Entre globos blancos, pétalos de rosas, arreglos florales en las calles, lecturas de poemas, cantos y guitarreos del “Gracias a la Vida”, aplausos, 103 claveles rojos y mensajes escritos en su escarabajo, fueron despedidos en Las Cruces los restos del poeta Nicanor Parra, previamente a su sepultura en una de las terrazas de lo que fue la mansión conocida por los vecinos como “La Pajarera” y que él bautizó como Castillo Negro; su primera casa que no alcanzó habitar porque un misterioso incendio la convirtió en una ruina de escombros quemados.
Después de la misa y el funeral que contó con la presencia de la presidente Michelle Bachelet, el Ministro de Cultura, Ernesto Ottone, el poeta Raúl Zurita, su hermana Hilda, su sobrina Isabel Parra, entre otros artistas del Clan Parra, además de hijos, nietos y los vecinos, se abrieron las puertas de los jardines del ahora imaginario Castillo Negro para recibir a todos quienes llegaron aquí para despedir al poeta vivo más importante de habla hispana, a su vecino cubierto con un cartel “Voy y Vuelvo” escrito por él que pusieron sobre una bandera mapuche y una colcha de coloridos retazos de género confeccionada por su madre; una modista de trastienda, como dijera en uno de sus poemas al igual como también había mencionado que no quería que lo velaran en los salones de la Universidad de Chile ni tampoco en la Casa del Escritor. Había dejado instrucciones en uno de sus poemas que lo sepultaran junto al gato Dominó, unos zapatos de fútbol, una bacenica floreada, sus lentes oscuros y una Biblia.
Castillo Negro, su primera cruz
El Castillo Negro fue mansión construida en el periodo correspondiente a la antigua vida palaciega del balneario de los inicios del siglo XX. Era de madera nativa, tenía cuatro pisos, torreones y tejas de alerce pintadas de negro. En invierno de 1985, un incendio la convirtió en una ruina de cenizas. Nunca se supo el origen del fuego, solo corrían rumores incluso hasta los días de hoy. Se cuenta que el escritor Gustavo Frías, fallecido en 2016, en una oportunidad le dijo a Parra que sus vecinos comentaban que el cuidador del castillo había prendido el fuego en venganza por su despido y su desalojo familiar, luego que el poeta le dijera que él se venía a radicar a Las Cruces.
¿Tú fuiste?, le preguntó al hombre moreno, bajito y de ojos aceitunados. “Yo no lo hice, le respondió – agregando que esta casa era más de él que suya, y que la quería más que él.
Unos años después, Nicanor Parra, adquirió la casa vecina al castillo, de propiedad de la familia Navarro, afectada también por el incendio, quienes la repararon y se la vendieron. La llamaba su “Torre de Márfil”. Aquí residió hasta una semana antes de su muerte. Había viajado por unos días a Santiago a realizarse unos exámenes médicos. Se trata de una casa emplazada en el Barrio Vaticano, que fuera declarado en 2015 Zona Típica; una parte que conforma un gran anfiteatro mirando al mar, donde caballos y vacas se pasean como si fueran los caminos de su establo; un pueblo que cree que debajo de él emerge día a día una nueva cruz.
Cristobal Ugarte, su nieto, ha dicho que fue él mismo poeta quién les sugirió lograran sepultarlo en dicho lugar. Así, Nicanor Parra se ha quedado para siempre en el Litoral de Los Poetas, en medio de Pablo Neruda en Isla Negra y Vicente Huidobro en Cartagena; El Golgota, los tres ladrones, el buen ladrón , el mal ladrón y el del medio que según su poema “nos robó el corazón”. En las Cruces se ha quedado, el pueblo que eligió para dormir en una cruz, para llegar a sus “brazos abiertos” y “más temprano que tarde caer de rodillas” a sus pies; un pueblo donde no hay ninguna plaza principal, ni cines, ni correos, ni bares, ni grandes tiendas; el pueblo donde dijo que cuando se vaya pondría dos cruces: una para irse y otra para volver.
En el Litoral de los Poetas, Nicanor Parra, residió primeramente en Isla Negra, pero luego de visitar el balneario de Las Cruces, comentó que le gustaría residir aquí porque se sentía muy bien al lado de las cruces de las iglesias y capillas, recordando que durante su niñez en San Fabián de Alico y en Chillán, creció jugando al lado de un cementerio. Se ha quedado en Las Cruces convirtiendo en Imaginario su Castillo Negro; una muerte del Hombre Imaginario, que se ha quedado en una mansión también Imaginaria, invitándonos a vivir en su mundo imaginario.