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Músicas que casi no se escuchan: ser compositora en Chile

Si en la música popular las mujeres suelen ser minoría, en la de tradición escrita el panorama es más complejo: los festivales programan pocas de sus obras y las principales orquestas rara vez las interpretan. Acá hablan compositoras, estudiantes e investigadores.

Rodrigo Alarcón

  Viernes 2 de marzo 2018 18:17 hrs. 
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“Ist eine Frau!” (“¡Es una mujer!”), decían sorprendidos quienes escucharon la segunda misa de la compositora chilena Carmela Mackenna (1879-1962) en Frankfurt. El programa solo indicaba que la obra pertenecía a “C. Mackenna”, así que cuando se dieron cuenta quién respondía a ese nombre, los alemanes quedaron estupefactos.

La anécdota, lejana en el tiempo, la recogió Raquel Bustos en su libro La mujer compositora y su aporte al desarrollo musical chileno (2013), pero mantiene una inquietante vigencia. “¡Una mujer!” podría haber exclamado este verano cualquier persona que viera el programa del Festival de Música Contemporánea de la Universidad de Chile. Entre las 37 obras que se presentaron, apenas una era firmada por una compositora: Bajo la alborada, una voz…, de Tamara Miller (26).

“Yo no me había dado cuenta y me impresionó. Quedé un poco en shock”, cuenta la autora, egresada de la misma universidad, cuya música se ha tocado en Chile, Dinamarca e Italia; pronto partirá a un magíster en la Hochschule für Musik Carl Maria von Weber de Dresden. “Ahí te preguntas, ¿cuántas mujeres postularon? Yo imagino que no es un tema que consideren los jueces, porque ahora hay un buen número de mujeres compositoras en Chile y sería bueno que estuvieran más presentes”.

Es un fenómeno generalizado y parece mucho más complejo que el que experimentan las mujeres que se dedican a la música popular. En el último Festival de Música Contemporánea de la Universidad Católica se interpretaron 47 obras y se consideró solo a tres mujeres: la chilena Macarena Rosmanich, la rusa Sofiya Asgátovna Gubaidúlina y la mexicana Hilda Paredes.

También pasa con las principales orquestas. Aunque la presencia de solistas e intérpretes es normal (al menos en ciertos instrumentos), la de directoras es menos frecuente y la de compositoras es excepcional. Ni la Sinfónica Nacional de Chile ni la Filarmónica de Santiago tienen obras de mujeres consideradas en sus temporadas 2018. En el caso de la primera, hay que remontarse al Divertimento rítmico de Leni Alexander, que abrió un programa en junio de 2016, para hallar a una autora.

La Orquesta de Cámara de Chile tiene a Alejandra Urrutia como directora titular y ha interpretado música de mujeres, pero en un contexto particular: el pasado 8 de marzo, en un evento apoyado por ONU Mujeres, hubo obras de Fanny Hensel-Mendelssohn, Clara Wieck-Schumann y las chilenas Valeria Valle y Violeta Parra. Los arreglos orquestales de esta última fueron habituales en su temporada 2017, en el marco del centenario de su nacimiento.

La Presidenta Michelle Bachelet estuvo en el concierto de la Orquesta de Cámara de Chile. Foto: Presidencia.

La Presidenta Michelle Bachelet estuvo en el concierto de la Orquesta de Cámara de Chile. Foto: Presidencia.

No es tampoco un problema local. En enero, el sitio Bachtrack informó que solo tres mujeres figuran entre los cien compositores contemporáneos más tocados durante 2017, de acuerdo a sus estadísticas. Hace dos semanas, el Washington Post se lamentaba por la falta de diversidad en las nuevas temporadas de ópera. Ya hace cinco años, un informe del programa Wimust (la sigla en inglés para Mujeres en la Música Uniendo Estrategias para el Talento) calificaba la situación como “dramática” y señalaba que las mujeres representaban entre un 35 y un 45 por ciento del total de compositores en cualquier país europeo, pero que solo un uno por ciento de su música (tradicional, popular, clásica o contemporánea) era programada por instituciones con fondos públicos.

“Un 89% de las instituciones artísticas y culturales son dirigidas por hombres. En algunos países de la Unión Europea esta cifra puede llegar al 98% de quienes toman decisiones en el campo de la música, considerando a quienes lideran centros de formación, escuelas, conservatorios y departamentos universitarios”, recalcaba el documento.

“La música solo existe cuando es interpretada y su intangibilidad refleja la invisibilidad de las mujeres creadoras”, declaraba Wimust, apuntando a una de las preguntas fundamentales del problema: ¿cómo conocer y valorar una música que ni siquiera se puede escuchar?

“Me preocupa, porque yo sé que ahora sí hay mujeres componiendo”, afirma Valeria Valle (38), una de las creadoras que se ha dedicado al tema y acaba de participar de un simposio en Costa Rica. “He visto concursos, como el Luis Advis en La Serena, donde han participado hartas mujeres. Soy jurado del concurso de composición de la Orquesta Marga Marga y también he visto hartas mujeres participando. El tema es que un concurso no te garantiza abrir el espacio, porque lo gana solo uno”.

Valeria Valle es profesora del Instituto de Música de la Universidad Católica de Valparaíso (PUCV), en cuyo festival se ha presentado en varias ocasiones, pero dice que “es re fome” ser la excepción. “He estado siete años y estar acompañada por otras mujeres ha sido casi nulo. No sé si es por el estilo, porque a mí me gusta la música contemporánea y la experimentación, pero falta mucho por hacer. Las chiquillas se tienen que empoderar, meter las patitas dentro de los festivales y jugársela”, asegura. “De que hay compositoras, las hay. El tema es cómo las incorporas dentro del repertorio nacional. Es un temón”.

Hay quienes han intentado enfrentar el problema, que tiene dos partes: cómo conocer la música de las compositoras del pasado y cómo escuchar a las del presente.

En 2012, por ejemplo, nació el colectivo Resonancia, que hoy integran Fernanda Carrasco, Natalie Santibáñez, Katherine Bachmann y la propia Valeria Valle. Tienen dos discos –Música de compositoras chilenas del siglo XXI vol. 1 y Resonancia femenina & Murmullo de sirenas– y a fines de este año harán la segunda edición del Encuentro Internacional de Mujeres en la Música, que en su estreno tuvo conciertos, conferencias y clases magistrales.

Paradojalmente, Resonancia había trabajado con Boris Alvarado y Eduardo Cáceres, dos de los tres profesores del Instituto de Música de la PUCV que fueron denunciados por acoso sexual y abuso de poder. “Fue muy duro y súper difícil asumirlo”, admite Valeria Valle.

El colectivo de compositoras Resonancia. Foto: Comuarte.

El colectivo de compositoras Resonancia. Foto: Comuarte.

Por otra parte, en noviembre pasado, el Salón de Honor de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM) acogió un concierto dedicado a ocho compositoras, contemporáneas y del pasado: de Emma Watcher y Carmela Mackenna, a creadoras que recién pasan los 20 años, como Sofía Chávez o la misma Tamara Miller.

Matilde Méndez (20), estudiante de piano de la Universidad de Chile, lo organizó junto a su compañera compositora Amalia Garay: “Lo primero que hicimos fue un conversatorio, en 2016 en la UMCE. El año pasado también hicimos un concierto en la Biblioteca Nacional y estrenamos obras de Carmela Mackenna, de Ida Vivado y de la Amalia”, relata.

El origen de todo fue cuando Amalia Garay estaba en una clase sobre autores chilenos y solo figuraban hombres. “¿Y las compositoras?”, preguntó. “No hay”, le respondió su profesor. Fue algo así como una broma, pero a ella no le hizo gracia. “Este año vamos a hacer otro concierto, pero con compositoras latinoamericanas. La idea es que el tema se masifique, porque casi nadie lo trata. Es inaceptable”, dice Matilde Méndez.

Ahí es cuando aparece otra pregunta: ¿qué pasa con las compositoras en las escuelas de música? Investigadoras e intérpretes se encuentra con relativa frecuencia, pero las profesoras de composición son una rareza o simplemente no figuran. Y aun cuando cada vez son más, las estudiantes siguen siendo minoría.

Valeria Valle, por ejemplo, dice que unas dos mujeres entran cada año a esa mención en la PUCV. Tamara Miller recuerda que tenía pocas compañeras y cree que nunca fue discriminada, pero “quizás pasó y no me di cuenta. A veces lo dudé, porque sentía que me exigían más que a mis compañeros”.

Tiene una anécdota para reflejarlo: “Un año estuvimos mucho tiempo en paro, tuve problemas personales y terminé componiendo solo una obra, que es poco. En el examen los profesores me dijeron que no podía presentar solo una y tenía que aplicarme el resto de los años. Eso se me quedó grabado, pero después hacía tres obras al año, por ejemplo, y otros compañeros hacían una. No les decían nada, se sacaban un 7 y yo me sacaba un 6,5. ¿Por qué ellos sí y yo no? ¿Es suficiente una obra de calidad? Me hacía esas preguntas”.

“Con las compañeras que tenía nunca conversamos sobre estas cosas, pero hace poco lo hicimos y todas teníamos las mismas dudas”, admite.

Para Matilde Méndez, “tiene que haber un cambio radical en el pensamiento de los profesores. En las clases de historia no te pasan Carmela Mackenna, Ida Vivado, nada de nada. Uno tiene que averiguar por su cuenta. Si te hablan de Brahms, obviamente vas a escuchar sus obras o vas a investigarlo. Hay que partir por eso”.

Concierto de compositoras en la UTEM. Foto: UTEM.

Concierto de compositoras en la UTEM. Foto: UTEM.

En los últimos años el tema ha cobrado fuerza. Leonardo Arce, investigador con estudios de filosofía y composición y un magíster en Estudios de Género, ha publicado artículos como Compositoras en Chile: una historia recortada, donde revisa cómo la musicología chilena ha visto a las compositoras. “El trato viene dado por la sensibilidad del momento: los temas de género en el siglo XIX se encontraban muchísimo menos presentes que hoy. No es que antes no estuviesen, por cierto, es sólo que tenemos la sensibilidad preparada para su percepción y análisis, lo que nos permite valorar al nuevo sujeto como se valoraba antes al antiguo compositor hombre”, explica.

Arce también ha investigado la experiencia de las mujeres en la carrera, específicamente en la Universidad de Chile, y subraya que se trata de establecer un círculo virtuoso: “Más mujeres asociadas a la composición permiten desarrollar más la sensibilidad que las reconoce con las mismas capacidades creativas que los hombres. Esta desarrollada sensibilidad se cuela por la sociedad y las familias hasta los individuos, incentivando su veta creativa sin que la familia se le oponga”.

De todos modos, la ausencia de música creada por mujeres es parte de un problema mayor. Si ya es difícil encontrar obras de autores chilenos en las temporadas de conciertos, más complejo es hallar una compositora. Así lo ve Tamara Miller, que dice que no quiere encasillarse y que prefiere “estar activa”, presentar su música a concursos y participar de conciertos: “Es algo que tiene que hacer cualquier compositor, no puedes quedarte esperando que te llamen”.

Es el problema de los rótulos: “¿Contribuimos los historiadores/as de las mujeres a perpetuar las etiquetas? Precisamente, el liberar la categoría ‘mujer’ de su incomodidad ha sido, en mi opinión, la tarea fundamental del feminismo”, escribía Pilar Ramos en un artículo de publicado por la Revista Musical Chilena.

“No es ‘la pobre mujer’ que no tiene espacios. Hay espacios y los espacios cuestan para todos, pero la idea es que podamos estar todos”, concluye Valeria Valle. “Yo le he dado harta vuelta a esto. Siempre tenía la idea que estaba metida en un mundo de hombres, pero después te das cuenta que en realidad es solo la música y que no es de los hombres. Eso está mal dicho. Es un mundo donde yo quiero estar y espero que los que están ahí sepan acompañarme, como yo estoy dispuesta a acompañar a los que decidimos estar en esta cuestión”.

Foto principal: Tamara Miller / Transformation Festival.
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