Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 18 de abril de 2024


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Sergio Grez: “El anticomunismo es un sentimiento y una corriente política, cultural y emocional muy antigua en Chile”

Para conversar sobre este fenómeno, sus raíces y el modo en que se expresa en la política actual, nuestro medio dialogó con el historiador y académico de la Universidad de Chile, quien afirmó que el anticomunismo en el país nace, incluso, antes de la fundación del partido homónimo.

Camilo Villa J.

  Martes 13 de octubre 2020 21:15 hrs. 
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El Partido Comunista es la tienda del sistema político chileno que, probablemente, es llamada con más frecuencia a dar explicaciones sobre asuntos que ocurren dentro y fuera del país. Las principales querellas apuntan a su eventual falta de compromiso con la democracia. Por añadidura, el apelativo de “comunista”, dicho como descalificación, es usado permanentemente en distintos ámbitos de la vida cotidiana.

Con justificación o no, hay quienes constatan la existencia de un anticomunismo, no exclusivo de derecha, que identifica a ese partido político con una serie de ideas y conductas indeseables para el país. Para procurar encontrar explicaciones históricas a esta corriente, Radio y Diario Universidad de Chile conversó con el profesor de la Casa de Bello, historiador y especialista en la historia del movimiento obrero chileno y sus organizaciones, Sergio Grez.

¿Hay antecedentes históricos de sectarismo o de otro tipo, por parte del Partido Comunista, que expliquen la animadversión a ese partido de ciertos sectores tanto de derecha como de la izquierda?

El anticomunismo es un sentimiento y una corriente política, cultural y emocional muy antigua en Chile. Yo diría que surge con el nacimiento del Partido Comunista, incluso antes de la fundación oficial de este partido en enero de 1922, desde la época de su ancestro, el Partido Obrero Socialista, fundado en 1912. Sobre todo, luego de la Revolución de Octubre de 1917, en los sectores más conservadores de la sociedad chilena, también en los liberales, comenzaron a desarrollarse ideas y planteamientos de fuerte anticomunismo, debido al temor que la Revolución Bolchevique producía en partes de la sociedad, especialmente en las capas dirigentes. Esto, a su vez, repercutió hacia abajo, como pasaría en cualquier sociedad, puesto que, si partimos del principio sostenido por Marx, de que la ideología dominante es, por regla general, la ideología de la clase dominante, logramos entender dicho fenómeno.

A lo dicho se agregan otros factores; indudablemente algunos aspectos de la historia del comunismo internacional, particularmente a partir del ascenso de Stalin al poder, lo que ha entregado elementos y argumentos de mucho peso para alimentar, desde la perspectiva derechista, el sentimiento anticomunista. Bien sabemos que el proyecto inicial de la Revolución de Octubre fue degenerando con el correr del tiempo, en un sistema totalitario, en la negación de libertades fundamentales, de derechos humanos, en definitiva, en lo contrario que, se suponía debía ser la dictadura el proletariado, ya que el régimen de Stalin y otros similares que vinieron después, se convirtieron no solamente en sistemas antidemocráticos, sino también en dictaduras sobre el proletariado, en la cual el poder real lo ejerció la nomenklatura o nueva clase dirigente.

Con todo, el sentimiento anticomunista tiene como principal base el temor de las clases privilegiadas a la amenaza, real o imaginaria, que pudiera significar el ascenso al poder de una fuerza que profese la ideología comunista.

A esto se suman una serie de experiencias políticas, contradicciones, luchas intestinas en el seno de los movimientos de izquierda, en que se han opuesto al Partido Comunista otras alternativas que se han propuesto desde la izquierda, desde los movimientos sociales, comenzando con los anarquistas, con los cuales existió una polémica desde muy temprano, también las corrientes socialistas y las corrientes desgajadas del comunismo oficial, me refiero al trotskismo, maoísmo, guevarismo, y distintas variantes de lo que pudiéramos denominar como disidencias dentro del frondoso árbol del socialismo y del comunismo. A modo de ejemplo -no único, pero sí muy relevante- señalemos los fuertes enfrentamientos entre socialistas y comunistas en las décadas de 1930 y 1940, que se expresaron en una ruda competencia por el control de las organizaciones sociales -especialmente sindicales, en la división de la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCH), incluso en el voto favorable de algunos parlamentarios socialistas de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia o “Ley Maldita” que puso fuera de la ley al Partido Comunista.

Durante la primera mitad de los años treinta hubo bastante aislamiento del Partido Comunista, pues adoptó la política de “clase contra clase”. En ese sentido, ¿cuánto le ha pesado la historia al PC?

La política de “clase contra clase” se derivó de los análisis del “tercer período”, formulados por la Tercera Internacional, elevados a categoría de línea oficial de este conglomerado a partir de su sexto congreso realizado en 1928. Según estos análisis, hacia fines de la década de 1920 el mundo estaba pasando por un tercer período de desarrollo capitalista después del término de la Primera Guerra Mundial, período que se anunciaba sería caracterizado por gravísimas crisis económicas que la realidad confirmó, así como la agudización de las contradicciones interimperialistas, crisis sociales, y tentativas de asalto armado del mundo capitalista contra la Unión Soviética. De acuerdo con estos análisis, los partidos comunistas de todo el mundo debían acerarse, homogeneizar sus filas, limpiarlas de elementos ‘traidores’ o poco seguros, y tenían que combatir, al mismo tiempo, al principal agente de la burguesía en el seno de los movimientos obreros, la socialdemocracia, el reformismo en todas sus variantes. Por ende, no cabía ninguna posibilidad de alianza con las cúpulas dirigentes de los partidos o tendencias sindicales de corte reformista, socialista o socialdemócrata, las que eran acusadas, especialmente los socialistas, de ser “socialfascistas”; es decir, “socialistas en las palabras, pero fascistas en los hechos”. Por esto, el deber principal de los partidos comunistas en el seno del movimiento obrero era combatir y destruir la influencia de la socialdemocracia ganando la hegemonía del movimiento sindical, de lo que se deducía la imposibilidad, la negativa, la prohibición para los partidos comunistas de todo el mundo de contraer alianzas con las cúpulas dirigentes reformistas o socialfascistas, permitiéndose solamente la unidad por la base, a nivel de los obreros de los sindicatos, no con los dirigentes reformistas. Como se comprenderá, esta era una política ultra sectaria, ultraizquierdista, aislacionista, puesto que era muy difícil que los obreros de base, influidos por los partidos socialistas o socialdemócratas, abandonaran porque sí a sus dirigencias, lo que redundaba en la agudización de las contradicciones entre ambas corrientes.

El ejemplo más patético fue Alemania, donde comunistas y socialistas (o socialdemócratas) constituían la inmensa mayoría del movimiento obrero; entre ambas corrientes tenían la hegemonía absoluta sobre el movimiento obrero, pero no solo sobre él, pues electoralmente, a nivel nacional, ambas fuerzas unidas eran mayoría, lo que habría significado -si es que hubiesen actuado unidas- un dique muy difícil de ser vencido por el Partido Nacional Socialista. Hay que agregar que ambos partidos obreros tenían sus grupos de choque, brigadas paramilitares, que habrían podido enfrentar conjuntamente a los grupos de asalto del partido nazi o de otras formaciones de extrema derecha. Eso no ocurrió y facilitó el camino al poder de Hitler con las consecuencias que conocemos.

De tal manera que esta política significó el aislamiento de los comunistas en la inmensa mayoría de los países del mundo, afectando también a Chile, no porque el Partido Comunista de Chile tuviese una predisposición natural hacia el sectarismo. Todo lo contrario, durante la época de Luis Emilio Recabarren y los primeros años posteriores a su muerte -estamos hablando hasta 1927- el Partido Comunista se caracterizó por ser, al igual que su predecesor el Partido Obrero Socialista, un partido bastante flexible en la concreción de alianzas relativamente amplias, como ocurrió, por ejemplo, en el caso de la candidatura presidencial de José Santos Salas en 1925, en la cual participó el Partido Comunista; estuvo a pesar de que este hombre no era de sus filas, sino más bien proclive a las posiciones del coronel Carlos Ibáñez del Campo.

La adopción por parte del Partido Comunista de Chile de la política de “clase contra clase” fue una suerte de giro copernicano, de 180 grados, no por génesis propia en el seno del partido chileno, sino por una imposición brutal por parte de la Internacional Comunista que actuó en Chile, primero, a través de su Secretariado Sudamericano, y luego a través de su Buró Sudamericano mediante el envío, entre fines de los años 20 y principios de los 30, de numerosos emisarios argentinos, soviéticos y de otras nacionalidades.

Sectarismo hubo, y mucho, entre 1928 y comienzos de 1935, pero esto -reitero- más que una tendencia natural de los comunistas chilenos, fue una imposición muy cruda por parte de la Internacional Comunista y que, naturalmente, trajo consecuencias en la cultura comunista chilena, que había tenido rasgos muy peculiares, no solo por su tendencia al aliancismo, sino también por la marcada independencia que este partido había tenido respecto de la Internacional Comunista durante la vida de Recabarren y los primero años posteriores a su muerte.

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¿Por qué el PC chileno es permanente sacado a la pizarra respecto de lo que ocurre en otros lugares? ¿Influye la posición que tuvo respecto a la Unión Soviética, especialmente en la época de Stalin?

Hay que señalar que la corriente comunista se define como internacionalista, del mismo modo que la anarquista y -a diferencia de otras corrientes que también tienen ramificaciones internacionales, como es el caso de la socialdemocracia, del liberalismo, de los sectores más conservadores- el comunismo internacional tuvo, hasta comienzos de los años cuarenta, una articulación orgánica como nunca, ni antes ni después, tuvo ninguna corriente política, con un nivel de organicidad y de disciplina inigualable. Por ende, hasta 1943 -año de la disolución autoritaria de la Internacional Comunista por parte de la Unión Soviética- se le podía enrostrar a cualquier Partido Comunista el mundo el ser obediente de los dictados de la Internacional Comunista, porque el partido que no estuviera dispuesto a hacerlo corría el riesgo de ser marginado de este centro mundial.

Una vez que la Internacional fue disuelta por orden de Stalin, como una forma de dar garantías a sus aliados de las potencias democráticas liberales occidentales, fundamentalmente a Estados Unidos y Reino Unido, de que los partidos comunistas no iban a impulsar la revolución al interior de estos países, la Internacional Comunista fue reemplazada de facto por el Partido Comunista de la Unión Soviética en su rol rector del movimiento comunista internacional.

Pero tanto la Internacional Comunista, sobre todo a partir del ascenso de Stalin al poder absoluto (1927), como el Kominform, que fue la coordinación de los partidos comunistas europeos orientales más los de Francia e Italia creada en 1947, se convirtieron rápidamente en instrumentos de la política exterior soviética, de modo tal que esta realidad le daba argumentos a quienes, desde una perspectiva de derecha y también crítica de izquierda, señalaban a los partidos comunistas como agentes de Moscú.

Con todo, hay que recalcar que el giro a los frentes populares del Partido Comunista de Chile a partir de 1935, de alguna manera, reconcilió a este partido con sus orígenes y con la cultura política propia del período de Recabarren, una cultura política aliancista, eso sí, no en todos los planos, porque en el plano interno el Partido no volvió a ser lo que era antes, no volvió a conocer durante mucho tiempo la vida democrática que se vivió en algún momento en la colectividad, donde se permitía un debate bastante democrático y horizontal, sin demasiados anatemas; se daban incluso casos de militantes que eran expulsados pero luego eran reintegrados. Todo esto cambió de manera muy drástica con la bolchevización estaliniana de comienzos de la década de 1930. La vida democrática, como se conoció en la época de Recabarren, desapareció del Partido Comunista como un reflejo del estalinismo.

Sin embargo, al PC se le enrostra, por ejemplo, la situación de Venezuela cuando ese país no es gobernado por el Partido Comunista.

Efectivamente, no hay ninguna filiación más allá del antiimperialismo y de una proclamación genérica de objetivos socialistas por parte el régimen chavista, con lo que es la historia de la corriente comunista internacional. Esto tiene la apariencia de ser un argumento para justificar el anticomunismo y atacar cualquier política progresista, de izquierda, que sea redistributiva y que tenga algunos elementos de crítica a la potencia hegemónica en este continente, pero no es más que eso.

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Hay una contradicción en torno a los comunistas digna de analizar. A lo largo de la historia, los comunistas son quienes han sido más perseguidos y reprimidos por las autoridades de turno, se les han violado los DD.HH. de forma sistemática; sin embargo, sus críticos les enrostran que son ellos quienes avalan y cometen violaciones a los Derechos Humanos. ¿A qué se puede explicar este fenómeno?

Si nos situamos estrictamente en la historia de Chile, esas críticas son falaces. El Partido Comunista ha estado en el Gobierno solo en dos ocasiones (me refiero a estar con presencia ministerial y con cargos importantes): durante un breve período en el Gobierno de Gabriel González Videla, que terminó con la exclusión de los comunistas en la vida política legal del país, y durante el Gobierno de la Unidad Popular. Nadie podría decir que el Partido Comunista, en ninguno de los momentos que conformó Gobierno fue promotor de violaciones de derechos humanos. No hay ninguna acción política represiva por parte de los comunistas chilenos que justifique una afirmación de ese tipo. Esta acusación hay que considerarla como un elemento de la lucha política por parte de los sectores más retardatarios y conservadores de la sociedad chilena, pero historiográficamente eso no tiene ningún sustento.

Sin embargo ¿podríamos encontrar sustento en las experiencias extranjeras?

Evidentemente. Las experiencias de construcción de socialismo en algunos países, especialmente en Europa del Este, no culminaron con el cumplimiento de la promesa de la sociedad emancipada, eso lo sabemos sobradamente. Son experiencias que no dieron como resultado un avance hacia la sociedad comunista, porque hace milenios que no ha existido una sociedad comunista en el planeta; ha habido países dirigidos por Partidos Comunistas, pero no sociedades comunistas -entiéndase por sociedad comunista la sociedad sin clases sociales, sin Estado, sin grandes diferencias entre ciudad y campo, sin trabajo asalariado y donde rige el principio de reparto económico “a cada cual según sus necesidades”. Nunca ha existido, salvo en épocas primitivas, una sociedad de este tipo, a lo sumo ha habido regímenes políticos y sistemas sociales que proclamaron su intención de avanzar hacia el ideal comunista, proclamando primero una fase de transición denominada socialismo.

Esta fase de transición terminó siendo la negación de los principios anunciados, del ideal perseguido, en el sentido de que se perpetuó la división de clases bajo otras formas u otras denominaciones, y el Estado, lejos de empezar su lenta extinción sobre la base de la adopción de sus funciones por parte de la sociedad civil, se fortaleció, incluso, en algunos casos, se convirtió en Estado totalitario. Podría decirse que dirigentes y militantes continuaron autodenominándose comunistas, pero que no realizaron realmente el ideal comunista de emancipación y, efectivamente, terminaron convertidos en agentes de nuevas formas de opresión. Esto hay que reconocerlo desde una perspectiva crítica.

Esta perspectiva de análisis difiere diametralmente de la perspectiva de la derecha o de los sectores conservadores, que es, a mi juicio, absolutamente superficial, oportunista, puesto que la propuesta y la práctica de estos sectores no son sino la afirmación de otras formas de opresión, de dominación y de violación de los derechos humanos.

Hay una hipocresía, entonces, cuando desde la derecha se le critica a los comunistas su relación con los derechos humanos

Evidentemente, y no soloa historia europea. No necesitamos buscar ejemplos tan lejos de nuestras fronteras. América Latina está plagada de dictaduras, masacres, abusos, atropellos reiterados a los derechos humanos. En el Chile actual se violan cotidianamente casi todos los derechos humanos, los derechos a la vida, a la salud, a la integridad física, los derechos políticos, las libertades cívicas.

Centrándonos en la actualidad de nuestro país, específicamente en el fenómeno Daniel Jadue. Jamás un comunista ha tenido reales posibilidades de llegar a La Moneda solo por el hecho de ser comunista y la consiguiente carga que significa. ¿A qué puede explicarse el fenómeno Jadue de hoy? ¿Incide aún el pasado en la subjetividad de los votantes del Chile actual? 

El pasado siempre incide en la subjetividad de los votantes, por lo menos el pasado más reciente. No sé si la mayoría de la población tiene los conocimientos históricos suficientes para extender sus miradas o sus recuerdos mucho tiempo atrás; la mayoría de la gente se hace eco de lo que ve o escucha en los grandes medios de comunicación de masas, la televisión, la prensa, y las redes sociales.

No sé si existirá “piso” como para que un candidato del Partido Comunista tenga posibilidades reales de ser Presidente de la República, pero de que Jadue ha concitado un interés creciente por parte de un sector importante de la población, no cabe la menor duda, eso lo reflejan las encuestas. Esto lo ha logrado, fundamentalmente, en base a un gobierno local que ha tenido mucho éxito y que ha sido tomado como modelo, incluso, por algunos alcaldes de derecha. Daniel Jadue ha tenido la inteligencia y la capacidad suficiente para mostrar un ejemplo positivo de realizaciones concretas, sin trastornos sociales mayores, lo que constituye una señal que un porcentaje importante de los electores está considerando. Ello significa que las campañas del terror, por lo menos en este electorado, no estarían dando resultados, puesto que lo que evalúan estos ciudadanos y ciudadanas son las prácticas concretas de lo políticos en los cuales puedan delegar su representación.

¿Ha sido determinante el estallido social del 18 de octubre para que se le abra la posibilidad a un comunista de llegar a La Moneda?

Sin duda que es un factor esencial, sin negar las capacidades el personaje, su habilidad política. Hay un clima distinto después del 18 de octubre, la sociedad chilena es un poco menos conservadora y la barrera de lo posible se corrió; el horizonte de aspiraciones de una parte importante de la población cambió, y cambió en un sentido progresivo. Todas las encuestas reflejan que una serie de temas que antes tenían muy poca adhesión, hoy son apoyados por la mayoría de la población; temas que tienen que ver con la nacionalización del agua, con los derechos sociales, con las pensiones, con los derechos de los pueblos originarios, de las mujeres, de la diversidad sexual, de los derechos sindicales. Esto cambió radicalmente a partir de octubre de 2019, lo que explicaría en gran parte el fenómeno Jadue.

 

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