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Yemen, la guerra ignorada

Desde 2015 el conflicto armado ha causado más de 10.000 víctimas mortales y ha llevado al país árabe a la peor crisis humanitaria a nivel mundial.

Pamela Urrutia A.

  Viernes 19 de octubre 2018 14:52 hrs. 
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La noticia sobre el brutal asesinato del periodista saudí Jamal Kashoggi ha causado revuelo mundial y ha puesto en entredicho al régimen de Arabia Saudita. El crimen del colaborador del Washington Post está teniendo un efecto que hasta ahora no han conseguido las miles de víctimas civiles anónimas de la guerra en Yemen que, en su mayoría, han perdido la vida como resultado de la estrategia militar saudí en su vecino del sur. Desde la escalada de violencia en 2015, la comunidad internacional ha ignorado la guerra en Yemen a pesar de sus devastadoras consecuencias. El conflicto armado ha provocado la muerte de más de 10.000 personas –según estimaciones “conservadoras”– y ha llevado al país a la peor crisis humanitaria a nivel mundial. Tanto así que esta misma semana la ONU advertía que si el conflicto no se detiene dentro de tres meses Yemen enfrentará la peor hambruna en un siglo.

¿Qué es lo que está ocurriendo en Yemen? Situado en una posición estratégica entre el Cuerno de África y Oriente Medio, el país –el más pobre del mundo árabe– enfrenta múltiples retos económicos, sociales y de seguridad desde hace más de una década. Ha sido escenario de varios focos de conflictividad vinculados a la presencia de al-Qaeda, a la actividad de un movimiento secesionista en el sur y a la insurrección intermitente en el norte de los al-houthistas, un grupo armado zaidí –una rama próxima al shiísmo– que desde 2004 se ha enfrentado al gobierno central. Las revueltas árabes que en 2011 se extendieron por la región contra una serie de gobiernos autoritarios tuvieron también su capítulo en Yemen. Este país fue el único caso de salida pactada que supuso la dimisión del entonces presidente, Alí Abdullah Saleh –que llevaba más de 30 años en el poder–, tras un acuerdo promovido por el Consejo de Cooperación del Golfo con el apoyo de la ONU.

El país inició entonces una accidentada fase de transición que acabó descarrilando ante la persistencia de múltiples agravios. Desde su feudo en el norte los al-houthistas avanzaron posiciones en septiembre de 2014 y tomaron el control de la capital, Sanaa. A comienzos de 2015, y en una alianza de conveniencia con fuerzas leales a Saleh, forzaron la salida del gobierno de transición liderado por Abdo Rabbo Mansour Hadi. En marzo de 2015 Arabia Saudita decidió intervenir para reinstaurar al gobierno depuesto y se puso al frente de una coalición militar integrada por países árabes que ha contado con el apoyo logístico de países como EEUU y Reino Unido. El incremento de las tensiones regionales entre Arabia Saudita e Irán es uno de los factores que está en el trasfondo de la intervención saudí: Riad ve a los al-houthistas como peones de la república islámica. Teherán, que no tenía a Yemen entre sus prioridades estratégicas ni mantiene con los al-houthistas una relación comparable a la que tiene con Hezbollah, ha apostado por apoyar al grupo armado yemení como una forma de debilitar a su adversario regional. A día de hoy los al-houthistas mantienen el control de la capital, la zona centro-norte y varios puertos del país, mientras que las fuerzas anti al-houthistas –no todas ellas leales a Hadi– controlan principalmente el sureste. Las filiales de al-Qaeda e ISIS, en tanto, han aprovechado la inestabilidad para expandir sus actividades.

En consecuencia, la situación en Yemen se ha agravado en los últimos tres años como resultado de la internacionalización del conflicto, la proliferación de actores armados y la forma en que se está librando la guerra, con un sistemático desprecio por algunos de los principios más básicos del derecho internacional humanitario, como la distinción ente civiles y combatientes. Las investigaciones de un comité de expertos de la ONU han concluido que todas las partes en conflicto son responsables de presuntos crímenes de guerra y han señalado a Arabia Saudita como responsable de la mayor parte de las muertes civiles. La coalición liderada por Riad ha perpetrado un sinnúmero de ataques contra objetivos civiles como bodas, funerales, mezquitas, escuelas y hospitales. Entre ellos, la ofensiva contra un bus que dejó a decenas de menores fallecidos en agosto pasado.

La destrucción de infraestructuras hospitalarias y sanitarias –más de la mitad de los centros de salud no funcionan y el 50% de la población no tiene acceso a agua potable– ha favorecido la expansión de enfermedades prevenibles como el cólera, en la peor epidemia de este mal en la historia reciente, con más de un millón de contagios. El bloqueo aéreo y naval impuesto por Arabia Saudita, sobre todo en el puerto de Hodeida –por donde ingresa el 70% de los alimentos y combustibles a Yemen– ha tenido efectos devastadores en la población, que ha visto multiplicarse el precio de los bienes básicos. Agencias humanitarias calculan que 80% de la población –21 millones de personas– necesita ayuda humanitaria y que tres millones de menores y mujeres están severamente desnutridos, 90% más que en 2015. Imágenes de hambruna como las de Etiopía en los 80 –que pensábamos que no se repetirían–, se están convirtiendo en parte del paisaje cotidiano hoy en Yemen como resultado del conflicto armado. La guerra ha supuesto otros impactos en los civiles como violencia sexual, reclutamiento forzado de menores –de hasta ocho años de edad– y el desplazamiento forzado de 2,3 millones de personas. Prácticamente la totalidad de ellas se han quedado dentro de las fronteras del propio país, un factor que quizá ha influido en la invisibilidad del conflicto, en contraste con otros casos de la región, como Siria.

Ante la deriva del conflicto yemení, ONG y agencias de la ONU han instado a las partes a detener las hostilidades y a frenar las transferencias de armas que continúan alimentando el conflicto. Eso es válido para las ventas a Arabia Saudita –que ha incrementado exponencialmente sus compras de arsenales y se ha convertido en el tercer importador de armas a nivel mundial–, a Emiratos Árabes Unidos –que ha tenido un papel destacado en el conflicto, con intervención en terreno y apoyo directo a varias milicias– y también para las políticas de Irán, que ha intensificado su apoyo a los al-houthistas. También se aplica a los países occidentales que han continuado suministrando armas a Arabia Saudita, privilegiando sus relaciones comerciales y estratégicas con el reino a pesar de los indicios sobre las vulneraciones cometidas en el marco de la guerra en Yemen. Entre ellos EEUU –Trump considera a Riad como un socio clave en Medio Oriente y no desea poner en riesgo los suculentos contratos de ventas de armas por más de 1.000 millones de dólares que anunció al principio de su mandato–, pero también en el de España, que acabó dando luz verde a la entrega de 400 bombas guiadas con láser para no poner en riesgo la venta de cinco barcos de guerra.

Adoptar todas las medidas necesarias para frenar la espiral la violencia y presionar para que las partes desistan de la vía militar e intenten resolver sus diferencias por la vía política son pasos clave para dar una oportunidad a las negociaciones de paz, que hasta ahora no han fructificado. La complejidad de la contienda, con tantos actores involucrados y los números intereses que se proyectan en el conflicto, no debería frenar los esfuerzos de la comunidad internacional que tiene el deber de actuar para revertir el sufrimiento de la población yemení. No es posible seguir dando la espalda a Yemen.

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La autora es Investigadora de la Escola de Cultura de Pau de la Universidad Autónoma de Barcelona

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