El país se volvía a agitar y Sebastián Piñera recordaba sus peores días en La Moneda. Esas extensas jornadas de tomas y movilizaciones sociales que alcanzaron a parar un país habían empujado a pensar de una forma distinta. Habían logrado, además, la destitución de un ministro de Educación tras otro. Habían puesto el tema de la educación pública, su calidad y su financiamiento sobre la mesa del Ejecutivo y sobre los programas presidenciales de todos quienes aspiraran a sucederlo.
Este año el Mandatario lo vio venir de nuevo. Universidades, institutos y colegios en tomas y paros demandando de forma urgente el fin a los abusos y acosos sexuales, sanciones para los victimarios, el fin de la educación sexista, una agenda feminista para la política nacional. Era, nuevamente, un asunto que no estaba contemplado en el programa de gobierno, y que habría que abordar con habilidad. Sebastián Piñera no quería otro 2011.
La agenda mujer
La mañana del miércoles 23 de abril el Ejecutivo decidió hacer un lanzamiento altamente mediático de lo que denominó “Agenda Mujer”, una batería de reformas y leyes para darle respuesta a la ola feminista que avanzaba, a esas alturas, con agilidad.
Eran 22 medidas que buscaban paliar la creciente crisis. Se impulsó una reforma constitucional para “promover y garantizar la plena igualdad de derechos, deberes y dignidad entre el hombre y la mujer y para evitar toda forma de abuso o discriminación arbitraria contra las mujeres”. Asimismo, también se anunciaron proyectos de ley de derecho a sala cuna universal, de fuero maternal para mujeres que integren las Fuerzas Armadas, de sanción para la violencia en el pololeo, de lactancia libre, para terminar con las diferencias de precios en los planes de salud, de teletrabajo, y más.
La estrategia política y comunicacional del gobierno fue un éxito. Si bien las movilizaciones siguieron durante un tiempo a lo largo del país, las respuestas de las autoridades universitarias ante los petitorios de las estudiantes y la del Ejecutivo ante las demandas de la calle lograron calmar las aguas que anunciaban, a comienzo de año, un maremoto.
Junto con los anuncios, Isabel Plá, la ministra de la Mujer y la Equidad de Género, declaró a los medios que “el Gobierno está trabajando en una hoja de ruta que tiene tres grandes aspiraciones: la deuda de la igualdad de derechos y deberes, por una igual dignidad; una deuda en autonomía y muy especialmente en autonomía económica, porque queremos que las chilenas sean protagonistas de su vida y para eso necesitamos que tengan ingresos propios; y una deuda en violencia, por lo que se harán todas las políticas, reformas y señales necesarias para decir tolerancia cero a la violencia”.
Lo que hacía Plá en ese momento era ofrecer un aterrizaje a las ideas que globalmente se han amparado en el concepto que su sector ha querido denominar como el “feminismo liberal”, la herramienta que, dentro del sistema, intenta ofrecer una perspectiva de género para encoger algunas de las diferencias que existen en ese ámbito.
El feminismo liberal
El feminismo liberal adquiere figuración con la demanda de derechos civiles y políticos para las mujeres en Estados Unidos en el contexto de lo que se ha llamado la primera ola feminista. El voto y el derecho a ejercer funciones políticas le dieron sustancia a un incipiente movimiento feminista. También fue importante partícipe de la segunda ola del mismo país, en la que se apuntaba a la consecución de derechos relacionados a la sexualidad, la familia, los derechos reproductivos y las desigualdades legales.
En ese contexto, establecer una oposición entre el feminismo radical y el liberal es algo que, para algunas feministas, constituye un invento de ciertos sectores de la derecha que intentaron apoderarse del concepto del liberalismo.
¿Es una situación de desigualdad o es, en realidad, opresión y explotación lo que viven actualmente las mujeres?
La Fundación Para el Progreso (FPP), cuyo director ejecutivo es Axel Kaiser, ha decidido tomar el testimonio desde la derecha y hacerse cargo de una demanda social, acomodándola así al discurso neoliberal. El feminismo liberal que ha promovido la FPP postula lo primero.
Según el decálogo elaborado por la fundación, “el feminismo liberal cree en el entendimiento y la complementariedad de hombres y mujeres y es contrario a la idea de la lucha de géneros”. El documento, además, sostiene que “fomenta una cultura de autonomía y responsabilidad por sobre una cultura de la victimización” y renglón seguido agrega que “la victimización, como cultura de atribuir todas las responsabilidades a otros, es el mayor obstáculo para superar problemas. Victimizarse es la mejor manera de encadenarse y no avanzar”. En el mismo texto afirman que “el feminismo liberal anhela la justicia sin privilegios y la igualdad ante la ley. La discriminación positiva genera una falsa sensación de justicia y desconoce la igual dignidad de todos los seres humanos. Esto atenta contra los principios de igualdad ante la ley, ya que el Estado establece, arbitrariamente, categorías de ciudadanos”. “El feminismo liberal cree que la identidad y derechos son individuales, no colectivos.La identidad de una persona no se reduce a una sola categoría de análisis como lo es el género, la clase, la condición sexual u orientación política. Hay visiones del feminismo que reducen a las mujeres solo a su género dejando fuera las múltiples dimensiones que tiene cada ser humano”, cierra.
En su punto número ocho, la manifestación es explícita: “El feminismo liberal sostiene que el libre mercado es el mejor aliado para la emancipación de la mujer. El libre mercado ha sido el sistema que más ha favorecido la liberación de las fuerzas productivas y creativas de las mujeres y de la sociedad en general, para que puedan progresar y desarrollarse en la medida que quieran”.
Feminismo o no feminismo
Hay quienes sostienen que este reacomodo del concepto de feminismo liberal no es tal, y que de feminismo tiene poco y nada. Claudia Pascual, ex ministra de la Mujer y la Equidad de Género de Michelle Bachelet, discrepa sobre que lo que expone el decálogo se encasille dentro del feminismo liberal original: “De feminismo no tiene nada. Me parece que esto de fomentar la no violencia, incluso contra la propiedad, es abiertamente neoliberal, no es ni liberal. Lo primero es que hay que reconocer que hay distintas corrientes dentro del feminismo. En el marco de esas distintas corrientes, lo que las une es que es un movimiento social y político cuestionador del orden, del sistema. Me parece que lo que remite este decálogo es una reinterpretación de un “feminismo liberal”, pero es un feminismo que no sé si se puede llamar así, porque es bien acomodaticio a lo que las concepciones políticas ideológicas del neoliberalismo quisieran. No tiene que ver con el liberalismo desde la libertad, la igualdad. Está bien si todas las fuerzas políticas del país tratan de colocarse al día en ciertas demandas para poder interpretar situaciones, pero hay que hacerlo con respeto, sin bandolerismo ideológico. No me resulta cómodo ni creíble este decálogo en el entendido de que yo al menos quiero estar mucho más acorde a un feminismo transformador de la sociedad, un feminismo de clase, un feminismo que respete la diversidad de género, y eso implica definir cuáles son las bases del resto de desigualdades del país”.
Si bien otras corrientes del feminismo no consideran que lo que emana de estos sectores sea acorde a lo que se conoce como el feminismo liberal, de todas formas, han logrado instalar esa chapa. Una de las líderes de la doctrina que hoy intenta posicionarse comunicacionalmente adquiriendo distancia de sus raíces es Camille Paglia, una mujer estadounidense, atea, lesbiana y reconocida “feminista”.
Paglia ha protagonizado incendiarias declaraciones que han servido como base para lo que hoy plantean sectores como el que representa la FPP. “Yo me opongo a las protecciones especiales para la mujer, como cupos de trabajo o procedimientos particulares que favorecen solo a mujeres durante las demandas de agresión sexual. Yo quiero igualdad total ante la ley. Desde mi punto de vista, estas protecciones especiales infantilizan a la mujer (…) las mujeres no deben retroceder a un pasado pre feminista para convertirse en sujetos pasivos del Estado”, ha señalado.
La historiadora Lucía Santa Cruz también se ha abanderado con esta causa. A pesar de que hace un tiempo, en una entrevista, respondió que si le preguntaran si se considera feminista contestaría que “depende”, hoy enarbola las banderas del feminismo radical e incluso expone sobre él: “Es un intento por analizar, en esto que se llama política de identidad, desde una sola categoría de análisis –el género- la totalidad de las relaciones entre hombres y mujeres. Y la identidad es mía, yo no soy parte de un colectivo que se llama género. Yo soy yo. Soy mujer, tengo sexo y género femenino, pero tengo muchas cosas más. Las identidades son complejas, propias e individuales. No puedo analizar a las personas en base a un criterio único, y no puedo analizar a la sociedad en términos de un enfrentamiento de géneros. Siempre me resultó imposible analizar la sociedad desde la perspectiva del enfrentamiento de las clases sociales, porque la historia es mucho más compleja. ¿Cuotas? No. Son otra forma de discriminación. Si una mujer accede a una posición al margen de sus cualidades, se está discriminando a un hombre que a lo mejor tiene mayores méritos”, dice.
El origen del decálogo también genera susceptibilidades dentro del mundo del feminismo. Tatiana Hernández, investigadora del Observatorio de Género y Equidad desconfía de los objetivos reales que persigue esta corriente: “Me preocupa el concepto que usa esta fundación. Llamémoslo por su nombre y apellido. Es un grupo de personas conservadoras que representan a grupos de poder, económicos, que lo que buscan es que todo el orden tradicional de género siga intacto. Distan de feminismo. Lo que indican en el decálogo no es feminismo liberal. Suponen que las mujeres tenemos poder y recursos, que existen condiciones subjetivas y objetivas para que las mujeres se desarrollen como quieran desarrollarse. Lo que plantea el feminismo es todo lo contrario. Aquí faltan políticas de Estado, empresariales, que vayan propiciando el mejor desarrollo de las mujeres, pero para eso se requieren condiciones materiales y subjetivas. Plantea el tema como si no fuera un conflicto, cuando el conflicto existe. De verdad es sumamente preocupante cómo entran a disputar la propuesta de sociedad sobre el cual nos construimos hombres y mujeres. Es algo con lo que hay que tener cuidado, porque es tramposo en el sentido de que toma un concepto que sigue en disputa”.
Es la novedad de los sectores de derecha, la reintepretación de un concepto histórico reacomodado para funcionar dentro del modelo neoliberal. Es un nuevo actor que entra en la disputa del sentido común, ese que hace algunos meses entró en cuestión producto de la masividad de un movimiento que paró liceos, universidades y que se posicionó como una de las luchas sociales del año.
Este medio intentó comunicarse con la Fundación Para el Progreso para que pudieran exponer qué entienden desde dicha organización respecto del concepto de feminismo liberal. En reiteradas ocasiones dilataron la comunicación, la que, a la postre, nunca se pudo concretar.