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Universidad de Chile: los despropósitos del profesor don Sebastián Edwards

Columna de opinión por   Felipe Cabello C.
Miércoles 12 de septiembre 2018 7:06 hrs.


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Estamos en una época en que las verdades a medias y las falacias son usadas de manera instrumental, y con el propósito de ocultar los verdaderos designios detrás de sus formulaciones, y este es el contexto en que debieran analizarse los recientes pronunciamientos del profesor Don Sebastián Edwards, respecto de la Universidad de Chile (El Mercurio, 5/8, 2018). El profesor Edwards de una manera apodíctica y condescendiente, con el autoritarismo propio de una orden militar o de un mandamiento religioso, nos decreta presuntuosamente a creer que nuestra Universidad “se ha depreciado” y que “ya no es lo que alguna vez fue”. Como a menudo sucede en este tipo de situaciones los fundamentos esgrimidos por el profesor Edwards para su lapidario, pero falso juicio son puntuales y efímeros, y fallan a mi juicio en constituir una medida sería de como por ejemplo la Universidad que contribuye tanto a la educación y al desarrollo del país se haya, según él, depreciado. El profesor Edwards se siente molesto, y trata de establecer relaciones férreas entre la calidad de la Universidad y la renuncia de un decano y la toma prolongada de un recinto universitario por los estudiantes y termina de manera espuria asignándole a estos últimos un escaso interés por su educación.

Cabe preguntarse aquí, si protestar para lograr un ambiente educativo libre de abusos y de acosos sexuales es demostrar escaso interés por el proceso educativo como pareciera darlo a entender crípticamente el profesor Edwards. Las tesis del profesor Edwards están basadas en una comparación artificiosa entre la U. de Chile y la Universidad de California, Los Angeles (UCLA) y de cómo según él, en la UCLA, se resuelven los problemas de acoso sexual de manera rápida, justa y sin protestas estudiantiles. Sin embargo, un examen del caso que el profesor Edwards aparentemente usa como ejemplo para sustentar sus juicios nos demuestra, de acuerdo al diario Los Angeles Times, que las estudiantes tuvieron que presentar un juicio en una corte federal en contra de la UCLA para resolver este problema, y que el proceso de resolución a favor de ellas se demoró más de cuatro años desde las primeras denuncias confirmadas. De acuerdo al mismo diario, el pasado Junio cuatro empleadas de la UCLA, presentaron también un juicio a una corte federal por acoso sexual porque la universidad desestimo y fracaso durante dos años en dar curso y responder a sus denuncias de acoso.

El que estudiantes y empleados de la UCLA tengan que recurrir a la justicia ordinaria, fuera de la universidad para tener respuesta a sus demandas, habla mal del sistema caro al corazón del profesor Edwards y el cual el pretende recomendar con sorprendente ligereza como un potencial ejemplo para la U. de Chile. Es indudable que el dialogo entre estamentos y el buen gobierno universitario debieran reemplazar a las tomas para lidiar con estos graves conflictos, pero en estos casos pareciera, que contrario a lo afirmado por el profesor Edwards, las tomas chilenas fueron más efectivas, rápidas y equitativas que el sistema californiano en la resolución de estos problemas. En su tirada el profesor Edwards las embiste también en contra de la participación de los estudiantes en el gobierno y en la administración universitaria y canta loas a la manera autocrática con que de acuerdo a él se elijarían los académicos y las autoridades en la UCLA.

Si bien es cierto que en general los estudiantes como él dice no votan en estos procesos en la mayor parte de las universidades estadounidenses están representados en ellos y participan activamente de voz en variadas decisiones. El profesor Edwards llama a la reflexión sobre estos problemas y en ese contexto me gustaría comentar aquí que la manera autocrática de administración universitaria que él alaba, es parcialmente a mi juicio, responsable de una serie de escándalos, entre ellos de abuso sexual, que han asolado a numerosas y prestigiosas instituciones académicas y científicas de los EE. UU. en los últimos tiempos.

Por ejemplo, recientemente unas millas al sur de la UCLA, en la privada y celebre Universidad de California del Sur (USC) se ha destapado un escándalo de continuos abusos sexuales por un médico del servicio de salud de los estudiantes, que la universidad ha ocultado por más de veinte años, a pesar de las continuas denuncias estudiantiles. En la misma universidad, el medico decano de su escuela de medicina, graduado de Harvard, hubo de renunciar, después de que Los Angeles Times destapara el escándalo de su inveterada drogadicción y del uso de sus oficinas en la escuela para fiestas con drogadictos y prostitutas. Las trasgresiones del decano habían sido denunciadas a la universidad por lo menos un año antes sin que la administración tomara medidas en su contra. Llama la atención que el sermón del profesor Edwards castigando a la Universidad de Chile se lleve a cabo en este momento, en que la universidad pareciera estar en recuperación de los groseros y violentos atropellos y despojos inicuos que sufriera durante la dictadura militar y cuyas huellas desgraciadamente aún se advierten.

Una somera revisión de la prensa de las últimas semanas dará cuenta que la universidad es un líder en salud en la lucha contra la epidemia de SIDA, contra los problemas toxicológicos en Quintero y en trasplantes renales y además en sismología, en astronomía. en física y matemáticas y que egresados de ella y sus académicos son premios nacionales de ciencia en 2018, sirviendo todo este inmenso esfuerzo a la mayoría de la población del país. Despierta suspicacia también que en la larga época en que la universidad tuvo como rectores a paracaidistas y a militares retirados, en que sus académicos y estudiantes eran exonerados arbitrariamente, exiliados, torturados, violados y asesinados y los con más suerte mantenidos en campos de concentración por años, y sus dependencias convertidas en cuarteles de tortura y su presupuesto jibarizado, no hayamos leído artículos del profesor Edwards hablando de que “algo anda mal.”

La publicación de la insidiosa columna del profesor Edwards en El Mercurio no nos debiera extrañar, ya que en mi experiencia la línea editorial de este diario desde de mi época de estudiante se ha caracterizado por una hostilidad manifiesta contra la universidad y sus actividades, y sus páginas siempre han sido un repositorio de tergiversaciones y falsedades en contra de su democrática labor a favor de las mayorías del país. El Mercurio justificó con mentiras iterativas la intervención militar de ella y la violencia criminal contra sus estudiantes y sus académicos e indudablemente el artículo en cuestión pareciera ser una continuación superficialmente más refinada de la maligna política del diario en aquella época negra. Las universidades alemanas todas públicas, que sufrieran un asalto similar al de la Universidad de Chile durante el régimen nazi, demoraron varias decenas de años en recuperarse y para ello contaron con el apoyo irrestricto de los gobiernos y de la sociedad de aquel país. Desgraciadamente, a juzgar por la columna discutida, este pareciera no ser el caso en Chile y la comunidad universitaria debiera estimular el debate serio, invitando al profesor Edwards, para encontrar las razones que subyacen este injustificado comportamiento, que erosiona una de las bases más importantes del desarrollo político, económico y social del país.

El autor  es graduado de la Universidad de Chile y ha sido becado y profesor de la Casa de Bello.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.