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“Urbefeminismo”: Planificar, diseñar y construir la ciudad con perspectiva de género

Columna de opinión por Catalina Loren
Martes 16 de abril 2019 11:51 hrs.


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El 8 de marzo de 2019 (de aquí en adelante 8M), presenciamos en su máxima expresión, la cuarta ola feminista, reconocida como la más internacional y quizás la más importante hasta la fecha. Esta ola, a diferencia de las anteriores ha penetrado en diversas sociedades, y no sólo las occidentales, sino que ha llegado al feminismo árabe o el islámico.

Si bien, el debate en la opinión pública se ha centrado en discutir la igualdad de derechos fundamentales como los laborales, sociales y culturales, no se ha relevado la dimensión territorial del conflicto, la cual es imprescindible para alcanzar los ideales propuestos por el movimiento ya que feminismo es indisociable de la realidad espacial, porque la lucha sí bien es global, hay demandas particulares en cada territorio.

Sin duda alguna, la manifestación del pasado viernes 8 de marzo debe ser recordada como una de las más masivas de las últimas décadas en Chile, superando incluso la milenaria convocatoria alcanzada durante las manifestaciones estudiantiles del 2011. Pero, ¿qué explica la actual adhesión al movimiento feminista? Una de las explicaciones puede estar arraigada en los escenarios de violencia sistemática (institucional, cotidiana y doméstica) a la que se han visto sometida las mujeres durante siglos, que si bien, siempre han existido, hoy se denuncian y visibilizan cada día más.

Desde la aparición Jane Jacobs y su obra “Vida y muerte de las grandes ciudades”, a comienzo de la década de los ’70, se ha visibilizado a la ciudad como una construcción material y social con un claro sentido político desde el punto de vista del género, donde se excluyen a las mujeres de diferentes maneras en la realidad urbana.

La planificación urbana desde sus inicios, ha considerado el trabajo reproductivo, generalmente ejercido por las mujeres, como de segunda categoría y han sido los arquitectos varones, quienes han estado a cargo de la planificación de las ciudades, proyectado su experiencia vital en las planimetrías que rigen las urbes.

Es así que ha primado una visión y planificación del espacio residencial como una cuestión de ocio y descanso, pero nunca de trabajo, cuidado y apoyo. A pesar de que son mujeres las que más utilizan la ciudad, el espacio público, las calles, los parques, el transporte y también los equipamientos de salud, educativos, deportivos y comerciales, estos espacios no han sido diseñados para nosotras, por tanto, se vuelve urgente el vuelco hacia una planificación urbana con perspectiva de género.

La forma patriarcal de hacer planificación urbana ha hecho que las ciudades sean percibidas como lugares altamente inseguros para las mujeres, limitando sus posibilidades de acceder a las oportunidades que estas ofrecen. La inseguridad en la ciudad está íntimamente ligada por un lado a la planificación del transporte, reservándose grandes tramos viales para el uso del automóvil como medio utilizado principalmente por hombres trabajadores.

Además, la normativa y el diseño urbano no han sido construidos bajo una perspectiva de género, desarrollando ciudades que son peligrosas en sus espacios públicos.

Los principales problemas en el diseño urbano refieren a que se generan calles con muros ciegos (sin ventanas), veredas pequeñas sin espacios para sillas de ruedas, coches o carros de compras, sectores mono funcionales con grandes espacios sin ningún tipo de equipamiento, esquinas sin ochavar y callejones sin salida y, sitios eriazos, que sí bien son penalizados en términos de su contribución y deben estar cerrados, pueden permanecer por años con el mismo uso antes de ser reconvertidos, generando posibles focos de violencia sexual.

Cada uno de estos errores en el diseño generan potenciales escenarios que propician la violencia sexual hacia las mujeres.

Por otro lado, la política habitacional ha influido directamente en la planificación de la ciudad y con ello la violencia hacia las mujeres. Estudios han asociado las altas densidades y el hacinamiento de los sectores de viviendas sociales con los índices de violencia doméstica. Otros estudios han planteado que la violencia hacia las mujeres comienza en el diseño de la vivienda, debido a que los espacios delegados históricamente a nosotras, como la cocina o el lavadero de ropa, se encuentran en los lugares más oscuros de la casa, para que las mujeres no podamos ser vistas realizando labores domésticas.

Sin duda, las que se llevan lo peor de esta forma de urbanismo son las mujeres que residen en barrios marginados o sectores de alta vulnerabilidad social. Muchas mujeres se ven replegadas a su rol doméstico y tienen pocas posibilidades de salir, movilizarse y acceder a una red de contactos externa, porque en estos espacios las mujeres están expuestas a escenarios de violencia y vulneraciones.

Estos barrios presentan los peores indicadores de contaminación y crimen, la nula o deficiente dotación de equipamientos como salas cunas y jardines infantiles, lo que genera que deban dedicarse de forma exclusiva al cuidado de sus hijos.  Es importante considerar como una propuesta del urbanismo feminista que la ciudad provea de diversos equipamientos que permitan la emancipación de la mujer de su rol de cuidado y protección.

Además, las políticas de vivienda están creadas para las familias “tradicionales”, con dos progenitores y uno o más hijos, obviando las familias monoparentales. En el contexto chilenas además estas familias se caracterizan por el allegamiento de uno o más núcleos, lo que se encuentra soslayado en la política de vivienda.

Para revertir la forma de hacer planificación desde las bases se apela a la organización, a la autogestión y a la generación de redes de colaboración. Se ha visto en otras ciudades del planeta que mujeres han comenzado a realizar las llamadas “marchas de mujeres” para detectar las deficiencias de sus barrios[1] y así poder diseñar estos espacios de forma comunitaria.

Para remediar la forma de hacer planificación desde la institucionalidad, se debe trabajar en la contratación de más mujeres, en incorporar normativas referentes a la economía de cuidado, es decir, al trabajo no remunerado que se realiza en el hogar que se relaciona con mantenimiento de la vivienda, y en generar un diseño urbano con perspectiva de género.

Catalina Loren. ONG Observatorio Ciudades Integradas al Territorio (CITé). Antropóloga de la U. de Chile.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.