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Escritorio

La Sech y funcionarios de la U. de Chile durante la dictadura actuaron con nobleza


Martes 7 de agosto 2018 10:29 hrs.


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Se iba el año 1981. Había ya pasado la navidad cuando logré publicar un libro objeto de 32 páginas en Santiago de Chile.

Fue uno de los primeros que desafiaron la censura. Es decir, sin permiso de la Dirección Nacional de Comunicación (Dinacos). Desde ese organismo se informaba a la Central Nacional de Informaciones, la policía política de Pinochet, a quienes vigilar o reprimir. No tenía pie de imprenta. No podía tenerlo. Lo único de la legalidad dictatorial que poseía, era la Inscripción en el Registro de Propiedad Intelectual.

Traté de imprimirlo desde octubre de ese año. Su título intentaba no levantar sospechas: se llamó Cuaderno de Poesía. Además, no tenía demasiadas pretensiones. Era sobre todo un grito de amor desde el dolor. Cuando se leía en su interior, uno de sus poemas, nadie se atrevía a hacer el trabajo.

En ese deambular, llegué a la unidad de reprografía del Departamento de Informática de la Universidad de Chile. Rebolledo (no recuerdo su nombre de pila).

Para Rebolledo tampoco las cosas fueron fáciles. Para que el trabajo quedara de calidad, intentó mandar a hacer las matrices en metal para la máquina Offset que operaba. Se las recibían, las veían, y luego, poco menos, le tiraban los originales por la cabeza. – En que andas metido Rebolledo -, le dijo uno de ellos. Llévate eso, me puedes meter en líos.

Poesía y crímenes contra la humanidad

Pasaban las semanas y no teníamos noticias del avance. Hasta que fuimos a verlo con el artista visual Patricio Rueda, autor de la gráfica y diagramación y nos contó el problema. Para solucionarlo y cumplir, me pidió que fuera a un negocio que fabricaba matrices en papel, y que quizás no pondría problemas, en calle Arturo Prat. Tendría menor resolución gráfica, sobre todo los últimos ejemplares, porque el rodillo la iría dañando.

Algunos de quienes en la época participábamos en talleres literarios y en la Unión de Escritores Jóvenes (UEJ) como yo, pensábamos que en esos momentos la poesía tenía que decir lo suyo: nos estaban matando.

El texto incluía el poema Denuncia, cuyas fotos son fotocopias del diario El Mercurio, un periódico abjecto que avalaba y daba gran despliegue a los crímenes contra la humanidad. A los luchadores sociales los hacía aparecer como “terroristas” muertos en falsos enfrentamientos. Por ello, a cada uno de los ejemplares se le colocó témpera roja en el cuerpo de una de las víctimas.

El Código Penal francés, país que redactó la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano hace más de dos siglos, pionero en el Derecho de los Derechos Humanos, sanciona con la prisión a perpetuidad cualquiera de esos delitos en su artículo 212 – 1. En Chile nuestra Corte Suprema los libera.

Mi libro culminaba con una venda, debajo de la definición de la palabra patria.     La única librería que se atrevió a venderlo y colocarlo en su estantería, fue Altamira. Así, llegó seguramente a manos de Nicanor Parra, quien en un gesto noble, que agradeceré siempre, me invitó a cenar el otoño de 1982 una exquisita cazuela en su casa de La Reina. Tuvimos una charla memorable acerca de la ecología. Cuaderno de Poesía se vendió además, en el Taller Sol, en la Casona de San Isidro, en el Taller 666, en peñas y actos de resistencia cultural. Fue una vorágine su distribución porque podían requisarlo.

Escupir en la mano que ayudó

Entregué tres ejemplares al directorio de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech). A partir de 1982 fui aceptado como socio. La actitud fue valiente.

La Sech nos cobijó, protegió durante la dictadura. En la sala que hoy rinde homenaje a los premios nacionales de literatura, funcionaba los jueves, la UEJ.

A fines de ese año fui secuestrado por la Brigada Especial de la Policía de Investigaciones. Esos mismos funcionarios del Estado conformaron el tristemente célebre Comando Vengadores de Mártires (Covema). Después de eso salí de Chile con destino a París a principios de 1983 gracias a la ayuda de Ivonne Legrand, funcionaria de la Embajada de Francia y del Fondo de Ayuda Social de las Iglesias Cristinas (FASIC).

De ese texto quedan pocos ejemplares. Se imprimieron 500. Hay dos en la Biblioteca Nacional. Se ingresó años después, por Juan Camilo Lorca, quien escondió algunos ejemplares y, cuando yo ya estaba en París y fue posible, los ingresó al catálogo. Hay uno en la Biblioteca del Congreso Nacional en Santiago, catalogado como reliquia histórica, uno en el Museo de la Memoria y dos en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, en Washington DC. No sé cómo llegó allí.

Agradecido de la Sech. En momentos en que es atacada. La ética no tiene precio. Algunos de mis actos me costaron caro. Pero tengo la satisfacción de poder sentarme a la mesa con mis dos hijos y mirarlos a los ojos.

La discusión es saludable, de ella nace la luz. Sin embargo hay cosas que remueven el alma, como negar nuestra propia historia a través de la omisión. Y lo peor, hacerlo a través de un periódico que siempre tiene oscuras intenciones, cómplice hasta hoy de los verdugos.

Yo por mi parte, nunca escupiría en la mano que me fue tendida. Se lo he dicho a mi familia, a mis amistades: en mi calidad de periodista nunca escribiré en medios infames. Es una opción de hombre libre. No critico que otros decidan ganarse la vida en esos medios, pero de allí a usarlo como tribuna para denostar instituciones nobles como la Sech, se franquea un paso distinto. Yo, preferiría trabajar de cafiche para alimentar mi hogar, que hacerlo en El Mercurio.

*El autor es periodista titulado en Francia y egresado de Licenciatura en Ciencias Jurídicas y Sociales en Chile. Parte importante de sus trabajos se encuentran en la sección Memoria Chilena, de la Biblioteca Nacional de Chile. Escribió entre París y Santiago un segundo libro inédito llamado ’80 Poesía Urgente.