Hace un siglo, en 1918 y 1919, cuando termina la Primera Guerra Mundial, el Planeta fue azotado por la peor pandemia que registra la historia contemporánea, conocida como la “gripe española”, particularmente contagiosa y mortífera. Hasta hoy se debate sobre el número de víctimas; las estimaciones van de 20 a 100 millones de muertos, cuando la población mundial era de 1.800 a 1.900 millones, es decir fallece entre 2% y 5% de la humanidad. Aunque esta cifra supera de lejos el número de caídos durante la guerra., la pandemia ha ocupado sólo un pequeño lugar en la historiografía.
La nueva gripe aparece en el viejo continente en abril de 1918, cuando la mayor parte de los países europeos inicia el cuarto año de la Primera Guerra Mundial. Entonces la prensa de los países beligerantes, bajo censura militar, no menciona los enfermos pues su rol en la guerra, más que informar, es emitir mensajes propagandísticos que hagan aceptar las crecientes penurias, estimulando la disposición guerrera de la población.
España, en cambio, es un país neutro. Su prensa es la primera en mencionar la epidemia y estas informaciones son reproducidas por periódicos alemanes, franceses, belgas, italianos, y de otros países en guerra, pero limitándola implícitamente a España. De ahí su nombre. El médico francés Bruno Halioua, autor de una Historia de la Medicina, afirma que “Hay una censura tal que nadie se entera de la epidemia. Sin embargo, los soldados, sean alemanes, franceses, americanos o canadienses, sufren de la gripe”.
Los médicos de la época sospechan que la gripe era provocada por un bacilo. Sólo 15 años más tarde, en 1933, se identificará al virus responsable: una mutación del virus de la influenza, portado por las aves.
Las informaciones que le expondremos vienen esencialmente de la memoria de maestría, 2018, del estudiante de la Universidad Católica de Lovaina, Benjamin Brulard, uno de los raros estudios sobre el tema.[1]
El nuevo virus
Si el origen del virus causante de esta gripe es controvertido, el “paciente cero” fue identificado: Albert Gitchell, cocinero en el condado de Haskell, en Kansas, el 4 de marzo de 1918 se queja de fiebre, garganta seca, dolores de cabeza y dolores musculares. Allí la gripe se expande en un campo militar, donde afecta a un tercio de los soldados. Algunos fallecen. Serán, en efecto, los soldados estadounidenses que llevarán el virus a Europa.
Recordemos que el Presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson había sido reelecto en 1916 con la promesa de que su país se mantendría al margen de la guerra. Pero cambia de opinión. Organiza la primera gran campaña de propaganda de la historia para persuadir la opinión que la entrada de Estados Unidos en la guerra es crucial, incluyendo el célebre afiche I Want You For The U.S. Army. El 6 de abril de 1917 el Congreso vota la guerra. Los primeros soldados de la American Expeditionary Force desembarcan en Francia en junio y entran en combate en octubre. En total cruzan el Atlántico unos dos millones; la mitad combatirá. Como militares, viven la mayor parte del tiempo en espacios reducidos, como cuarteles o trincheras, donde se degrada la higiene, un cuadro que favorece la propagación del virus. Los afiebrados se multiplican rápidamente; en casos extremos sus pulmones se llenaban de fluidos que provocaban la muerte por asfixia.
Al contrario de otras gripes, esta afecta sobre todo a hombres jóvenes, de 20 a 40 años, la edad de la mayoría de los soldados. Hay varios intentos de explicación. Uno de los más citados es que la población mayor habría adquirido una cierta inmunidad a causa de la epidemia de influenza de la gripe rusa de 1889-1892.
Los tres embates
La gripe tendrá tres olas en Europa: la primera llamada “de primavera” de abril a agosto 1918, con una alta morbilidad, es decir muchos enfermos, pero sólo algunas muertes. Los soldados británicos la bautizan Three day fever, ya que casi todos sanan después de tres días febriles. La segunda ola “de otoño”, la más virulenta, causada por una mutación del virus, va de octubre a diciembre 1918, cuando se firma el armisticio y termina la guerra. La enfermedad se propaga en un contexto de desmovilización militar. Y la última ola, la “de invierno”, va de enero a marzo 1919. La enfermedad se vuelve a manifestar cuando los soldados ya han retornado a sus hogares y los gobiernos organizan la reconstrucción. La gripe desaparece en el verano de 1919.
Cuando la enfermedad se manifiesta en Bélgica, cuyo territorio está casi entero ocupado por el ejército alemán, se especula sobre el origen. Hay quienes afirman que viene en conservas alimentarias españolas en las que han sido introducidos bacilos (aún no se sabe que es un virus) o que la compañía alemana Bayer los había metido en las tabletas de aspirina.
El médico Adrien Bayet hace la primera descripción el 1ro de julio 1918, que resulta visionaria: “No es muy grave –dice– pero nada impide que la virulencia del microbio acentúe y la humanidad sea diezmada como durante las grandes epidemias de la Edad Media”. Un mes más tarde, constata que “La gripe española provoca numerosas víctimas en la población fragilizada a causa de las privaciones”. Se refiere a las privaciones provocadas por la guerra, pero no lo puede decir abiertamente en un país ocupado.
Los médicos, rápidamente sobrepasados. La Radio-Televisión belga entrevistó en 1973 al Dr Robert Debré, quien era un joven médico en 1918. “No teníamos medicamentos activos –recuerda– nuestros medios eran mezquinos, frágiles, y estábamos realmente desdichados”. Recurren a la quinina, porque se utiliza contra la malaria, y dan consejos de higiene. Las autoridades disponen el cierre de seminarios, de escuelas (lo que no es difícil porque la primera ola coincide en parte con el período de vacaciones), y se suspenden las procesiones y ceremonias mortuorias, las únicas manifestaciones autorizadas durante la ocupación.
La primera ola de gripe decae en septiembre, cuando los ejércitos, francés, inglés, estadounidense, y otros, lanzan la ofensiva final.
La ola más letal
La segunda ola “de otoño”, la más mortífera a causa de una mutación del virus, embiste entre octubre a diciembre 1918. Como la primera, tiene un alto grado de morbilidad. Según crónicas de médicos, a fines de octubre mitad de la población de la ciudad belga de la ciudad de Lovaina, “está enferma, en cama”. Pero ahora la mortalidad es diez veces más alta que la de la primera ola.
En Bélgica ocupada, las autoridades comunales optan por tres tipos de medidas: el cordón sanitario, el aislamiento de los contagiados, y el confinamiento. Los enfermos son separados entre ellos. Por ejemplo, en la ciudad de Nivelles los más graves son enviados al hospital, los “medianos” a escuelas, y los “pequeños” en un café. A veces, colocan etiquetas “enfermedad contagiosa” en las puertas de los enfermos.
A partir de la firma del armisticio el 11 de noviembre, las autoridades belgas retoman el control del país. Incitan a utilizar desinfectantes en locales públicos, tranvías y escuelas. Los médicos sobrepasados, tiene entre 40 y 50 visitas por día. Las enfermeras y religiosas-enfermeras no dan abasto. Recomiendan reposo en cama 5 o 6 días, y alimentación adaptada. La quinina y la aspirina se siguen utilizando, junto a cataplasmas calientes para bajar la fiebre y aceite de ricino para limpiar las vías digestivas. Aconsejan un ambiente húmedo para ayudar a respirar.
En Francia, en octubre 1918, el último mes de la guerra, los hospitales están sobrepasados, igual que la morgue y los cementerios. La vida se detiene: cierran las escuelas y se evitan las ceremonias religiosas, se prohíben las reuniones, fiestas, conciertos, etc. Y se comienzan a utilizar las máscaras. Se publican anuncios aconsejando lavarse regularmente las manos, evitar los tumultos, así como todo contacto con otro, y no resistir a los primeros síntomas. Al mismo tiempo circulan “recetas”, como beber un litro de leche en diferentes momentos del día, o una yema de huevo en un vaso de champaña, o un vaso de ron. Aparecen publicidades de jarabes como el Rhumol para despejar las vías respiratorias, o un remedio milagroso producido por un médico italiano….
En España, el obispo de Zamora, don Antonio Álvaro Ballano concluye que la gripe es un castigo de Dios a causa de los pecados, y organiza novenas en la Catedral. Por supuesto que, a causa de esto, las muertes en Zaragoza fueron muy superiores a las que conocen las otras ciudades españolas, comenta el periodista de El País, Saúl Ruiz.
En Estados Unidos, en el desfile de la victoria en San Francisco, los soldados van todos con máscaras.
Cuando parece que los más grave ha quedado atrás, se manifiesta una tercera ola de la gripe, los tres primeros meses de 1919, en un contexto de fin de la desmovilización e inicio de la reconstrucción. El retorno de los soldados del frente a sus ciudades contribuye sin duda a propagar la enfermedad. Los tratamientos son los mismos. Sigue habiendo médicos que aconsejan beber alcohol, en pequeñas dosis, afirmando que acelera la curación, y algunos hacen inspirar humo de tabaco, para destruir los gérmenes nocivos. La gripe se disipa al llegar la primavera 1919, probablemente a causa de una nueva mutación del virus.
Las cifras
Aunque las crónicas europeas son las más conocidas, sólo una pequeña parte de los afectados por la pandemia vive en el viejo continente. En 18 meses la gripe se expande por casi todo el mundo incluyendo América y Chile, donde tuvo un impacto importante, recientemente estudiado por Marcelo López y Miriam Beltrán.[2] Provoca la muerte de entre 2% y 5% de la población mundial. Es sin duda la peor pandemia conocida hasta hoy.
Hay víctimas célebres. Entre ellas el presidente de Brasil, Francisco de Paula Rodrigues Alves; el poeta francés Guillaume Apollinaire, quien había sobrevivido a las heridas de guerra; el pintor austríaco Egon Schele y su mujer Edith; el autor de La Metamorfosis, Franz Kafka, el diplomático británico Mark Sykes quien, con el francés Georges Picot, firmó los tratados secretos donde Francia y Gran Bretaña se reparten el próximo oriente; y el alemán Max Weber, considerado uno de los fundadores de la sociología.
Los historiadores Niall Johnson y Juergen Mueller[3] indican que los años 1920 la mortalidad global se estimaba en 21,5 millones. Luego la estimación ascendió a 25-30 millones. Ellos estiman que sólo en India hubo 18,5 millones de muertos, en China 4 a 9 millones según las estimaciones; en Europa occidental 2,3 y en Estados Unidos 500 a 700 mil. Por su parte el Instituto Pasteur, avanza la cifra de 20 a 50 millones de muertos[4]. Y hay otros que cifran el número de víctimas en 100 millones.
Habrá nuevas pandemias
La humanidad ha conocido epidemias desde la Antigüedad, pasando por la peste negra del siglo XIV que mató un tercio de la población europea. En 1830 Europa fue azotada por el cólera posiblemente venido de India, y luego se propaga en América. Enseguida sufre otra epidemia de colera en 1865 y una tercera a fines del siglo XIX. La primera gran epidemia de gripe aparece en Rusia, en 1889. La segunda es la gripe española en 1918. Y habrá una tercera en 1957.
Esto significa que, con el aumento de la población, de la urbanización y de los contactos internacionales, el riesgo de pandemia va en aumento. Por lo tanto, es altamente probable que conozcamos nuevas pandemias.
En el notable artículo de Sonia Shah ¿De dónde viene el coronavirus? publicado en Le Monde Diplomatique, constata que “la deforestación, la urbanización y la industrialización desenfrenadas”, hacen que microbios portados por animales rompan la barrera de las especies y pasen al cuerpo humano. Ha ocurrido en la historia: “debemos el sarampión y la tuberculosis a las vacas, la tos ferina a los cerdos, la gripe a los patos”. Y más recientemente el Sida, el Ébola y el Zika.
Una primera conclusión es que necesitamos planificación para tener más ecología: que los animales salvajes sigan disponiendo de un hábitat suficiente para que no se vean obligados a invadir los espacios urbanos.
Y la segunda conclusión es que la sociedad debe prepararse para enfrentar las futuras pandemias mejorando los sistemas de salud públicos, ya que la salud de mercado, basada en el principio “cada cuál para sí”, no tiene ninguna posibilidad de responder ante emergencias como esta. Es necesario preparar dispositivos donde los cuidados intensivos puedan multiplicarse rápidamente para atender un alto número de enfermos. Lo que significa que la sociedad debe poseer y administrar materiales, reservas de medicamentos, y pueda movilizar rápidamente al personal especializado, de manera que cada cual conozca su lugar en caso de emergencia.
Necesitamos que la razón imponga más planificación.