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¿Quién ganó y quién perdió el 17 de diciembre?


Miércoles 20 de diciembre 2017 17:26 hrs.


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La respuesta a esta pregunta parece de fácil resolución: ambas rondas de las elecciones presidenciales las ganó Sebastián Piñera, incluso en el balotaje, por un margen mucho mayor a lo esperado y, como contraparte, perdió el candidato de la ex Nueva Mayoría, Alejandro Guillier.

Pero detrás de esos hechos absolutamente conocidos quién ganó y quién perdió en la verdadera dimensión de lo que fueron estas elecciones, nos lleva a otra respuesta.

Sin lugar a dudas que el gran perdedor de estas jornadas, una vez más, es el sistema democrático chileno, cuando hay una abstención alrededor del 53 por ciento y que Sebastián Piñera gana con un 26,4  por ciento del padrón electoral, obviamente implica que hay una minoría gobernando Chile. El mismo resultado minoritario se hubiera dado con Guillier, por lo que cabe concluir que desde ya antes de la introducción del voto voluntario, que sólo puso en relieve la disminución creciente de la cantidad de votantes, queda en evidencia que nuestra clase política ha hecho grandes esfuerzos por mantener a la mayoría del país fuera de las decisiones político-económicas y sociales que atañen a la nación.

Esto no es casual ni es fruto del voto voluntario e inscripción obligatorio, como muchos nos quisieran hacer creer.

Esto es el producto deliberado de un grupo transversal enquistado en las esferas políticas y económicas para repartirse el poder y los abultados beneficios que de ese ejercicio se desprenden, incentivando la incultura cívica y convirtiendo día a día a los chilenos en una masa de consumidores individuales e individualistas, alejados de la comunidad y velando sólo por sus intereses particulares, ya que dejamos de entender hace rato que si el interés común prima por sobre el interés individual, le va bien al país en su conjunto y no a una minoría que vive una realidad muy distante de los padecimientos diarios de la mayoría de la población.

En resumen, el gran perdedor de estas elecciones es nuevamente Chile, su gente y nuestra pobre y embrutecida democracia.

El segundo perdedor, aunque no lo parezca, es Sebastián Piñera y su coalición de derecha, Chile Vamos.

La razón es la cantidad de promesas y compromisos que tuvo que hacer el ahora presidente electo para lograr llegar a La Moneda por segunda vez.

Algunas de ellas absolutamente contradictorias con el ethos más profundo de la derecha chilena, como por ejemplo el mantenimiento y aumento de la gratuidad en educación, forzado por Manuel José Ossandón a cambio de los votos en Puente Alto, populosa comuna de Santiago, e incluso los guiños al progresismo liberal cuando dijo que lo del matrimonio entre personas del mismo sexo podría ser una posibilidad.

Al mismo tiempo, la UDI, disminuida en su peso político, mas no en su real poder económico y fáctico, ya anunció que, si Piñera trata de avanzar en políticas que están contra su pensamiento, ellos van a actuar bajo sus propios valores y no por los intereses del gobierno.

De alguna manera, Sebastián Piñera va a tener que resolver una compleja disyuntiva: tratar de pasar a la historia como el presidente que se sacudió el mote de representante de los empresarios y que hizo avanzar al país más allá de la economía, yendo contra la ideología “cavernaria” de la derecha – Vargas Llosa dixit- o que durante su gobierno sucumbirá ante las presiones más duras y decimonónicas de su sector y en contra del pensamiento del ala más liberal, perdiendo para siempre la posibilidad de ser catalogado como estadista. En cualquiera de ambas situaciones, Piñera tensionará a Chile Vamos, pudiendo ser el gran precipitador del síndrome “Nueva Mayoría”, que se manifiesta como un conglomerado unido sólo por el poder y que termina profundamente fraccionado y lleno de profundas enemistades.

Tensiones que se agudizarán durante su gobierno, ya que la calle revivirá las grandes marchas y protestas de su primer período porque no está en su ánimo resolver los reales temas de la ciudadanía, entre ellos el acuciante problema de las AFP y sus pensiones de hambre en un país donde la población envejece a pasos agigantados.

El tercer perdedor es la Nueva Mayoría, ex Concertación.

Una fuerza que gobernó Chile por años desde la salida de la dictadura y que hoy no pasa de ser más que un grupo particionado, friccionado, sin ideas de futuro y, aparentemente, sin ninguna capacidad de renovación política e ideológica.

Una coalición que, al poco andar de la naciente democracia, se convirtió en el tapón más importante para los cambios estructurales que el país necesitaba, con una pugna interna creciente entre los sectores más reaccionarios y los de la ex izquierda orgánica chilena, devenidos en socialdemócratas, dejando ex profeso de lado siempre a los ciudadanos en sus decisiones y convenciéndolos que ellos representaban al verdadero progresismo, cuando en realidad eran todo lo contrario.

Y ese conglomerado murió de manera poco digna en estas elecciones, mostrando en todo su esplendor la desnudez del rey.

¿Y quiénes son los ganadores entonces?

Sin lugar a dudas, el gran ganador es el Frente Amplio, que se instaló como un referente real de las banderas del progresismo, arrebatándoselas a la Nueva Mayoría y llevando una buena cantidad de parlamentarios al Congreso, teniendo allí la posibilidad de convertirse en la voz de una enorme cantidad de gente que hoy no encuentran una expresión real a sus anhelos y aspiraciones.

Sin embargo, el FA, al ser un conglomerado sin una estructura ideológica y orgánica única, corre el riesgo de ser ilusión de verano y terminar convertido a la más absoluta intrascendencia en un breve lapso, como ya lo están demostrando algunas guerrillas verbales entre sus propios congresistas.

Pero si logran superar con éxito esa valla, no cabe duda de que su influencia irá en aumento.

Y el segundo gran ganador, a mi juicio, es el pueblo de Chile, aunque parezca contradictorio con la afirmación del inicio.

Y esto se va a notar cada vez más, ya que la rabia acumulada contra un sistema injusto a todas luces va en aumento y esa rabia tiene dos alternativas: o se aplaca dándole un viraje substantivo a temas como la salud, la educación, las pensiones, la desigual repartición del ingreso, o se incrementa con una movilización social de proporciones que contribuirá a devolvernos el estatus de ciudadanos versus el de simples consumidores que hoy, lamentable y patéticamente tenemos.