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El control preventivo adolescente y el clasismo chileno de cada día

Columna de opinión por Paul Walder
Viernes 18 de octubre 2019 8:55 hrs.


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La Cámara de Diputados aprobó esta semana un proyecto de ley que rebaja hasta los 16 años el control preventivo de identidad por parte de las policías,  no solo extendiendo las atribuciones que tiene el Estado sobre los ciudadanos, pateando unas cuantas libertades y derechos, sino también aumentando sus facultades discriminatorias. La aprobación del proyecto, que dejó insatisfechos a no pocos parlamentarios de una derecha que pretendía extender el control hasta los 14 años, tuvo también sus detractores. Algunos diputados del Partido Socialista le dieron vuelta a la idea de ir hasta el TC por este proyecto. Porque aquí habría algunos derechos constitucionales básicos que son vulnerados, incluso en una constitución como la que tenemos. Si el gobierno amenaza con ir a este tribunal por una eventual aprobación de las 40Horas porque vulneraría en algún artículo lucrar con el trabajo y las horas de descanso de los trabajadores y trabajadoras, dicho sin ironía,  la persecución y control de adolescentes por su apariencia y condición también debiera y por tantas y justas razones llegar al inefable tribunal.

El trámite parlamentario coincidió, porque no queremos pensar tan mal y de manera tan anticipada, con una informe de la Fundación Paz Ciudadana que remeció a toda la clase política. La victimización, que es algo así como el miedo a ser víctima de los delincuentes, aumentó a niveles solo registrados durante los gobiernos de las otroras Concertación y Nueva Mayoría. Que suceda en un gobierno conservador y autoritario llevó a las élites a poner el grito en el cielo.

Paz Ciudadana, como bien sabemos, es la medida de todas las cosas para el crimen en la mirada de la derecha. Un informe realizado en y desde el barrio alto y dirigido desde sus orígenes por El Mercurio, integra solo y exclusivamente a las élites. Entre los tradicionales oligarcas que conforman su directorio han habido, también desde sus orígenes, algunos demócratacristianos y socialdemócratas. Recordamos a Soledad Alvear o a Sergio Bitar y su intimidad con Agustín Edwards y hoy podemos hallar a José Miguel Insulza junto a la descendencia del difunto magnate. Una relación, una cohabitación que cohesiona a esta clase, pero abre una brecha cada día más profunda con el resto de la ciudadanía.

Paz Ciudadana es percepción. Se basa más en la percepción que en los hechos. Y el miedo es contagioso. La prensa, y en especial la televisión, puede generar un clima de pánico si se lo propone. Una categoría básica desde el origen de las teorías de la comunicación de masas que no ha dejado de consolidarse con los cambios en la audiencia ni en las nuevas tecnologías.

Paz Ciudadana es como esos oráculos políticos que son también funcionales a la clase política. Como la encuesta CEP o Cadem, la fundación de los Edwards es ya un estándar asumido que todo político y burócrata que se precie debe respetar. Pero su ciega aceptación cristaliza nuestro insoportable clasismo.

Esta fundación la creó Agustín Edwards a comienzos de los años 90 del siglo pasado o en los inicios de la transición política cuando todavía circulaban algunos izquierdistas de la antigua resistencia. Tuvo desde sus comienzos esa mirada de clase al fusionar en un mismo prejuicio pobreza con delincuencia. Una visión oblicua y también muy interesada que sirvió para armar grandes negocios en el control del delito y distorsionar programas sobre la pobreza. De paso, y tal vez como efecto principal, la estigmatización de millones de jóvenes pobladores (Juan A. Guzmán y Marcela Ramos. La guerra y la paz ciudadana. LOM 2000). Más de una generación que ha crecido en los barrios, villas y poblaciones totalmente desprotegida, excluida y apuntada como actuales o futuros delincuentes. Esta mirada, basada en nuestros peores prejuicios de discriminación y exclusión, es la que esta semana hacen posible una aprobación de la extensión del control preventivo sobre los 16.

El Mercurio y las élites, amurallada en sus barrios alambrados de la precordillera, que solo circulan por la ciudad en las autopistas concesionadas a grandes velocidades, refuerzan y retroalimentan diariamente nuestro clasismo. Lo hacen por mención o por omisión. Mención cuando hay un delito y omisión por la permanente marginación.

Temor mediatizado. Sí. Pero apoyado en una realidad creada y amplificada por esta misma clase. Mientras más aumenta el temor, también crece la estigmatización y marginación. Como resultado, una sociedad como la que conocemos y millones de jóvenes excluidos de todo excepto del aparato ubicuo y perverso de la publicidad y el consumo y cuyo acceso, por la vía institucional, lo tienen vedado.

El resto de este proceso para acceder al consumo de masas es conocido. No se resuelve con políticas tipo Minority Report, que busca eliminar al criminal en su cuna antes que delinca, sino con otras más integradoras. Para ello lamentablemente habría que rehacer la historia de los últimos 40 años.

  El autor es periodista y escritor.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.