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Golpe de Estado: educación contra el negacionismo

Columna de opinión por Benjamín Mejías
Sábado 15 de septiembre 2018 9:54 hrs.


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Esta semana ha sido bastante especial para todos. El pasado martes 11 de septiembre conmemoramos 45 años del inicio de una de las dictaduras más salvajes de América Latina: la chilena. Aquella donde miles de personas fueron asesinadas, muchas más torturadas, además de familias completas expulsadas del país y todo un territorio bajo una doctrina del shock. Todo lo anterior, por creer en un proyecto distinto al hegemónico de ese entonces.

Sin embargo, aún existen en nuestro país personas que creen que las posturas neutrales son válidas —como lo vimos en la columna del Presidente Sebastián Piñera este martes en El Mercurio—, o peor aún, quienes siguen defendiendo los supuestos atributos positivos que tiene o tuvo el régimen liderado por Augusto Pinochet, como la diputada Camila Flores (RN) o su colega Ignacio Urrutia (UDI). Ninguna de estas posiciones es aceptable. ¿Por qué? Porque es negacionismo.

Para Carla Peñaloza, académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile y Senadora Universitaria, el negacionismo o revisionismo histórico existe cuando, “a pesar de todas las evidencias históricas o incluso el recuerdo de víctimas, sobrevivientes o testigos de determinados hechos, hay grupos de personas que pretenden relativizar o aún negar la existencia de crímenes”. Es decir, al caer en ello, se hace una falta de respeto a la verdad y a las víctimas y hace imposible que en el futuro puedan lograrse lecciones sobre los hechos para que la sociedad nunca vuelva a cometer esos errores.

Para poder tener un país con estándares básicos de respeto, democracia y dignidad, el piso mínimo debe ser comprender que sin memoria no hay futuro. Y para eso necesitamos cambiar nuestros paradigmas en educación y legislación. En el aula, que en los colegios las y los profesores puedan hablar y generar discusión sobre las consecuencias de un régimen totalitario, como el vivido en Chile y en otros países del mundo. Sin matices, con los hechos sobre la mesa, sin miedo a decir que el Estado mató a personas por pensar distinto y que ningún fin es capaz de justificar los medios. Ninguno. Y en el Congreso, que seamos capaces de castigar las apologías y defensas a las dictaduras y regímenes fascistas, como ya ocurre en países europeos y africanos. La diputada Carmen Hertz (PC) presentó un proyecto sobre la materia hace unos meses, pero sigue sin tener un avance sustancial, al no contar con las urgencias del Ejecutivo.

Sigamos el ejemplo de otros países. Este jueves, sin ir más lejos, el Congreso de los Diputados ratificó la acción del gobierno de Pedro Sánchez (PSOE) de retirar del monumento del Valle de los Caídos, en las cercanías de Madrid, los restos y mausoleo del dictador Francisco Franco, de tal forma que no pueda ser homenajeado públicamente, ni que tampoco su cadáver tenga lugar junto a víctimas de su cruel tiranía. Lo mismo en Alemania, donde esta semana la canciller Angela Merkel (CDU) rechazó tajantemente los gestos y actitudes nazis de partidarios de la agrupación de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD) en una marcha antimigración. “No puedo permitir que se dé por sentado que ésta es una ocasión para protestas contrarias a la dignidad humana”, dijo la líder germana.

Si queremos tener una sociedad moderna, la solución está en nosotros mismos: educar a las actuales y a las nuevas generaciones qué pasó. Sin matices. Sin neutralidades. Sin falsos acuerdos, ni reconciliaciones. Una sociedad que no conoce lo que ha pasado entre los suyos es una sociedad que no será jamás capaz de construir un futuro sostenible en el tiempo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.