Los últimos días han sido movidos en la selección nacional de fútbol. La inminente elección de autoridades y los conflictos que ha arrastrado la actual dirigencia con el plantel de jugadores, ha afectado, sin duda, la imagen de Arturo Salah. Esto ha obligado a sus colaboradores a buscar estrategias de comunicación que ensalcen el “buen trabajo realizado hasta ahora” y escondan profundamente todo lo que aún no se ha resuelto o no se desea resolver. Por ejemplo desde hace tiempo esperamos que se reconozcan y señalen a todos los responsables de la debacle financiera y ética que generó la presidencia de Sergio Jadue, que se tomen medidas y que los dirigentes que lo apoyaron y encubrieron, o sea sus cómplices, sean expulsados sin excusas de todas las estructuras del fútbol nacional.
Ante ese escenario, Reinaldo Rueda decidió tomar partido en la disputa y como un fiel lacayo, defendió a sus jefes. Primero metió presión al decir que si Salah no era reelegido, él cuestionaría su continuidad al frente de la Selección. Cosa irrelevante. Aquí se le olvida al entrenador que aún no existe un lazo de encantamiento deportivo (ni mucho menos afectivo) con el hincha chileno. En pocas palabras, aún no ha ganado nada y la Selección todavía no tiene un estilo que pueda ser atribuido cabalmente a su trabajo. Entonces si se va o se queda, actualmente a la mayor parte de los chilenos nos importa bien poco.
Días más tarde decidió intervenir otra vez en favor de sus patrones. Esta vez para dedicar duras palabras contra Claudio Bravo en su pública disputa con la actual directiva. Pero no sólo atacó injustamente. Para poner más sal en la herida, decidió comparar los aportes del arquero contra el de Arturo Vidal y terminó eligiendo al volante por sobre Bravo en una disyuntiva que nadie antes había planteado. Mal gusto sin duda, impertinencia y otra vez, gran equivocación.
Bravo denunció públicamente que el nivel de los preparadores que trabajaban en la Selección no era el adecuado para el alto rendimiento. Argumentó desconocimiento de metodologías actuales y realización de trabajos inadecuados que habían recrudecido su lesión. Puso en duda la calidad profesional de los encargados de entrenarlo y cometió el error de sugerir pagar de su bolsillo (otros dicen imponer) a Julio Rodríguez. Esa sugerencia fue tomada por el presidente y por Rueda como una sublevación y no fue aceptada. No sólo eso, además según los hechos, ha sido castigada hostilmente.
Bravo es el único arquero chileno que ha estado en la élite mundial. Fue titular del Barcelona de España donde ganó 8 títulos de equipo y un trofeo Zamora por ser el arquero menos batido de la temporada y aunque actualmente no es titular, forma parte de uno de los planteles técnicamente más ricos y exitosos de la liga inglesa, y es dirigido por Josep Guardiola, uno de los mejores entrenadores de la historia del fútbol mundial. Entonces Bravo sabe de que habla y tiene todo el derecho de exigir un aumento en el rigor y la excelencia del entrenamiento que recibe en la selección. Quizá no ha sido la mejor forma ni el lugar apropiado pero no sabemos cuántas veces lo había expresado en privado a los encargados antes de exponer el tema públicamente. Eso tendría que contestarlo él.
En todo caso, hay que recordar que el reclamo del arquero ha sido dirigido a las autoridades y al proceso anterior y no al cuerpo técnico actual, lo que vuelve inexplicable la molestia personal de Reinaldo Rueda. Más allá de la deficiente rigurosidad en la elección de personal (que también le compete al entrenador por aceptar lo que había) lo que realmente desnuda la denuncia es algo que conocemos bien. Que en nuestro país para muchas decisiones se antepone la amistad y el favor antes que la calidad y competencia de los aspirantes. Que muchos encargados de tomar decisiones importantes en las instituciones de nuestro país, verdaderamente no poseen las aptitudes para hacerlo y que han llegado ahí por ser amigos de alguien o conocidos de alguien. Sin otro mérito presente. Que quede claro. Los jugadores tienen libertad de opinión, pueden comentar y sugerir pero nada tienen que influir en las contrataciones de personal o funcionarios. Para eso hay encargados y por eso la responsabilidad mayor, en este caso, es de la dirigencia.
Pero eso no fue todo, para finalizar terminó dándole un portazo a Jorge Valdivia y Esteban Paredes en la selección debido a su “avanzada edad”. Adujo que ellos no podían “tapar” espacios a los jugadores jóvenes ni detener el recambio. Otra vez olvida el entrenador que en el fútbol lo que manda no es el carnet de identidad sino el nivel de juego. Que el recambio es un proceso natural que no debe forzarse, que el buen trabajo con los jóvenes termina por imponerse y que nunca es necesario descartar a nadie. En las eliminatorias y en torneos cortos como la Copa América, muchas veces lo más determinante es el momento actual de forma de los jugadores y no su potencial talento. Jugadores experimentados pueden ser de tremenda utilidad en determinados instantes de la competencia deportiva y ejemplos hay millones. Por ello cerrar las puertas de ante mano y además hacerlo sin dejar una posible salida, es otro error monumental.
Los chilenos en general, estamos muy agradecidos de lo que han logrado los integrantes de la “generación dorada”. Porque pese a los múltiples inconvenientes y conflictos (por todos conocidos y criticados) ellos pusieron al fútbol chileno en un lugar que nunca antes había ocupado. Lograron grandes triunfos, memorables partidos, títulos y enorgullecer, con su forma de juego, a todo un país. Estamos seguros también que el agradecimiento durará mucho más allá de sus carreras y del paso del cualquier nombre por la banca técnica. Nadie podrá arrebatarles nunca el sitial que como futbolistas se ganaron en la historia deportiva del país y merecen nuestro respeto.
Los conflictos personales se resuelven de manera personal y a puertas cerradas (no por la prensa). Los problemas deportivos, convocando bien, trabajando y haciendo jugar a los mejores. Ese debe ser el papel del entrenador, no andar encendiendo hogueras. Rueda debe ponerse a trabajar en serio y salir de las polémicas. Resolver los temas pendientes con discreción y tomar decisiones sin tantas explicaciones públicas. Ser el representante del plantel de jugadores frente a las autoridades y mediar para que los conflictos administrativos no repercutan en la forma de jugar, el rendimiento ni los resultados. Ponerse del lado de los jefes y golpear a un crack por “lealtad” a ellos, no es la forma. Tampoco hacer elecciones o declaraciones absurdas que potencian los conflictos y nos alejan de las soluciones. Así no. De esa forma no se resuelve nada.