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Las óperas chilenas que nunca se estrenaron

A pocos días de que El Cristo de Elqui debute en el Municipal de Santiago, el investigador Gonzalo Cuadra presenta una charla sobre las numerosas composiciones que nunca se escucharon.

Rodrigo Alarcón

  Miércoles 30 de mayo 2018 13:37 hrs. 
JM

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Cuando Eliodoro Ortiz de Zárate logró estrenar su Lautaro en la temporada oficial de ópera del Teatro Municipal, levantó una polvareda que tardó largo tiempo en disiparse. Hubo críticos que la destrozaron y el Santiago de principios del siglo XX reaccionó con tal escándalo, que pasaron 27 años antes que otro autor nacional hiciera lo mismo: fue Próspero Bisquertt, con Sayeda, recién en 1929.

“Fue como cuando le cortaban la cabeza al jefe de otro bando y la colgaban en la entrada de la ciudad: un símbolo de lo que podía pasarle a un compositor chileno que hiciera ópera. Ortiz de Zárate pasó de ser una gran promesa a ser el objeto de burla de toda la musicalidad nacional. La guerrilla en los diarios fue impresionante, debatiendo durante meses si podía haber ópera escrita en Chile”, explica el investigador Gonzalo Cuadra.

El caso de Lautaro es emblemático en el tema que el músico y académico de la Universidad de Chile y la Universidad Alberto Hurtado ha investigado en los últimos años: la desconocida vida de las óperas escritas en Chile, cuyo hito inicial es La florista de Lugano (1895), del mismo Ortiz de Zárate.

En el mejor de los casos, esas óperas se estrenaron y nunca más se interpretaron. En los peores, ni siquiera llegaron a tocarse y hoy apenas se conservan algunos manuscritos que dan cuenta de su existencia.

Este jueves, Cuadra ofrecerá en el Archivo de Música de la Biblioteca Nacional la charla Voto de silencio: Óperas chilenas que jamás se estrenaron (19 horas, gratis), en la que presentará algunos resultados de un trabajo que abarca piezas compuestas entre 1898 y 1950 y que luego se traducirá en un libro.

“Lo interesante es que este tema habla mucho de lo que somos. Es un género musical y teatral, pero también habla de nuestra idiosincrasia: ¿por qué un género tan fundamental para la clase alta no permitió que los chilenos accedieran como productores, sino solamente como consumidores?”, se pregunta Gonzalo Cuadra.

La pregunta está más vigente que nunca, porque el próximo 9 de junio debutará El Cristo de Elqui, compuesta por Miguel Farías en colaboración con el sociólogo Alberto Mayol. Será un hecho excepcional, ya que en sus 161 años de historia, la sala de calle Agustinas no ha presentado más de una docena de óperas chilenas en sus temporadas oficiales.

Partitura de "Lautaro". Fuente: Memoria Chilena.

Partitura de “Lautaro”. Fuente: Memoria Chilena.

¿Por qué ha sido tan difícil para los músicos locales incursionar en la ópera? “Hay razones prácticas e idiosincráticas”, advierte Gonzalo Cuadra, quien ha impulsado conciertos temáticos en la misma Biblioteca Nacional.

“Prácticas, porque Chile nunca tuvo una industria lírica capaz de producir todo lo necesario para una ópera, gente que hiciera la escenografía, editara la partitura, hiciera los vestuarios, todo. Segundo, porque el único lugar idóneo para estrenar ópera era el Teatro Municipal, que traía compañías completas desde el extranjero, y convencerlas de estrenar una ópera chilena era dificilísimo. La tercera razón es que la crítica y los círculos intelectuales no creían que un compositor chileno tuviera la capacidad de componer ópera. La cuarta es que cuando confiaban en que los chilenos sí tenían la capacidad de componer ópera, (el compositor y académico) Domingo Santa Cruz se encargó de establecer que no se podía perder el tiempo haciendo un género tan frívolo, sino que se debían centrar los esfuerzos en el repertorio camerístico, sinfónico y de ballet. Y la quinta y última razón es que es el género más caro que existe, entonces autores como Ortiz de Zárate o Raoul Hügel pusieron de su dinero para estrenar y terminaron desfinanciados”, explica el investigador.

Musicalmente, ¿cómo eran esas óperas chilenas?

Estaban abiertas a los estilos que triunfaban en el mundo y uno las puede emparentar con Verdi, Wagner, el naturalismo italiano o el exotismo francés, por ejemplo. Lo que siempre me gusta decir es que en todas ellas hay buena y mala calidad, las razones para que no se tocaran fueron las otras.

Una cosa que no es menor es que el público recibió bien cada ópera que se estrenó en el Municipal. Me tocó leer mucho los libros de historia de (Eugenio) Pereira Salas, de Samuel Claro, todos estos libros que hablan de la mala recepción de la ópera chilena, y es cierto que tuvieron pésima recepción… pero por parte de la crítica. La gente aplaudió Lautaro, le gustó Caupolicán (de Remigio Acevedo Guajardo), la Sayeda, La florista de Lugano (del mismo Ortiz de Zárate).

Su investigación llega hasta 1950, pero al parecer el panorama no ha cambiado mucho hasta hoy. ¿Es así?

Claro, por estrenar El Cristo de Elqui, el Teatro Municipal no logra tapar lo que siempre ha pensado de la ópera nacional. Un estreno es una simple variación en la fauna local, pero el teatro no cree en la ópera nacional. Por otra parte, los compositores de hoy están más interesados en la ópera que antes y eso ha dado más obras. Los casos más emblemáticos son Miguel Farías y Sebastián Errázuriz, que además han logrado que sus óperas sean visiblemente estrenadas. Hay un interés en la gente por escuchar, hay un interés de los compositores por crear, es un buen momento.

Entonces falta donde presentarlas.

Claro, pero el concepto de ópera hoy es mucho más amplio. Yo puedo hacerla en un galpón, en una plaza al aire libre, en cualquier lugar.

Y ahora hay más teatros, no solo el Municipal.

Sí, pero que un teatro regional haga una ópera nacional todavía es un lindo sueño. Es carísimo y tienes que tener público, pero el público es reticente, porque nunca le han dado ese plato en la mesa.

Foto principal: Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, de Sergio Ortega, se presentó en 1998. Fuente: Centro de Documentación del Municipal de Santiago.
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