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Libia: un crisol de fragmentos, sangre y ambición

Columna de opinión por Pablo Jofré Leal
Domingo 5 de abril 2020 14:01 hrs.


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Hoy, Libia, ubicada en la región del Magreb, otrora una de las naciones con los mejores indicadores de desarrollo humano de África, está sumida en una catástrofe política y humanitaria. Bajo los efectos de una guerra donde se enfrentan las fuerzas de dos gobiernos paralelos, apoyados por países con sus propios intereses en la zona. Sufriendo la muerte de decenas de miles de libios, el desplazamiento de su población, que dentro de otras situaciones, adiciona la presencia de grupos extremistas takfiri, que obedecen a las políticas implementadas por la Monarquía saudí de ampliar su ideología wahabita, apoyada en ello financiera y militarmente por los Emiratos Árabes Unidos.

Después de 9 años de conflicto, tras el derrocamiento del ex jefe de Estado Muhamar Gaddafi en octubre del año 2011, Libia es considerado un Estado Fallido, con una multiplicidad de intereses en juego, que le ha impedido cualquier tipo de estabilización y que desde abril del año 2019 a la fecha, ha visto un incremento de los combates de los grupos en disputa: todo esto alentado por poderes extranjeros y donde los traficantes de armas, los que expolian el petróleo libio y además se  benefician del tráfico de seres humanos, que salen desde las costas libias hacia Europa, tienen al país sumido en el caos. 

Un país que tiene dos bandos en pugna, cada uno con su gobierno y que se disputan el poder: el llamado Gobierno del Acuerdo Nacional (GAN), creado el año 2015 como órgano de transición y cuya sede de gobierno está en Trípoli y la presidencia del consejo presidencial, en manos de Fayez al Sarraj, que además ostenta el cargo de primer ministro. Grupo que está apoyado y reconocido por la Organización de las Naciones Unidas (como entidad, lo que no implica el apoyo total de los 192 países que la conforman) sobresaliendo algunas naciones europeas como Italia, Alemania y Gran Bretaña junto a Qatar y Turquía. Este último país envió un contingente militar en apoyo del gobierno del GAN, sufriendo sus primeras bajas el día 25 de marzo pasado.

Desde la trinchera opuesta, se encuentra el gobierno establecido en Tobruk (en el este de Libia) asentado políticamente en la Cámara de Representantes, presidida por Aguilah Issa y cuyo sostén es el Ejército Nacional Libio dirigido por el General Jalifa Haftar. No cuenta con reconocimiento de la ONU pero sí de Rusia, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Arabia saudí, que otorgan ayuda financiera, militar y logística e incluso Francia, que sale de ese apoyo mayoritario que da la UE al gobierno del GAN, en el entendido que el país galo tiene aspiraciones de controlar los pozos petrolíferos autorizados por el gobierno dominado por Haftar y explotados por su transnacional Total Fine. Las fuerzas de Haftar controlan, actualmente, la mayor parte del país, llegando incluso a los suburbios de Trípoli

Ambos poderes libios, luego de años de enfrentamientos se reunieron el día 19 de enero del 2020, en la Conferencia de Paz de Berlín donde se pactó un plan de carácter integral destinado a concretar una tregua conducente a una paz definitiva. En la capital alemana países como Rusia representado por su Vladimir Putin, Estados Unidos representado por el secretario de Estado Mike Pompeo, Gran Bretaña por el Primer Ministro Boris Johnson, Francia por su presidente Emmanuel Macron, Giuseppe Conte de Italia, Recep Tayyip Erdogan primer ministro turco y los representantes de la Unión Europea Ursula von der Leyen y Josep Borrel. Ghassan Salamé como enviado especial de la ONU en Libia. En el caso de Estados Unidos su estrategia en la guerra libia representa la fidelidad a mirar las situaciones y participar de ellas en función exclusivamente de sus intereses como potencia hegemónica. 

Por ello, no resulta en absoluto extraño que Washington apoye tanto al gobierno de Fayad al Sarraj, político definido como profundamente pro-occidental, como también a las fuerzas de Jalifa Haftar, aprovechando en ello el hecho que este militar, nacido en Libia, general bajo el gobierno de Gadafi (donde fue jefe de su estado mayor), con entrenamiento militar en la ex Unión Soviética, exiliado en estados Unidos donde vivió 20 años, trabajando para la CIA y  adquiriendo la nacionalidad estadounidense.

El compromiso fue avanzar en poner fin de la injerencia extranjera en el país norafricano, junto a un alto del fuego permanente y un embargo a la venta de armas que fuese verificable. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres en sus declaraciones permitió visualizar de mejor forma el por qué de este encuentro al señalar  que “todos los participantes se han comprometido a renunciar a las injerencias en el conflicto armado y los asuntos internos de Libia ya que había un verdadero riesgo de una escalada regional y eso se ha impedido en Berlín”. 

No había pasado un mes cuando la ciudad de Múnich, en la misma Alemania, en el contexto de la Conferencia de seguridad que suele celebrase en esa ciudad alemana, acogió otro encuentro entre las partes beligerantes destinado a implementar el plan de paz acordado en enero. Terminado esta segunda reunión, la representante de la ONU en Libia, Stephanie Willians dio a conocer su desazón pues la situación política, militar y humanitaria en Libia había empeorado, sobre todo porque el general Jalifa Haftar y sus aliados tribales han incrementado sus acciones para ocupar Trípoli, utilizando para ello la estrategia de impedir la producción de petróleo, que prive a sus rivales de fondos. Los enfrentamientos, en los últimos cinco meses ha generado un millar de muertos y 140 mil desplazados. Complementaria a esta acción diplomática en Múnich, el consejo de seguridad El Consejo de Seguridad de la ONU adoptó el día 13 de febrero una resolución a favor del alto el fuego en Libia y llamando cumplir lo acordado en Berlín. Como era de esperar los mismo que alentaron esta resolución siguieron catalizando la guerra en Libia.

En un escenario internacional de pandemia, con el virus del COVID-19 que tiene al mundo en crisis, África y en especial el norte de este continente ha sido alertado sobre los presagios negativos que se van a abatir contra ella. La situación sanitaria y el llamado de la ONU a establecer una tregua humanitaria no ha sido respetada por las partes en conflicto. El día 28 de marzo un centenar de muertos fue la prueba de esta violación. Pese a la “tregua humanitaria” aceptada el pasado domingo por los contendientes a instancia de la ONU para luchar contra el COVID-19, los nuevos enfrentamientos estallaron el día viernes 28 de marzo cuando aviones del Ejército Nacional Libio atacaron un convoy militar del gobierno de Trípoli a la salida de la ciudad de Misrata, en los alrededores de Abu Qurayn, en la autopista que recorre la costa libia. Bombardeo que ocasionó un centenar de víctimas, entre ellos 30 muertos y 70 heridos. 

La paz es de difícil pronóstico en la ex Yamahiriya, ya sea por los intereses económicos en juego, la presencia de una docena d países que intervienen con armas, presiones políticas a los dos bandos en pugna, la sombra de una pandemia que aún no entra con fuerza en África. Una paz nunca conseguida y menos aún la falsaria instalación de una democracia representativa, usada como argumento por la OTAN para derrocar a Gadafi, en aplicación de la estrategia de la Casa Blanca de la guerra sin fin. Un conflicto que no sólo trajo consigo la fragmentación de Libia, sino también la irrupción de grupos extremistas takfiri que han generado mayores grados de inestabilidad no sólo en el Magreb sino también en la región del Sahel (1). 

Han trascurrido 9 años desde el comienzo de la agresión a Libia y el derribo y posterior ejecución del gobierno de Gadafi y a medida que transcurre el tiempo , queda más claro aún que ninguno de los objetivos planteados para el país norafricano se cumplió y menos se trabajó para concretar esa mentira magnificada, que se intervino en Libia por “razones humanitarias”, para liberarla de un gobierno totalitario “repetido en manifestaciones corales por los gobiernos de Estados Unidos, la Unión Europea y avalados por la ONU y la Liga árabe. Esta última ha cumplido a lo largo de la historia labores de más de coordinación económica que de influencia política pero, en este tipo de situaciones suele servir de tapadera para planes de intervención. Libia es un mentís a la idea que el colonialismo en la mente de políticos occidentales ha pasado”

Hoy, tal como ayer (2) sostengo lo afirmado desde el momento mismo de la intervención extranjera en Libia: sólo será posible constatar un territorio fragmentado, convertido en coto de caza de gobiernos, grupos y empresas petrolíferas transnacionales, que al amparo del apoyo a las distintas facciones en pugna esquilman sus riquezas naturales. Presencia de grupos extremistas takfirí – que sirven hoy también de excusa para una segundas intervención global – Aquellos que apoyaron la lucha y la ejecución de Gadafi han servido, finalmente, a los intereses de actores de mayor peso, formando milicias en base a criterios regionales, tribales y religiosos, que han intensificado y hecho irreconciliable cualquier idea de establecer un Estado Unitario. 

  1. La coalición que atacó Libia se hallaba bajo la dirección de Estados Unidos, país que durante todo el conflicto ocultó a sus propios aliados el fin que realmente perseguía, para ponerlos finalmente ante los hechos consumados, conforme a la política definida como leading from behind, o sea «dirigir desde atrás». Después de haber clamado durante meses que la OTAN no intervendría en Libia, fue finalmente ese bloque militar quien dirigió las operaciones. Washington nunca trató de instalar en Libia un gobierno bajo control estadounidense, lo que hizo fue propiciar el ascenso de fuerzas rivales entre sí para impedir el regreso a la paz entre los libios, en aplicación de la doctrina Rumsfeld/Cebrowski . Meyssan Thierry. https://www.voltairenet.org/article208809.html
  2. https://www.webislam.com/articulos/99215-libia.un.caos.programado.html. Si bien es cierto la pugna entre dos gobiernos en Libia amaga la posibilidad de alcanzar la paz en el país norafricano, también resulta necesario dar cuenta que la presencia de grupos takfirí en Libia y el incremento de sus acciones, amplificadas por la prensa occidental en el marco de la lucha contra Estado islámico en Irak, Siria y otras organizaciones terroristas en Yemen, Malí, Nigeria y Afganistán, han dado el argumento necesario para que sea posible tener otra intervención militar de envergadura en Libia

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.