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El giro ecoterritorial frente al extractivismo en América Latina

Columna de opinión por Andrés Kogan Valderrama
Miércoles 14 de octubre 2020 9:07 hrs.


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La colonización territorial de Abya Yala a través del extractivismo
La colonización de Abya Yala puede verse como la culminación de un proceso iniciado a partir de 1492 en adelante, el cual marcará el inicio de la construcción de un nuevo sistema mundo de carácter colonial capitalista en donde Europa y, posteriormente, Estados Unidos serán su centro a nivel global. Es decir, será el momento en el cual la modernidad sentará sus bases en los distintos territorios colonizados a través de un nuevo dominio de poder de carácter extractivista, el cual se sostendrá a partir de la idea de raza.
Una idea de raza que solo fue posible construir, con la llegada de los grandes imperios de occidente a Abya Yala, en la medida que se usó para clasificar mundialmente a distintos grupos de seres humanos en inferiores o superiores, de acuerdo a criterios religiosos desde la cristiandad (alma/sin alma) y, más tarde, científicos desde el racionalismo (blancos-negros-rojos-amarillos). Es decir, la raza fue el mejor instrumento de la episteme moderna antropocéntrica para clasificar identidades completas a distintos puntos del planeta (América, Europa, África, Asia, Oceanía) y así expandir su dominio.
En otras palabras, la civilización occidental (cristiana-blanca-masculina-cuerda-heterosexual), solo a partir del etnocidio y ecocidio en Abya Yala, es cuando logra ser el centro del capitalismo histórico, desplazando así a otras grandes civilizaciones (China, India, Inca, Maya) por medio de la conquista de territorios en toda la región y también a través de esta nueva clasificación racial del mundo. En consecuencia, la racialización de múltiples comunidades indígenas en Abya Yala solo se entiende en la medida que los llamados indios eran vistos como seres salvajes, incivilizados y más cercanos a la naturaleza. Además de verlos como seres femeninos, infantiles e irracionales, por su mayor apego a los territorios y falta de ambición en explotarlos.
Es decir, la episteme moderna usó el antropocentrismo histórico para jerarquizar racialmente a grupos humanos y colonizar así territorios completos, vistos ambos como recursos naturales por la lógica imperial, lo que facilitará la inserción en un nuevo sistema económico capitalista a escala global, a través del llamado extractivismo o colonialismo de los bienes comunes (agua, tierra, aire, bosques, montañas), el cual, como veremos, ha persistido y se ha profundizado con el paso del tiempo.
De ahí que el origen del extractivismo pueda situarse históricamente durante el “descubrimiento” del Cerro Rico de Potosí en 1545, el cual será determinante para el futuro de los territorios de la región, ya que marcará un hito en lo que respecta al desarrollo y expansión a gran escala de la minería en Abya Yala, al ver a las colonias como meros espacios para la extracción, explotación y venta de minerales en los mercados internacionales, como lo son el oro, la plata, el cobre, el salitre, dominado cada vez más por las monarquías imperiales de occidente.
Asimismo, la expansión del extractivismo minero irá acompañado en el tiempo por diferentes colonialismos de corte forestal, petrolero, pesquero, agroalimentario, los cuales marcarán el destino de la inserción de los Estados modernos de la región, luego de los procesos independentistas de la región, marcados por una descolonización de carácter puramente formal, visto desde los territorios. Es decir, el paso de las monarquías imperiales a las nuevas repúblicas de la región no tocó en lo absoluto su matriz racial de fondo, sustentada ontológicamente por el antropocentrismo.
Es así como la historia de la nueva América Latina “independiente”, estará definida en sus dos siglos de existencia por la recolonización de los territorios desde los Estados, ya que han mantenido la dicotomía base de la modernidad, como lo es cultura/naturaleza, para poder así sustentarse económicamente. No es coincidencia por tanto que la noción misma de territorio, vista desde los Estados-nación latinoamericanos, sea, hasta el día de hoy, una idea acotada a lo fronterizo principalmente, proveniente de la lógica militar, como si los ríos, montañas y mares pudieran separarse por decreto.
En el caso del pueblo mapuche, fue un proceso de colonización realizado incluso desde los Estados mismos, ya que fueron las repúblicas mismas las que emprendieron la guerra por la asimilación de territorios no incorporados por la Colonia, como pasó con el Estado de Chile en el siglo XIX, el cual, a través de la mal llamada “Pacificación de la Araucanía”, cometió el peor genocidio y ecocidio de la historia del Wallmapu, lo que evidencia que el colonialismo nunca dejó de existir.
De ahí que no deben sorprender los procesos actuales de colonización de los territorios amazónicos, los cuales son producidos por alianzas entre Estados y grandes empresas extractivas para facilitar así la exportación de commodities como carne, madera y soya a los grandes mercados internacionales, pasando militarmente por encima de las formas de vida alternativas de múltiples pueblos que allí habitan.
Asimismo, la colonización territorial de Abya Yala, a través del extractivismo y su acumulación originaria, sentó las bases materiales y simbólicas para que el proyecto moderno universalizante pudiera desplegarse en toda su magnitud, a través de la construcción de un sujeto individual racionalista de corte cartesiano, alejado de la comunidad y de la naturaleza. Asimismo, sentará las bases para que procesos como la Ilustración, la Revolución Francesa y la Revolución Industrial pudieran desplegarse y tomarse como referentes para el resto del mundo.
La necesidad de una ecoterritorialidad ante la crisis civilizatoria  
La idea de “giro ecoterritorial” se sostiene en la emergencia del movimiento de justicia ambiental a nivel planetario y de todas las luchas anticoloniales dadas en 500 años de existencia, poniendo en el centro demandas y planteamientos como la justicia hídrica, la soberanía alimentaria, la deuda ecológica, la defensa de bienes comunes, la ética del cuidado, el ecofeminismo, el decrecimiento, la agroecología, la permacultura, la geografía crítica, el buen vivir, el vivir bien, un mundo chixi, la ecología política, los cuales todos buscan una relación distinta entre seres humanos y territorios. Es decir, plantear una nueva gramática proveniente de luchas socioambientales, que haga frente a la crisis civilizatoria actual y que dé paso a ontologías relacionales.
Por consiguiente, el giro ecoterritorial lo que busca es entender el territorio de manera desantropocentrada, a diferencia de muchas concepciones sociológicas, antropológicas, geográficas, urbanísticas y económicas, herederas del humanismo moderno, que solo lo ven como un hábitat en donde se dan relaciones entre seres humanos. Es decir, como si los individuos, pueblos, comunidades, sociedades o mercados, dependiendo de la disciplina o perspectiva que se utilice, estuvieran por sobre los propios límites que pone el planeta, negando así que somos parte de él, como el resto de los seres vivos.
América Latina es la región con mayor número de asesinatos de defensores de los territorios y con mayor número de conflictos socioambientales en todo el mundo, incluyendo tanto gobiernos catalogados de izquierda como de derecha, progresistas o conservadores, de manera que el pensamiento crítico no puede sino reterritorializarse de una vez si pretende aportar a la discusión. En consecuencia, seguir apostando a una idea de revolución del siglo XX, incapaz de ver la amenaza socioambiental de la actualidad como central, no es otra cosa que negacionismo ambiental y un suicidio territorial.
Los casos de conflictos socioambientales y el colonialismo de los bienes comunes en el Arco Minero del Orinoco en Venezuela, el Tipnis en Bolivia o Yasuní en Ecuador, impulsados por los gobiernos autoproclamados revolucionarios de aquellos países, no es diferente a lo ocurrido territorialmente en las llamadas Zonas de Sacrificio en Chile por ejemplo (Tocopilla, Mejillones, Huasco, Puchuncaví-Quintero y Coronel), impulsadas por los gobiernos más neoliberales de la región. En todos esos casos el extractivismo se impulsa a través del Estado o través de grandes corporaciones, por lo que no hay diferencias en sus impactos.
La misma situación con respecto a la militarización de pueblos y represión a diferentes pueblos indígenas en la región para ampliar la frontera minera, petrolera, forestal, sojera, en donde tanto gobiernos conservadores como progresistas han sido responsables. Un ejemplo muy evidente de esta similitud entre progresistas y neoliberales con respecto al despojo territorial en Wallmapu, se ha podido ver durante los gobiernos kichneristas en Argentina, los cuales profundizaron el extractivismo petrolero, de la misma forma como lo gobiernos neoliberales en Chile han profundizado también el extractivismo forestal de manera racista y ecocida.
Por suerte, en América Latina existen múltiples organizaciones, colectivos y asambleas ecoterritoriales fuertemente politizadas, en el amplio sentido de la palabra, defensoras de los mares, ríos, montañas, lagos, bosques, glaciares, las cuales entienden que el mundo está interconectado, por lo que la articulación debe darse de manera plurinacional y no centrada en los límites impuestos por los Estados nación de la región, ya que no hace más que fragmentar las luchas por la defensa de los bienes comunes.

Sociólogo

Diplomado en Educación para el Desarrollo Sustentable

Magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea
Doctorando en Estudios Sociales de América Latina
Integrante de Comité Científico de Revista Iberoamérica Social
Director del Observatorio Plurinacional de Aguas www.oplas.org

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.