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Pandemia, tiempo y hábitat residencial

Columna de opinión por Jesús Reinoso
Lunes 4 de mayo 2020 17:30 hrs.


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Frente a la actual rapidez con que se ha expandido el coronavirus y las nefastas consecuencias que ha traído a nivel mundial, pareciera ser que la gran disyuntiva que pone en jaque tanto a los gobiernos como a la sociedad civil es la siguiente: economía o vidas humanas. Es precisamente entre estas coordenadas que las gobernanzas han debido mover sus piezas en el tablero político del momento. Sin embargo, debido a las necesarias cuarentenas que han debido establecerse para evitar la propagación del virus, emerge la noción de hábitat residencial con una singular riqueza y profundidad, que más allá de constituir una mera trastienda para el desarrollo de las actividades vinculadas al refugio, se presenta como elemento unificador, como un espacio en el que confluyen la protección de la vida biológica (ante la amenaza de muerte que trae el virus) y un terreno  en el que la producción humana debe seguir generando valor (ante la amenaza de la debacle económica).

Siguiendo esta perspectiva de análisis, es interesante notar que con el avance de los días y las semanas en que hemos debido recluirnos en nuestras casas (ya sea obligatoria o voluntariamente) la dimensión temporal del hábitat residencial ha ido adquiriendo una relevancia cada vez mayor, prueba de ello es que este tiempo ha significado nuevos tipos de relaciones sociales con quienes compartimos morada, así como también con las y los habitantes de los espacios vitales en que nos movemos (esquinas, vecindario, edificios, entre otros); también, es factible hablar de nuevas formas de relacionarnos con los espacios y los elementos no humanos del interior de nuestras viviendas que, con anterioridad a la pandemia, estaban invisibilizados y ahora cobran una particular notoriedad. Del mismo modo, algo muy significativo que cada uno (a) de nosotros puede haberse percatado es que este nuevo tiempo, este mayor tiempo del habitar afecta nuestra intimidad de un modo profundo, inédito, y se inmiscuye en la interioridad en que el yo se ve así mismo y va construyendo su identidad. Sin lugar a dudas, nos vemos enfrentados a la presencia de nuevos detalles y singulares gestos. Por todo esto, resulta completamente plausible preguntarnos ¿Cómo nos ha afectando este mayor tiempo en casa? ¿Resulta performativo o mantiene el statu quo? ¿Trastoca nuestras creencias o refuerza nuestros prejuicios? ¿Invita a la contemplación, a la reflexión o solo se enfoca en la producción?

En esta columna me gustaría analizar muy brevemente cómo se entiende esta nueva dimensión temporal del hábitat residencial -el sentido de novedad tiene que ver con el mayor tiempo que estamos en casa- a través de dos ideas fuerza: la permanencia en casa como una herramienta de defensa de la vida (en términos humanos), y el hecho de que este espacio sea una continuidad para la producción de valor (en términos económicos)

En una reciente entrevista a un medio de prensa nacional, Judith Butler afirmó que “debería haber otras formas de refugio que no dependan de una falsa idea de hogar”, esta afirmación nos resulta interesante en la medida que es posible desprender algunas de las siguientes ideas; en primer lugar: existe una construcción ideológica, una representación social ampliamente expandida en la sociedad en torno a lo que es un hogar, pero que no necesariamente se corresponde con la realidad de los entornos habitados que deben afrontar miles de familias; en segundo lugar, el hogar no se da necesariamente en la materialidad de la vivienda, no es una condición sine qua non. En tercer lugar, nos deja una ventana abierta para pensar, para re-imaginar otras formas de refugio, principalmente para quienes no tuvieron la suerte de nacer en una red de amor y afectividad intensa, una de las premisas fundamentales para un sano desarrollo de la vida emocional de las personas. Por último, al problematizar esta idea absoluta de la permanencia en casa (que no necesariamente es hogar) como una herramienta para la defensa de la vida humana, la autora estadounidense saca a la luz el lado oculto de los días de cuarentena a nivel mundial: mayores niveles de violencia intrafamiliar, abuso sexual, elevado consumo de alcohol. A modo de ejemplo, muy recientemente en Groenlandia se aprobó un tipo de ley seca para frenar  los abusos infantiles. Por tanto, es posible realizar una doble lectura de esta nueva dimensión temporal del hábitat residencial en tiempos de pandemia; mientras que para algunos(as) es beneficiosa, productiva e incluso más vinculada al descanso, para otros(as) pone en riesgo la condición de la vida misma.

En el ámbito de la economía chilena, hoy es posible percatarse cómo es que algunas empresas, en pos de su sobrevivencia en el mercado y para evitar el contagio entre los trabajadores, siguen funcionando a través de la modalidad llamada teletrabajo. Básicamente, esto significa trabajadoras y trabajadores que siguen percibiendo sus ingresos debido a las labores remuneradas que realizan desde sus viviendas en condiciones de formalidad. Por otra parte, en Chile, según datos del INE  2,5 millones de personas (30%) trabajan en un empleo informal. La definición metodológica utilizada por el INE define a los trabajadores informales dependientes como aquellos que no cuentan con acceso a la seguridad social (tanto sistema de salud como cotización en las AFP), mientras que a los informales independientes, se caracterizan porque la empresa o el negocio que poseen no cuenta con registro en SII ni tampoco llevan un sistema contable que separe los gastos del negocio de los del hogar (Guarda, 2018). Ilustro este dato para preguntarnos cuántas de aquellas trabajadoras y trabajadores independientes vinculadas al comercio informal perciben sus ingresos dependiendo de lo que logren vender en el día a día. Cuán distinta resulta la realidad diaria para quienes no tienen el sueldo seguro, ni tampoco cuentan con acceso a  sistemas de seguridad social en caso de enfermedad. Esto no quiere decir de ningún modo que quien se encuentre en un trabajo formalizado no será víctima de fraudes, abusos laborales, sueldos impagos, precariedad económica etc. No menciono las categorías formalidad-informalidad como un canon moralizante, sino para dar cuenta cuán distinta puede ser la dimensión temporal del hábitat residencial para un segmento de la población trabajadora que no puede quedarse en casa.

En resumen, la dimensión temporal del hábitat residencial que hoy en día se extiende por más tiempo, debido a las exigencias de auto cuidado y cuarentenas impuestas por las autoridades, se va complejizando en tanto que afecta de formas distintas (y también desiguales) dependiendo a los sectores de la población a los que llegue. Esto hacer pensar en qué medida ciertos sectores resultan de todas formas vulnerables en la defensa de su vida siguiendo las premisas mencionadas al comienzo.

A modo de una última reflexión, los efectos de esta crisis sanitaria nos hacen cavilar hasta qué punto seguimos siendo una sociedad volcada a la producción (de bienes, de mercancías, de vacunas, de soluciones, de textos, y un largo etcétera) y hasta qué grado somos una sociedad de consumo. Porque, evidentemente, en el poco tiempo libre que nos queda, consumimos mucho más de lo que producimos, sin embargo, pareciera que la categoría de producción sigue estando en nuestro ethos cultural de una forma mucho más importante a como la solemos pensar, atraviesa nuestros tiempos, y me refiero incluso a los tiempos libres y de ocio. Una voz latente siempre nos invita a la producción.

Texto publicado originalmente en blog INVItro

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.