A fines de diciembre del año pasado, el dramaturgo y director teatral Ramón Griffero cerró un ciclo importante. Durante los últimos tres años había dirigido el Teatro Nacional Chileno y en septiembre se hizo merecedor del Premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales 2019. Ahora, los planes iban dirigidos al extranjero: para este primer semestre había considerado una serie de talleres en Argentina y una residencia en Italia.
Las exigencias impuestas por el brote de coronavirus interrumpieron todos los proyectos. Aun así, el autor de obras como Cinema Utoppia y Río Abajo continuó trabajando, participando en diálogos vía Zoom y planteando una reflexión que iba más allá de la contingencia: el rol que el Estado debe tener en el campo de la cultura y las artes.
“El Estado se lavó las manos al privatizar la cultura”, comenta desde su confinamiento obligatorio. Así, sostiene que el modelo de administración debe transformarse y que los espacios deben abrazar un espíritu público y colectivo.
“En este contexto, ha sido evidente que la política neoliberal de privatización de la cultura tiene un efecto nefasto. Es decir, si existieran teatros públicos, con elencos, dramaturgos y directores contratados, la gente seguiría con sus sueldos”, dice.
¿Cómo percibe las consecuencias de la crisis en el sector del teatro?
En este caso, la ausencia del Estado se hizo totalmente notoria. Es el apoyo estatal el que hace que la cultura esté viva, pero el Estado se negó a tener una participación activa en las artes: no genera festivales, no hace teatro, no hay becas. Vemos que los fondos concursables se entregan por períodos breves y que no permiten que la gente pueda hacer sustentable su trabajo.
¿Cree que, una vez superada la crisis, el Estado tome mayor participación en el sector? ¿Cómo ve esa posibilidad?
De cierta manera, el Estado es la tribu y tienen que ser parte cuando hay crisis de salud, agua, luz, telecomunicaciones. Estamos hablando que es algo común entre todos los chilenos. No es un ente abstracto y si las Fuerzas Armadas están para defender la soberanía territorial, a nadie debería sorprenderle que se exista algo, igual de importante, como la soberanía cultural. Tiene que haber una gestión de defensa de la identidad, no sólo dejarlo en manos privadas, porque ellos tienen otros fines. Ellos tienen un objetivo de lucro, en cambio, en el arte hay objetivo de creación.
¿Cómo explica este regresar al arte bajo pandemia?
Desde el estallido social comenzaron a usarse todos los recursos del arte, la literatura, la música, etc. Y hoy, el nutrir el espíritu es fundamental. En esta crisis, el dolor necesita una conducción no solamente económica. La gente necesita una contención frente a sus emociones y el arte, en su pequeña medida, está ayudando a esa contención.
¿Qué opina sobre el trabajo que se ha dado a través de las plataformas virtuales?
Eso no es producto de la creación. Eso es una aplicación que existe y que se usa frente a la ausencia de otras maneras, pero es un recurso laboral del intermedio. Obviamente, las salas de teatro están afuera, esperando. Nosotros somos una profesión colectiva. Es decir, de piel a piel, de emoción a emoción, con el público y en la sala de ensayo.
Como ex director del Teatro Camilo Henríquez y ex director del Teatro nacional, ¿cómo debería proyectarse la gestión futura de los teatros?
Todos los teatros regionales y centros culturales deberían tener elencos estables. Eso como núcleo. Deberían tener fondos para generar tres o cuatro producciones al año. No pueden ser casas de recepción de gente que ganó Fondart o espectáculos privados. Una sala no es un centro de creación. En Santiago deberían existir, por lo menos, seis centros culturales con sus elencos, con sus dramaturgos, con sus escenógrafos contratados. El arte no puede estar al vaivén del mercado y menos al vaivén del neoliberalismo. El objetivo del sistema neoliberal es que el creador sea un administrador de su talento y, de hecho, los fondos que promueve el Ministerio son para que los creadores se transformen en emprendedores. Tenemos que construirnos en pymes, hacer facturas y todo lo demás para poder entrar al mercado. Esa política de privatización y de transformar a nuestros creadores en pequeños empresarios, se derrumba fácilmente como un castillo de naipes, como dicen por ahí.