El país imaginario: ¿por qué las mujeres necesitamos Nueva Constitución?

  • 05-03-2020

Había una vez un país imaginario. El Largo Pétalo de Mar, como algunos le llamaban paradojalmente, atravesaba una crisis socioambiental terrible. El agua se había convertido en un bien, además de privado, muy escaso. Lo segundo a causa también de lo primero. Era este, en muchos modos, un país en sequía. Los hombres y las mujeres necesitaban el agua. Todos. Pero como se sabe desde siempre, los usos que hombres y mujeres han hecho del vital líquido son muy distintos y sobre todo desiguales. Los hombres requerían del agua, en general para tres actividades: a la hora del té, que casi siempre servía una mujer cercana (esposa, madre, hija, secretaria, amiga), al ducharse y para mantenerse hidratados. Las mujeres en cambio, además de las anteriores, urgían del agua para preparar los alimentos que entregaban a cada uno de los miembros a su “cuidado”, lavar, hacer el aseo, regar las plantas y todas esas tareas domésticas que sabemos las mujeres hemos tenido a cargo, incluso, en los países imaginarios.

Largo Pétalo de Mar era en definición un desierto, pero con Oasis.

Para llegar y disfrutar del Oasis había que tener determinados recursos, no muy sofisticados, más bien comunes: Tiempo para recrearse en sus apetecibles predios, Capital Económico y Social para acceder mejor y más rápido, Poder para no ser desplazado(a) por otros(as). ¿Quiénes accedían y podían permanecer más tiempo en el Oasis, hombres o mujeres? El costo en esfuerzos para instalarse en el idílico paraje era sustanciosamente mayor para ellas por sobre ellos, porque como se sabe desde siempre, Tiempo, Capital Económico, Capital Social y Poder, son recursos distribuidos muy desigualmente no solo entre clases, sino entre géneros.

En el país imaginario, además del agua, se había privatizado la salud y la educación. El Oasis sí contaba con escuelas y centros de salud públicos, pero nuevamente no todos ni todas llegaban hasta allá, además de que no existía suficiente espacio. Dependían del acceso a su respectiva cuota de: Tiempo, Capital Social, y también de Poder y Capital Económico, pues incluso no cualquiera “podía” ser pobre, como si de cierto privilegio se tratara. Algunos hasta hacían trucos para clasificar dentro de los percentiles más vulnerables y con ello acceder a las escasas parcelas de sombra que el Oasis ofrecía.  Nuevamente a las mujeres les iba peor, no solo porque sus cuotas de recursos eran inferiores a las de los hombres, sino porque además ellas, como “cuidadoras”, tenían la responsabilidad de la salud y la educación de las personas a su cargo. Era un país imaginario parecido a una pesadilla.

Al tener desigual distribución del Tiempo y desigual distribución de las tareas cotidianas, incluso la más básica de todas como los usos del agua, las mujeres percibían menores salarios y en consecuencia menores pensiones. Su condición de vulnerabilidad y la pauperización de su calidad de vida era groseramente mayor que la de los hombres. Ellos almorzaban en restaurantes más caros, tenían más horas de sueño, más Happy Hour – incluso los que tenían hijos(a)-, acumulaban más horas de trabajo remunerado a fin del mes, del año y de la vida que ellas, y así Largo Pétalo de Mar.

Pero el país imaginario era, además de una invención, una aspiración para muchos y muchas fuera de sus fronteras. Cada vez más personas migraban hacia el desierto con el único fin de esforzarse mucho, muchísimo y entrar en el Oasis. Claramente a las mujeres migrantes también les iba peor, ellas sí que carecían de Tiempo, Capital Económico, Capital Social, Poder. Desde el desierto continuaban rigurosamente ocupándose de la salud, la alimentación, educación, y hasta el agua de beber, de quienes estaban a su “cuidado”, sobre todo de quienes habían quedado a miles de kilómetros. Ellas eran, para muchos, dignas guerreras transnacionales, para otros, sobrevivientes.  Pero la verdad es que morían en más de un modo, eran las protagonistas víctimas de la trata humana y de todas las formas de explotación: laboral y sexual principalmente.

Un día en el Largo Pétalo de Mar algo hizo “Pum”-algunos dijeron fue como un estallido-, aunque a otros les sonó más como un “Ratatatataaaa” -un largo movimiento telúrico que removió aquella aridez. El conflicto se apoderó de las calles, antes ya estaba en las casas, las instituciones, hasta en la mente de los habitantes del país, pero ese día “Pum-Ratatatataaaa”, explotó todo.

El gobierno haciendo uso de su autoridad militarizó las principales ciudades y fortaleció la fuerza policial. Se buscaba el orden a cualquier costo. Había que parar aquella tormenta de arena que dejó ciegos y ciegas a cientos – aunque no precisamente por el viento de sal.

Ante este “Pum-Ratatataaaa” y el control de la vida por parte de las fuerzas del orden, las mujeres quedaron nuevamente en una situación de mayor vulnerabilidad: sintieron más miedo que los hombres como buenas cuidadoras, tuvieron más dificultad para acceder a alimentos, medicinas, el 53 por ciento de las víctimas de violencia sexual fueron mujeres, según registró el Informe del INDH en los primeros  45 días del “Pum-Ratatataaaa”. Dicen los informes internacionales de ONU Mujeres, que la violencia sexual y la violencia doméstica se incrementan en situaciones de conflicto. Y al parecer es así, incluso en los países imaginarios.

Finalmente les cuento que, Largo Pétalo de Mar tenía una vieja, muy vieja Constitución, no solo por los años sino por sus principios. ¡Aunque había sido remozada nada más y nada menos que 22 veces!, y aun así un sector se resistía a partir de una hoja en blanco, quería seguir emborronando aquellas mismas páginas. Allí también las mujeres quedaban casi inexistentes. Si uno rastreaba la palabra “mujeres”, esta aparecía solo una vez en sus 140 páginas y “mujer” también una sola vez, en una nota al pie. En cambio, se refería explícitamente al menos 15 veces al “Banco” y 16 veces a las “empresas”. Era algo muy raro.

Por todos estos motivos y más, las mujeres de Largo Pétalo de Mar, las que habían nacido allí y las que llegaron, empujaron juntas para refundar el texto constitucional, con paridad de género. Querían ni más ni menos que poner fin a las desigualdades y la peor calidad de vida que les tocaba vivir respecto de los hombres. Querían estar en igualdad de condiciones cuando tuvieran que cuidar, acceder a los servicios de salud, educación, al trabajo remunerado, a la seguridad social –cosa también imaginada. Querían no ser violentadas, acosadas, asesinadas, por el solo hecho de ser mujeres. Pedían ser dueñas de su cuerpo, compartir en igualdad los derechos de la vida. Querían también más horas de sueño y de Happy Hour, ser propietarias de sus casas y no solo de la ropa, los alimentos, los zapatos. No querían pagar más intereses y seguros que los hombres, y necesitaban que se les remunerara a la par que a ellos. Querían simplemente poder sentarse y servirse su propia taza de té en un país que no fuera más una aspiración. Pedían en definitiva un país paritario y real, también para ellas y nunca más a costa de ellas.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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