Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 23 de abril de 2024


Escritorio

La difícil evolución


Martes 10 de octubre 2017 6:54 hrs.


Compartir en

A los seres humanos nos cuesta aprender.  Sobre todo cuando se trata de evolucionar. De dar pasos que nos acerquen más a un ideal que involucre respeto por el otro, que nos integre a la naturaleza, que evite que la búsqueda de poder nos haga competir entre nosotros de manera despiadada y destruir el entorno. En definitiva, nos es difícil incorporar el contenido ético que involucra todo avance hacia una mirada más humanista. Ese parece ser el sino que nos lleva a la autodestrucción.

En tiempos preelectorales como los que hoy vivimos en Chile, los líderes -o los que se sienten así- no escatiman consejos. Incluso, en algunos casos, olvidan que ellos mismos tuvieron la oportunidad de hacer lo que critican que otros no hicieron. Es más, su visión de la sociedad en que vivimos pasa por alto estructuras ideológico-políticas que enarbolaban antes del momento en que les correspondió ejercer alguna cuota de poder.  Y no es porque el mundo haya cambiado tanto.  Simplemente, pareciera que el poder les hizo olvidar lo que exhibían como hitos definitivos por los que orientaban sus vidas y posición política.

Hoy es común escuchar o leer mensajes que apuntan al cambio de época como explicación para la realidad política que vivimos. La desconfianza de los ciudadanos en las instituciones fundamentales de la democracia, el descrédito de la política, serían la consecuencia de tres hechos históricos, según el ex presidente Ricardo Lagos. El primero, el acelerado cambio tecnológico; el segundo, la crisis económica de 2008, situación determinante en la vuelta de la política desplazando a los mercados como elemento sacrosanto en la determinación de la vida de las naciones, y, el tercero, la expansión del sistema financiero sobrepasando a la economía real.

Sin duda, la mirada del ex mandatario lleva las cosas a un terreno incuestionable. Pero la realidad de los países en que los reclamos ciudadanos van subiendo de tono, no sólo obedecen a esos tres factores. Ni tampoco es extraño que una sociedad con mayor educación cuestione más profundamente las instituciones que rigen su vida. Sin embargo, hay otros factores que no se toman en cuenta en esta explicación.

Uno de ellos es la incapacidad de la izquierda para levantar alternativas reales que la identifiquen.  En definitiva, aparecer nuevamente en la lucha con propios proyectos, sin que éstos sean copias de derrotadas propuestas del pasado. No se trata,  pues, de enarbolar banderas añejas, pero tampoco de subirse en un variopinto caballo político neoliberal. Porque por mucho que la globalización muestre naciones más ricas, las diferencias entre clases sociales se hacen más abismantes. Y en la mirada global aparece que el mundo nunca ha mostrado tal riqueza en su historia datada, pero tampoco ha habido jamás tantos seres humanos hambrientos.

Nadie puede negar que asistimos a un cambio de época. Pero eso no lo presionan solo cuestiones económicas o tecnológicas. La exacerbación de los nacionalismos, los fundamentalismos religiosos, sin duda son fenómenos sorprendentes para el siglo XXI. Pero nada de eso es nuevo. Lo que ocurría hasta hace 40 años, es que las respuestas que exhibían  sueños estaban en otras propuestas. Y quienes creían que las traerían emisarios celestes, no lograban sintonía con las grandes masas.  Aquellas estaban deslumbradas por otras ofertas. Nada nuevo.

Hoy, en términos políticos, la izquierda y el centro aparecen desdibujados. La derecha se muestra más nítida, porque el conservadurismo no tiene necesidad de innovar, excepto en la estructura comunicacional del mensaje. Además, en el caso chileno cuenta con el manejo de la mayoría de los hilos de los medios de comunicación.  Y eso sirve para enajenar profundizando el efecto de demostración. Quienes creen que hoy las demandas obedecen a un mayor grado de conciencia ciudadana lograda por la transparencia oficial o por una lucha pareja entre los medios y las redes sociales, se equivocan. Al menos en Chile, todas las propuestas políticas tienen una orientación similar.

Esto último no lo explican los análisis de líderes como el presidente Lagos. Durante su mandato el alineamiento de Chile con la globalización fue gracias a la profundización de políticas neoliberales. Y eso coincidía con una Social Democracia internacional que comenzaba a seguir los dictados de la Tercera Vía que encabezaba el líder británico Tony Blair y seguía fervientemente Lagos. Hoy, la Social, Democracia pesa poco, muy poco, gracias, precisamente, a que sus postulados se confunden con los del neoliberalismo.  Y para comprobarlo, es cuestión de escuchar a Felipe González o al mismo Lagos.

Entre nosotros, la confusión ha sido profunda. Es difícil explicar qué une a la actual coalición gobernante. Hoy las tensiones muestran claramente que la Democracia Cristiana y el Partido Comunista no tienen puntos de encuentro, excepto -y que importante es- disfrutar de las granjerías que da el poder.  Tal vez por eso es que las tensiones se desatan en el final del mandato de la administración Bachelet.  Durante su transcurso, las diferencias fueron soterradas. Y cada cual hacía su trabajo. A las reformas estructurales se les bajaba el aliño en la cocina del DC Andrés Zaldívar. Y el restaurante comunista se encargaba de presentar algunos platos un poquito cargados al ají. Pero eran cuestiones menores. Todo seguía flotando en aguas neoliberales, aunque seguramente Bachelet será recordada porque intentó introducir cambios que Chile necesitaba, luego de una dictadura retardataria como la que soportó.

La nueva época exige otras definiciones. La izquierda está en deuda. Sobre todo porque sus líderes no son capaces de asumir sus responsabilidades. Los tímidos intentos de las nuevas generaciones son aún balbuceos. Pero de allí tendrán que salir las respuestas.  Los referentes antiguos ya cumplieron su función, aunque quieran seguir edulcorando sus egos con consejos grandilocuentes.