¿Modificará el COVID-19 nuestra naturaleza depredadora?

  • 08-05-2020

¿Aprendemos los seres humanos de las tragedias? ¿Somos capaces de unir esfuerzos cuando la muerte golpea nuestras puertas, sin que podamos siquiera visualizar al enemigo, que silencioso y mortal nos quita el aire? ¿Somos capaces de dejar de matarnos e ir en ayuda de aquellas sociedades, que antes de la pandemia ya caminaban hacia una crisis humanitaria de proporciones colosales?

La pandemia del COVID-19 y los efectos económicos y políticos que se han generado en el mundo hacen prever en forma optimista, no sólo una crisis de proporciones, como no se había visto de la gran depresión del año 1929, sino también, en lo general, una dinámica de cambios de conductas en el plano de las relaciones sociales, el cómo y de qué manera movilizarnos, una valorización del papel del Estado, una visión distinta de la manera en que nos relacionamos con la naturaleza, con nuestros hermanos del mundo animal y avanzar respecto a los acuerdos de respeto al medio ambiente.

Al inicio de este artículo, es mi esperanza que así sea, tras salir de esta prueba a la cual estamos sometidos, es mi expectativa, que seamos capaces de entender que nuestro planeta es uno y que lo precisamos más de lo que él podría necesitarnos. Nuestra soberbia, la arrogancia como seres humanos no tiene límites, hasta que nos vemos sacudidos por hechos que remecen los cimientos de sociedades, que creen haber alcanzado el desarrollo total, disociando la idea de consumo desenfrenado en un proceso de globalización sin límites, a la necesidad de crear una sociedad más solidaria, cooperativa, centrada en el ser humano y no exclusivamente, en los réditos económicos y materiales.

Al criminal no lo frenan las pandemias

Y uso el concepto de esperanza y expectativa, porque no hay nada claro cuando la realidad nos indica, que mientras gran parte de los países tratan de salir adelante, en una encrucijada que pone a prueba sus sociedades, sus precarias estructuras políticas y económicas, existen gobiernos, que aprovechando esta compleja situación sanitaria, intensifican sus políticas de agresión contra numerosos pueblos del mundo.  Me refiero, en específico, a Estados Unidos y en general, secundado en esa acción, por sus socios incondicionales, que generan sus propias agresiones y las continúan a despecho de cualquier consideración humanitaria. No existe en el vocabulario del imperialismo y sus socios el concepto de humanidad.

En el caso de Washington, el régimen estadounidense ha decidido, a pesar de contar con 1.250.000 contagiados por el Covid 19 y 75.000 muertos, una crisis económica que ha significado 30 millones de desempleados; seguir con su empecinamiento de potencia hegemónica a la baja y acentuar su política de agresión en numerosos países. Por ejemplo, apoyar la política colonialista de Israel contra Palestina y los ataques que el sionismo realiza contra Siria y las acciones de desestabilización llevadas a cabo contra El Líbano. Un Washington que avala la guerra de agresión contra Yemen por parte de la monarquía saudí y su participación en conflictos en el norte de África. Todo ello, enmarcado en el gran objetivo de esta triada: ejercer una política de máxima presión contra la República Islámica de Irán.

Mientras el mundo lucha contra la pandemia del coronavirus, Washington, una vez más, intenta socavar la estabilidad de Irak y jugar con su política geográfica tratando de fragmentar este país apelando a consideraciones étnicas y religiosas. Y, una de las razones básicas junto al tema geopolítico, es que este país de Asia occidental posee enormes reservas de petróleo, las segundas del mundo con 120 mil millones de barriles y donde las zonas no exploradas hasta ahora, podrían proporcionar 100.000 millones de barriles adicionales. Sume a ello las reservas de gas, que son un acicate, más que suficiente, para que Irak sea codiciado por gobiernos occidentales, brazos armados de las grandes transnacionales como Total Fine, British Petroleum, Shell, Repsol, Emerson y Chevron, entre otras (paradójicamente grandes transnacionales del petróleo sin tener ellas en sus países reservas del crudo).

Este mundo, que no denuncia lo que sucede en Irak, deja morir al pueblo saharaui en las arenas calcinantes de la hamada argelina, en campamentos de refugiados que acogen, desde el año 1975 a 250 mil hombres y mujeres en una eterna condición de refugiados, mientras la monarquía marroquí ocupa el Sahara occidental y se llena los bolsillos con los recursos usurpados al pueblo saharaui. Un mundo que permite esto no puede llamarse humanidad. Un mundo que refrenda con su silencio, a pesar de la tragedia y la emergencia global, que el sionismo decida, con apoyo estadounidense, anexar territorios que no le pertenecen, pasando por encima de los derechos de millones de seres humanos ocupados y colonizados desde el año 1948. Un mundo que calla está consintiendo y por tanto no puede llamarse humanidad.

Como tampoco puede denominarse humanidad, una serie de sociedades, que asiente con su mudez y su ceguera, el asesinato crónico del pueblo de Yemen a manos de la monarquía saudí y sus socios de los Emiratos Árabes Unidos, acompañados de miles de mercenarios que siguen la bandera del dinero. Menos aún puede llevar consigo la denominación de humanidad, los que permiten la muerte del pueblo Rohingya, sirio, afgano. Claro, cuánto lloran los medios internacionales la muerte de miles de italianos, franceses, británicos, estadounidenses, españoles, alemanes, suizos afectados por este patógeno llamado COVID-19, dolor que acompaño, pues sólo un desgraciado puede alegrarse de la muerte de seres inocentes.

Pero, qué pasa con los 200 mil libios asesinados en una guerra por el petróleo desde el año 2011 a la fecha. Los 550 mil sirios asesinados en una guerra de agresión a manos de terroristas financiados por ese mundo occidental y sus lacayos de Oriente Medio.  Qué hacemos para impedir la muerte cotidiana en la sociedad yemení, que suma ya 100 mil muertos, que sucumben bajo las bombas, los drones pero también el cólera, el hambre y ahora el COVID-19. El millón de iraquíes muertos a manos de una ocupación que se prolonga ya por 17 años? ¿qué medio internacional de occidente los llora y dedica largos reportajes a sus ciudades destruidas, a sus niños desnutridos? ¿Qué organización internacional organiza maratones virtuales, caminatas de viejos militares recolectando fondos para ir en ayuda de estos pueblos o futbolistas, tenistas echando mano de sus jugosas billeteras para paliar en algo estos crímenes de lesa humanidad?

Como especulador y conocedor del show business, Donald Trump, este presidente que ha dado muestras de su megalomanía extrema, también lleva el enfrentamiento con potencias de alcance mundial como la Federación rusa y la República Popular China. Con esta última, Washington se ha enfrascado en una fuerte disputa económica, que significó tomar decisiones de ida y vuelta, represalias, sanciones, que pusieron en tensión al mundo y el mercado bursátil. Acusaciones respecto a la responsabilidad que la cabe a Beijing en el origen y difusión del COVID-19, con un Trump llamando al patógeno como Virus chino, originando reclamos de la parte china acusando al mandatario estadounidense de racista y que generaba un problema artificial, para ocultar sus propias deficiencias en el combate a la pandemia.

A pesar de las pruebas en contrario, dadas a conocer por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el propio epidemiólogo en jefe de la Casa Blanca, Anthony Fauci señalando que el COVID-19 tiene un origen en la naturaleza y no en un laboratorio chino “Si se observa la evolución del virus en murciélagos y lo que hay ahora, todo apuntaría a que no pudo haberse manipulado de forma artificial o deliberada” sostuvo el médico en una entrevista concedida a National Geographic” A pesar de esta contundente afirmación, Trump, con su clásica mitomanía sigue empecinado en responsabilizar a China y obligarlo a pagar las consecuencias del desastre sanitario, que las políticas determinadas por su administración han generado.

Trump logró sumar algunas voces aliadas, que incluyeron al primer ministro australiano Scott Morrison quien exigió a China, poner en marcha una investigación independiente a nivel internacional sobre el origen del coronavirus. Como poderoso señor es Don Dinero. Australia comenzó a recular frente a la posibilidad de enfrentar restricciones en la venta de sus productos a China, principalmente vinos y carne, además de lo que significa el tema turismo cuando las cosas se normalicen. “Quizá la gente se plantee por qué deben beber el vino australiano o comer su carne” sostuvo el embajador chino en Camberra Cheng Jingye y ante ello, el incondicional aliado de Washington en Oceanía no tuvo más remedio que matizar sus reclamos.

Si nuestra mirada se dirige a Libia, la constatación, respecto a que la ambición nubla el pensar y actuar más allá de los intereses económicos, se hace evidente. En el país magrebí, han sido los países con mayores números de contagiados y muertes por el Covid 19 los que han tejido su telaraña de intereses: Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, España, junto a regímenes monárquicos como Arabia Saudí, Qatar y Emiratos árabes Unidos, que con sus abundantes recursos financieros dotan de armas, mercenarios y apoyo logístico a las fuerzas en disputa, tanto las del Gobierno de Unidad Nacional radicado en Trípoli, como las fuerzas del general Jalifa Haftar que ha declarado obsoleto los acuerdos de Sijtar (Marruecos) firmados el año 2016 y que ha logrado ocupar al menos dos tercios del territorio.

En Libia, junto a una guerra que se prolonga ya por 9 años, la inmigración que desangra a los países sahelianos, aumentando el número de fallecidos en el Mar Mediterráneo en naufragios que ya no despiertan preocupación internacional, se une ahora la pandemia del COVID-19, que encuentra la infraestructura sanitaria en deplorables condiciones. Los países occidentales, que sólo tienen interés en expoliar el petróleo libio, seguir influyendo en sus objetivos geopolíticos en la región, se muestran absolutamente ajenos a cualquier apoyo para el combate al Virus, descuidando incluso el propio fortalecimiento en sus sistemas públicos de salud, como lo ha demostrado el alto número de contagiados y muertos en sus países. La ambición puede más que el apoyar al resto del mundo. Idea de soporte, que tampoco está en la misión y visión de empresas como Total Fine, ENI, Shell, British Petroleum, transnacionales donde la idea de responsabilidad social empresarial, sólo sirve como insumo para sus empresas de relaciones públicas.

Los ejemplos dados nos demuestran, que la actual pandemia sólo representa un elemento anecdótico, que permitirá llorar unos cuantos cientos de miles de muertos y millones de contagiados pero no asegura que van a desestructurar un modelo político y económico en el mundo sustentado en el egoísmo, la deshumanización y la búsqueda de intereses económicos que pasan por encima de los derechos de miles de millones de seres humanos. El cambio no es sólo cultural, es económico, político, ideológico. Donde se de prioridad a los intereses de los ciudadanos, no de las corporaciones, donde lo sanitario sea lo primordial y no aquel mensaje escuchado una y otra vez que es necesario “volver a los trabajos” “volver a producir” como una condicionante superior a la necesidad de luchar, prioritariamente, contra la pandemia.

En un artículo escrito anteriormente señalé que una muestra del cambio frente a lo que estamos viviendo podría ser visualizado si todos los países vamos a tener acceso oportuno y equitativo a una futura vacuna contra el COVID-19, que implica, desde ya, tener un Enfoque integral y multilateral de la lucha contra el virus. Apoyando a organismos internacionales como la OMS y no generar críticas oportunistas como lo hace Washington. Aprovechar esta pandemia para exigir al Consejo de Seguridad para determinar un cese de los conflictos. Crear una instancia internacional, que combata la pandemia pero también los efectos que se están viviendo producto de ella y eso implica tener tareas que nos interconecten donde conceptos como el multilateralismo y la colaboración internacional son fundamentales. La administración Trump, a pesar de la muerte que signa su administración en su territorio, sigue generando planes de destrucción en el mundo, tratando de imponer una hegemonía famélica con un oportunismo despreciable.

Espero, sinceramente, equivocarme pero, hasta ahora, la magnitud del COVID-19 y sus efectos no parecen caminar hacia una modificación de nuestra naturaleza depredadora. Los cambios que se avizoran van por el lado de qué tipo de viajes deberán realizarse, si el trabajo privilegiará nuevos métodos de producción, las industrias deberán adaptarse a conceptos como el distanciamiento social o el teletrabajo más que exigir cambios en la estructura económica, las relaciones entre los países y examinar la forma en que se conduce la llamada comunidad internacional. De qué tamaño deben ser las casas y departamentos, el ancho de las veredas (como si gran parte del planeta tuviera las condiciones de los sectores más acomodados). Nada se habla de la necesidad de fortalecer el Estado, cuya ausencia en el plano sanitario mostró la debilidad del modelo económico desregulado. La pandemia es un paréntesis, importante, decidor, un llamado de alerta que debería mostrarnos un derrotero distinto, el problema, al menos para mí, es que no lo visualizo como prioridad en aquellos que tienen poder de decisión ¿Qué opina usted?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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