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Pobreza, racismo e idioma: la triple discriminación a los haitianos en Chile

Con el aumento de población más significativo dentro de los grupos migrantes entre 2014 y 2017 –con más de un 4 mil por ciento de crecimiento-, los haitianos han tenido que aprender a hacer frente a tres prejuicios discriminatorios que confluyen en la construcción de su supuesta identidad: la clase, la "raza" y el idioma. A continuación, el desglose y las razones del pedregoso camino de la migración haitiana en Chile.

Andrea Bustos y Martín Espinoza

  Lunes 14 de mayo 2018 19:00 hrs. 
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A una semana y media de haberse iniciado el proceso de regularización migratoria, el 3 de mayo, ya se registraban más de 77 mil extranjeros con la intención de tener sus papeles al día. Del registro casi 28 mil eran haitianos, siendo por lejos el país con mayor presencia en el listado.

Según cifras del ministerio del Interior, la haitiana es la sexta nacionalidad extranjera con mayor presencia en Chile, luego de la peruana, colombiana, boliviana, venezolana y argentina. Las estadísticas, de 2017, confirmaban la cifra estimada de más de 1 millón 100 mil extranjeros habitando territorio nacional. De ellos, 73 mil provenían de la ex colonia francesa, representando al mismo tiempo el crecimiento más explosivo de población, con un aumento de 4.433 por ciento en comparación a 2014.

Este incremento sustancial de la presencia haitiana en Chile ha traído consigo un nuevo habitante en la estructura social del país. El escalón que antes fue ocupado por los peruanos, durante la década del 90’ y a comienzos del siglo XXI, hoy tiene un nuevo anfitrión. La comunidad haitiana ha desplazado del sitial que condenó por años a una porción de la inmigración a ocupar puestos de trabajo principalmente abocados al área de los servicios (domésticos, de construcción y de aseo principalmente) y que se ha consolidado como lo más cercano a la esclavitud contemporánea en el país.

Es en ese contexto en el que haitianos y haitianas, a diferencia de extranjeros de otros orígenes, en Chile son objeto de una discriminación particularmente desatada que se explica por diferentes motivos: la “raza”, la clase y el idioma.

Aporofobia

cortina

Adela Cortina, filósofa española

Hace menos de un año la Real Academia de la Lengua Española aprobó la inclusión del concepto “aporofobia” en sus registros. El término, acuñado por la filósofa y catedrática española Adela Cortina, hace referencia al rechazo o miedo a las personas pobres o desfavorecidas. En una charla TED publicada en marzo de este año, la académica establece una comparación entre los extranjeros que llegaron producto del turismo con la llegada de millones de extranjeros que cruzaron “desde el otro lado del estrecho” y que sintieron un fuerte rechazo por parte de movimientos políticos y sociales. “Unos y otros son extranjeros, pero la pregunta es: ¿se les rechaza porque son extranjeros o se les rechaza porque son pobres?”

Según Adela Cortina vivimos en una sociedad del intercambio, en la cual nuestra faceta altruista es real, pero no sin el proceso posterior de recepción de algo a cambio. En una sociedad basada en esos términos contractuales, en la que si uno da espera recibir de vuelta, los pobres son los más perjudicados y excluidos. “No nos molestan los futbolistas de otras etnias y razas y que son importantes para ganar competencias. No nos molestan las estrellas y cantantes de otras razas y etnias. Los que parece que no tienen nada que dar a cambio son los que quedan fuera, los excluidos. Despreciar y relegar a grupos de personas porque no tienen los medios suficientes es un auténtico atentado contra la dignidad humana y contra la democracia, porque no puede haber democracias con aporofobia”.

Es precisamente ésa una de las condiciones que afecta más directamente a la comunidad haitiana. Con un PIB per cápita de $1870 dólares, Haití se instala como el país más pobre de toda América Latina. Eso ha despertado un estigma que ha condenado a los originarios de la isla al no reconocimiento de sus títulos universitarios y a la no consideración de ellos para tareas profesionales.

José Tomás Vicuña, director del Servicio Jesuita Migrante, explica la situación haciendo un símil con el escenario que también tienen que vivir los chilenos en contexto vulnerable: “Hay que ver lo que le produce el rechazo a la población chilena, que es mucho más complejo que el “racismo”. Una persona chilena en situación de pobreza ya se encuentra viviendo al margen de la sociedad. Hoy los migrantes son el chivo expiatorio frente e estructuras que no están dando una respuesta adecuada al contexto chileno”.

Carl Abilhomme es el vocero de la Comunidad Haitiana en Chile y, aunque asegura que hoy tiene un buen pasar, no le fue fácil establecerse en el país. Comenzó su vida viviendo en una comuna de la novena región que prefiere no mencionar. Ahí conoció al alcalde del lugar, quien le ofreció una oportunidad en un colegio municipal.

Su intención siempre fue conseguir trabajo como docente, profesión para la cual había estudiado en su país de origen, sin embargo, al no poder validar su título en Chile, la única oferta que recibió de parte del municipio fue un contrato como asistente dentro de un establecimiento educacional. A pesar de que no era lo que esperaba, aceptó. A esas alturas obtener dinero era una necesidad.

“Yo ganaba $260 mil pesos y tenía que hacer otras cosas, talleres de música o clases de inglés para decirle al alcalde ‘mire, yo sé más cosas, páguenme más para tener para la comida’, dice Carl, repasando las consecuencias económicas que tenía el hecho de que su contrato fuera como asistente y no como profesor.

Con el pasar del tiempo fue ganando espacio y realizando más actividades dentro del colegio. Incluso llegó a sentirse parte del grupo de profesores, pero siempre fue consciente de que había gente a la que no le agradaba su presencia. Poco a poco fueron llegando a él actos de discriminación y diversas situaciones comenzaron a provocar rencillas que lo llevaron a decidir emprender rumbo hacia Santiago y buscar un empleo en el que no tuviera que generar relaciones de grupo.

Fue a partir de su relación con una chilena -con quien ahora es pareja- que empezó a notar los primeros actos de discriminación explícita. “Le decían que no debería estar con un negro, pero cuando comencé a tener trabajo, cuando me compré un auto, cuando ven que sé hablar español, me tratan diferente, porque al chileno no le gusta la pobreza”, dice.

Carl cuenta que cuando llegó a La Araucanía era recurrente que sus colegas del colegio le pidieran conocer a algún amigo suyo. “Preséntame un negrito”, le decían, sin embargo, cuando la llegada de haitianos al país y la comuna se hizo costumbre, cuando ya era una tendencia verlos barriendo las calles o regando las áreas verdes, la petición quedó atrás, y las mismas mujeres que antes le pedían conocer a alguien ahora cuestionaban la realidad y condición de los haitianos.

Para Abilhomme la discriminación se enfoca mayoritariamente en la segregación que existe en Chile hacia la pobreza: “si se discriminan entre ustedes, qué queda para los pobres negritos que vienen de Haití”, señala. Además, agrega que en los siete años que lleva en Chile ha visto cómo los chilenos se interesan en exceso por aparentar más de lo necesario, rechazando la pobreza constantemente, situación que ha hecho que los haitianos sean constantemente tratados de la misma forma.

El color negro de la piel

A la condición de clase se suma la de “raza”. Lo vivieron los peruanos en su momento, que con rasgos indígenas sufrieron el rechazo de una parte importante de la población nacional, y hoy lo viven los haitianos por el color negro de su piel. Ambas situaciones son consignadas por la socióloga y académica de la Universidad de Chile María Emilia Tijoux. La investigadora sostiene que “el rechazo está situado tanto en la situación económica de los haitianos que llegan -es decir, gente que no tiene capitales económicos y que lo único que tiene es fuerza de trabajo-, y lo segundo, en el color de piel. El racismo opera colocándoles en el lugar más bajo de la escala. Efectivamente hay un componente histórico, un componente racista y mucho componente clasista, que tiene como resultado el tratar a los haitianos como esclavos”.

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El fenómeno que ubica a la migración latinoamericana en el último escalafón social es tratado por la académica argentina Josefina Ludmer en su libro “Aquí América Latina. Una especulación”. La escritora sostiene que “los migrantes no universitarios (no calificados en la lengua) forman parte de las exclusiones internas de cada nación en el neoliberalismo y la globalización: son los excluidos de la nación que dejan y también adonde llegan para ocupar el subsuelo del primer mundo. Están adentro y afuera del territorio adónde van: adentroafuera de toda nación”, describiendo a continuación la situación de inmigrantes latinos en Europa. Pero Ludmer va más allá, y subraya la idea de que esta situación tiende a ocurrir incluso entre excluidos.

Alexander, lleva 5 años en Chile, tiene madre cubana y padre haitiano, llegó a Chile desde República Dominicana donde cursó sus estudios superiores. Su opinión no se aleja mucho de la de Carl. Su piel no es oscura, sino más bien trigueña, condición que –asegura- lo ha alejado de los actos de discriminación por asuntos raciales.

“Yo no me veo como haitiano y por eso no me dicen nada. Cuando me ven creen que soy colombiano o que vengo desde Brasil, y se sorprenden mucho de que sea haitiano.”, cuenta Alexander.

Aunque en lo personal él no ha sufrido actos de discriminación, está consciente de que sus compatriotas están siendo foco de molestias para los chilenos. Asegura que a diario le comparten en Whatsapp videos y fotos que chilenos difunden en las redes para burlarse de los haitianos. “Yo no sé qué le pasa al chileno. Hace tres años no era así, han cambiado mucho y si el Gobierno no cambia las cosas yo ya no sé qué va a pasar”.

La valla idiomática

La barrera idiomática es otro obstáculo que los haitianos deben sortear en el día a día. No obstante, pese a ser una realidad, es un elemento subordinado a los otros dos factores mencionados. Según Tijoux, “puede afectar, pero eso hay que aclararlo: es porque son haitianos. Si tú tienes un alemán que no conoce una calle, va un chileno y le explica. La primera barrera que tienen los haitianos en Chile no es la lengua, es el color de piel. A partir del color de piel, la lengua se vuelve también una barrera, pero no es la primera. El color los chilenos lo aprecian negativamente y luego lo vinculan a la lengua. Una buena parte de los haitianos hablan francés, creole, inglés y portugués. Son personas que tienen más conocimientos lingüísticos que nosotros. Colocar en primer lugar la barrera del idioma es una mentira. Es porque son haitianos, porque son negros y porque son pobres”.

En Chile no existe ningún convenio que permita validar los títulos profesionales haitianos en el ministerio de Relaciones Exteriores o en el ministerio de Educación directamente, hecho que ha dificultado el ejercicio de oficios o profesiones vinculados a sus áreas de expertise.

En el caso de las naciones que no han generado este tipo de lazos con Chile, el trámite de validación debe ser realizado en la Universidad de Chile, para lo cual se deben presentar diversos documentos ante la casa de estudios con el fin de que esta pueda corroborar que la persona cuenta con estudios superiores.

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Jean Ronel llegó hace nueve meses a Chile y, hasta ahora, no ha podido encontrar un trabajo estable que le permita vivir dignamente. En Haití estudió periodismo, informática y producción radial, sin embargo, nada de eso le ha sido útil hasta ahora.

Viajó hasta acá buscando éxito, pero se siente muy decepcionado de su viaje. Asegura que no lo ha pasado bien y que le han hecho falta oportunidades.

Si bien hay quienes manifiestan que la discriminación idiomática no es explícita en contra de los haitianos, sí la consideran sistemática dentro de las instituciones. Es el caso de Lyné Francois, director de Asuntos Sociales de la Organización Sociocultural de Haitianos en Chile que llegó hace siete años a Chile, quien apunta directamente a las instituciones públicas de colaborar en el aumento de la brecha idiomática: “La gente tiene problemas porque a veces quieren expresarse y faltan las palabras. No es que la gente discrimine por eso, pero sí se discrimina cuando las personas llegan a una oficina para solicitar un servicio y, cuando no se logran expresar, no se toman el tiempo para atenderlo y buscar la forma para entender a los haitianos. El país no está preparado (para enfrentar el desafío de una comunidad que hable otro idioma). Ahora hay muchas instituciones que tienen un catálogo facilitador intercultural. Se está avanzando poco a poco, pero falta mucho. Hay muchas comunas que tienen muchos haitianos que no han avanzado en eso. Creo que en cada oficina de instituciones estatales debiera tener personas facilitadoras del idioma para ayudar a las personas”.

Educación y lengua

En el caso de la educación media, hasta agosto de 2017 los haitianos no podían validar este tipo de estudios, pero un convenio firmado por la Presidenta Michelle Bachelet permitió que se comenzara a respetar este nivel educacional. Sin embargo, nuevamente los problemas económicos vuelven a generar problemas: para este trámite es imprescindible pagar y conseguir documentos a través del consulado, por lo que muchos haitianos optan por estudiar su educación media en Chile, ya que resulta más barato y les ayuda a aprender el idioma.

En ese contexto trabaja la Corporación Escuelas de Cariño, dedicada a impartir clases de séptimo básico a cuarto medio para adultos chilenos y migrantes. Actualmente cuenta con 6 sedes, una de ellas en Estación Central, donde se concentra la mayor cantidad de estudiantes haitianos.

César Rabines, coordinador de Escuelas de Cariño, comentó que inicialmente pensaron en hacer clases exclusivas para los haitianos, separados de los demás estudiantes debido a que el idioma generaba un corte de comunicación entre el profesor y los alumnos. Sin embargo, finalmente optaron por realizar clases integrales que permitieran mejorar las relaciones entre compañeros.

Para facilitar el aprendizaje es que incorporaron al equipo a profesores haitianos que pudiera estar presentes en las clases y ejercer como traductores cuando hubiese problemas de comprensión del idioma. Rabines también indicó que hasta ahora se encuentran muy satisfechos con el programa. “Para fiestas patrias celebramos los chilenos y los haitianos. Si hacemos un acto y se necesita un maestro de ceremonias, buscamos un chileno y un haitiano, para que todo sea inclusivo”, cuenta el coordinador.

En la Municipalidad de Recoleta, también han tomado medidas para mejorar las relaciones entre migrante y chilenos. Una de ellas es la implementación del Programa de Mediación Sociocultural para la Integración Escolar de los Estudiantes Migrantes (MESIEEM), que tiene como fin facilitar la integración y educación de los estudiantes migrantes, en especial haitianos, dentro de la comunidad escolar.

Cada establecimiento municipal cuenta con un mediador hispano parlante de origen haitiano, el que tiene como tareas traducir a los niños cuando sea necesario, acompañarlos en su proceso de integración escolar, acudir a las reuniones de padres para ayudar a los apoderados y estar a disposición de toda la comunidad educativa para trabajar como mediador entre los migrantes y los chilenos.

Jean Axel Guerrier es haitiano, estudió un magíster en Estudios Internacionales en la Universidad de Chile y trabaja como coordinador del Programa de Mediación. Para él este tipo de medidas son clave para acompañar a los niños en un proceso que les resulta muy difícil de enfrentar, pues no solo llegan a una nueva cultura sino que, además, al no conocer el idioma tienen dificultades en su aprendizaje y en sus relaciones sociales.

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Jean Axel Guerrier y sus estudiantes.

Mientras Jean era entrevistado para este reportaje sonó la campana de recreo y, en menos de cinco minutos, dos estudiantes haitianos llegaron a buscarlo a su oficina. A uno de ellos, de unos ocho años, Jean le habla en creolé. Según cuenta el mediador, este tipo de escenas es común; en ocasiones, los estudiantes prefieren pasar sus recreos conversando con él, ya que se sienten acompañados por alguien que responde a su mismo origen.

En un recorrido por el patio de la Escuela República de Paraguay, donde Jean trabaja, se puede apreciar cómo los niños haitianos juegan sin problemas con sus compañeros. Se ríen y corren sin hacer diferencias entre unos y otros. El único problema surge cuando un niño le cuenta a Jean que hay dos pequeños discutiendo, él se acerca y rápidamente resuelve el conflicto. Luego comenta que es común que los niños discutan. A los estudiantes chilenos les molestan algunas actitudes de sus pares haitianos, pero debido a la barrera idiomática estos últimos tienen dificultades para explicarse o disculparse de caso de algún inconveniente. Sin embargo, Jean destaca que hasta ahora el programa ha funcionado muy bien, permitiendo un acercamiento de los migrantes a la comunidad, generando redes de apoyo para ellos y fomentando la interculturalidad en los espacios educacionales de la comuna.

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Es el cúmulo de situaciones que hoy deben enfrentar las decenas de miles de haitianos que han arribado a Chile sin saber mucho del país. A las complejidades que implica abandonar el lugar de origen, acá han tenido que aprender a forjar un carácter que les permita sobrellevar la innumerable cantidad de obstáculos que, por el hecho de ser haitianos, los obliga a vivir en la marginalidad.

La pregunta es si estas tres características -la apariencia, el tamaño del bolsillo y la forma de hablar- son lo que determina la relación con los extranjeros o, más bien, es el modo en que desde siempre hemos construido las diferencias sociales entre nosotros.

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