe dejar su local por un alza abusiva en el valor del arriendo, después de 47 años de trabajo. Como vecin@s del barrio nos sentimos profundamente afectados tras una nueva pérdida del patrimonio barrial, en la figura del señor Arrochas, quien incluso fue destacado por los vecinos en un proyecto realizado el 2010 en torno a la historia y el patrimonio del barrio Lastarria.”

Por su parte, don Alberto redactó un breve texto para informar a sus clientes: “A partir del 30 de octubre, dejará de funcionar la reparadora por no poder cancelar la renta de 430.000 a 1.200.000 pesos”. Así, las cosas. Y uno asiste impotente a esta no tan nueva modalidad del desalojo.

En mi caso, me enteré a través de una publicación de Francisca Yáñez, me interesa su trabajo. Es una ilustradora delicada. Presumo que una artista así puede nacer, crecer, forjarse a sí misma, en un mundo donde hay zapateros. Presumo que el arte de Francisca y el arte del zapatero están íntimamente vinculados.

El hecho es que pronto tendremos que pedir permiso o pagar impuestos por circular en nuestros propios barrios. Pronto ya no tendremos barrio. Pronto ya no podremos entrar a sitios que de tan exclusivos parecen haber sido diseñados para un nuevo tipo de ser humano. Pura facha. Fachada. Gente que nunca repara nada. Gente que derrocha, que vende y que compra. Gente que desecha. Gente ¿desechable?

El negocio de las inmobiliarias es uno de los que más ha afectado la forma de vivir en las últimas décadas. Es así prácticamente en todas partes, aunque quizás no con la misma violencia. Pero aun en las ciudades que tienen una política patrimonial diferente, de mayor respeto hacia el valor de los oficios y espacios, pasan estas cosas.

Es así como en París, en la calle Daguerre, la misma que inspiró el documental de Agnès Varda (“Daguerréotypes”, 1975), hubo un café atorrante llamado La Bélière. Era una delicia. Un café de barrio hecho para los vecinos, pero también frecuentado por artistas de otras partes de la ciudad. No cerraba de noche. La comida era rica. Los precios populares. A cualquier hora podía escucharse un acordeón o un aire de ópera. Una señora escribía frenéticamente cartas todo el día y usaba varios pares de anteojos superpuestos. Años y años una inmobiliaria le echo el ojo a La Bélière, años y años los vecinos dieron la pelea. Y en apariencia ganaron. Pero sólo en apariencia. No destruyeron La Bélière, la reformaron… Ahora se comen platos sofisticados y el ambiente es de hospital.

Escenas como éstas, entonces, deben ser más que comunes. Pero no siempre los vecinos tienen la capacidad de organizarse. En el caso de don Alberto, zapatero del barrio Lastarria, algunos conocidos suyos, y conocidos de conocidos, están tratando de darle apoyo. Ojalá. Ojalá las personas comunes pudieran al menos eso. Tomar al zapatero como ejemplo y reparar lo que sea necesario.

Las fotos que se han difundido hablan por sí solas. Es una zapatería de barrio. Es una auténtica zapatería de barrio. Se mire desde donde se mire, incluso desde Buenos Aires, cada detalle, cada rincón merece sí ser defendido.

Alguno podría decir: ¿no encontró nada más importante sobre qué hablar? La verdad es que no. Porque una cosa no impide la otra. Las terribles catástrofes que en estos días nos afectan a todos, coexisten con estas dolencias que también, a su modo, son catástrofes. Nos dicen que existe una forma de poder que tiene vocación a dejarnos sin nada, a expulsarnos de todo.

Pienso en los zapatos. Pienso en la idea de suelas gastadas. Pienso en una canción de Zitarrosa. Pienso en el zapatero de Brecht, en otra canción que compuso años atrás, Juan Cedrón. Pienso en lo difícil que es encontrar un buen zapatero. Pienso que los oficios y los artesanos deberían ser valorados, cuidados. Pienso en cómo será un mundo donde nunca nada pueda ya ser pegado, cocido, lustrado, reparado. Reparado.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.