Hoy es el Día Mundial del Medio Ambiente y, en las circunstancias del país y el mundo, sería un acto de evasión dar a este día una connotación despolitizada. La historia social, política y medioambiental del continente ha ido entrelazada, hasta el punto de que muchas de las guerras, conflictos políticos y luchas sociales han tenido como el centro del conflicto lo que los economistas llaman recursos naturales.
El problema es que, como demuestra un libro añejo para otros y extraordinariamente vigente al punto de que sus capítulos se siguen escribiendo hoy, como Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, nuestros países no aprenden de su historia y tropiezan una y otra vez con la misma piedra.
El patrón que descubre y describe ese ensayo es sencillo, al punto de que para algunos lectores es difícil llegar hasta el final, porque todos los capítulos son iguales, solo que cambia el país, el recurso natural y el año: una élite extranjera, con la complicidad o el sometimiento de las élites locales, encuentra un recurso de valor circunstancial extraordinario, recibe todo el apoyo de los gobiernos para hacer lo que les antoje, destruye el ecosistema, expolia a los trabajadores y comunidades locales y luego se va, sin dejar nada a cambio.
Así es y así ha sido una y otra vez.
Ese libro se escribió en 1970, pero sus capítulos se siguen escribiendo calcados en todo el continente y en el Chile hoy, en 2019. Como hemos dicho en otros comentarios, basta alejarse de las grandes ciudades, gesto especialmente necesario para el análisis en países tan centralizados como el nuestro, para darse cuenta de que todo el territorio nacional está cruzado por conflictos medioambientales donde coinciden un inversor multinacional o chileno, gobiernos débiles y comunidades pobres -muchas veces indígenas- despojadas, sin recibir nada a cambio.
No se puede, por lo tanto, enfrentar con eficacia el problema medioambiental en Chile solo desde las políticas medioambientales, puesto que la inercia que hoy apreciamos alude al modelo de desarrollo y a esta fase exportadora primaria que se hace perpetua y que se expresa, por ejemplo, en que cuando se firma la actualización del TLC con Canadá, se consagra que nosotros les exportamos de preferencia cobre sin valor agregado y ellos de vuelta nos envían maquinarias y servicios como bancos y otros.
Los medios de comunicación también son parte de la perpetuación de este patrón. Resultaría asombroso hace 15 años atrás encontrar en la portada de El Mercurio, como leemos exactamente hoy, el titular Retiro de Salmoneras abre expectativas sobre recuperación de los lagos del sur. Tenemos grabada en la memoria la defensa que hizo ese medio de comunicación de la industria, al punto de calificar de “terroristas medioambientales” a quienes incipientemente denunciaban la contaminación en los ecosistemas lacustres, usando una y otra vez un argumento que ahora refulge por lo aberrante: la salmonicultura es inocua, no contamina. La devastación de nuestros lagos equivale al hoyo que dejaron los antiguos explotadores mineros que aparecían en Las venas abiertas de América Latina.
En resumen, el Día del Medio Ambiente no es solo para plantar un arbolito, que está muy bien, o para hablar de políticas medioambientales, que también se requiere, sino una oportunidad para ver y reaccionar sobre el país que hemos construido o, si prefiere, sobre el país que hemos destruido.