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Sobrevivir a TikTok, la red social que nos recuerda cuánto envejecemos

Con más de 500 millones de usuarios en todo el mundo, la app china de vídeos cortos sostenidos por inteligencia artificial parece ser la responsable de una nueva ola migratoria en redes sociales.

Eduardo Andrade

  Sábado 22 de febrero 2020 14:50 hrs. 
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Cualquier adolescente podría reírse de mí al leer esto. Lo mismo pienso antes de lanzar mi primer vídeo a la que quizás sea la última red social que utilizaré en la vida. El mexicano Gabriel Montiel, “Werevertumorro”, un veterano del YouTube que llegó a acumular casi 17 millones de seguidores allí mismo, se mudó a TikTok recién en diciembre de 2019 con un vídeo en el que aparecía nalgueando a su pug color caramelo al ritmo de “Clap your hands”.

Montiel tiene 31 años, supera los 22 millones de seguidores en Facebook y los 5,2 millones en Instagram. ¿Qué llevaría entonces a una celebridad de las redes sociales a reinventarse para un público totalmente desconocido? ¿Qué llevaría a Werevertumorro a no rendirse?

“No me cansaré hasta destruir cada red social”, colocó Montiel en la descripción de su cuenta de TikTok que ya supera hoy los 636 mil seguidores.

Es una cifra modesta la de Montiel, en todo caso. En Chile, por ejemplo, la tiktoker Ignacia Hernández (@ignaciaa_antonia), con tan solo 18 años, acumula 9.5 millones de seguidores en dicha red, casi veinte veces más que Werevertumorro, y hace poco, en una entrevista con radio Cooperativa, aseguró que su primera red social fue Instagram, que nunca tuvo Facebook y que no sabe como usarlo.

@ignaciaa_antoniaSi…eso realmente dolió😭♬ my heart went F CK – fukurchikenstrip

Sonará paradójico lo que Hernández le dijo al periodista esa vez sobre porqué sus padres no le dejaron crearse un Facebook. “Siento que eso me ayudó a no estar expuesta desde tan chica”, explicó. “Todo lo que dicen los padres es por algo”.

En mi caso, le he contado a muchos apenas iniciado este 2020 como es que conocí TikTok. Cuando viajé de regreso a mi país por vacaciones, empecé a rellenar mi feed de Instagram con las clásicas fotografías de piscinas, sol, playa, deportes extremos, y en las que, en casi todas, mi hermana de 14 siempre estuvo detrás del lente.

Pero me preguntaba porqué ella no hacía lo mismo en su cuenta como en años anteriores. No había fotos y ni siquiera stories, y esa necesidad de decir aquí estoy y esto hago ahora no podría haberse esfumado así de fácil. Fue entonces cuando Romina me dijo que se había mudado a una nueva red social, que conectaba mejor allí y que hasta estaba teniendo “más seguidores”.

Cuando mi hermana terminó la primaria, su profesora le preguntó a qué quería dedicarse cuando fuese grande. Es la pregunta clásica que aparece en los anuarios de fin de curso en mi país, acompañada de una frase motivacional y, en mis épocas, hasta del e-mail. Romina contestó que quería ser médico esa vez, pero me confesó después que era mentira. Tenía 12 años en ese entonces, y le pregunté qué era lo que en realidad quería hacer cuando fuese grande.

Quería ser youtuber, me dijo, pero le daba vergüenza decirlo.

Plataforma de TikTok.

Plataforma de TikTok.

Para entender el fenómeno TikTok intenté buscar ayuda con amigos y conocidos especialistas en el manejo de las redes sociales. Patricio Contreras, por ejemplo, excoordinador de publicaciones digitales de la Escuela de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado, me dijo que no se manejaba mucho con esta nueva red y que allí “los únicos expertos son los preadolescentes que la usan”.

La corta respuesta de Contreras me hizo sentir raro cuando le pregunté después a la especialista en comunicación digital de la Universidad de Chile, Patricia Peña, sobre que impresiones le ha causado TikTok hasta el momento y cuánto potencial le ve para imponerse a Instagram o Facebook, fosilizarlos a la espera de los arqueólogos del futuro y convertirlos en cuestión de tiempo en verdaderos cementerios de la red.

Considerando que hoy, un  41 por ciento de los usuarios de esta red social oscilan entre los 16 y 24 años, con Peña somos adultos tratando de inmiscuirnos en terreno ajeno; sin embargo, para la experta, hay conceptos clave al momento de interpretar este fenómeno.

El lip sync, por ejemplo, una tendencia impuesta por la antecesora de TikTok, Musical-ly, y que permitía a los usuarios sincronizar sus labios con las canciones de sus artistas favoritos; “jugar a ser otros”, dice Peña, aunque, como precio, haya que entregar a cambio valiosísima información morfológica que alimenta lo que hoy es oro para el marketing, la política, los medios; en fin, para todo: las bases de datos. Pero, además, agrega, es innegable que también hay un hartazgo adolescente por las redes que hoy son más convencionales, o que, como dice ella, ya están “colonizadas” por sus padres principalmente, sus profesores o por ti, lector mayor de 25 años.

Patricia Peña

Patricia Peña (Fotografía de Radio Juan Gómez Milla).

Si encajas en este último rango etario perteneces a la generación que parece ser todo lo contrario a lo que es TikTok. La nuestra, sin un profundo análisis sociológico, se ha convertido en la de los time lines infestados de memes, noticias y fake news, y a la que se nos dijo que nada bueno traería deslizar nuestro dedo por la pantalla hasta llegar al infinito, pero que, sin embargo, sucumbimos a aquello. Somos de la generación del esfuerzo mínimo o la instantaneidad hecha papilla, la que se topó con un artículo que decía cuanto mutarán nuestros pulgares por culpa de los smartphones, la que aprendió a tomarse selfies y a embadurnarlos con filtros artificiales, la que le enseñó a nuestros padres a compartir eso mismo en el Facebook y acabó viéndolos víctimas de las cadenas de oración y las fotos de Piolín, la que se aburrió y se mudó a Instagram, coqueteó con el Snapchat, el Vine, el Tinder, pero que al entrar el TikTok, tan solo por un instante, pareciese estar corriendo en la trotadora de un gimnasio a la vista de otros trepados en plena maratón de New York, e increpándose allí mismo, porqué no logramos encajar con esto y si será entonces la última aplicación que usaremos en la vida.

Todos tenemos en nuestras redes a ese amigo que se quedó a poco o nada de ser un influencer o que, con esfuerzo, aún intenta serlo. En mi caso, hace no más de un año conocí a Anaís Lugo, una venezolana radicada en Chile y que administra una cuenta de YouTube que hace poco superó los 10 mil suscriptores. Pero “con el TikTok es distinto” me dijo un día por teléfono. Lo descargó, sí, le dio un par de días para entenderlo, pero fue en vano.

Hace poco también, en una storie de Instagram, la escritora chilena top ventas, Camila Gutiérrez, se preguntó si se atrevería o no a crearse un TikTok o si se sometería a plenitud a la inminente adultez. Tiene 35, Gutiérrez, casi ocho años más que Anaís Lugo y no hay vínculo entre las dos más que el escepticismo -o la resignación- por este boom juvenil.

@joseantoniokast#Rechazo #RechazoporChile #5segundos♬ sonido original – joseantoniokast

Sí, podría tratarse de un tema de edad como me aseguró Patricia Peña, pero no ha sucedido así con gente como el animador José Miguel Viñuela o el político de ultra derecha José Antonio Kast. Este último, por ejemplo, lejos de coreografiar la Tusa en su vídeo inaugural, como han anotado algunos medios, es el único político chileno haciendo campaña en esta red previo al plebiscito constituyente, utilizando cortos de entre 4 y 8 segundos, el mismo tiempo que, paradójicamente, le otorgó a su partido el Consejo Nacional de Televisión en la franja televisiva.

La misma Ignacia Hernández ha dicho que en TikTok existe un lugar para todos, y es probable que sea cierto. Yo, por ejemplo, me he encontrado con rarezas como la cuenta que solo sube vídeos de granos siendo reventados (una tendencia digital denominada popping), hasta con lip sync de un tema que me fascina, las batallas de freestyle.

¿Qué tan difícil podría ser entonces intentar meterme a esto? ¿Qué tan difícil podría ser aprenderme 15 segundos de letra y grabarme con la opción de velocidad lenta que ofrece la aplicación y en modo selfie? Puedo intentarlo por un par de horas, a fin de cuentas; puedo intentarlo frente al espejo del baño o con la cámara en cenital para ver en cual de ambas salgo menos ridículo. Puedo buscar una de esas batallas de rap conocidísimas y cuyo ritmo no me exija aprenderme una coreografía, puedo poner stickers al vídeo final por si me toca tapar la parte de mi rostro que se va inflando con los años y colocar hashtags también, por si deseo asegurarme que la publicación le llegue más personas.

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Además del amigo o amiga influencer, todos tenemos a esa persona que creemos jamás aprendió a usar el Instagram y que es capaz de subir un vendaval de fotos al feed en cuestión de minutos, que tiene un modo muy particular y “adulto” de tomarse selfies, o que suele sacarles pantallazos a sus tuits para compartirlos en sus estados de Whatsapp y que replica la copia fiel en sus stories.

Para mí y Romina, esa persona es una tía cercana que bordea los 40 y de quien, admito, nos hemos burlado en más de una conversación. El caso es que, para conocer mis avances en TikTok, le digo a mi hermana que acabo de subir un par de vídeos allí y que por favor los vea. Pero no espero mucho para escuchar una potente carcajada detrás del celular y que es la muestra de que todo lo que he hecho, lo he hecho mal. Mal los hashtags, mal los stickers, mal la trama, mal los intentos, mal la energía. Mal todo.

“Eres como mi tía”, le escucho decir a Romina mientras se atora con una risa a través de la vídeollamada. “Eres mi tía del TikTok”.

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