Vivimos un periodo en el que se han privatizado los sentidos comunes: todos aquellos espacios de socialización de la política que tradicionalmente habíamos conocido están, al menos, en crisis. ¿Cómo se repolitiza la sociedad para que haya un colchón donde estos debates efectivamente tengan sentido y resonancia?
Tomando la palabra, discutiendo. No hay política sin discusión, no hay política democrática sin discusión. El silencio es el peor enemigo de una política democrática, entonces, la pregunta contiene la respuesta, porque contiene una descripción de la crisis actual de la política en que la corrupción es una expresión de una política en peligro de desaparecer. A la corrupción de los manos manejos, donde se pone en peligro el uso de fondos, a eso hay que agregarle esta corrupción del silencio. Entonces mi utopía es que cuando los vecinos se junten en la esquina de una población de Santiago, hablen de fútbol, porque el fútbol es el deporte nacional que concita al ciudadano común, pero que junto con hablar de fútbol, hablen del futuro de Chile, del cambio constitucional, hablen de cómo debiera ser la política, que critiquen o elogien lo que está haciendo Piñera, que se junten para pensar en un Chile distinto.
Las dos cosas son posibles…
Sí, son posibles. Creo que el modo de salir de la crisis política es mediante el antagonismo verbal, enfrentándose en torno a temas y tratando de que la sociedad discuta esos temas. No basta que los líderes lo discutan. Es necesario que los líderes susciten en el ciudadano común el deseo de tomar la palabra.
Vivimos una época en la que se está produciendo una transformación muy significativa del sentido común, con la irrupción del movimiento feminista, que ha puesto en crisis muchas institucionalidades y prácticas que se producían en la sociedad chilena. Me imagino que es interesante, en perspectiva histórica, analizar cuando un sentido común irrumpe para provocar contradicciones con el que ya está instalado. En ese plano general, ¿qué reflexión podría hacer?
Yo diría que el interés de este feminismo que ha surgido es que es del siglo XXI. No es el del año 49′, cuando disputaban el derecho a voto, no es el de Elena Caffarena, es distinto. Yo creo que lo distinto es que a veces, sin ni siquiera quererlo, plantean una visión de totalidad. Parten del feminismo pero para pensar la sociedad entera. Eso me parece que es su virtud. Por otro lado, voy a decirlo vulgarmente: les ha dado por las tomas. Ese camino de las tomas las puede desviar de la tendencia central que deberían adoptar. En vez de tomarse la universidad, cerrándolas con sillas, habría que tomársela desde la palabra y citar a los profesores, estudiantes y administrativos a hablar, a discutir. Eso me parece que hay que agregarle a este movimiento que ha surgido, pero es interesante que esté donde esté. Es interesante que haya desplazado tanto al Frente Amplio como a la Nueva Mayoría. Hoy no son esos grupos los que toman la palabra, sino que son estas nuevas actrices. Hay toda una discusión de cómo llamarlo, así que las llamaré actrices.
Existe un debate sobre la importancia que tiene la renovación de los lenguajes en la transformación cultural. Esta idea de que los lenguajes implican una ideología, formas de mirar el mundo. Hay quienes dicen que rearmar la lengua castellana es ir demasiado lejos, en cambio otros dicen que es necesario, porque ahí es donde se reproduce cotidianamente el patriarcado. ¿Cuál es su mirada al respecto?
Me voy a ir a España. Pedro Sánchez crea un nuevo gabinete y lo puebla de mujeres, y se pone el debate de cómo llamar a esto. Algunos dicen que hay que decirles “las ministras” y llega la Real Academia Española y dictamina que aunque hubiera solo un hombre hay que llamarlo “los ministros”. Esa discusión es reveladora de que ahora nos estamos preguntando por cómo nombrar. El lenguaje está en juego. Estos nuevos actores sociales que han surgido están poniendo en jaque el lenguaje y eso me parece que es una gran cosa. Si prima la Real Academia de la Lengua Española estamos fritos. Sería mejor que primara el desorden antes que el dictamen autoritario del cómo decir.
Hasta 2010 a los sociólogos, cientistas políticos, no los contemplaban mucho en los programas de televisión. En 2011 se produce una trizadura en la sociedad, y hace que se empiecen a invitar a estos intelectuales que pueden ayudar a esclarecer algunas de las situaciones en las que se vive. En esa época también, la Concertación se hacía el harakiri diciendo que se olvidaron dialogar con los intelectuales, que se dedicaron a administrar. En la política en general, ¿cómo evoluciona la relación entre el mundo intelectual y la política contingente? ¿Ha mutado?
Yo quisiera que todos los ciudadanos fueran intelectuales en la política, pero no ha sido así, y hay que caminar en esa dirección. Cuando digo “intelectuales en la política”, insisto en que un intelectual es alguien que discute. Hay que pensar que todos los ciudadanos discuten, sin embargo, siempre la política ha estado más abierta a las élites que al ciudadano común, y a estas élites se les llama “intelectuales”. Ese “intelectual”, que tiene ese espacio, debería ser capaz de plantear temas y de suscitar discusiones que lleguen a fondo. Cuando digo “hablar”, digo “hablar hasta el final”, no hablar apurado. No hablar para zanjar un problema, sino para preguntar, preguntar y preguntar. En la política democrática nadie debe tener todas las respuestas. Si tiene todas las respuesta lo más probable es que caigamos en un dogmatismo que es malo, que entorpece el avance hacia miradas de futuro, que es lo que hay que buscar. Hay que buscar que ese ciudadano de la calle sea capaz de decirle al líder político en voz alta: “no estamos discutiendo lo esencial. No estamos discutiendo si este modelo neoliberal tiene vigencia aún o hay que corregirlo a fondo”.