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Año XVI, 28 de marzo de 2024


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Machi Celestino Córdova, en el umbral

Columna de opinión por Patricio López
Martes 11 de agosto 2020 14:46 hrs.


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En las últimas horas, hemos escuchado las palabras de despedida del machi Celestino Córdova, al cumplir 100 días de huelga de hambre, con las gravísimas consecuencias que eso ha tenido para su salud. La alocución de la autoridad espiritual mapuche, que algunos han dicho recuerda en cierto sentido a las últimas palabras de Salvador Allende, no solo da cuenta de la determinación a cumplir con la entrega de su vida por su causa, sino que explica cuál es el tipo de relación que los pueblos originarios, y especialmente las autoridades espirituales, tienen con la Tierra, con la naturaleza, que es, en términos epistemológicos, radicalmente distinta a la lógica instrumental, productiva y digna de explotación del sistema capitalista.

Dice el Machi: “Lamento mucho que tenga que entregarle mis últimos mensajes, dentro de mis últimos días que me quedan para mi sacrificio en forma definitiva por lo que para mí será un orgullo dar la vida por mi pueblo Mapuche, por nuestra creencia espiritual que es sagrada por sobre todas las cosas, por la que nunca se debe renunciar”.

Estas palabras que subrayan el momento definitivo que estamos viviendo, contrastan con la lentitud y/o la evasión con que los representantes políticos del Estado de Chile están enfrentando la situación. Así como el Machi está determinado a entregar su vida por su causa, parece que los representantes del Estado, más allá de algunas declaraciones sin efectos ulteriores, no están dispuestos a hacer lo que evite un desenlace fatal y, con ello, quizás, transmitir finalmente un escarmiento. Al estilo de “Vigilar y Castigar” de Michel Focault, voluntaria o involuntariamente, se podría convertir al Machi en un símbolo, pero de otro tipo: un muerto que le transmita al pueblo mapuche que la reacción a su lucha será la inflexibilidad y la intransigencia. Un castigo ejemplar, para que todos tomen nota.

En ese camino indeseable, en dirección opuesta al del diálogo que se ha invocado insistentemente, suponer que no habrá consecuencias sería, obviamente, insensato. Asistiríamos sin duda alguna a la radicalización de la situación en la Araucanía, pero también del país, que está siguiendo con mucha atención la evolución de los acontecimientos. Recordemos que ha habido un cambio cultural vertiginoso, que ha llevado a que una cantidad importante de los habitantes de las ciudades dejen de considerarse descendientes de mapuche, para reconocerse simplemente como mapuche. El orgullo por ese pueblo originario se expresó luego del estallido social, cuando sus banderas, muchas veces, superaron en número a las chilenas. Y eso ocurrió en todas las urbes del país, más allá y acá de la Araucanía.

En este momento, es más importante que nunca subrayar la dimensión inexcusablemente política del conflicto y, por lo tanto, la apelación urgente y urgida a las autoridades políticas, para que puedan buscar una solución a la que, además, nuestro país está obligado por haber suscrito el Convenio 169 de la OIT. Es muy penoso que Chile asista a la trama de una tragedia, que sería perfectamente evitable si algún actor cambiara su comportamiento, y ver sin embargo cómo todo se precipita hacia un desenlace fatal.

No hay más tiempo ni espacio para reuniones que puedan seguir discutiendo el problema, sin perjuicio de que el diálogo y el proceso constituyente parecen ser soluciones al conflicto de fondo. En un día como hoy ya no es solo el presente, sino también los ojos atentos de la Historia, los que están observando el comportamiento de nuestros dirigentes en estos momentos cruciales.

 

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El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.