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Salud y Sociedad en Chile, el nuevo libro del doctor Marcos Vergara

En marzo de este año salió a la luz el libro que compila sus columnas de opinión vertidas en distintos medios de prensa desde el 2010 a la fecha. Aquí una autoentrevista del autor.

Diario Uchile

  Viernes 1 de mayo 2020 13:38 hrs. 
marco vergara

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Marcos Vergara Iturriaga es médico cirujano egresado de la Universidad de Concepción en 1980, Doctor en Salud Pública, Magíster en Administración en Salud, Profesor Asociado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y académico del programa de Políticas y Gestión de la Escuela de Salud Pública. En la actualidad es Consejero de la Escuela y se desempeña como Director del Instituto de Neurocirugía en su tercer período de Alta Dirección Pública.

Ha salido recién de imprenta un libro denominado Salud y Sociedad en Chile escrito por Vergara, que recoge sus columnas de opinión vertidas en distintos medios de prensa, de manera muy especial en El Mostrador, desde el año 2010 hasta la fecha. Estas columnas han sido revisitadas por el autor y sus originales pueden ser encontrados en los medios El Mostrador, The Clinic, Cooperativa y en las propias páginas web de la Escuela de Salud Pública y de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile.

¿Y esto de hacer un libro, doctor?
Bueno, lo que siempre se dice: tener un hijo -ya tuve 2, ahora tengo varios nietos-, plantar un árbol y escribir un libro. Además, me gusta mucho escuchar música y escribir.

¿Pero, cual es la idea de este material, que escarba en las reformas del sector de la salud y eso?
Nada. Solo poner a disposición de quienes han de seguir en la tarea de hacer salud pública el producto de mi reflexión de todos estos años, que no han sido pocos. Nada más. No creo que este libro estimule reforma sectorial alguna y no es esa su vocación. Pura divulgación y paz para mi alma, antes del retiro.

¿Y por qué Salud y Sociedad?
No hay otro modo. La única manera de entender lo que tenemos hoy en nuestro sistema de salud, es en función de lo que ha sido Chile y de su historia política, económica y social a lo largo de los años. Los objetivos del sistema de salud, los valores que lo impulsan, las agencias que lo conforman, la forma en que se organizan la rectoría, la regulación, el financiamiento, la compra de servicios y la provisión de los mismos, así como la actividad industrial convergente como la de medicamentos e insumos y el propio mercado del trabajo en salud, las universidades, todo aquello se ha desplegado a lo largo del tiempo y se encuentra hoy en una determinada condición que la historia del país explica.

Cómo entender el sector si no recordamos a Exequiel Gonzalez Cortés, Diputado por Talca en esos entonces y los resultados de su visita a Europa, que nos llevó a importar el modelo de seguridad social de Bismark para nuestros obreros. O al hecho de que la mentada Ley del Seguro Obrero, promulgada en 1924 con las ideas de Exequiel solo fue posible gracias a un golpe militar que terminó con el denominado parlamentarismo, golpe que el general Luis Altamirano, pistola en mano encabezó junto a Pablo Bennet y al almirante Francisco Nef, miembros de la junta que provocó la renuncia de Alessandri Palma y que obligó a nuestros distraídos legisladores a aprobar la citada Ley, junto al Código del Trabajo.

O la gesta de la creación del Servicio Nacional de Salud -SNS-, donde el rol del ex presidente Salvador Allende es míticamente recordado como uno de la mayor importancia, dicen. Tal gesta incorporó a los indigentes de nuestro país al seguro obrero y al uso de su red instalada de servicios, asimilando a aquella los hospitales de la beneficencia pública. Los mismos que dicen, dicen que la negociación que fue necesario hacer con el Colegio Médico fue monumental y dio origen al estatuto que en su época se conoció, en chusca, como el “estatuto médico millonario”.

O la creación del sistema de Libre Elección del SERMENA para los empleados, en 1968, para quitar de las espaldas del SNS la carga financiera de la atención de aquellos, que sin ser beneficiarios circulaban profusamente como “polizontes” del sistema, a vista y paciencia de los Ministros de Hacienda, cuyas cuentas de gasto público no cuadraban.

libro salud y sociedad

O las reformas del régimen militar, que movieron de un paraguazo el péndulo social desde el extremo “estado-centrismo” alcanzado durante la Unidad Popular al “mercado-centrismo” feroz, confiando en adelante todo a la “mano invisible”. No deja de ser interesante reconocer la intervención de nuestras fuerzas armadas en la historia patria, primero con un golpe que pone al Estado al centro de las decisiones de políticas públicas en los años 20 y años después, en los 70, pone al mercado tras lo mismo.

Entonces, he ahí los hitos que van explicando el devenir sectorial en esta suerte de proceso incrementalista de “formación” de políticas públicas, en este caso las sanitarias, donde se avanza adaptativamente aprovechando los espacios de posibilidad que se van generando. Como diría Julio Cortázar, “claros donde pegar unos picotazos”. Y henos aquí.

¿Y ese estilo incisivo, con un tufillo de resentimiento social, doctor?
Ah, no me diga. Me acordé de una entrevista aparecida en El Mercurio a Los Prisioneros, en su mejor momento de fama, en los ochenta. El titular de la entrevista decía: “Somos resentidos. Y qué?”.

Pero bromas aparte, yo encuentro que mi caso no es tan de resentimiento social. Lo que pasa es que creo que no es posible eludir hacer evidentes ciertas realidades que ayuden a los que vendrán a comprender y a ponderar sus posibilidades de hacer cosas valiosas en el sector de la salud en nuestro país. En particular cuando nos interesa desenredar la madeja de las desigualdades sociales y comprender sus causas. Y me voy a referir a “instituciones” tan instaladas que son difícilmente reductibles, salvo que medie una suerte de revolución. Y quizás pensemos que tal cosa no se justifique. Por lo menos los que ya estamos muy viejos, no estamos para revoluciones, se nos hizo tarde.

Ahora bien, entonces. Existen ejes de poder que no se explican de manera sencilla con las derechas y las izquierdas. Y tampoco con el centro, por supuesto. Hay un poder que es el del dueño del capital social -la oligarquía, por decirlo de algún modo, pero ese término no es tan feliz pues nació para hacer referencia a los dueños de la tierra-; es ahí donde la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas, el espacio donde se difumina y extingue la lucha de clases. Un asunto de alcurnia, de la cuna donde naciste, que explica mejor que nada el acomodo de algunos fenómenos. La conversación virtuosa de los grandes herederos de la patria, de raza caucásica y de rimbombantes apellidos europeos, ni un solo mapuche, caucásicos que en traje de baño no se distingue si están a la derecha o a la izquierda. Ellos mandan, finalmente. Ellos tejen sus redes, están en todas partes. Poderes que en Chile son muy relevantes. Son los dueños del “country club”. El único que fue vilipendeado duramente por los de su propia clase, que yo recuerde, fue Carlos Altamirano, a quien se perdonaba en parte la traición a su clase tildándolo de loco. Estaba fuera de sus cabales, le decían “Mayoneso”. En fin, qué le vamos a hacer. Pero se extralimitó. Los comunistas eran pálidos conservadores al lado de su ímpetu, por esos entonces.

¿Y esto de las concesiones que usted defiende, no resulta muy neoliberal?
Salió el periodista. Mire, tenemos muchos resabios neoliberales, ya le diré. Pero las concesiones, en particular, no son patognomónicas de aquello. En el Reino Unido, donde más se les ha utilizado, fue Tony Blair y no doña Margaret Tatcher quien las impulsó más fuertemente. En Chile fue Bachelet quien llevó adelante las dos primeras. ¿Errores? Muchos. Hospitales en manos del Ministerio de Obras Públicas, eso ya constituye un error esencial. Imagínese. Pero de neoliberal, nada. Un simple mecanismo de financiamiento de las inversiones que ha sido relativamente desaprovechado por razones ideológicas insensatas. Eso es lo que creo.

La erradicación de campamentos y el modelo de desarrollo urbano implícito derivado de lo mismo -la tierra de nadie- sí que fue una creación neoliberal, los fondos de pensiones de capitalización individual son una creación neoliberal, las Isapres tarificando por riesgo de enfermar son una creación neoliberal, hasta las mutuales podrían considerarse un artefacto que se sostiene en el tiempo gracias al argumento neoliberal, pero esta vez en boca de la propia izquierda, que permite que el segmento de las empresas más pobres, más pequeñas y de mayor riesgo se afilien al Instituto de Seguridad Laboral, un seguro de último término, la más extrema expresión del estado subsidiario. La Concertación en su momento, en una voltereta neoliberal quizás inconsciente, reforzó la idea de apropiación individual de las cotizaciones obligatorias para salud cuando permitió que se devolvieran los excedentes a los individuos. El modelo de educación fuertemente segmentado, las universidades de calidad discutible urbi et orbi que han poblado Chile de profesionales, todo eso es perfectamente entendible en el discurso neoliberal: el de las libertades individuales por sobre el interés colectivo. Ya sabemos que el asunto no lo resolvió el mercado y que hay reformas en curso. Nuestra industria farmacéutica capturada por la renta innovativa, sin regulación alguna, que hace de Chile el país más caro en materia de medicamentos. Incluso el funcional y tranquilizador sistema previsional de las fuerzas armadas y de orden, que han sido, en último término, las guardianes últimas del modelo, podríamos leerlo esta vez cargado de propósito neoliberal; es decir, un sistema construido con mucho aporte fiscal pero que, paradójicamente, responde a ese modelo.

Pero ¿neoliberales las concesiones? No me parece para nada. Esta posición ha retardado de manera inexcusable la recuperación y actualización de nuestras camas. Y esto es crítico y ahora de manera muy especial, por el coronavirus.

¿Y los hospitales públicos?
Ah! Ahí está el problema. En el sector salud no hay reforma exitosa del financiamiento si no hay reforma de la provisión simultáneamente, creo yo. Si seguimos el consejo de The Economist y el clamor de algunos columnistas intensificado por la revuelta social, aunque me apodere del 7% de las Isapre el problema será justamente el de los hospitales públicos, para poder garantizar oportunidad y calidad de los servicios que un seguro único, como el que se reclama, requerirá en el futuro. Y ahí hay mucho asunto pendiente. Y no es solo un problema de plata.

¿Y el coronavirus?
Bueno. Estamos en compás de espera. La humanidad lo está. Seguimos trabajando en la inercia de lo que hacemos siempre, cuidando al personal y esperando el tsunami que comprometerá nuestra capacidad de respuesta. Todo lo que hablamos antes está, por ahora, detenido.

*”Mayoneso” fue el apodo con que la prensa política de derecha inmortalizó a Carlos Altamirano Orrego en los mil días de Allende. Es decir, entre el 4 de septiembre de 1970 y el 11 de sepiembre del 1973.
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