Ubicada en una casona de Santiago Centro, la Junta de Vecinos “El Progreso” parece ser un lugar recogido de otro tiempo. Una repisa llena de viejos libros sobre historia chilena, editados por revista Ercilla, invita a creer que la era digital aún no ha entrado por el angosto pasillo de Coquimbo #321. Sin embargo, posadas sobre estos registros, yacen banderas de distintos países de Latinoamérica, lo que hace pensar que, tal vez, el inicio de este artículo no fue el adecuado.
Más allá de ser un lugar perdido en el tiempo, parece ser que aquí todos están algo adelantados y mucho más abiertos al el reciente fenómeno migratorio que ha transformado la cara del país ,y en particular, la de este barrio.
La junta vecinal asoma como el epicentro de una migración que es bienvenida, y que hoy es solicitada para opinar sobre otro fenómeno que ha sacudido a la sociedad chilena en los últimos años: el feminismo.
El escenario de encuentro
El conversatorio quedó estipulado para las 18:30. Sin embargo, hasta ese momento solo había llegado una participante. Su nombre es Yvanne Normit, y es haitiana. Con un dejo de timidez saluda desde su pupitre mientras espera pacientemente a que llegue el resto.
Mucho más distendida aparece Valeria Bustos, presidenta de la junta vecinal que, con un dejo de orgullo, señala que se encuentran en uno de los barrios con mayor cantidad de migrantes del país.
“Según el último censo, acá tenemos un 27 por ciento de población migrante, entonces, cómo no apuntar hacia allá. Cómo no tener esa mirada inclusiva”.
La Junta de Vecinos “El Progreso” está ubicada en la periferia del distrito 11 “Santa Isabel”, donde el Censo 2017 reportó 10.039 migrantes, correspondientes al 3,1 por ciento del total regional, lo que lo posiciona como el sector con mayor número de extranjeros de la capital.
El angosto pasillo de entrada a la casona se vuelve aún más estrecho cuando se intenta pasar por el ropero solidario, iniciativa lanzada hace dos años, a raíz del crudo invierno del 2017.
“Los chiquillos voluntarios del curso de español para haitianos me propusieron iniciar una campaña de abrigo. Esto era por dos meses, pero no lo pudimos parar. Nos dimos cuenta que empezó a llegar mucha ropa y se iba mucha ropa. Entonces, lo que originalmente era para el pueblo haitiano, comenzó a ser también para los chilenos, venezolanos”.
Antes de volver al salón en que se realizará el conversatorio, Valeria comenta sobre su visión respecto de la movilización feminista del 8M y las migrantes.
“El tema de los movimientos feministas nace eventualmente desde la academia. Y creo que los llamados a huelga, a pesar de que es muy polémico lo que voy a decir, no aplican para la mujer migrante o para las que tienen trabajos precarizados, porque, simplemente, te echan. No te puedes dar el gusto de decir ‘yo paro mañana’, porque eso significa que pasado mañana te quedaste sin pega”.
Las palabras de Bustos son interrumpidas por una niña que, acompañada de su madre, saludan a Valeria y preguntan por el conversatorio.
“Va a ser en la primera sala”.
Una mirada migrante del feminismo
Al llegar al salón, muy parecido al de un colegio, se puede ver que hasta el momento han llegado tres participantes. Además de dos asistentes sociales, Carolina Sepúlveda y Verónica Hernández, quienes se encuentran realizando su practica en la junta vecinal.
Luego de saludarse y armar un círculo, preguntan de qué va a tratar “mas o menos la cosa”. Valeria Bustos les explica sobre la intención de analizar, desde su mirada, el movimiento feminista del país y, acto seguido, se despide, pero no sin antes solicitar una foto grupal.
Hasta el momento han llegado Yvanne Normit, de Haití; Aura Arboleda y Nora Rey, de Colombia; y Daisy Hevia, de Venezuela. No obstante, luego de tres minutos de un pequeño “caos” producto de la organización del circulo, llega a la cita Evelyn Castillo, de Perú.
Desde ese momento, comienza la grabación de un conversatorio sin rodeos.
¿Habían escuchado sobre el movimiento feminista antes de llegar a Chile?
“Es más que todo político y las cabecillas buscan el interés político. Eso está todo programado para que la mujer diga ‘yo soy dueña de mi cuerpo’. Manipulan a las mujeres”, señala Nora Rey, quien destaca por su rizado pelo blanco. Desde hace cinco años vive en nuestro país.
“No escuché nada”, responde Aura Arboleda, de Colombia. Y agrega que “sé que se quieren liberar, pero una dice ‘guau’. Igual no me sorprende mucho. Se dice que vienen cosas peores”.
Nora y Aura no son amigas cercanas, pero comparten similitudes como ser colombianas, estar en Chile desde hace cinco años y ser cercanas a la religión.
“Allá no se da. Se ve la homosexualidad y las lesbianas, pero acá es muy liberal”, afirma Daisy Hevia, quien hace seis meses llegó de Venezuela.
Quizás, hasta el momento, la persona que se encuentra leyendo este artículo llegue a tildar de retrogradas las posturas expuestas, y es entendible, pero el conversatorio se planteó como un encuentro en que las asistentes pudieran comentar sus reticencias y cercanías con el movimiento.
Ahora le corresponde el turno a Evelyn Castillo, de Perú, quien, casi como una fiel representación de las olas migratorias que ha experimentado Chile, es la que mayor tiempo lleva viviendo en este país. En abril cumple 16 años.
“Cuando llegué de mi país vi a la mujer muy sometida, muy dedicada al hogar y los hijos. No tenía expectativas de trabajo. Todo era muy machista y era el hombre era el que salía a trabajar, pero ahora es distinto. Ahora ellas salen, tienen vida propia, salen a carretear y tienen más libertad. Más libertad de la que tenían cuando llegué”.
Evelyn habla desde la experiencia, ya que a lo largo de estos casi 16 años ha sido testigo de la evolución de una sociedad que adoptó como propia.
“En Perú no se hablaba de feminismo, igual las mujeres eran más sometidas. Ahora la mujer trabaja y estudia. Se puede dedicar a muchas cosas. Antes, una vez que tenías niños, no podías seguir estudiando”.
La última en hablar, y casi sin querer, es Yvanne Normit, de Haití, quien, a pesar de permanecer un tanto al margen de la conversación, maneja perfectamente el español. Sobre el feminismo, señala que en su país sí se ha podido ver.
“Sí, la gente puede ver eso en la tele. Yo pasé mucho tiempo en República Dominicana y ahí lo vi, pero no como aquí”.
Antes de comenzar, Normit comentó lo difícil que es conectar el kreyòl con el español, ya que esta lengua es una combinación de varios idiomas, por lo cual, de acuerdo a sus palabras, “incluso un francés no entendería nada”.
Yvanne llegó hace tres años a Chile, pero permaneció 20 años en República Dominicana. De ahí su buen manejo del castellano.
Femicidios: un rechazo sin fronteras
Con el correr de la conversación comienzan a abordarse otros temas, como las experiencias personales de cada una y sus inicios en Chile y, de parte de Evelyn, un dato de ropa a muy buen precio que sorprende a algunas.
Por otro lado, se forma la relación entre el trabajo al que acceden los migrantes y su género. Evelyn Castillo comenta que al llegar de Perú solo pudo trabajar como “nana”.
“Yo llegué a encerrarme a una casa a cuidar a cinco niños. Fue terrible. A los dos años no aguanté y me fui. Pero pude capacitarme y llegué hasta donde estoy ahora”.
Actualmente Evelyn trabaja en Jumbo y, en su área, solo hay dos mujeres frente a 17 hombres. Sin embargo, asegura que siempre la han respetado y se ha hecho respetar.
Nora Rey, de Colombia, comenta que ha sabido de estigmatizaciones de las trabajadoras migrantes.
“Yo he escuchado como se ha estigmatizado a ecuatorianas, peruanas y bolivianas para labores de puertas adentro. Venezolanas, colombianas, argentinas y uruguayas para otras labores más placenteras. Así están las cosas”, señala.
¿Y que opinan del movimiento feminista? ¿Creen que a través de él se pueda llegar a un mundo sin violencia y de igualdad entre hombres y mujeres?
“No y sí. Para ganar lo mismo (en el trabajo), sí, para la violencia… puede ayudar también”, responde Yvanne Normit.
“Encuentro que sí, ya se están logrando cosas. Por ejemplo, mi jefa y yo, somos las únicas entre 17 varones”, remarca Evelyn.
“¿Y tu ganas lo mismo?”, pregunta Nora. ” Eso me parece muy bueno, gracias al eterno”.
¿Y ante los casos de femicidio que son recurrentes en la televisión?
“Pues obvio que no nos gusta”, pasa a ser la expresión más utilizada.
“Yo era parte del personal que recibía denuncia de mujeres que eran agredidas por su pareja. En Venezuela hay una ley de violencia de género. Llegaban golpeadas, y nosotros hacíamos todo lo posible, pero lamentablemente pasaban dos días y las mismas mujeres decían ‘yo no lo quiero ver preso'”, comenta Daisy Hevia.
“Algunas veces puede ser por miedo”, afirma al respecto Aura Arboledo. “Ahora, yo hablo por mí. Si yo llegara a tener los ojos colombinos, te aseguro que mi pareja no se levanta de la misma forma al otro día”.
“A mi hija de doce años yo le enseño que tiene que cuidarse, porque uno no sabe como es el resto”, comenta Evelyn.
“Es que vivimos con miedo”, replica Arboledo. ” Una puede ir desnuda y nadie tiene derecho de tocar, porque el cuerpo es de una”, agrega.
“Eso es diferente. Todos las mujeres deben vivir. En esa parte no tenemos problema”, responde Nora.
Foto de grupo
Luego de una hora el conversatorio llega a su fin. Las participantes se despiden, pero antes, recuerdan que Evelyn no alcanzó a salir en la primera foto, por lo que solicitan una nueva. Valeria Bustos, presidenta de la junta vecinal, también se hace presente. Después de algunos intentos, parece haber una foto de consenso.
¿Y van a ir a la marcha?
“Yo no voy porque tengo que cuidar a mi hija”, señala Aura.
“Cada una que salga si quiere, de eso estamos hablando. Cada una puede hacer lo que quiera. Si quiere ir, que vaya”, concluye su compatriota Nora, lo que sorprende, si se toma en cuenta su postura inicial.
El afán de comparar las visiones por país sobre el feminismo, al igual que la fotografía del grupo, arrojó distintas versiones de una misma realidad. Ser mujer no conoce de fronteras, y el rechazo hacia la violencia de género, tampoco.