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Las grandes alamedas LGBTI

Columna de opinión por Victor Hugo Robles
Viernes 28 de junio 2019 19:26 hrs.


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Hace exactos 50 años, el 28 de junio de 1969, un grupo de travestis, homosexuales y lesbianas en el bar Stonewall de la ciudad de Nueva York se enfrentaron con la policía uniformada cansados del abuso y el hostigamiento cotidiano. El inédito enfrentamiento se transformó en batalla de días y emblema de lucha internacional. Desde esa aguerrida e inolvidable fecha se conmemora en todo el mundo el Día del Orgullo LGBTI, recordando e impulsando movilizaciones por derechos que tuvo su primer grito libertario en Chile un domingo 22 de abril de 1973, durante la última semana santa de la Unidad Popular.

Eran los tiempos en que la Raquel, la Eva, la Larguero, la Romané, la José Caballo, la Vanesa, la Fresia Soto, la Confort, la Natacha, la Peggy Cordero y la Gitana se  reunían a conversar en la Plaza de Armas de Santiago, público y epicéntrico lugar donde muchas veces, más bien casi – casi siempre, charlaban sobre sus proletarias vidas y pernoctaban en la céntrica plaza capital. Eran las locas del 73.

Las locas del 73 protagonizaron de un hecho sorpresivo, inolvidable e histórico. Fue nuestro Stonewall criollo, la primera e intrépida protesta de la diversidad sexual en Chile con piojos y mucha garra, manifestación popular que evocó política y simbólicamente los disturbios de Stonewall acontecidos en Nueva York.

Nuestro Stonewall local se desató en abril de 1973, unos meses antes del fatídico golpe militar que implicó el fin de la Unidad Popular de Salvador Allende, unido a desapariciones, muertes, torturas, exilio y la clausura de todos los derechos civiles. Ese día, antes del infierno de bototos fascistas y economía de libre mercado, las locas del 73 inscribieron un hecho político que marcaría para siempre la historia emancipada de las diversidades sexuales en nuestro país.

El 22 de abril de 1973, quizás el más alocado de la Unidad Popular de Salvador Allende en el poder, enfrentando prejuicios sociales, culturales y políticos históricos e histéricos, superando el miedo al qué dirán y eclipsando un tenso e intenso tiempo de revueltas sociales varias, un grupo de jóvenes travestis prostibulares pobres, los más pobres de todos, todas, decidió protagonizar la primera protesta de la diversidad sexual en la historia nacional. Las más pobres, las más necesitas, las que no tenían nada que perder pero lo querían todo, dieron el paso inicial. Un paso emancipado que hemos seguido transitando a más de 46 años de esa loca e histórica hazaña.

La respuesta de la prensa de derecha e izquierda no se hizo esperar. “REBELIÓN HOMOSEXUAL: LOS RAROS QUIEREN CASARSE”, tituló la sensacionalistamente revista VEA, dirigida en ese entonces por la periodista Raquel Correa, mientras el popular diario Clarín “firme junto al pueblo”, pero  heterosexual. redactó violento e incendiario: “Ostentación de sus desviaciones sexuales hicieron los maracos en la Plaza de Armas. Las yeguas sueltas, locas perdidas, ansiosas de publicidad, lanzadas de frentón, se reunieron para exigir que las autoridades les den cancha, tiro y lado para sus desviaciones. Entre otras cosas, los homosexuales quieren que se legisle para que puedan casarse y hacer las mil y una sin persecución policial. La que se armaría. Con razón un viejo propuso rociarlos con parafina y tirarles un fósforo encendido”.

“Protestamos porque estábamos cansadas de la discriminación. En esos años, si andabas en la calle y los pacos se daban cuenta de que eras maricón, te llevaban preso, te pegaban y te cortaban el pelo por el solo hecho de ser maricón. Las cárceles y las comisarías eran como hoteles para nosotras. En ese tiempo nadie nos defendía, ni siquiera teníamos el apoyo de nuestras familias porque una se arrancaba de la casa de cabra chica para vivir más libremente”, recuerda la Raquel en “Bandera Hueca. Historia del Movimiento Homosexual en Chile”, asegurando que en esos años no había tanta libertad como ahora para ir a reclamar o participar en alguna marchar pública como lo hicimos este 2019 en diversas ciudades de Santiago, Valparaíso y tantas otras (loca)lidades de nuestro territorio nacional.

Hasta ese minuto, en abril de 1973, los “maracos”, “yeguas sueltas”, “locas perdidas”, “mariposones”, “colipatos” -como llamaba la prensa sensacionalista a los homosexuales del ayer- no aparecían organizados, ni emancipados en ninguna parte. Sólo figuraban en sendos reportajes relativos a la primera operación de cambio genital que transformó en “mujer fantástica” a la antofagastina Marcia Alejandra Torres Mostajo, en pasionales crímenes sodomíticos o en redadas policiales en contra de las travestis que ejercían el trabajo sexual en calle Vivaceta 1226, lugar de hospedaje del mítico burdel de la más famosa reina prostibulera de Chile, la señora Carlina Morales Padilla, popular y eternamente conocida como “La Tía Carlina”.

La única imagen positiva –y celebrada- de los homosexuales de los años 70, destacada por la prensa de espectáculos, tiene exclusiva relación con los artistas homosexuales integrantes del reconocido conjunto de baile “Blue Ballet”, quienes incomodaban con su peculiar nombre a los recios futbolistas del Club Universidad de Chile y sorprendían al público con sus especiales actuaciones en el teatro de variedades Bim Bam Bum de la capital. Estas exitosas presentaciones rápidamente conquistaron dinero y fama siendo el primer conjunto de homosexuales transformistas en la historia de Chile. Entre todos ellos, destacó la figura de un personaje que con el tiempo se convirtió en una leyenda cuando, a mediados de los años noventa y después de regresar de París transformada en mujer, inauguró un refinado restaurante francés en el barrio Brasil, presentando su nueva identidad: Candelaria Patricia Manzo Seguel, más conocida como “Candy Dubois”.

Transcurridos 46 años de ese primer grito de libertad contra el estigma, la discriminación político-social y el abuso policial protagonizado por las locas del 73, sorprende recordar el lenguaje grosero y homofóbico que utilizó la prensa política para (des)informar de la inédita manifestación homosexual en los revolucionarios tiempos de Salvador Allende, catalogada ahora como nuestro Stonewall criollo.  Fueron los contradictorios signos de la discriminación sexual, la intolerancia cultural, la desinformación periodística y el triste reflejo de la inferioridad político–social en que se encontraba un sector de la población chilena que practicaba lo que el famoso escritor Oscar Wilde llamó en otros tiempos: “El amor que no osa decir su nombre”.

Hoy, después de marchas, protestas y avances legislativos, políticos y culturales, justo es señalar que la sociedad y la prensa chilena han cambiado y los movimientos de reivindicación sexual hemos jugado un rol fundamental en esa transformación cultural, particularmente en los años 90 con la irrupción del derecho a la libertad sexual como signo de ampliación de utopías en medio de la llamada “transición pacífica a la democracia”. La sociedad de hoy no es la misma que padeció Augusto D’Halmar, Benjamín Subercaseaux, Gabriela Mistral, José Donoso y otros tantos y tantas que tardaron en ser nombrados con fuerza y osadía asumiendo sus disidencias sexuales.

El mundo y Chile ha cambiado, aunque no debemos pensar ni decir que son o serán “tiempos mejores” cuando la discriminación, el estigma, el abuso, el crimen y el asesinato a integrantes más visibles de nuestras comunidades LGBTI son hechos reiterados e insistentes. El lesbicidio de Nicole Saavedra en la ciudad de Quillota no es un hecho aislado sino la expresión más cruel y explícita del avance social del fascismo en nuestro país que ahora pretende transformarse en partido político “republicano”.

En estos días de marchas y manifestaciones, 46 años después del golpe cívico–militar que clausuró todas las militancias posibles –incluida la diversidad sexual– recordamos a Mónica Briones, Amanda Jofré, Daniel Zamudio, Nicole Saavedra y tantas, tantos que han sucumbido a la violencia, junto a tantos otros amigos, amigas, compañeras y compañeros que han fallecido a causa del SIDA.

Hoy, 46 años después de la primera protesta homosexual del 22 de abril de 1973, leemos la prensa y vemos la TV pensando en todo lo que hemos avanzado pero en lo mucho que nos queda por movilizar, crear y recrear en el imaginario social, periodístico, político y cultural, asumiendo e incorporando todas las disidencias sexuales posibles e imposibles que batallan y destellan en el Chile de hoy.

En estos días de junio, parafraseando –críticamente- a nuestro presidente Salvador Allende, añoramos (y luchamos) por un Chile diverso y libertario donde se abran las “grandes alamedas” por donde transite el homosexual, la lesbiana y la travesti libre para construir un mundo mejor.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.