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Chile: un país bingo


Miércoles 8 de agosto 2018 13:42 hrs.


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Chile es un país difícil curioso. Su presidente ofreció en el primer mandado la “Chilean way to development”, y ahora vuelve a prometer poner al país en las puertas del desarrollo. Los líderes de opinión, dirigentes políticos e intelectuales se enorgullecen de estar dentro la Alianza del Pacífico y de la OCDE, y hasta las usan como parámetro para hacer comparaciones de los más diversos problemas.

Pero en medio de ese camino al desarrollo, el ministro de Educación acusa que le llegan comunicaciones de escuelas públicas pidiendo auxilio para sus techos con filtraciones. Para él la alarma no está en ese signo de precariedad, sino en el “centralismo”, “paternalismo” y “asistencialismo” que ve en esos reclamos, y demanda a esas comunidades educativas ejecutar soluciones autónomas, por ejemplo “organizar bingos” para recaudar fondos.

¿Por qué un cuadro gubernamental llama asistencialismo o paternalismo a lo que en Finlandia, Canadá o Islandia -países destacados de la dichosa OCDE- sería obvia responsabilidad de la administración pública? ¿Por qué si en Barcelona los únicos centros educativos totalmente privados son aquellos que pertenecen a filiaciones específicas y la sociedad se responsabiliza por las condiciones de trabajo en escuelas y hospitales? ¿Es que los recursos son “escasos”, la sociedad no puede permitirse “excesos” o la gente debe “responsabilizarse más”? Resulta curioso, pero más lo es que el ministro parezca no saber que Chile hace rato que funciona como un bingo, con recursos más que abundantes, pero de forma totalmente desigual

La primera modalidad del bingo es la que todos niegan: que el discurso del modelo de libre mercado y del Estado subsidiario (que regula y actúa solo donde el mercado falla, en favor de los “más indefensos”) es solo ideología: realidad para los que se sacan la mugre en el día a día, retórica de legitimación para los verdaderos ganadores. No son agentes privados que concurren por las leyes de la oferta y la demanda quienes organizan y distribuyen los recursos. No. En Chile, ejemplo cimero del neoliberalismo latinoamericano, se privatizan las ganancias y se colectivizan las pérdidas o, mejor dicho, el costo de las grandes ganancias no es el “sacrificio personal” y corre por cuenta de la gente.

Así, académicos de la Universidad de Chile han demostrado que las 10 grandes mineras transnacionales se apropiaron entre 2005 y 2014 de una “renta graciosa” (indebida y excesiva) equivalente a 120 mil millones de dólares (el doble del PIB total de la economía dominicana, la que más crece en el Caribe), mientras los impuestos se definen en función de “no alejar las inversiones”.

A las empresas que operan Transantiago se les ha transferido 6400 millones de dólares en subsidios (aparte de lo pagado en pasajes por la gente) de 2007 a la fecha.

Las AFP chilenas han dilapidado en inversiones y bolsas extranjeras 37 mil millones de dólares de los fondos administrados desde la crisis de 2007, mientras el fisco ha tenido que endeudarse en más de 6 mil millones de dólares para pagar pensiones civiles, subsidios al sistema, así como pensiones a la población sumida en la pobreza. Pero las 6 AFP chilenas solo en 2017 se ganaron “limpios” 1.5 millones de dólares al día, en tanto la mitad de las mujeres chilenas bajo la capitalización individual no han podido autofinanciar una pensión superior a los 40 dólares mensuales.

Y las ISAPRES, aseguradoras de “salud”, solo en 2017 ganaron más de 100 millones de dólares, incrementando sus beneficios en más de 40%, en tanto los bancos, gracias al Crédito educativo con Aval del Estado (CAE), es decir las familias y el Estado, se han ganado casi 1000 millones de dólares “financiando la educación”.

En resumen, “recursos limitados” y crítica al “paternalismo” si de tapar filtraciones en escuelas públicas se trata, en medio de un sistema de saqueo amparado en un régimen jurídico e institucional especialmente diseñado para ello, a lo cual en otros trabajos hemos llamado “corrupción legalizada”, que tiene expresión en nuevas creaciones como el “estatuto laboral juvenil” que permitirá ampliar la sobreexplotación bajo la forma de “estímulo al mercado laboral”. En todo esto el Estado no es subsidiario ni hay soluciones individuales: funciona gracias al tan odiado y temido “intervencionismo estatista” constatable.

Pero enfrente del bingo del capital, a costa de todos, está el bingo de la gente, que el ministro de Educación no conoce, no entiende, o niega… o posiblemente hace todas las anteriores.

Nos referimos a ese bingo sin el cual no se podría “parar la olla” en un país donde el PIB per cápita dice bordear los 15 mil dólares, pero la mitad de los asalariados gana por debajo de la línea oficial de pobreza. El bingo que ha permitido que durante décadas los enfermos de males catastróficos junten la plata necesaria para operarse, las familias acumulen para reparar la casita (con un déficit actual de casi 400 mil viviendas) o de forma más elegante y organizada, los niños con capacidades distintas se atiendan en programas como Teletón.

¿Esta convivencia del bingo protegido de unos pocos poderosos y el bingo de sobrevivencia de una mayoría despojada de derechos básicos es mera casualidad? Para nada, pues está en el núcleo de la doctrina dominante.

Entre el 26 y el 30 de octubre de 1938 —hace ya 80 años—, se reunió en París un selecto grupo de intelectuales, el famoso “Coloquio Lippmann”, a propósito de la publicación del libro “The Good Society”. En dicho encuentro se congregaron Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, junto a otras figuras. Eran los momentos fundacionales del movimiento neoliberal. Un segundo encuentro ocurrió en Mont-Pèlerin, Suiza, 1947. Allí también acudieron Hayek y otros destacados intelectuales afines, entre ellos, un joven llamado Milton Friedman, posteriormente Nobel de Economía en 1976, líder del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago, consejero de las políticas monetaristas a Augusto Pinochet y referente espiritual de los Chicago Boys, economistas estrellas de la dictadura y la postdictadura chilena.

Las ideas de Friedman en temas como la educación son sencillas, y cualquiera las puede leer en su conocido documento “Educación pública: Privatícenla”. Nada tienen que ver con las de un clásico como Adam Smith, aparentemente admirado por los neoclásicos, quien sabía muy bien que el interés particular no podía hacerse cargo de los bienes comunes.

Entre las ideas de Friedman sobre educación hay dos muy importantes: las personas en relación con el Estado son súbditos, y es mucho mejor que sean consumidores; y el financiamiento debe ir a la demanda, no a la oferta, mientras el Estado, a lo sumo, debe fiscalizar, asegurar el flujo de recursos e intervenir lo menos posible, pero poniendo el dinero. La conclusión: lo que antes era público y un derecho debe ser administrado mediante el principio del lucro, el presupuesto del Estado se debe convertir en un voucher, los ciudadanos volverse clientes, y los empresarios privados ir a manejar las escuelas, con ganancia privada, pero a cuenta y riesgo de la sociedad. En esa idílica fantasía, todos (empresarios y clientes) somos simples agentes, iguales, no hay intereses contrapuestos, ni antagonismos ni relaciones de poder.

No se puede entender la municipalización chilena bajo Pinochet ni el CAE bajo Ricardo Lagos ni la gratuidad bajo Bachelet (universidades privadas cuyo financiamiento llega a un 60% cubierto por el Estado mientras las públicas decrecen en estudiantes e inversión) ni las recientes palabras del ministro de Piñera, sin la idea privatización estatizada que los inspira, siempre bajo la lógica de que la sociedad asegura la ganancia individual y asume las pérdidas financieras y sociales. Es una falacia neoliberal tanto la iniciativa libre y privada como el papel no interventor del Estado, y más lo es la “escasez de recursos”.

En esas circunstancias, dicen los administradores del modelo, los derechos no pueden discutirse de forma “maximalista”, pues siempre deben estar acompañados de “prudencia fiscal”.  Y si las cosas van mal, la solución debe ser autónoma y con un bingo, pues lo demás es puro “paternalismo”. Qué bonita leyenda ¿no?