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Juan Carlos Tralcal y el liderazgo que no eligió

Juan Carlos Tralcal, vocero de los condenados del ‘caso Luchsinger-Mackay’, no buscó el rol de líder mapuche. Como otros jóvenes de su pueblo, su crecimiento fue condicionado por un conflicto con el Estado y los gremios agrícolas. Hoy espera dos cosas: que su padre y su tío no pasen el resto de sus vidas en la cárcel, y entender las fallas del volcán Villarrica.

Maximiliano Alarcón

  Miércoles 29 de agosto 2018 11:24 hrs. 
JC Tralcal y padres

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Al terminar la entrevista Juan Carlos  pide que no lo martiricemos en el titular.  Suena a pudor y es probable que en parte así sea. Cuando no está frente a un micrófono suele ser tímido, de tono suave en la voz y un marcado acento campesino, alejado de cualquier superficialidad citadina a primera vista.

Pero su incomodidad es otra, argumenta. El hoy egresado de Geología en la Universidad de Concepción nombra a Vania Queipul (hija de Víctor Queipul) como otro ejemplo de hijos de mapuches perseguidos por el Estado chileno. Él es uno más, su padre es José Tralcal Coche y éste, con su tío Luis y José Peralino, son los tres condenados en el ‘caso Luchsinger-Mackay’’. La circunstancia lo tiene hoy como vocero a nivel nacional de los culpados que buscan la anulación del juicio en la Corte Suprema.

“Tengo bastante claro cuál es la persecución al apellido Tralcal. La detención a mi hermano (en 2009) fue irrisoria, ni siquiera estábamos politizados y él era bastante joven. Ahí pensé que quizás venía yo más adelante. El apellido Tralcal pesa para el Estado. Tengo esa inquietud pero espero que las acciones de ahora nos puedan generar algún tipo de armadura más adelante. Ahora ésta es la problemática, pero más adelante serán otros peñis los perseguidos”, dice Juan Carlos en la conversación que tuvimos en un café del centro de Santiago tras uno de los alegatos en la Suprema.

El destino, o más bien un problema histórico entre el Estado y el pueblo mapuche, quizás con su familia, ha encauzado su vida. Hoy entiende de la lógica de los medios, sabe que tras las causas judiciales importantes existen los intereses políticos. Pero más allá de su atracción por el conocimiento, sus sueños de infancia eran otros.

“Con mi hermano teníamos pocos juguetes así que hacíamos maquinitas de madera jugando a cosechar, todo relacionado con lo agrícola. Tengo recuerdos estando como en primero básico en la escuela rural de Tres Cerros y ya tenía la idea de estudiar, considerando que era una de las pocas herramientas que había para salir de la pobreza. Con mis hermanos y mi papá siempre teníamos el sueño de surgir, tratando de implementar un proyecto agrícola con la gente y la familia misma, después estudiar algo relacionado a eso. Era chico, no me daba cuenta de lo que significaba”, relata.

Tempranamente el estudiar y trabajar, algo que para muchos es un camino lógico, se fue distorsionando.

“Desde mi infancia que tengo recuerdos de los allanamientos. Partió el año 2001, cuando yo tenía como nueve años. En ese tiempo yo normalizaba la violencia de los allanamientos. Esa vez mi papá fue detenido por estar supuestamente en la toma del fundo Santa Margarita. Cuando más chico me imaginaba cosas peores de las que pasaban, imaginaba que detendrían a mi mamá y mi papá y los llevarían a la cárcel. Me sentía pésimo al pensar eso, pero evitaba que sintiera tanta pena y enojo cuando detenían a mi padre. Ahora me pongo en el caso de qué pasaría si mi padre tiene que pasar la vida en la cárcel, me da rabia, sobre todo porque esa noche estábamos en la casa con mi papá, con toda la familia”, agrega.

La primera vez que Carabineros se llevó a su padre ya sabía de hartos presos políticos mapuches, pero no pensó que les tocaría a ellos como familia. Fue tras la detención de su progenitor en 2009 por el ‘caso Tur Bus’, del cual fue absuelto, que Juan Carlos comenzó a tomar peso a la problemática entre el Estado, los gremios agrícolas y su pueblo. Las reflexiones al respecto surgían pero José Tralcal, cuando se veían en la cárcel, le pedía que no se involucrara, que se enfocara en sus estudios. Así terminó su enseñanza media en el liceo Pablo Neruda de Temuco, entre tribunales, burlas de algunos compañeros y las ganas de estudiar.

La obligación de un mapuche

La primera vez que lo vi fue en la Plaza Independencia de Concepción, en septiembre de 2017. Mientras en Santiago el gobierno se complicaba buscando la forma de terminar la huelga de hambre de los cuatro mapuches imputados en el ‘Caso Iglesia’, quienes exigían que se quitara el calificativo “terrorista” en el juicio, en el centro penquista, parado sobre una banca, Juan Carlos entregaba a viva voz las últimas noticias sobre la negociación y la salud de ellos, esto ante el silencio religioso de los universitarios, algunos mapuches pero en su gran mayoría chilenos.

Pese a lo conmovedor de la escena, la motivación del aparente líder no era convertirse en un nuevo dirigente de izquierda cuyo rostro sirva para ser grabado en una muralla, tampoco estaba encomendado por algún partido político que buscaba posicionarse en la causa. El joven de 25 años también se vio en la obligación esa vez de asumir el rol de vocero en el Bío Bío. Otro de sus tíos, Alfredo Tralcal, hoy absuelto, era uno de los huelguistas.

Juan Carlos llegó a Concepción en 2011, un año particularmente intenso en cuanto a movilizaciones. Participó de las protestas estudiantiles de aquel año, costumbre que traía desde el liceo, pero siempre en un bajo perfil. También se involucró en manifestaciones medioambientales. Pero en la causa mapuche tuvo un protagonismo aún más bajo, a petición de sus padres, debido a que en ese momento José Tralcal estaba procesado en el ‘caso Tur Bus’.

No fue hasta la huelga de los acusados en el ‘caso Iglesia’ que entró de lleno. Coordinado con otros mapuches que viven en Concepción se tomaron la Catedral. Con el rol de vocero dialogó con el arzobispo de la ciudad, Fernando Chomali. Juan Carlos cuenta que hasta antes de eso no tenía idea de quién mandaba en la iglesia penquista.

Desde ese tiempo hasta ahora ha tenido que lidiar además con la academia. Pese a la fuerte carga terminó todos sus ramos y hoy es licenciado. La dificultad y el cansancio para él hoy son anécdotas, pero recuerda con gratitud la solidaridad de sus compañeros para coordinar horarios de trabajo que le acomodaran.

Si bien reconoce que hoy su prioridad es la vocería, no deja de pensar en su tesis, un estudio sismológico y de caracterización de las fallas del volcán Villarica, insumo con el que busca ayudar a las personas que viven en el sector. Esto quizás lo lleve a trabajar con algún organismo del Estado que conflictúa su entorno familiar y cultural.

“Sé que Sernageomin, una institución del Estado, es la que tiene mayor inversión en Chile en cuanto al monitoreo de volcanes. Pero las personas que están ahí no son necesariamente las más políticas, no hay un sesgo marcado, son científicos y en eso no hay diferencia política. Independiente de que sea del Estado, esperaría trabajar en una institución que monitoree volcanes. Tampoco descarto trabajar con una ONG o una universidad, para eso necesito estudiar más”, señala.

En los años en que creaba juguetes de madera quizás ya pensaba en dedicarse a algo relacionado con la tierra, pero difícilmente se imaginó hablando frente a los medios de comunicación, creando redes con dirigentes sociales, ni esperando que el máximo tribunal del país determinara si su padre pasará el resto de su vida en prisión.

“Si él queda en la cárcel habrá que seguir con el movimiento, tendremos que recurrir a instituciones internacionales, pero yo haría todo lo posible para sacarlo, porque sé que es inocente”, dice.

La noche del ataque al fundo de los Luchsinger-Mackay, dice Juan Carlos, estaba con su padre guardando frambuesas y acelgas que llevarían a vender a Temuco. Al amanecer vieron las noticias, lamentaron la gravedad del hecho y siguieron con la rutina. Tres años después, luego del testimonio bajo presión a José Peralino, José Tralcal fue detenido y comenzó además el camino que Juan Carlos no eligió.

Foto de Eliana Pérez
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