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Trump en guerra: entre Pearl Harbor y el síndrome de Vietnam

Columna de opinión por Gilberto Aranda
Lunes 6 de abril 2020 19:55 hrs.


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El domingo 7 de diciembre de 1941, la armada imperial japonesa atacó -sin mediar declaración de guerra- la base naval norteamericana de Pearl Harbor, Hawái, dañando y hundiendo acorazados y destructores estadounidenses. Mucho más importante fue la cifra de 2.403 muertos. A la postre significó que el gigante aceptara su papel de potencia mundial e ingresara a la Segunda Guerra Mundial. No era la primera experiencia bélica de Estados Unidos, prácticamente desde el intento de secesión de sus estados del sur -en el Siglo XIX- cada generación de ese país ha convivido con una confrontación militar real o una campaña de lemas marciales. Sin embargo, Pearl Harbor, así como el 11 de septiembre de 2001 y sus 3.016 fallecidos, marcarían puntos de inflexión de su gran estrategia geopolítica. Hoy el enemigo es otro y se resucitan viejas imágenes para explicar una situación de salud pública al límite.

Y aunque “cambia todo cambia”, hace apenas un par de semanas Trump confiaba superar la crisis pandémica a un precio humano no demasiado alto, pero sobretodo sin afectar demasiado a la economía norteamericana. Hasta fines de febrero tachaba al coronavirus como una simple gripe. El miércoles 25 de marzo de marzo planeaba levantar las medidas de distanciamiento social y reabrir su país para el domingo 12 de abril. Sin embargo, el domingo 29 de marzo extendió sus directrices un mes. Durante la conferencia de prensa presidencial con sus encargados sanitarios federales del miércoles último, basó el nuevo abordaje en los cálculos de decesos que prospectaban;  entre 100 mil y 240 mil vidas norteamericanas, destacando que podían llegar a perecer más de 2.2 millones si se relajaban las disposiciones. A continuación, preparó a la opinión pública para las siguientes 2 semanas que auguró como difíciles. Ayer, su jefe en salud pública, habló de “semana Pearl Harbor”, por lo que su gobierno dispuso envío masivo de militares a las principales zonas impactadas viralmente.

¿Por qué Washington giró en un tiempo tan breve? Desde luego no se puede ignorar que el presente año es electoral y la experiencia sugería que cualquier descuido a las aspiraciones económicas del electorado podía perjudicar incluso a un Presidente victorioso militarmente. Fue el caso de George Bush padre, desalojado de la Casa Blanca (como advirtió en su hora Bill Clinton). El actual ocupante del Salón Oval lo sabía y no deseaba regalar ninguna ventaja a sus competidores. Como buen cultor de la estrategia y el discurso populista su actuar es dúctil y se puede adaptar a nuevas circunstancias. Al notar que su imagen era desafiada, desde la respuesta en terreno al virus -por los gobernadores de Estados como Nueva York o California-, el Presidente norteamericano decidió relanzar su campaña mediática contra el viral  “enemigo invisible”.

El impactó de lo altamente improbable -un cisne negro- hizo mella en el mandatario, haciéndole recordar que si hay algo que los norteamericanos temen más que a la debacle económica es la muerte en masa. En los setentas el regreso de sus jóvenes en ataúdes envueltos por banderas provocó una sensación de derrota en la sociedad, siendo descrita como un síndrome. Hoy la cifra de potenciales muertos por el COVID-19 supera con creces el número total de caídos en Corea y Vietnam juntos. Trump comprendió que perdería respaldo si no aparecía comprometido en la mitigación de una dolencia sin tratamiento médico. Advirtió que el sacrificio de vidas para no desangrar economía (como recomendó el vicegobernador de Texas), no le iba a librar de una recesión que se avecina de todas maneras, por lo que tendría que lidiar con ambas cuestiones.

Frente a dicho escenario, Trump decidió replantear su táctica.  Redefiniéndose como “presidente en guerra”, tal como en otros tiempos George W. Bush hizo al lanzar la campaña contra el terrorismo, decidió concentrar el ciclo informativo para destacar sus medidas preventivas contra la pandemia. La maniobra ya rindió sus primeros frutos.  Además de no tener que preocuparse de unas primarias demócratas rondándole -varias de esas fechas fueron postergadas, lo que abreviará forzosamente la competencia final contra el aspirante demócrata-, logró sumir a Biden y Sanders en un semi confinamiento mediático. La aprobación popular del Jefe de Estado marcó esta semana la cima de 49 por ciento, el mejor registro desde su llegada a la Casa Blanca.

Y para reforzar esta imagen de guerra la administración renovó su atención sobre la política venezolana: primero el secretario de Justicia, William Barr, presentó cargos por narcotráfico sobre Maduro y gran parte de su gabinete, ofreciendo recompensas de 15 millones de dólares por información del presidente venezolano. Segundo, el secretario de Estado, Mike Pompeo, ofreció levantar sanciones sobre Venezuela a cambio de una transición política con participación de chavistas y opositores, sin Maduro y sin Guaidó. Simultáneamente, el mismo Trump anunció la movilización de fuerzas navales a aguas internacionales, frente a las costas venezolanas, justificándolo en la voluntad de Caracas de explotar  la crisis pandémica para el tráfico de drogas. En el entendido que gran parte de la droga en la región sale desde el Pacífico para internarse en Centroamérica, ¿cuál es el verdadero objetivo de la operación? ¿Una respuesta contundente al narco, recuperar el favoritismo de feudos electorales decisivos como Florida o simplemente distraer a la opinión pública doméstica de perturbadoras imágenes de los muertos en casa? Queda la duda, ya que claramente no es el momento para aventuras militares.

Lo que está claro es que Trump no puede descuidar ningún flanco si no quiere ver amagada su reelección. Consciente de aquello aprovechó de invocar la antigua ley de producción de defensa en la Guerra de Corea, para exhortar a la General Motors a liderar la fabricación de respiradores artificiales -urgentemente requeridos en estados como Nueva York y Nueva Jersey-, y de paso sugerir reabriera su planta abandonada en Lordstown, Ohio.

Si Trump logra generar la sensación pública que él lidera la lucha contra el Covid-19 en el país epicentro de los contagios, aplanando la curva de trazabilidad y disminuyendo el potencial número de decesos, tendrá un macizo respaldo de su opinión pública. Y en seguida deberá girar a lo económico, y a una red de protección social, que él mismo se encargó de desmantelar con el legado de su predecesor “el Obama Care”. Así, podría eludir la suerte de Churchill, cuyo liderazgo fue reconocido para tiempos de la Segunda Guerra Mundial, pero que fue reemplazado por los británicos apenas culminó el conflicto por otro Premier a cargo de la reconstrucción. Mientras no puede más que ofrecer “sudor y lágrimas”.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.