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Jorge Larraín: Se está empezando a dibujar una nueva identidad chilena

Para el sociólogo hoy se está gestando algo nuevo. Factores como la migración, las banderas feministas, la pérdida de confianza en la democracia representativa y en la iglesia católica, y la importancia de las demandas de los pueblos indígenas están configurando un nuevo Chile, uno que se alejaría de esta idea del “empresario-emprendedor” surgida en dictadura y reforzada en décadas anteriores.

Diario Uchile

  Martes 17 de septiembre 2019 8:57 hrs. 
jorge larrain

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En el inicio de un nuevo aniversario patrio, muchas preguntas vuelven a repetirse. ¿Qué conmemoramos?, ¿de dónde provienen los símbolos de lo que es la “chilenidad”?, ¿la identidad nacional es la que vemos durante este mes o esto es una caracterización de lo que realmente somos?

En conversación con RadioAnálisis, el sociólogo y autor de La identidad chilena, Jorge Larraín, respondió a estas preguntas:

¿Existe la identidad chilena?

Sí. Yo creo que existe la identidad chilena, pero no es algo fijo, va cambiando y se expresa de diversas maneras en tiempos distintos. No se habla de la identidad como si fuera algo permanente, fijo y que no cambia nunca, algo así como “el carácter chileno”. Ponerlo así implicaría que todos los chilenos tuviéramos el mismo carácter, o todos compartiéramos las mismas cosas y eso no es cierto.

En cada parte de nuestra historia hemos tenido rasgos más marcados que otros. Algunos aparecen, otros desaparecen, y la identidad siempre está construyéndose, está en permanente construcción. Es un sentimiento, claro, de fraternidad con la gente, con la geografía y con nuestro país, pero, por otro lado, es también un relato, un cuento acerca de nuestra historia y de lo que queremos ser en el futuro.

Ubicándolo en el tiempo, ¿cuándo comienza a surgir este relato?

Muy lejos. Cuando nos hicimos independientes y podemos empezar a hablar de Chile. Supongamos que en 1810 ya veníamos con tres o cuatro siglos de colonización española y de mestizaje de nuestros pueblos originarios. Desde ahí podemos decir que empezamos Chile con muchos rasgos identitarios muy fuertes, muy marcados, que determinan lo que vamos a ser después.

La Independencia marca un quiebre, de todas formas, un quiebre con la dependencia y admiración por los valores españoles y un cambio en nuestra identidad, hasta cierto punto.

¿Hay rasgos de la Colonia que perduraron en el tiempo?

De todas maneras. Hay algunos rasgos que son de largo plazo y que obedecen a la forma en que todo estaba organizado en el Colonia. Por ejemplo, los rasgos del centralismo y el autoritarismo, que estaban muy marcados en esa época. También el catolicismo muy devoto y cultico, una creencia de mucha manifestación masiva de procesión, de ritos y no tanto de creencia interna.

El galismo de nosotros también viene de allá. En esa época se hablaba de se acata, pero no se cumple, cuando profesábamos que manteníamos y cumplíamos las normas, pero -por debajo- cuando podíamos y podemos, las violamos. Hay algo de hipocresía en todo eso.

Otro de los rasgos es el cortoplacismo, la imprevisión, que tiene que ver con las dificultades de vida, las guerras, la pobreza y otros aspectos. Es esa idea de tener que aprovechar lo poco que hay, luego. Sin tener la costumbre de guardar, de ahorrar, de prevenir.

Si tomáramos una foto hoy, ¿qué rasgos compondrían nuestra identidad?

Yo veo, particularmente este año y el pasado, los comienzos de una nueva etapa que, todavía, está por definirse plenamente. La pregunta es ¿de qué veníamos nosotros?, de un momento que es la recuperación de la democracia en el cual aún está vigente una idea muy exitista, gloriosa de la identidad chilena, que nos aparta un poco de América Latina, con estas ideas de “somos un modelo”, “no somos iguales a ellos”, “somos un país ganador”, etc.

Todas estas ideas que se iniciaron con Pinochet en la dictadura, pero que, de alguna forma, fueron continuadas por las fuerzas de izquierda que cambiaron la dictadura, pero se vieron entusiasmadas con las ideas de éxito empresarial y ese tipo de cosas.

Todo ese triunfalismo, que era un relato identitario y que tenía un héroe que era el empresario-emprendedor, veo que está muy de capa caída. Hoy veo un escenario donde se está empezando a dibujar un nuevo relato, donde van a haber algunos ejes que veo representados en algunos problemas como: la migración, los problemas del feminismo, los de los pueblos originarios y, un problema bastante agudo a nivel político, que es la falta de confianza en la democracia representativa, agitada por movimientos sociales. |

Veo que todos esos elementos están configurando otra cosa. Todavía no está bien definido quién va a ser el nuevo héroe, pero veo que se está desarmando el modelo exitista para armar algo nuevo.

Para construir nuevos relatos y, para que la gente empiece a escribir del nuevo carácter de Chile, cuesta tiempo. Mientras tanto, se empiezan a vivir los problemas. Esto empieza con una crisis del modelo anterior y, poco a poco, van cambiándose hacia otras convenciones. Hoy hay mucho más escepticismo sobre esta idea de que somos “modelo” o que “no somos parte de América Latina”, todos esos cuentos están bastante más chatos ahora, pero con justas razones.

¿Qué tanto influyó el Golpe de Estado cívico-militar en lo que hoy somos como chilenos?

Muchísimo. Ha sido uno de los puntos de inflexión más clave de los últimos tiempos. Estamos, todavía, claramente marcados por eso. Por qué, porque no se produce solo un cambio de identidad, sino que una ruptura. Es tan fuerte la represión, la tortura, las exageraciones del régimen militar que persigue, exilia, hace desaparecer gente, que una parte de la población como que hubiese dejado de pertenecer e, incluso, se lo dicen: ustedes, ¡vayánse! No por nada, uno de los castigos que instauran es quitarles la nacionalidad a muchos chilenos.

En ese tiempo se rompe la solidaridad que había con cierta parte de la población, situación que lleva paulatinamente a una pérdida del valor de los símbolos patrios que, de tanto repetirse cosas como la Quinta estrofa, los saludos a la bandera… etc., finalmente, hace que la gente tome distancia a esos ritos de nacionalidad. También pasa eso con algunos lugares como el Estadio Nacional o la Esmeralda porque en esos lugares se torturó.

La dictadura fue un remezón muy fuerte para la identidad. Creo que, aunque ha pasado mucho tiempo, el miedo también perduró mucho tiempo, mucho más allá de la caída de Pinochet. Los canales de televisión se atrevieron a publicar material que tenían sobre la época de la represión, treinta años después.

Ha habido cambios muy importantes, intentos -entre medio-, del Ejército para hacerse de la identidad chilena. Claramente, la historia del Ejército chileno que Pinochet publica está esa idea, claramente no funciona mucho. La idea que prende es esta sustitutiva del empresario, del Chile exitista, que comercia, que abre fronteras: se economiza la identidad chilena.

¿Un ejemplo de eso podría ser las formas en las que se representa al sujeto popular o criollo, actual?

Es muy posible, por ejemplo, que el sujeto popular este más dado a las cumbias que a otra cosa. Sería exagerado decir que la cueca ha perdido la batalla, pero es cierto que han entrado otras cosas…

Hay mucha gente que no es muy amiga de la música nueva o extranjera, pero ¿cómo a partir de esas cosas se van construyendo identidades?

Yo no veo esas cosas como amenazas sino como parte de una cultura que cambia más rápido. En ese sentido, hago una diferencia entre cultura e identidad, porque la cultura cambia mucho más rápido. Estamos sometidos a influencias culturales muy cambiantes, muy rápidas. Fíjate, por ejemplo, lo que ha pasado con la comida peruana. Quince años atrás no teníamos idea qué era eso, pero después del proceso migratorio tienes estos restoranes en todas partes de Santiago, en las casas se cocina, entonces hemos adquirido un nuevo rasgo cultural, tal como ha pasado con el tango o con las cumbias.

¿Es una amenaza de la identidad? ¡No! De hecho, no seleccionamos esas cosas como parte de la identidad. Ese tipo de elementos son parte de la cultura y no de la identidad. En cambio, la cueca sigue siendo representativa de nosotros. Es lo que nosotros hemos decidido que es. Quizás, a largo plazo, algunas de estas cosas se incorporen, así como el charango, que hoy lo adoptamos y hablamos como si fuera expresión de nuestra música andina y los bolivianos se enojan mucho.

A decir verdad, no importa, lo compartimos.

¿Se puede hablar de algo “propio”?, pensando que tenemos muchas cosas compartidas como América Latina

Propio de un país… bueno, nuestro gusto por las empanadas es propio nuestro, pero también hay otros lugares como Perú, Argentina, Uruguay, donde funciona. No son chilenas, las trajeron los españoles, por eso en cada país hay versiones propias de ellas, pero en cada parte son especiales.

Nuestra empanada de horno no está en otra parte. Uno rebautiza cosas y las hace de uno. No importa si el origen fue creado aquí o lo trajimos, porque lo que importa es que forma parte de nuestra identidad.

Todo lo que tiene que ver con arte, con cultura, con comida, forma parte de una identidad. Es la manera de ser chilenos, lo que nos gusta.

Una relación que por siglos marcó nuestra identidad fue la relación con la Iglesia Católica. Hoy, eso también está en cuestionamientos, a propósito de los casos de abuso sexual conocidos en los últimos años. ¿Cómo estas cosas van determinando nuestra identidad?

Eso es tremendamente importante. Si uno estudia la importancia que ha tenido la religiosidad popular, el catolicismo en Chile ha sido importante. Uno de los rasgos de largo plazo que traemos desde la Colonia y que se ha mantenido en el tiempo de forma persistente.

Justamente ahora, después de estos acontecimientos, hay una especie de tsunami que le cae encima a la iglesia y que está catalizando un cambio que aún no se puede aquilatar bien a dónde va a llegar, pero uno sospecha o anticipa que no va a ser tan sencillo, sino que duradero y que la pérdida de confianza va a ser permanente de ahora en más.

La iglesia aquí perdió mucho. En ese sentido, este rasgo de la identidad, donde éramos sumamente religiosos, que era uno de nuestros rasgos, se ha perdido.

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