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Año XVI, 18 de abril de 2024


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Riccardo Petrella: “La fuerza del capital disminuyó la capacidad utópica de Latinoamérica”

El reputado académico, referente dentro de los movimientos antiglobalización, pasó por Chile para participar de un seminario que aborda ese mismo tema. Antes, conversó Radio Universidad de Chile. En esta entrevista habló sobre la necesidad de configurar a la población en torno a una organización política mundial, sobre la importancia del concepto de utopía para vencer al capitalismo y sobre el rol de la clase trabajadora en este empeño.

Martín Espinoza C.

  Lunes 20 de agosto 2018 18:57 hrs. 
petrella

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Riccardo Petrella es un economista italiano con doctorado en Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad de Florencia. Hoy, además, es profesor emérito de la Universidad de Lovaina. Petrella se ha destacado por ser parte de un grupo de académicos que se ha dedicado a estudiar la globalización desde una perspectiva crítica. Durante su carrera ha manifestado abiertamente sus posiciones en contra de la mercantilización de los derechos humanos y sociales.

El académico italiano se ha convertido en uno de los referentes del  movimiento “altermundista”, que con un enfoque antiglobalización acusa al actual proceso de beneficiar a las grandes multinacionales, a las clases dominantes y a los países más ricos.

En ese contexto, e invitado por el Vicariato Apostólico de Aysén (en colaboración con Caritas Chile y la Universidad Alberto Hurtado) vino a Chile a participar del seminario internacional “Clamores del sur, una nueva humanidad habita la casa común”.

¿Qué lo trae a Chile?

Es un encuentro latinoamericano sobre la visión que pueden proponer las poblaciones de América Latina en contexto de la evolución del mundo, con particular atención al problema de cómo se puede contribuir a los procesos de construcción de la humanidad como actores de la regulación mundial. Hoy la Humanidad no existe como sujeto político.

¿A qué se refiere con que la humanidad no existe?

La Humanidad hoy es un concepto abstracto. Si tú le preguntas a la gente cuándo la Humanidad es parte de su reflexión cotidiana como lo es el Estado, el partido, la iglesia, la empresa, verás que no tiene ninguna influencia sobre los imaginarios políticos, sobre las preferencias ideológicas, culturales, los comportamientos prácticos, sociales y colectivos. Por eso el problema es que hoy se habla de muchos decenios de globalización, pero cuando se habla de cómo organizar políticamente el mundo, la gente piensa en mantener los Estados nacionales, las naciones, la promoción del multilateralismo intergobernativo, la ONU y no se piensa que la Humanidad es el pueblo del mundo. No se piensa que habitamos una casa común, no tenemos reglas del vivir conjuntamente. La casa está muy fragmentada. El grupo latinoamericano puede elaborar conceptos y propuestas que debatan sobre el tema del ágora de los habitantes de la tierra.

No existe, entonces, en la población mundial una concepción de comunidad ¿Cómo se avanza hacia esa concepción?

Tienes tres grandes caminos posibles. No hay tres caminos homogéneos, compactos. El primer gran camino es un proceso de concientización de la gente. La gente debe tomar consciencia. No se puede imponer, pero se puede participar y promover la adquisición y el proceso de concientización de que somos parte de una Humanidad, que ser distintos a las otras especies vivientes no significa dividir a la Humanidad en muchas cápsulas. Significa que la especie humana se debe hacer parte de una comunidad de vida global sobre la Tierra. Nosotros somos parte de la naturaleza. No se puede separar a los seres humanos de la naturaleza, somos parte de ella.

¿Y el segundo camino?

Es el desarrollo de la conciencia para admitir que la Humanidad es la única especie viviente que tiene dos capacidades: la de destruir integralmente la vida sobre el planeta Tierra y la capacidad de salvarla. Nadie más la tiene.  Tenemos la responsabilidad de la prolongación de la vida acá. Es una gran responsabilidad. No podemos pensar que los árboles pueden salvar o curar la vida. Nosotros sí. No hay soluciones prefabricadas. Se tienen que inventar. La experimentación de cómo pensar la Humanidad no tiene un manual, debe ser plural y pensar cómo el capitalismo piensa que hay un modelo único de eficiencia. Su fuerza se respalda en afirmar que es un modelo fuerte, pero finalmente no es una respuesta adecuada a los problemas.

La pluralidad es un elemento de fragilidad, es difícil de gobernar, pero es la fuerza de la Humanidad. Necesita un planteamiento de una visión no necesariamente compartida, pero que no se contradiga. El campesino hoy tiene conflictos con las empresas de semillas. No se puede decir que seamos todos amorosos con todos, pero por eso el tercer gran camino es el proceso de institucionalización.

¿El tercer camino sería adaptarlo a los márgenes que ofrece la sociedad hoy día?

Los Estados naciones han inventado instituciones ideológicas, simbólicas, prácticas. La democracia representativa, la nación soberana, etc. Nosotros debemos inventar la institucionalización de las reglas políticas para la Humanidad. Todo a inventar de nuevo, no hay modelo. Ése es el gran desafío de este encuentro, que es parte de un ágora de los habitantes de la Tierra que deben buscar cómo vivir conjuntamente. Se debe saber qué significa una democracia a nivel planetario, cuando ahora no la hay a nivel local, está destruida. Se dice que somos países democráticos, tal como que ahora hay una democracia virtual, del mundo informático. Es pura propaganda, puro blablá.

Si se quiere pensar que la Humanidad es la única especie viviente que tiene la posibilidad de salvaguardar y curar el devenir de la vida, se debe pensar a la democracia. Toda la cultura de derecha, toda la cultura autoritaria, elitista, oligárquica, tiene la fuerza para renegar y decir “¿cómo es posible organizar la democracia a nivel de 7 mil millones de personas? Es una utopía”. Ahí viene el marco cultural de nuestro esfuerzo, que dice “solo la utopía hoy puede ser el motor fantástico de construcción del devenir”. El pragmatismo te bloquea. Te dice que no es posible porque no se puede cambiar. La utopía es una de las mejores fuerzas del ser humano. La utopía es la energía creativa que te permite decir “sí, tengo bien esta casa, pero puedo mejorarla”. Es la carta de identidad de lo que estamos haciendo.

Da la impresión de que lo que hay que hacer es agarrar un papel en blanco y comenzar a escribir de nuevo cómo deberíamos organizarnos en la sociedad global. Sin embargo, también da la impresión de que las sociedades fragmentadas a nivel mundial, dibujadas por sus fronteras, están remando hacia el lado contrario. Con la emergencia de estos movimientos y liderazgos de derecha conservadora y nacionalista, con la implementación de políticas extractivistas, con el poco respeto por pueblos originarios, en fin ¿Cómo confiar en que es posible esta utopía, si pareciera ser que todo va hacia otro lado?

La Historia indica que cuando la situación parece sin salida y no hay puertas abiertas, la Humanidad es capaz de operar para cambiar el camino. La esclavitud era considerada algo imposible de cambiar. Y cambió. El trabajador de 1930, en términos sociales, económicos y políticos era considerado una mierda para el dominante. Un obrero era la nada, pero se organizó y ha obtenido seguridad social. El problema capital-trabajo ha cambiado gracias a la lucha de una minoría de las víctimas. Yo creo que hoy es lo mismo. No se puede decir ni cuándo ni cómo este proceso evolutivo del retorno de las barbaries del nazismo puede ser revertido, pero se debe luchar. No se debe creer que es definitivo. La Historia no ha terminado. Nosotros pensamos que es posible cambiar el mundo, pero sin puras microsoluciones. Las microsoluciones son muy importantes, pero con ellas no puedo cambiar el sistema.

¿Qué rol tiene en esta nueva configuración a la que se aspira, lo que se denomina la lucha de clases? ¿Es la clase trabajadora la que debería impulsar estos esfuerzos?

La estratificación de clase existe. Cambió el marco de referencia territorial. Cambiaron las expresiones modernas de las causas estructurales. Pienso que hoy los obreros de India deben luchar en contra del capitalismo mundial. Los obreros de India deben hacerlo en cooperación con los obreros de Buenos Aires y Río de Janeiro. Ése es el problema: no si el obrero debe luchar contra el capital, sino si el obrero de Nueva Dehli es capaz de pensar que debe luchar con el obrero de Buenos Aires y de Río. Eso es lo difícil. Hoy el obrero ha perdido el control de la dinámica de repartición de las fuerzas sociales. En ese sentido, el papel de los intelectuales también ha perdido el significado, porque no están de aliados de las víctimas del sistema.

¿Los recursos intelectuales están al servicio de los poderosos?

La mayoría de los intelectuales están del lado del dominante, del poderoso. Por eso la construcción teórica de la narración del mundo está al servicio del capital mundial. Cuando decimos que la globalización tiene malas consecuencias, pero que la modernización se no puede contrarrestar, eso significa la pérdida del papel histórico de los intelectuales que hace más difícil el papel del obrero de Nueva Dehli y de Buenos Aires. El capital no necesita organizarse, porque es organizado por definición. El obrero tiene que organizarse a nivel mundial. La lucha hoy debe ser por la narración del mundo. El riesgo mayor es que el obrero estructuralmente sea expulsado del proceso de producción. Por eso no puede estar en la lógica de cambiar únicamente las relaciones de producción, porque en ellas está perdiendo. El obrero debe ser capaz de elaborar la narración. La lucha de clases hoy es la lucha por la narración. Gramsci lo explicó hablando de hegemonía cultural, que hoy es más difícil de recuperar que en los siglos anteriores.

¿Y América Latina qué tiene para decir en este contexto?

Es importante el clamor del sur porque Latinoamérica ha tenido un papel fundamental en los años 90’ y 2000, porque era y fue el único continente que tuvo capacidad utópica de experimentación de alternativas. Hoy, la fuerza del capital mundial ha disminuido la capacidad utópica de las fuerzas sociales latinoamericanas. Se ha perdido este valor simbólico de ser innovadores.

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