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Brasil tras las elecciones

Columna de opinión por Carlos Sixirei
Sábado 3 de noviembre 2018 14:16 hrs.


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Finalmente, y como todo apuntaba, Bolsonaro ganó por amplia mayoría las elecciones en Brasil. La diferencia tanto en votos como en puntos porcentuales con respecto a su rival fue una relativa sorpresa. Relativa porque, aunque se esperaba el milagro de una movilización del campo democrático, ésta no se produjo. Había indicios de que eso era lo que iba a ocurrir pero como la esperanza es lo último que se pierde y Fernando Haddad había comenzado a repuntar en los últimos días, se acariciaba la idea de una posible victoria aun cuando fuera por la mínima.

El resultado electoral ha retratado Brasil como ninguna otra elección anterior lo había hecho. Las múltiples divisiones verticales y horizontales que le afectan y que se habían mantenido parcialmente ocultas en los últimos años, saltaron a la primera línea. Como consecuencia de ellas Brasil aparece hoy con graves fracturas sociales, culturales y de género que no van a ser de fácil arreglo en el futuro inmediato. Por el contrario, amenazan con hacerse más profundas y causar quiebras irreparables.

En primer lugar ricos contra pobres. En el 95% de los municipios “ricos” (es decir, los que tienen una renta mensual per cápita igual o superior a los 500€), ganó Bolsonaro, mientras que Haddad recogió el voto mayoritario de los municipios de menor renta.

En segundo lugar blancos contra negros. El candidato derechista se impuso en 9 de cada 10 municipios de población mayoritaria blanca.

En tercer lugar, mujeres contra hombres. El voto femenino se manifestó mayoritariamente a favor de Haddad.

En cuarto lugar Nordeste contra Sur. La región más pobre de Brasil se mantuvo fiel al PT mientras el Centro-Sur industrializado, acompañado en este caso por el Norte (voto buey, es decir, latifundistas ganaderos), el Oeste (voto bala más buey) y el Sur (voto desencanto más voto biblia), apoyaron mayoritariamente a Bolsonaro. En total el candidato conservador ganó en 15 estados más el Distrito Federal mientras que el candidato petista lo hacía en 10, todos nordestinos.

Podríamos añadir un quinto lugar sobre la ruptura religiosa si supiéramos hacia donde se dirigió el voto católico. Sabemos que 7 de cada 10 evangélicos votaron por Bolsonaro (hay sobre unos 70 millones de evangélicos en Brasil frente a casi 130 millones de católicos). Se sospecha también fundadamente que el voto católico ultraconservador representado por grupos como el Opus Dei, el Instituto Plínio Correa de Oliveira, Legionarios de Cristo, Heraldos del Evangelio etc. fue en masa hacia Bolsonaro por la oposición de este a la ideología de género, el aborto, el matrimonio homosexual etc. y también por el odio que existe contra el llamado petismo-lulismo, demoníaca reencarnación del mal para estos sectores.

El futuro inmediato de Brasil ofrece obscuras perspectivas. El primer semestre del año próximo será decisivo. El vencedor no ha tardado ni 24 horas en saltarse a la torera alguna de sus iniciales promesas electorales como la de disminuir el número de ministerios, pero es cierto que esa cuestión y otras relacionadas con la política exterior no le van a costar, al menos de momento, ni un solo voto. Los “donde dije digo, digo Diego” van a ser bastante frecuentes en las próximas semanas. Sus votantes, sin embargo, se van a fijar en dos cosas: La promesas hechas para acabar con la violencia (las medidas propuestas traerán más violencia una vez que se imponga la ley del Far West, especialmente en barrios periféricos y zonas rurales) y la mejora económica en donde va a haber dos movimientos divergentes en el seno del propio gobierno.

El nuevo ministro de Economía, claro defensor de las tesis ultraliberales y antinacionalizadoras, y los militares, tradicionales partidarios de la intervención en la economía, y de la empresa pública. Si Paulo Guedes, al frente del sector económico, tiene éxito en sus primeros tiempos como le ocurrió a Delfim Neto en plena dictadura, los militares callarán; si no lo tiene puede ir escogiendo “in mente” en que embajada brasileña le gustaría exiliarse una temporada.

Algunos, inocentes ellos, se han consolado pensando que en el poder Bolsonaro se va a apaciguar. Lo hará en la misma medida en que lo hace Trump en cuyo espejo se mira. Bien es cierto que Bolsonaro no es Trump, ni gobierna en Estados Unidos sino en un país mucho más frágil en todos los sentidos, pero también es cierto que creer que el Parlamento o la Suprema Corte van actuar de amortiguadores y frenos es no conocer Brasil. Un Parlamento con 30 partidos, en donde los tradicionales representantes del centro-derecha (MDB y PSDB) han sufrido caídas espectaculares y es muy posible que en algún momento se hagan sensibles a las ofertas del Planalto para apoyar al Gobierno, no permite articular grandes oposiciones. Por otra parte la Suprema Corte no es insensible a las presiones de la calle y dada su actitud contra Lula, no van a fomentar de nuevo crisis institucionales porque las crisis las carga el diablo y ya se ve en que pueden acabar. Además se anuncian cambios en su composición.

Para quien abrigue dudas le recomiendo que lea las declaraciones, en la misma noche del triunfo electoral, de la joven diputada del PSL, el partido de Bolsonaro Ana Carolina Compagnolo  (28 años, profesora de Historia o algo así) pidiendo a los estudiantes universitarios que denuncien a los profesores que se atrevan a hacer críticas del presidente. No fue desmentida, corregida o reinterpretada por nadie de su tropa. La inquisición es lo que viene. Y viene para muchas cosas.

En política internacional, además de un alineamiento incondicional con Washington, se anuncia la formación de un eje derechista en Sudamérica integrado por Brasil, Colombia, Chile y Paraguay dirigido claramente contra el Mercosur y el bolivarianismo. Macri no creo que se adhiera porque es un liberal de derechas a quien repugnan ciertas alianzas y ciertos excesos. Por otra parte Argentina aparece como principal víctima, junto a Uruguay, de las políticas proteccionistas económicas del nuevo gobierno y de las ofensivas anti Mercosur si acaban cuajando en Brasilia. ¿Puede haber una guerra contra Venezuela como fue aireado en plena campaña?. Si las cosas no van bien en Brasil puede haberla como huida hacia delante y en ella colaboraría entusiásticamente el actual gobierno colombiano. Otra cosa es que la realidad de las cosas imponga cierta prudencia. Por ejemplo que, según malas lenguas, las FFAA brasileñas solo dispongan de una reserva de proyectiles para dos días en caso de guerra. Y eso incluye balas de fusil.

En el otro bando el PT tendrá una larga travesía del desierto. Se necesita marcar un liderazgo fuerte que en este momento no hay. Ni Lula ni Haddad se pueden hacer cargo del partido. De Lula ya veremos si no acaba muerto por “accidente” en la cárcel, y las bases partidarias rumían venganza y radicalismo y no tienen mucha simpatía por Haddad. Es cierto que Haddad se quedó solo desde la izquierda.

Ciro Gomes, el tercero en discordia en el pleito electoral, prefirió no dar su apoyo al PT con la esperanza de convertirse en la referencia opositora en el Parlamento. Ha tenido una gran responsabilidad en lo ocurrido al anteponer ambiciones personales (ni siquiera partidarias) a la defensa de la democracia. En este triste papel de avestruz metiendo la cabeza en la arena para no ver lo que pasaba le han acompañado los dos principales partidos del centro derecha. En el PSDB, su gran figura, Fernando Henrique Cardoso, se cubrió igualmente de gloria declarándose neutral ante la segunda vuelta.

Para Cardoso, icono intelectual de la izquierda en los años setenta del siglo pasado, pesaba igual en la balanza un demócrata que un defensor público de la tortura, el racismo y el odio al rival. Obtuvo 9 senadores y 29 diputados desplomándose del tercer lugar por su número de representantes al noveno. Todo un éxito que no logra compensar con las victorias para las gobernaciones de Sâo Paulo, Rio Grande do Sul y Mato Grosso do Sul (en total gobernará sobre 59,6 millones de brasileños/as). Por su parte el MDB, anterior aliado del PT hasta la gran traición, ha tenido el peor resultado que recuerda el partido desde 1982 al obtener 12 senadores y 34 diputados además de tres gobernadores (Pará, Alagoas y el Distrito Federal, todos ellos poco significativos en términos políticos y económicos).

Si Bolsonaro necesita ampliar su apoyo parlamentario no tendrá muchas dificultades en atraer al MDB, ministerios por delante, siempre y cuando las cosas no vengan mal dadas. El PSDB tampoco hará muchos ascos aunque inicialmente se haga de rogar. Los dos partidos se las prometían muy felices cuando derribaron a Dilma Roussef pero no contaron con que la caída de Roussef implicaba la propia caída del sistema creado tras el fin de la dictadura y que se abría la puerta para que entrara cualquier aventurero. Entró y ellos acabaron todavía peor parados que el PT que, víctima de los odios africanos de los conservadores, al menos puede presentarse como la última barricada de defensa de la democracia contra el populismo autoritario de la derecha no democrática que, por lo que se vió, en este momento es mayoría en Brasil.

Por cierto, es conveniente destacar el hecho de que cuando hablamos de “conservadores” en Brasil se puede pensar que es algo equivalente a los conservadores británicos, al PP español o a los republicanos franceses. Absolutamente nada de eso. Ser conservador en Brasil hoy equivale a ser xenófobo, racista, partidario de resolver a tiros los problemas sociales, opuesto a toda ideología de género y devoto evangélico.

El voto en blanco y la abstención fueron altos. El primero representó el 9,6% del voto emitido, la mayor cantidad desde 1984, la segunda afectó al 21,30% de los electores. De haberse movido en apoyo de las libertades públicas tal vez Haddad hubiera ganado. No fue así y conocemos nombres y apellidos de los responsables. Algunos aparecen líneas antes.

Anunciar apocalipsis con este panorama es tentador pero no realista. En Estados Unidos, de momento, no los hubo y la capacidad de Trump para hacer daño y empeorar las cosas es mucho mayor que la de Bolsonaro. Hasta ahora al presidente norteamericano le ha ido bien. En cuanto al mandatario brasileño, aún no ha tomado posesión ni ha comenzado a aplicar sus políticas agresivas. Tal vez pueda, tal vez no. En cualquier caso de una cosa estoy seguro, mejor dicho de dos: No hay mal que cien años dure, y a todo cerdo le llega su San Martín. No lo interprete, curioso lector, como un gesto de resignado desencanto (a pesar de todo esperanzado). Solo que uno es viejo e historiador y ya ha visto muchos salvadores de la patria pasar por delante de su casa, primero en andas y luego en ataúdes.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.