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El doble femicidio en Maipú que el Estado no reconoce

El martes 11 de junio la policía encontró, en su casa de Maipú, una madre y una hija apuñaladas. Un joven de 18 años declaró haber asesinado a ambas al no haber podido tolerar el quiebre con la menor. Además del dolor de la familia, el Estado no reconoce como femicidios a estos crímenes.

Martín Espinoza C.

  Martes 26 de junio 2018 16:14 hrs. 
HOMICIDIO

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Con Fabián se puede conversar porque dice estar tranquilo. Cree no haber dejado nada pendiente ni con Carolina, su ex esposa y prima de segundo grado, ni con Gabriela, la hija de ambos. La última vez que las vio le dijo a la primera que la quería mucho y a Gabriela, de 17, que era lo que más amaba en la vida. Así de sincero, como si fuese una despedida especial. El sábado 9 de junio Fabián se despedía así de las dos mujeres cuyos cuerpos encontraría, tres días después, sin vida sobre charcos de sangre.

El sospechoso de las llaves

– Hola, disculpa que te escriba, pero necesito saber de Carolina Donoso. Soy su amiga y compañera de trabajo y desde ayer no sabemos nada de ella. No vino a trabajar ni ha dado señales de vida. Estamos muy preocupados. La Gabita tampoco contesta. Por favor si sabe algo, avíseme para poder estar más tranquila.

El mensaje se lo enviaba Marcela, amiga y colega de Carolina Donoso (53) en la empresa Electrolux, el martes 11 a Rodrigo Alcaíno, primo de Carolina y hermano de Fabián.

“Hola, ya me contacté con alguien cercano para que la ubique. Le cuento en tanto tenga noticias. Saludos”, contestó.

El cercano al que hacía mención era precisamente su único hermano, Fabián, quien al escuchar lo que Rodrigo le comunicaba partió -preso de la incertidumbre- rumbo a la casa que habitaban las dos en la calle Caldera, en Maipú.

El extenso trayecto que separa a Pudahuel de Maipú le sirvió para recordar la última vez que habían estado juntos Fabián y su hija. El sábado recién pasado la había llevado a rendir un ensayo PSU en Las Condes, aprovechando el viaje para comentar las eventuales opciones que manejaba Gabriela una vez que se graduara de su colegio, el Rubén Darío de Maipú. Periodismo o Publicidad, no estaba claro por cuál se inclinaría, pero sí estaba segura de querer estudiar en la universidad. “Ese día en San Carlos de Apoquindo me dijo que quería estudiar para llegar allá, para llegar a tener un estándar de vida así, como ése”, recuerda el padre.

En la noche se volvieron a ver. Rodrigo, Fabián, Carolina y Gabriela. Todos ellos y una treintena de familiares más se reunieron en la casa de Lo Prado, de los padres de Rodrigo y Fabián, para celebrar los 81 años del papá de los hermanos Alcaíno. Ahí mismo, prácticamente afuera de la estación de metro Neptuno, fue donde se despidieron.

“Era muy sospechoso que la Carola no fuera a su trabajo sin dar aviso. Ella era muy responsable. A ella, después de nuestra separación, nunca más se le supo de una pareja. Tuvo dedicación 100% a la Gabriela. Con ese llamado le dije a mi jefa: tengo un problema y necesito salir. Le cuento de qué se trata y me dice: “ándate de inmediato”, como si el desenlace ya se intuyera.

En el camino Fabián intentó comunicarse con su hija y su ex pareja. De ninguno de sus celulares obtuvo respuesta y, luego de varios intentos, logró dar con alguien en el colegio para saber si su hija había asistido al colegio ese día, considerando que el anterior las clases habían sido suspendidas por las condiciones del clima. Al recibir la noticia de que su hija no estaba en el establecimiento, su angustia se acrecentó y se transformó en el deseo de que, al llegar, el auto de la madre de su hija no estuviera estacionado afuera de la casa. Carolina no salía si no era en auto.

“Cuando llegué el auto estaba ahí. Llamé a Rodrigo y me dice: ‘entra con tus llaves’. Yo le dije que no, que mejor llamaría a Carabineros”, cuenta Fabián. En ese momento Rodrigo comenzaba, profundamente preocupado, el viaje de 40 minutos que lo trasladaría de su oficina en Las Condes al lugar de los acontecimientos.

“Antes de que llegara Carabineros una vecina de la calle se acercó a Fabián. Le dijo que la vecina de al lado de Carolina, de la casa pareada, le había comentado que durante la madrugada del domingo al lunes había escuchado un grito, un golpe y a alguien bajando. Cuando me dicen eso yo ya no sabía ni qué pensar, solo atiné a llamar a Carabineros y decirles que por favor llegaran pronto”.

Carabineros tardó media hora en llegar. Treinta minutos en los que Fabián desistió de entrar a la casa, incluso con las llaves en su mano, por temor a lo que pudiera encontrar adentro y, también, por el miedo a verse involucrado como sospechoso en un caso que parecía estar escrito con tinta roja. Con la presencia policial y el manojo de llaves en mano, Fabián y los carabineros intentaron abrir la puerta. Rodrigo seguía al teléfono desde su taxi, rígido, soportando apenas la tensión de escuchar los intentos por abrir la cerradura de la casa. Por un tema logístico, Fabián quedó a un auto de distancia de la puerta y le cedió las llaves al carabinero que había acudido al lugar para que abriera. “Después fue todo muy rápido”.

En cuanto se abrió la puerta, y al ver la escena que ofrecía el living de la casa, uno le dice al otro gritando y en tono agitado que rápido, que urge una ambulancia. La respuesta del funcionario cerró cualquier espacio de dudas: “Ya no sirve. Por su estado son más de 24 horas muertas”. Por sobre el hombro de la policía Fabián no tuvo dificultades para distinguir: los que estaban ahí eran los cadáveres de su hija y su ex esposa, acostados en el suelo del living, rodeados de la sangre derramada durante más de 24 horas.

En ese momento, Fabián pasaba a convertirse en el primer sospechoso.

El vecino

“Yo metía las manos al fuego por mi hermano, no quería que nadie tuviera sospechas sobre él. Entonces, conmigo en el taxi, empezó la vorágine de asumir que las chiquillas ya no estaban”, cuenta Rodrigo. La vorágine a la que hace referencia significó una espera de diez minutos para llegar al lugar en donde su prima y su sobrina yacían muertas, lugar donde su hermano, además, era para la policía un sospechoso más entregando declaraciones. En el sitio ya se agolpaban vecinos curiosos.

Minutos después Fabián estaba sentado en la parte trasera del retén móvil cuando le dieron ganas de ir al baño. Solo ahí se percató de que estaba encerrado, solo. Golpeó la puerta gritando para que lo dejaran salir. Un carabinero de los que había estado desde el principio le abrió la puerta y le preguntó qué quería. El oficial de alto rango que había estado resguardado el retén, y que había hecho oídos sordos a los gritos, lo paró en seco y le dijo:

– No tienes permiso ni siquiera para ir al baño.

“Yo di un paso más, lo enfrento y le digo: ‘Qué prefieres: orino en el baño o me orino en los pantalones’. Ahí accedió a que un carabinero me acompañara al baño. Fui, volví, y siguieron interrogándome. En un momento llega un inspector de la PDI, que ya me estaba pidiendo declaraciones, y de forma muy violenta me pregunta: ‘¿Por qué no entraste, hueón, si teniai llaves? ¡¿Por qué no entraste?!’. Me detuvo el horror de encontrarlas adentro y tenía muy claro que, por ser el ex, iba a ser uno de los sospechosos. ‘¡Muéstrame las manos!’ me dice, y me empieza a preguntar qué tengo en las uñas. Me miro las manos y no tengo nada… Ahí me tira las manos y se va”. Entre preguntas e interrogatorios informales y de tono marcado Fabián estaba aislado de todo el mundo, precisamente en el momento más dramático de su vida. “La verdad es que estaba retenido, privado de libertad”.

En medio de la guerra de emociones que se desenvolvía en su interior, un uniformado se le acerca y le dice: “¿Sabe usted la dirección del ex pololo de Gabriela?”. De entre la muchedumbre un vecino se había aproximado a la policía que trabajaba en el lugar y había deslizado sutilmente sus sospechas: “Aquí al que deberían estar buscando debería ser el ex pololo de la niña”, comentó.

El Fabián que no miraba a los ojos

Fabián conocía la casa pareada del ex pololo de su hija porque hace poco más de un año habían celebrado el cumpleaños de Gabriela ahí. El joven también se llamaba Fabián.

Fabián Alcaíno lo había visto unas pocas veces, a Fabián Cáceres Aravena (18), no más de cuatro. Rodrigo, el tío, le había insistido en varias ocasiones a Gabriela para que “llevara a su pololo a la casa”. Nunca, no sabe por qué, alcanzaron a concretar ese encuentro. Entonces del joven no se sabe demasiado en el círculo familiar.

“Los papás de Fabián son personas muy decentes, trabajadoras, una familia bien constituida. Querían mucho a Gabriela. No he hablado con ellos, pero el día jueves enviaron a un amigo para decirme que ellos también estaban muy afectados, que tenían mucho dolor por la situación y que amaban profundamente a Gabriela”, relata Fabián.

Según cuenta, Fabián Cáceres es una persona retraída, que no mira a los ojos. “Creo que una persona que es mala para mirar a los ojos no es algo normal. Yo cuando lo conocí lo único que le dije fue que cuidara a mi hija, porque eran mis ojos, y que me tuviera de amigo, que nunca me tuviera de enemigo”.

Fabián tenía un año más que Gabriela, iban al mismo colegio de Maipú y vivían a unas pocas cuadras. Eso sí, Fabián no terminó cuarto medio de forma regular. Una denuncia interna por intento de violación por parte de una alumna de la institución obligó al colegio a marginarlo de las clases y a pedirle terminar cuarto medio dando exámenes libres. La denuncia nunca se llevó a tribunales y hoy Fabián dialoga con la dirección para que le provean toda la información que pueda servir como antecedente en la causa judicial que recién empieza.

Cuando ese martes Fabián padre llegó a la casa de la ex pareja de su hija junto a funcionarios de la policía, no encontraron a nadie. De vuelta en la casa de Carolina, el mismo carabinero que había abierto la puerta, el primer testigo del doble femicidio, se le acercó y le dijo que se quedara tranquilo, que no habían evidencias que lo apuntaran a él. Acto seguido, el inspector PDI, el del trato poco amable, se paró frente a él, se presentó y le dijo que quedaba una última diligencia por hacer en la Brigada de Homicidios de Ñuñoa, que se podía ir para allá con su familia. No era necesario el traslado en el retén.

Recién en ese momento Fabián se sintió libre.

El crimen

A la mañana siguiente, mientras Fabián ofrecía una entrevista a un matinal, comenzó a correr la noticia de que el principal sospechoso, el ex pololo, había confesado la autoría de los hechos. Efectivamente, por la noche del martes había confesado los dos homicidios ejecutados en la casa.

“El imputado no pudo soportar el quiebre amoroso que tuvo con su polola”, declaraba el subcomisario de la PDI a cargo de las pesquisas.

Fabián arribó a la casa de su ex el lunes por la madrugada. Cuando tocó la puerta le abrió Carolina, a quién le propinó 31 puñaladas en varias partes de su cuerpo, cara incluida, con un cuchillo que acarreaba desde su casa. Gabriela, al sentir el ruido, bajó la escalera y se topó con la escena. Antes de asesinarla en la escalera de la casa con varias puñaladas, una de ellas profunda y en el pecho, la violó. Se duchó, limpió el lugar, cerró ventanas y cortinas, arrastró los dos cuerpos hacia el living -el sitio en el que dejó las huellas de sus zapatillas marcadas con sangre- y se marchó a su casa.

Ese mismo miércoles, Fabián y Rodrigo tuvieron que ir a reconocer los cuerpos de sus familiares al Servicio Médico Legal. Por el lado de Carolina fueron su padre, Ricardo, y un vecino, Héctor.

Rodrigo, que no quería participar de esa etapa, cumplió con el favor solicitado por Fabián y lo acompañó: “Uno entra a la morgue y hay un olor penetrante en la nariz. Es muy frío. A través de un vidrio te ingresan la camilla con la persona, para que tú le veas la cara. Fue espantoso ver a mi sobrina, que ya tenía días de fallecida, ahí. Después pasó Carolina. Fue devastador. No puedes pensar que algo así esté pasando”.

Después de vestida y maquillada, pasaron a despedirse de Gabriela: “Era el último minuto en que podías estar cerca de ella, porque cierran el cajón después. El dolor era tan intenso como el frío que hacía. No le quería dar un beso porque iba a estar muy helada y no quería quedarme con la sensación de ese frío. Le di el beso igual, le dije que había tenido el privilegio de haberla conocido, que siempre la íbamos a tener en nuestro corazón para acogerla. Yo no espero que ella me cuide de afuera, pero que sepa que ella no va a morir, porque siempre la vamos a recordar”, recuerda Rodrigo.

De Carolina ni eso. Su cajón estaba cerrado por la cantidad de cortes de su cara. Fue la última vez que la vieron, y ni siquiera pudieron acercarse a su cuerpo.

La ley Gabriela y los femicidios que no fueron

El velorio, el jueves, se extendió más allá de la hora de cierre. Cientos de personas acudieron a la Parroquia San José Benito Cottolengo, ubicada en Camino a Melipilla junto al Colegio Don Orione, para despedirse de Gabriela y Carolina. Ahí, tres compañeras del colegio le comentaron a Fabián que ellas tenían audios que podrían reforzar la culpabilidad del imputado.

Eran los mismos audios que al día siguiente fueron presentados en la audiencia de formalización. En ellos, Gabriela le contaba a sus amigas los episodios que había tenido que sufrir producto de los indomables celos de su ex pareja: “Le dije que no quería estar más con él, quería carreterar tranquila, con otra gente (…) Paulette me dijo ‘vas a tener que llamar a los pacos’”. Agrega a sus amigas que “ya no lo podía seguir esperando (…) Cuando lo eché de la casa me dijo que me iba a doler, puso el puño y lo eché de la casa”. “La gente se va alejando de ti (…) Me tuve que quedar sola para darme cuenta (…) Mi mamá me dijo”. “Yo aprendí lo que es el amor propio y no le voy a aguantar que me haga eso, ya ni siquiera es como mi pareja”, se alcanza a escuchar.

Yo abracé a las niñas cuando se acercaron y les dije que por favor no se permitieran perder a otra amiga. Es muy impactante saber que mucha gente sabía de la situación, pero ninguna persona se me acercó y me dijo “oye, tu hija lo está pasando mal”.

El acompañamiento legal a Fabián se lo ofrecieron de parte del Servicio Nacional de la Mujer y la Equidad de Género, desde donde, aseguran, no pueden entregar ningún tipo de información alusiva al caso. El abogado que asumió el caso señaló a este medio que “la causa está reservada por existir una menor involucrada”.

El viernes 15, el mismo día del funeral, en el Noveno Juzgado de Garantía de Santiago, el Ministerio Público formalizó a Fabián Cáceres por cuasidelito de homicidio con alevosía en el caso de la madre, y homicidio con violación de la menor. En la instancia José Solís, Fiscal adjunto de Alta Complejidad Occidente, daba detalles sobre las posibles penas: “Esto es un delito de homicidio, es decir, el femicidio dice relación cuando hay una relación de familiaridad, cónyuge o ex conviviente. Acá no se da ninguna de esas hipótesis. La pena mínima del homicidio es de 15 años y un día por cada uno. Es el mínimo legal, de ahí hacia arriba”. Mauricio Badilla, el defensor público, dio cuenta de la irreprochable conducta anterior del imputado con el objetivo de rebajar sus penas. La fiscalía se dio 6 meses para realizar la investigación, mientras Fabián pasará ese tiempo en prisión preventiva.

Tres de los elementos mencionados en el párrafo anterior no dejan de hacer ruido en la cabeza de los hermanos Alcaíno: el hecho de que los crímenes no sean considerados femicidios, la posibilidad de rebajar las penas de un delito de estas características y la defensa que, “con nuestros impuestos” deben pagar para el criminal.

Rodrigo afirma que “lo que tenemos que decir hoy es que, si tocas a una mujer en Chile con violencia, y la matas, cualquier mujer, ese agresor tiene que tener la pena máxima hoy ¿Cómo verificas si una pareja está pololeando? Nuestra sociedad tiene que defender a la mujer. Con educación que haga que los cabros aprendan a respetar a las mujeres y que las mujeres se tienen que hacer respetar. Hay gente que dice “no, si es porque me quiere que es celoso”. Entonces si tú educas a toda una futura generación no vamos a tener estos problemas en el futuro. Hoy día, mira lo que te voy a decir, tenemos que estar felices porque la violaron para que él tenga una pena más extensa. Pero aquellos que cometen este tipo de crimen, que tengan el castigo más duro”.

Fabián afirma que “queremos llegar a una ley Gabriela para que este tipo de situaciones nunca más vuelvan a ocurrir. Yo sé que, aunque logremos una ley Gabriela, esa ley no va a beneficiar la situación de mi hija. Lo único que queremos es que las mujeres no sean agredidas desde el pololeo. Este tipo de situaciones no pueden volver a ocurrir”.

La ley N° 19.968, en su artículo 8° N°16, explicita que los tribunales de Familia tienen competencia para conocer y resolver los actos de violencia intrafamiliar, sin embargo, la normativa no aplica para casos de pololeo porque el artículo 4° señala de forma explícita que “las relaciones de pareja sin convivencia no se considerarán, para ningún efecto legal, como relaciones de familia”.

Es por esto que en mayo de este año el gobierno, a raíz de las intensas movilizaciones feministas que se desarrollaron a lo largo de Chile, decidió darle urgencia al proyecto de ley que legisla sobre la violencia en el pololeo. El proyecto define legalmente el pololeo como una relación entre dos personas donde existe estabilidad, pese a no convivir -pero no se contempla como una relación válida para otros efectos legales como relaciones de familia-.

Por otro lado, contemplando la situación de Carolina, en 2014 la Red Chilena Contra la Violencia hacia las Mujeres dio a conocer los resultados de un estudio que amplía el concepto de femicidio, reconociendo otras formas asociadas de violencia extrema hacia las mujeres con resultado de muerte. Dentro de ellas incluyó el concepto de “Castigo Femicida”, que se refiere al “asesinato de personas con las cuales la mujer tiene un fuerte vínculo afectivo, generalmente se trata de la madre o sus hijas e hijos y cuyo objeto es destruir psíquicamente a la mujer”. Según señala una cartilla de la Red, “de acuerdo a los registros del Ministerio Público, durante los años que abarcó la investigación de la Red, el 77% de los asesinatos de niñas y niños en manos de su padre, se deben a un conflicto conyugal, y el 50% de ellos se trata de una venganza en contra de la madre”. Esto respalda la idea de que ambos asesinatos constituyen femicidios que, al parecer, están lejos de ser tipificados como tales según la legislación chilena.

Si bien la ley Gabriela podría constituir un avance, hay voces que desde el feminismo son críticas con la segmentación de las normativas que aborden violencia de género. Soledad Rojas, integrante de la Coordinación Nacional de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres,  apunta a el error que implica abordar el femicidio únicamente desde un punto de vista “afectivo”. “Eso significa que el Estado de Chile está solo considerando la violencia contra las mujeres en el ámbito de las relaciones íntimas, afectivas. Sin embargo, la violencia contra las mujeres ocurre tanto en el mundo privado como en el público. En el caso de Gabriela, es absurdo que no haya sido tipificado como femicidio. Hay muchas situaciones en que hombres agreden a mujeres desconocidas y las violan y las matan. Eso también es un femicidio. Es un asesinato a una mujer a raíz de su condición de género. La legislación chilena es completamente insuficiente. Una legislación óptima debería ser integral, en vez de esta tendencia a segmentar el problema en leyes muy particulares referidas al nombre de la persona que fue asesinada”.

La directora de ONU Mujeres en Chile, María Inés Salamanca, comparte la crítica de la insuficiencia de la legislación chilena: “La recomendación es ampliar los casos de femicidios, para que casos como éste -motivado por razones de género- sean incluidos como femicidios. El 30% de los países de América Latina cuentan con “leyes integrales”, que son aquellas que abordan todos los tipos de violencia: acoso, violencia obstétrica, económica, acoso en espacios de trabajo, en el ámbito educativo. Una sola ley que incorpore todas las manifestaciones de la violencia, incluida el pololeo, en el ámbito privado y público. Es necesaria una ley integral. Hoy está en el Congreso la ley por una vida libre de violencia, enviada por el gobierno de Bachelet. Lo que debería hacer el Congreso es discutir esa ley, hacer indicaciones, mejorarla y asegurarse de que esa ley tenga los recursos y el presupuesto necesario para llevarse a cabo”.

***

Casi al final de la misa del funeral, Fabián levantó la cabeza y la giró por primera vez para mirar la concurrencia. En la iglesia no cabía ni el silencio. Para el cortejo fúnebre Carabineros cortó Américo Vespucio y Pajaritos. La fila de autos era interminable. “Fuimos muy afortunados por la contención que tuvimos. Desde un principio con Rodrigo hemos logrado transmitir lo que queremos, que esto sea un proceso sin violencia, sin odio, sin venganza. Nosotros queremos justicia”.

La noche anterior Fabián había querido preparar una intervención, pero entre el cansancio y sus deseos por que lo que dijera saliera verdaderamente del corazón, prefirió improvisar. Dio las gracias a sus padres por cómo los habían criado, agradeció también la compañía, el cobijo y la contención de los que de una u otra forma se habían hecho presentes. Luego bajaron el cajón de Gabriela. Un desenlace como cientos en el Chile de los últimos años, un final que para muchas personas es un femicidio, pero no para el Estado.

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