Lo de Argentina este jueves fue histórico, sin precedentes en la época del macrismo en la Casa Rosada. El aborto fue aprobado en la Cámara de Diputados por 129 votos a favor, 125 en contra y una abstención. Ahora pasará al Senado, donde, según el medio Clarín, se contaría con los votos necesarios para obtener la sanción completa.
Justo en el momento de la votación en el parlamento trasandino, Tatiana Hernández, investigadora del Observatorio de Género, se encontraba en los estudios de Radio Universidad de Chile comentando sobre la ola feminista que tiene lugar acá en Chile. Al ver la aprobación, la socióloga celebró el resultado.
– ¿Cuál es su primera reflexión sobre lo que ocurrió en Argentina?
Es tremendamente relevante. Estamos asistiendo al debilitamiento del control social sobre las mujeres. Todo lo que hemos luchado por decir que el cuerpo es nuestro, que podemos tomar decisiones y que tenemos la capacidad de decidir. Lo del Congreso argentino es súper emocionante; un aliciente para toda esta movilización que se vive en la actualidad. Yo escuché la violencia con la que se trató algunas veces a las compañeras diputadas argentinas; se las trató de perras, de marsupiales, y siempre reforzando esta idea del vínculo entre la madre y el hijo y cómo las mujeres estaríamos traicionando ese rol. Y no: aquellas que tomamos decisiones sobre nuestros cuerpos estamos diciendo que nosotras tenemos el derecho de decidir cuándo queremos ser madres.
– ¿Qué opina de esta cierta división que produjo el proyecto de aborto en la derecha argentina?
Tiene que ver con ir instalando sentidos comunes, de entender que aquí los diputados en Argentina no estaban votando un sí o no a la vida, tal como se trató de instalar en la estrategia que han tenido siempre los grupos conservadores anti-mujeres, mal llamados pro-vidas, sino que se votaba sacar de la clandestinidad el aborto.
– ¿Cuál sería la proyección que podría tener esta política en Chile?
Yo creo que no hay mejor momento en Chile como para ir dándole a este tema de sacar al aborto de la clandestinidad. Tenemos una Iglesia Católica en el suelo –que es la que le pone personificación al feto, la que nos dice cuál es la buena y mala medicina–, y tenemos además una ola feminista muy fortalecida en distintos lugares. Eso es lo que tenemos que impulsar. Logramos conquistar un mínimo ético que fue despenalizar el aborto en tres causales, pero afecta a un tres por ciento de las mujeres en este país. El resto no va a dejar de abortar. Y todas las mujeres lo hacen con la estigmatización de estar cometiendo un delito, incluso las ricas, que tienen condiciones para hacerlo con seguridad. La tragedia del aborto no es la vida o la muerte; tiene que ver con la clandestinidad; tiene que ver con las condiciones de inseguridad y las condiciones de estigmatización con la que se accede al aborto. Entonces, yo creo que lo que hoy día Argentina nos dijo es que tenemos personas que están dispuestas a sacar el aborto de la clandestinidad y hacer que las mujeres puedan acceder de manera segura, sin que sea delito, mirando a la cara sin ningún problema a quien le hace el aborto, o a su gente, a la comunidad entera. Ese es un tema que se puede instalar en Chile, sin duda.
– Hay un nuevo sentido común que ahora desbordó a las sociedades, en Chile y Argentina ¿Qué factores lo han hecho posible ahora, y no en otro momento?
Yo siento que este nuevo sentido común dice que debemos avanzar hacia una sociedad en la que las mujeres vivan libres de violencia, y donde se nos reconozca como sujetos morales y con capacidad de decidir. Hay un quiebre importante frente a una idea instalada por siglos. Aristóteles habrá hecho muy bien a la filosofía del mundo, pero nos hizo muy mal a las mujeres, su idea de que nosotras no éramos personas tuvo una consecuencia feroz a la hora de instalarse en los estados modernos, porque los filósofos que piensan este estado, nos piensan a las mujeres como seres amorales, seres que no tenemos la capacidad de tomar decisiones sobre la sociedad en que queremos vivir. Cuando las mujeres comenzamos a movilizarnos, y decir que sí tenemos capacidad para tomar decisiones, que sí tenemos derechos, nos encontramos en una situación en la que el sentido común es otro.
– Hay una cosa interesante entre la experiencia biográfica de las mujeres que vienen luchando por el feminismo desde antes, y aquellas que han emergido biográficamente con este movimiento. Seguramente ahí ha habido conversaciones interesantes ¿Qué cruces se producen?
Las feministas de las diferentes generaciones nos estamos viviendo este momento de manera muy distinta. Hay una acumulación político-histórica que nos hace estar en el lugar que estamos hoy en día. Por ejemplo, yo converso con Teresa Valdés, con la María Raquel Díaz, he leído los correos que llegan de la Raquel Olea, de todas las compañeras que fueron de la segunda ola, y ellas lo están pasando chancho. En general el feminismo ya es parte del buen sentido común. Por otro lado, tenemos a las compañeras de mi generación, que no pertenecemos a ninguna ola, que miramos con más preocupación lo que está ocurriendo hoy día. Porque somos herederas de lo que hicieron las feministas anteriores, y vimos el repliegue del movimiento y lo que significó.
– Cuando hablas de ese repliegue, te refieres a lo que ocurrió después de la lucha contra la dictadura.
Sí, que buscaron avanzar hacia un estado democrático, pidieron una institucionalidad vigorosa, súper fuerte, como para ir generando normativas, legislaciones que fueran ampliando los derechos de las mujeres en este país y que pudiéramos ejercerlo de manera plena. Sin embargo, la crítica que hay con respecto a ese feminismo, del cual yo rescato mucho, es que consensuó muchas veces el cómo avanzábamos y los temas sobre los que avanzábamos en la ampliación de derechos. Ahí uno podría decir que, cuando se logra una muy pequeña conquista que fue el Servicio Nacional de la Mujer –que no era lo que pedían las feministas, que solicitaban un ministerio, más puestos en el Gobierno–, se va silenciando otro feminismo. Eso es lo complejo: entender que el feminismo es tremendamente diverso y que también tiene disputas no menores. En esa disputa en particular hubo un ala que fue tremendamente hegemonizante, y yo siento que hoy día lo que estamos viendo surgir y con fuerza son otros feminismos, los más populares, territoriales, los de base, esos que se auto-convocan en los colegios, en las universidades, que apuestan fuertemente a la trasformación de la cotidianeidad en las relaciones entre hombres y mujeres. Ojo que el feminismo institucional no es que no apueste por lo mismo, lo que pasa es que tiene otra estrategia, a través de la legislación, y cuesta mucho más porque tienes que llegar a acuerdos entre todos los sectores, y muchos quieren que no cambie nada. Vivimos durante años, incluso gobiernos de la Nueva Mayoría o de la Concertación, con gente que no quería cambiar nada.
Hay quiénes cuestionan que el feminismo se exprese preferentemente en las universidades, como si eso ya no fuera importante. Dicen que debe visibilizarse desde otros sectores de la sociedad también ¿Cómo se están entretejiendo estas expresiones desde lo local?
A mí me parece interesante esto como que fuera algo poco positivo que la ola feminista haya reventado o empezado en las universidades. No me extraña. Cuando el feminismo en Chile deja de tener ese carácter popular que tuvo en la segunda ola, cuando se luchó por la democracia en el país, y tiene esta característica más institucional, se va a la academia. Yo aprendí a ser feminista en la academia: tuve profesoras que me hicieron Teoría de Género. Ésa es la gracia que tienen las feministas más chicas. Gozaría haber tenido a mis maestras en una organización después, en el tiempo, cuando fui más grande, el poder ir a los territorios. A mí no me extraña que la ola haya reventado, porque habla que ahí hay mujeres a las cuales se les está enseñando cotidianamente sobre feminismo, pero además tienen un grado de empoderamiento que no es menor. Son mujeres que han empezado un proceso de transformación en sus relaciones cotidianas, y en cómo piensan la forma que quieren vivir y convivir con los hombres y otras mujeres en la vida.
¿Los hombres que apoyan tienen que ponerse en la segunda fila, sin exhibir su deconstrucción en las redes sociales o en el centro del escenario?
Me han tocado preguntas de los más chicos y las más chicas que quieren saber si los hombres pueden ser feministas, y me encanta esa pregunta, que salga a la discusión. Siempre les digo que sí, de hecho, Bell Hooks, una importante feminista del movimiento negro, dice que es bueno para todos y para todas, por ende, todos tenemos que erradicar el sexismo que existe en la cabeza. Qué bueno que los hombres quieran ser feministas. El punto es que el sujeto llamado a la acción, a ser protagonistas, son las mujeres, y eso es lo que tienen que entender los hombres. Les ha costado entender a muchos líderes bastante jóvenes, incluso de la izquierda progresista, que buscan instalarse en espacios donde las mujeres buscan complicidad, como, por ejemplo, comisiones feministas al interior del Congreso, o a través de Twitter, que hablan lo importante que es para ellos la deconstrucción de sus vidas, de su masculinidad, cuestión que es relevante, pero siento que es poco oportuno cuando el momento del protagonismo está en nosotras.