La evaluación de los aprendizajes ha sido un aspecto clave en el marco de las reformas que está atravesando la educación chilena desde hace más de una década. El contexto de crisis sanitaria y fundamentalmente, sus consecuencias sociales y económicas han significado un desafío de adaptación en todas las dimensiones del proceso de enseñanza y aprendizaje. Liderar bajo este contexto supone la capacidad de cambiar y resignificar las prácticas educativas estando inmerso en el desarrollo de los acontecimientos.
El cambio en la evaluación está dado por la aprobación del Decreto 67 respecto a “las normas mínimas nacionales sobre evaluación, calificación y promoción”. Este documento impulsa un cambio de enfoque muy relevante para la concepción que hoy en día se tiene sobre la evaluación. Las escuelas han debido asumir un enfoque formativo, lo que supone que la evaluación cumple un rol pedagógico y, por lo tanto, forma parte intrínseca del proceso de enseñanza y aprendizaje. El objetivo de este enfoque es contribuir al progreso de los aprendizajes en las aulas, asumiendo la diversidad de modos y tiempos de aprendizaje de todos los estudiantes.
Si el sistema educativo estuviera funcionando normalmente, el desafío de los líderes educativos sería integrar estos cambios sistémicamente a una práctica educativa contextualizada y acorde a las necesidades pedagógicas, emocionales y sociales de todos los actores de su escuela. En efecto, desde el Sistema de Aseguramiento de la Calidad (SAC,) institucionalidad creada para asegurar la calidad de la educación, se declara la importancia de promover liderazgos educativos (sostenedores, docentes y directivos) para apoyar los procesos de gestión, el mejoramiento continuo y la autonomía de las comunidades educativas, en función fortalecer la evaluación formativa en aula. El propósito fundamental es que en las comunidades escolares y, particularmente, en las aulas de clase, se generen las condiciones para el desarrollo de aprendizajes de calidad (MINEDUC 2018)
En este sentido, evaluar en contextos de pandemia puede ser una complejidad mayor, considerando que la modalidad de enseñanza ha derivado del espacio del aula a la virtualidad de las pantallas y, para enfrentar esta situación, se ha iniciado un proceso de priorización curricular que va a modificar sustantivamente las planificaciones de los docentes, así como las metodologías a utilizar para generar aprendizajes. Entonces, ¿cómo los líderes pueden apoyar un desafío de evaluación de tanta complejidad?
Un primer paso es reconocer este escenario de múltiples cambios como un desafío de gestión educativa y generar un proceso de gestión de cambio (Fullan, 1999) que considere la identificación del o los principales problemas educativos sujeto a cambio y su tránsito por distintas fases hasta lograr el cambio deseado. Este es un proceso de adaptación que requiere de un liderazgo para el cambio y la mejora educativa.
Entonces, surge la pregunta: ¿cómo liderar las escuelas para el cambio a un enfoque formativo de la evaluación considerando este contexto de pandemia? La respuesta no es fácil. Esto por la importancia de la instancia evaluativa en las escuelas chilenas. Pocas prácticas pedagógicas tienen tanto impacto en el proceso de enseñanza y aprendizaje como la evaluación. La evaluación comprende factores personales, sociales y afectivos que impactan significativamente en la imagen que los estudiantes crean sobre sí mismos, generando sentimientos de éxito o fracaso. La evaluación es la instancia donde el profesor recoge información de manera sistemática y confiable para emitir un juicio respecto al aprendizaje de los estudiantes, analizándola y contrastándola con referentes previamente establecidos (Föster y Rojas-Barahona, 2008) Sin embargo, cuando los procesos evaluativos están mal diseñados, indebidamente desarrollados o fundados en creencias prestablecidas del profesor sobre las capacidades de sus estudiantes, pueden generarse distorsiones en la autopercepción de los niños y jóvenes, asociadas al éxito o fracaso escolar, las en caso de ser negativas, producen sentimientos de inseguridad, descalificación y desvalorización (Prieto, 2008). Asimismo, se plantea que esta situación puede repercutir en la construcción de identidad de los estudiantes y afectar sus trayectorias escolares.
Una problemática como la descrita no es reciente en la compresión que se tiene en Chile sobre la evaluación. A ellas tributan la excesiva atención en la calificación como indicador de aprendizaje, la asignación de los estudiantes a categorías de desempeño, la falta de atención a las necesidades de aprendizaje de los estudiantes, el impacto de las pruebas nacionales estandarizadas y otras adquiridas por los sostenedores o los propios establecimientos. Sumado a ello, las creencias y sentimientos asociados a la evaluación en aula pueden agudizarse si se considera la presión emocional que significa estudiar bajo modalidad remota.
Atendiendo a esta situación, académicos y académicas del ámbito educativo, pertenecientes a la Universidad de Chile y la Pontificia Universidad Católica de Chile, elaboraron una propuesta de trabajo a corto mediano y largo plazo, cuyo objetivo es priorizar el bienestar socioemocional de las familias en esta situación de emergencia. Dentro de esta propuesta, se aborda específicamente la instancia evaluativa y los criterios para la promoción de los estudiantes. Concretamente, los y las académicas proponen flexibilizar las condiciones del decreto 67; elaborar criterios de promoción basado en evaluaciones formativas; realizar evaluaciones diagnósticas que provean información a los docentes para el ajuste de sus planificaciones y, además, recaben información sobre el estado socioemocional de sus estudiantes (Propuestas Educación Mesa Social 3B Covid 19). Respecto a sostenedores, directores y profesores, se sugiere potenciar las redes de trabajo existentes de mejoramiento, pedagogías y convivencia para intercambiar aquellas buenas prácticas para una educación en contexto de pandemia. Se parte de la compresión que todos los líderes están aprendiendo a gestionar una escuela bajo este clima de incertidumbre.
Recogiendo el espíritu de esta propuesta académica, el llamado es a desarrollar un liderazgo comprometido con los cambios en las prácticas evaluativas. El desarrollo de un enfoque formativo para la evaluación bajo esta crisis puede continuarse y potenciarse cuando se retorne el aprendizaje en las aulas.
El liderazgo del director puede apoyar de forma concreta a los profesores en la apropiación del enfoque de evaluación formativa y de lograr promover, en este contexto de pandemia, prácticas de evaluación que impulsen el desarrollo de otros aprendizajes de las y los estudiantes (más allá de los entregados desde currículum nacional) y que fortalezcan un aprendizaje integral. Lograr que cada comunidad educativa defina sus propios objetivos de aprendizaje y que estos sean coherentes con la realidad y contexto de sus estudiantes es un gran desafío.
Definir ¿qué, ¿cómo y cuándo evalúo? y por sobre todo ¿para qué evalúo? son preguntas que en la actualidad toman un mayor sentido a la hora de promover la evaluación formativa en los espacios escolares y ahora, dentro de las posibilidades contextuales, académicas y socioemocionales que permite la educación remota.
Fullan, A. (1999). Las fuerzas del cambio: Explorando las profundidades de la reforma educativa. Madrid: Akal.
Prieto P, M. (2008). Creencias de los profesores sobre evaluación y efectos incidentales. Revista de Pedagogía, Vol. 29, Nº 84. Escuela de Educación, Universidad Central de Venezuela. Caracas, enero-Junio de 2008, 123-144.
Föster Marín, C. Rojas-Barahona, C. (2008). La evaluación al interior del aula: Una mirada desde la validez, Objetividad y Confiabilidad. Rev. Pensamiento Educativo, Vol. 43, 2008. pp. 285-305.
MINEDUC (2018). Política para el fortalecimiento de la evaluación en aula. https://curriculumnacional.mineduc.cl/614/articles-89337_archivo_01.pdf.